Cuando hace años atrás escuché el
nombre de la financiera Invernes ( Inversiones Néstor, según algunos) de
Kirchner/ Clemens / Lázaro Báez, por una cuestión profesional, la primera
imagen que me sobrevino fue la del Castillo de Inverness en Escocia, donde la
inmortal pareja de Macbeth y su esposa, febriles de ambición planearon y ejecutaron
el magnicidio del Rey Duncan. La diferencia entre el nombre del famoso castillo
escocés y el de la financiera de la calle Carabelas 241, Capital, es una “s”.
Sin embargo la siniestra resonancia
de ambos nombres suscita una inmediata asociación y enlaza de alguna manera a
las dos parejas: Macbeth y su esposa y Néstor Kirchner y Cristina.
Ambas
parejas estaban dominadas por la codicia hasta franquear todos los límites, más
allá de los cuales todo ser humano se degrada , convirtiéndose en un monstruo
que conmueve a la misma naturaleza en una intensidad tal que sólo puede ser
manifestación de una conmoción sobrenatural. Es que como bien enseñan los
clásicos de la antropología filosófica cristiana el ser humano--espíritu
encarnado o cuerpo espirituado-- tiende a convertirse en aquello que mira o
contempla con gozo.
Si mira para abajo con excesivo
deleite –un perro , por ejemplo—termina pareciéndose al perro ; y si mira e
imita a Cristo, el Amor y el Logos encarnado se diviniza; y si mira el dinero,
estiércol de Satanás , se demoniza. Pero hay un matiz más que se me ocurre
comentar: ¿Cuál era la diferencia entre la codicia de Néstor y la codicia de
Cristina? . Néstor era un avaro. Lo propio del avaro es el amor al dinero. Su
deleite es contarlo y tocarlo. Su nariz se hace ganchuda de tanto oler su
preciado dinero.
No olvidaremos nunca aquellas dos
imágenes tétricas: Néstor Kirchner con su largo sobretodo oscuro abrazando la
caja fuerte y susurrando “esto es el éxtasis”; ni tampoco la descripción que de
él hizo el vice gobernador Arnold al contar que Kirchner durante días gozaba
manteniendo los bolsillos de su sobretodo llenos del dinero de los alquileres
que cobraba.
En cambio Cristina no tenía el gusto
del avaro. Su pasión era –y es—otra. Para ella el dinero era el medio no sólo
para su lujo personal sino principalmente para el poder que le permitía el
montaje de los actos que colmaban su vanagloria y su narcisismo: también para
ella al igual que para Perón y para todos los grandes demagogos, su placer , su
éxtasis, la música que más agradaba a sus oídos, era el halago y el aplauso de
las masas—la militancia-- en la plaza pública transmitida en la cadena nacional
de radio y televisión. Con el agravante de una fantasía absurda : creer que su
retórica tenía un poder mágico para transformar la realidad. Quizá hoy esté
empezando a comprender que la magia, como toda prestidigitación, embrujo, o
sortilegio cabalístico, carece de sustancia y es estéril como el mal mismo y
por tanto, se desvanece frente a la realidad … más tarde o más temprano.