En las boqueadas de su mandato, el hebén
Obama, para hacerse perdonar su chisgarabitismo y amargarle de paso el
traspaso de poderes a Trump, está haciendo mucho postureo ante la
galería. Así se explica la inane resolución de Naciones Unidas contra
los asentamientos judíos en Palestina; y así se explican también las
pintureras sanciones impuestas a Rusia, con expulsión de diplomáticos
incluida, que parecen devolvernos al escenario de la guerra fría. O
siquiera de la guerra tibia, porque en el hebén Obama nada es frío ni
caliente, sino siempre, taimado, moderadito, feminoide, melindroso,
dengoso y pringoso. El hebén Obama expulsa diplomáticos como la damisela
ofendida devuelve las cartas al burlador que fingía cortejarla; pero,
para ser sinceros, hay que reconocer que Putin se ha burlado a porrillo
del hebén Obama, y que le ha dado zascas y collejas hasta dejarle el
pescuezo escocido.
El caso es que el hebén Obama deja como
legado una nueva guerra fría, que es la única guerra que puede
permitirse para no manchar su imagen de Príncipe de la Paz. Decía Pemán
que, así como la guerra escolástica, con sus precisiones y diafanidades,
es una creación latina, la guerra fría es una típica creación sajona,
porque es una forma de guerra puritana, contada en un susurro, como un
chiste verde en una sobremesa de gente relamida. Pero la guerra fría,
aparte de una tenuidad sajona (como el flirteo, que es la guerra fría
del amor; como el esplín, que es la guerra fría de la tristeza), es
también el recurso pobretón de quienes ya no pueden permitirse ciertos
lujos, como le explicaba una señora elegante al mismo Pemán, en el curso
de una cena fría (otra invención sajona): “Bien mirado, la cena fría es
del linaje de la guerra fría: una invención práctica, porque sus
correlativos calientes resultan costosos, difíciles y problemáticos. La
debilidad y la impotencia se disculpan muchas veces inventando estas
frialdades. Es el coco con el que los padres débiles sustituyen el
pescozón de los padres clásicos”.
La
cena fría, bajo una fachada de exquisitez, esconde el deseo de los
anfitriones de ahorrar dinero en vajilla y camareros, tal vez porque
acaban de perder mucho dinero en la bolsa, o alguno de sus negocios ha
entrado en bancarrota. Del mismo modo, la guerra fría, bajo su fachada
de amenazas bravuconas, esconde la pretensión de fingirse gran potencia,
cuando ya se ha dejado de serlo pero conviene seguir haciendo alarde,
para que nadie se nos suba a las barbas. La caída de la URSS inauguró un
mundo unipolar en el que Estados Unidos se pavoneaba como único gallo
del corral y podía impunemente desgraciar a las naciones gallinas,
jodiéndolas con guerras, primaveritas árabes, golpes de Estado y cuantas
calamidades le viniesen en gana. Pero la Rusia de Putin es otro gallo
que se ha metido inopinadamente en el corral, reinstaurando un mundo
multipolar en el que las naciones gallinas pueden incluso revolverse
contra el gallo que antes se pavoneaba entre ellas, cacareando
democracia y repartiendo pollazos. Y el hebén Obama (que nunca ha sido
de repartir mucho), antes de ingresar en el basurero de la Historia, se
despide con esta guerra fría, que es la fachada de bravuconería con la
que maquilla la bancarrota de la supremacía estadounidense.
¿Y qué papel se le reservará a España en
un mundo en guerra fría? Los pueblos latinos sólo nos desenvolvemos
bien en las guerras calientes, al estilo de la Reconquista o la Guerra
de la Independencia. Y todas las tenuidades sajonas sólo sirven para
convertirnos en peleles eunucoides que pedalean por el carril bici, para
no contaminar, y se dejan percutir el recto en el baño unisex, para que
no los acusen de transfobia.
ABC, 31 de diciembre de 2016