Las feministas ecosexuales fornican con los árboles.
Por Pauline Mille
Se extienden las prácticas denominadas
“ecosexuales”. Un reciente estudio estadounidense muestra que la cosa se
está desarrollando sobre todo entre las feministas. Al hacer el amor
con los árboles comunican con la naturaleza, salvan el medio ambiente y
luchan contra el patriarcado.
No es una broma. A los
anglosajones les encantan los estudios “académicos”, y un texto de este
tipo acaba de ser publicado por la revista Feminist Theory,
editada por el profesor Lauran Whitworht del St. Mary’s College de
Maryland, y relativo a las inquietudes y prácticas “ecosexuales”,
término que, según dicen, están cada vez más presente en las
conversaciones al otro lado del Atlántico.
Dicho profesor le da tres acepciones al término.
1) Una persona a quien la naturaleza le parece sexy. No es nada nuevo. Ya a Títiro, el personaje de las Bucólicas de
Virgilio, le encantaba descansar a la sombra de las hayas en medio del
cálido verano, mientras tocaba la flauta y pensaba en su ama, al tiempo
que olía las flores y comía frambuesas. 2) Una nueva identidad sexual. Algo
que ya se empieza a notar y que tendrá indudables consecuencias
políticas. Pronto estará prohibido discriminar a los–las ecosexuales
(ejemplo: no podré negarme a alquilar mi casa a gente ecosexual,
cualesquiera que sean las consecuencias para los árboles del jardín). 3) Alguien que toma a la Tierra por su amante. Aquí es donde las cosas se hacen realmente interesantes. Así nos lo explica la señora Withworth.
La aventura ecosexual
empezó, según ella, con los ecologistas, quienes recomendaban que se
usaran productos ecolo–friendly durante el acto sexual, como condones
procedentes del comercio justo o lubricantes totalmente naturales. Pero
los verdaderos ecosexuales van mucho más lejos. Así describe la señora
Withworth un primer encuentro amoroso entre una chica y los sequoias
gigantes del Yosemite Park en California. “Me gustaba el aroma de
vainilla mezclada con tierra que emanaba del tronco. Me acuerdo
perfectamente que me enamoré de un sequoia arrancado por una tormenta.
Giré en torno al árbol caído y chupé ávidamente sus raíces recién
salidas de la tierra. ¡Eran tan dulces, tan sensuales, tan sexys! No
podía dejar de tocarlas.”
En
realidad, todo estriba en el paso de lo « sensual » –todos sabemos que
la naturaleza lo es– a lo sexy. Mucho es lo que la profesora Withworth
parece saber al respecto. Para ella, defecar en la naturaleza es una
práctica ecosexual. A su juicio, “la ecosexualidad engrandece lo carnal y
lo grotesco”. Quizás sea esto lo que les guste a las feministas, que
así pueden dejar de lado sus constantes estudios y sus austeras
vigilias. Así, el digital Breitbar informaba de que en 2016 feministas
ecosexuales obtenían gran placer masturbándose bajo las cascadas y a la
sombre de los árboles con el fin de salvar el planeta. En septiembre de
2017 se supo que un profesor de la Universidad de California Santa Cruz
exhortaba a sus estudiantes a que hicieran el amor con la Tierra a fin
de preservarla. Y en abril de este año, un profesor de la Universidad de
Michigan escribía sobre la importancia de “hablar eróticamente a las
plantas”. Mientras tanto, los chinos y los africanos se dedican a tener
niños. Hace cuarenta años, los pacifistas estaban en el Oeste y los SS
20 en el Este. Hoy la bomba demográfica está en el Sur y las feministas
en el Norte.
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