Al mostrarse con Rocca, Macri envió una señal de debilidad a la
que los sospechosos habituales respondieron con un sopapo de mercado
El presidente Mauricio Macri tiene la rara virtud, por llamarla de
algún modo, de sorprender para mal. El gesto de exhibirse públicamente
junto a Paolo Rocca, uno de los empresarios involucrados en el escándalo
de los cuadernos, que además admitió haber pagado sobornos a los
Kirchner, fue una de esas ingratas sorpresas. Un líder político habla
menos con sus discursos que con sus gestos y actitudes, porque una
sociedad escaldada tiende naturalmente a desconfiar de las palabras y a
prestar mucho más detenida atención a los hechos. En el contexto del
revuelo nacional desatado por la causa que conduce el juez Claudio
Bonadío, el gesto de Macri en Vaca Muerta fue el peor gesto posible.
Porque, ¿qué quiso decir el presidente al fotografiarse junto a Rocca
en el milagroso yacimiento patagónico? Según Jorge Liotti, de La Nación,
el gobierno se asustó con las dimensiones adquiridas por el escándalo, y
busca “encapsularlo” de alguna manera, lo que explicaría un raro
informe de Bonadío sobre sus pesquisas que las circunscribe al período
2008-2015.
En esa tesitura, según Liotti, al mostrarse con Rocca, Macri
intentó enviar a las empresas involucradas en el escándalo un mensaje de
“empecemos de vuelta”. Pero una “vuelta a empezar” anterior a un fallo
judicial luce demasiado próxima a una absolución y, si bien no
condiciona, por lo menos influye sobre el comportamiento de la justicia,
lo que remite otra vez al informe de Bonadío. Estas sutilezas
interpretativas, sin embargo, no se extienden más allá de las reducidas
fronteras de los analistas o los observadores de los asuntos públicos.
El ciudadano de a pie ve las cosas de una manera más simple, y por lo
mismo probablemente más acertada.
Porque si Macri se fotografía junto al presidente de Techint, una de
las empresas que pagó sobornos a los Kirchner para que le resolvieran un
problema con Venezuela y, antes de eso, una de las empresas que
conspiró en el 2000/2001 con asistencia peronista para liquidar la
convertibilidad y saldar sus deudas en dólares manoteando los ahorros de
los argentinos, entonces ¿de qué lado está? ¿Del lado de los ciudadanos
dispuestos a renunciar al flan, y a mucho más que el flan, en apoyo de
un gobierno que les promete terminar con la impunidad de quienes vienen
chupando la sangre al país desde hace 70 años y arruinando la vida de
sus habitantes? ¿Del lado del juez Bonadío y del fiscal Stornelli, que
por primera vez en la historia están metiendo mafiosos en la cárcel? ¿O
del lado de las mafias políticas, empresarias, sindicales, judiciales y
mediáticas?
Uno tiene la impresión de que con ese gesto equivocado Macri socavó
peligrosamente la última oportunidad que la historia puso en sus manos
para darle una razón y sentido a su presidencia. Al asumir en diciembre
de 2015 tenía tres frentes de batalla en los que debía ser drástico e
implacable: debía ser implacable con el gasto público, debía ser
implacable con la cultura progresista y debía ser implacable con la
corrupción. Pero hizo todo lo contrario: fue blandito con el gasto
público por impericia y estupidez, fue blandito con los progresistas por
esnobismo y estupidez, y esta semana demostró su disposición a ser
blandito con la corrupción por miedo y estupidez. La estupidez es el
denominador común porque no se puede ser blandito con ninguno de esos
enemigos letales, especialmente con el progresismo, que es la expresión
cultural (mediática, académica, jurídica) del estatismo (autoritario,
omnipresente, arbitrario) y de la economía prebendaria (mafiosa,
corrupta, cartelizada).
Al exhibirse con Rocca, Macri envió un mensaje confuso, desalentador y
contraproducente a quienes creyeron que por primera vez en la historia
los mafiosos iban a estar sentados en el banquillo de los acusados y que
la investigación judicial se iba a extender mucho más allá de los
límites del “club de la obra pública” y del anterior gobierno y sus
funcionarios. Para la mafia, sin embargo, ese mensaje presidencial fue
un signo de debilidad y desconcierto, que supo aprovechar de inmediato.
El miércoles por la mañana, antes de que abrieran los mercados, el
gobierno difundió un mensaje grabado de menos de un minuto y medio en el
que Macri anunció al país que la Argentina se había asegurado el
financiamiento externo para todas sus obligaciones del 2019.1
La breve alocución presidencial tuvo la intención de llevar confianza a
“los mercados”, detener la caída de los papeles argentinos y contener
el alza del dólar, imparable en las últimas jornadas. “Los mercados” le
respondieron con un cachetazo de los más formidables que se recuerden, y
el dólar se encareció casi en un 10% en una sola sesión, sin que los
economistas consultados por los medios pudiesen dar una explicación
convincente. Se les pasa por alto, tal vez, que en la Argentina no hay
mercado sino mafia y que la mafia quiere gobiernos que les permitan
hacer sus negocios mafiosos tranquilamente en un clima ordenado y
discreto, que no se pasen de la raya con sus demandas ni que los pongan
en riesgo de lucir el traje a rayas.2
La situación de debilidad en la que el gobierno se colocó solito
permite que el estadista asimétrico Eduardo Duhalde crea madura la
oportunidad como para instalar en la opinión pública una eventual
candidatura de Roberto Lavagna (quien por otra parte no sabe cómo
sacarse de encima a semejante patrocinador, capaz de hacerle peligrar
sus más nobles ambiciones), y que los gobernadores peronistas vuelvan a
las andadas para que otros les paguen las cuentas también como en el
2001. El macrismo se ha tomado livianamente el mandato que los
ciudadanos le confiaron hace tres años entre otras cosas porque carece
de una oposición sólida y con ideas, lo cual hace todavía más reprobable
su irresponsabilidad. La debilidad de Cambiemos es hoy la debilidad del
país. El servicio exterior argentino debería contratar algún pai
que asegure la liberación de Lula, porque si Jair Bolsonaro llega a la
presidencia de Brasil, mejor olvidémonos de nuestro ambicionado destino
de potencia sudamericana.
–Santiago González
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- El jefe de gabinete Marcos Peña aclaró al día siguiente que Macri había presentado como un hecho lo que todavía no era más que una “intención” que debería resolverse en el plazo de algunas semanas. Esto explicó la demora del FMI en dar un comunicado sobre el asunto, que sólo difundió tras el cierre de las operaciones del miércoles. [↩]
- Por la noche, en el programa A dos voces, el economista Carlos Rodríguez comentó que la corrida se desató repentinamente más o menos a partir de las 13, y que los cambistas no supieron explicarla. O todos en “el mercado” experimentaron un súbito y simultáneo apetito de dólares, o se dieron cuenta al mismo tiempo de que el anuncio del presidente había sido apresurado, o fue una acción concertada. [↩]