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DESDE ESE LUGAR OFRECEMOS A RECURRIR A DIFERENTES ALTERNATIVAS DEL PLANO COGNOCITIVO, EDUCATIVO Y FORMATIVO A LOS PUEBLOS VERDADERAMENTES SOBERANOS.
Juan Manuel de Rosas
Juan Manuel de Rosas nacido el 30 de marzo de 1793 en Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata (hoy Argentina), fallecido el 14 de marzo de 1877 en Southampton, Inglaterra, Reino Unido. Fue un militar y político argentino. En 1829, tras derrotar al general Juan Lavalle, accedió al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Logró constituirse en el principal dirigente de la denominada Confederación Argentina
Sumario
Biografía
El 30 de marzo de 1793, en la casa grande del finado don Clemente
López, situada en la acera norte de la calle Santa Lucía (hoy
Sarmiento), doña Agustina López de Osornio, esposa del joven militar León Ortiz de Rozas, daba a luz a su primer hijo varón: Juan Manuel de Rosas.
El alumbramiento de un varón, ansiosamente esperado, colmó de gozo al
padre, gallardo teniente de la quinta compañía del segundo batallón del
regimiento de infantería de Buenos Aires.
La noticia se propagó en el barrio, llevada quizás por el pulpero
don Ignacio y el mulato José, el sastre, vecinos de la cuadra. Las
negras Feliciana, Damiana, Pascuala, Teodora y demás esclavas, y la
india libre Juliana, criadas de la casa, se agolpaban en el vasto patio,
impacientes por penetrar en la alcoba de la amita y conocer la
criatura. En cuanto al párvulo rompió a gritar desaforadamente, señal de
que venía con fortaleza al mundo, su padre don León se puso chupa,
calzón azul y casaca con botones blancos, vuelta y collarín encarnados, y
vestido así con el uniforme de infantería, fue al cuartel en busca del
capellán de su batallón para que bautizara en seguida al recién nacido.
Como estuviera ausente su capellán, y nadie diera razón de él en ese
momento, llamó al del batallón tercero, doctor Pantaleón de Rivarola.
El teniente pensaba que el vástago de un Ortiz de Rozas debía, el
primer día de su vida, ser ungido a la vez católico y militar, y por
ello se empeñó en que fuera castrense el sacerdote que pusiera óleo y
crisma a la criatura. La ceremonia se realizó, dándose al niño el nombre
de Juan Manuel José Domingo, según se asentó en el acta. En la casa de
López de Osornio no se había disipado la sombra de la tragedia que, años
antes, azotó y horrorizó aquel hogar: el viejo don Clemente, rico
hacendado, padre de Agustina, y Andrés su hijo mayor de veinte y seis
años, fueron asesinados por los indios en un malón que éstos llevaron,
el 13 de diciembre de 1783, contra la estancia "El Rincón de López"
en las llanuras desiertas del sud, sobre el Salado y el mar. Don
Clemente López de Osornio encarnó, en la segunda mitad del siglo XVIII,
el tipo rudo del estanciero militar que pasó su vida lidiando para
conquistar palmo a palmo la pampa y dominar a los salvajes infieles.
Fue sargento mayor de milicias, caudillo
de los paisanos y cabeza del gremio de hacendados, de quienes tuvo
durante muchos años la representación con el cargo de apoderado ante las
autoridades del virreinato. Don Clemente, ya anciano trabajaba como un
mozo, con su hijo Andrés, en las ásperas faenas rurales jineteando
redomones y arreando vacas chúcaras, a campo traviesa, entre paja brava y
cardizales, pantanos y lagunas. Tenía setenta y cinco años cuando,
entregado a esas recias labores, fue lanceado y degollado, con su hijo,
por la maloca salvaje. La imagen de la lucha con los bárbaros era
familiar no sólo a doña Agustina López de Osornio, sino también a don León Ortiz de Rozas.
Don León provenía de limpia cepa de militares y de funcionarios
españoles. Los Ortiz de Rozas, de raza hidalga oriunda del Valle del
Soba, provincia de Burgos, ocuparon siempre los primeros puestos en
aquel valle, sea como regidores y magistrados, sea como guerreros, y
formaron parte de esa aristocracia rústica y pobre, generosa de sangre,
que consagró su vida con acendrado fervor al servicio de su fe y de su
rey. León, en cuanto cumplió diez y nueve años de edad fue nombrado, el
30 de abril de 1779, subteniente del regimiento de infantería de Buenos
Aires, en el que su padre era capitán. En aquellos días acababa de
regresar en una fragata, de la expedición a la bahía Sin Fondo de la
Patagonia, don Juan de la Piedra quien, después de sufrir toda suerte de
penurias, abandonó la empresa, fue suspendido por orden del virrey
Vértiz, y enviado a España. León Ortiz de Rozas,
que ansiaba realizar hazañas, pidió se le alistara en alguna expedición
a esas regiones. De la Piedra hizo degollar a una partida de hombres,
mujeres y niños del cacique Francisco, y se dirigió hacia la Sierra de
la Ventana para a atacar a las tribus de toda esa región que se habían
reunido en guerra contra los cristianos; pero fue cercado y derrotado,
cayendo en poder de los bárbaros los oficiales León Ortiz de Rozas,
Domingo Piera y fray Francisco Javier Montañés que desde 1783 era
capellán en el establecimiento San José de la Patagonia y que se había
agregado a la expedición de la Piedra. El cautiverio de don León y de
sus compañeros fue lleno de zozobras, y habrían perecido, de seguro, si
un hermano del cacique Negro no hubiese estado, en calidad de
prisionero, en poder del virrey marqués de Loreto.
La esperanza de recobrarlo por medio de un canje indujo a los
indios a respetar, esta vez, la vida de sus enemigos. León, liberado del
cautiverio, se había captado la amistad de los principales caciques y
difundido la simpatía del nombre de Rosas entre las tribus, regresó a
Buenos Aires con la aureola heroica del cautiverio, llevando en su
espíritu la visión salvaje de la vida y de la lucha en las pampas.
Tradicionalismo y catolicidad
marcaron desde la cuna la existencia de Rosas, acostumbrado a vivir
alternativamente en el campo y la ciudad, domador de potros chúcaros en
la infancia y de malones desorbitados; junto a su madre. Voluntarioso y
dominante. Como su madre, su carácter no se doblegaba ante el rigor de
los castigos que doña Agustina le infligía por sus travesuras.
Su participación en las Invasiones Inglesas
La primera interrupción en sus actividades de estanciero fue debida a
las invasiones inglesas. El 12 de agosto de 1806 estuvo Juan Manuel
entre "los voluntarios que formaron el ejército que reconquistó Buenos Aires", según le recordara a su yerno Máximo Terrero en 1861: "Se
llevó a su casa de la calle Cuyo a varios de sus jóvenes amigos, los
incitó a la pela, los armó como pudo y se presentó a la cabeza de ellos
al general Liniers"; confirmó Saldías. Y después de la rendición Liniers lo devolvió a sus padres, portador de honrosa carta testimonial.
Y recordando a Liniers, Rosas en su ancianidad anotaba en sus apuntes: "¡Liniers! Ilustre, noble, virtuoso, a quien yo tanto he querido y he de querer por toda la eternidad sin olvidarlo jamás..."
Juan Manuel, que entraba en la pubertad y que acababa de recibir
manejando un cañón, el bautismo de fuego y de sangre en la Reconquista
de su ciudad natal, sentó plaza de soldado en el cuarto escuadrón de
caballería, llamado de los "Migueletes", que mandaba el porteño don Alejo Castex.
Se vistió ufano, con el uniforme punzó de ese cuerpo -color que
sería para siempre el de sus predilecciones-, y combatió con denuedo en
la cruenta defensa de Buenos Aires contra la segunda invasión de los
británicos. Decía Rosas años después, el 2 de mayo de 1869 a su amiga
Josefa Gómez: "tomé de 14 años plaza de soldado de caballería de
Migueletes. Tengo la carta del Señor Dn. Martín de Alzaga a mi madre, y
la del Señor Dn. Juan Miguens a mi padre, acreditando mi conducta en
esos gloriosos triunfos".
Lo que Rosas decía nostálgico en el exilio, lo habían escrito
desde tiempo inmemorial todos sus historiadores, amigos o adversarios,
sin ninguna duda. Juan Manuel volvió a su casa, de la que poco antes
saliera adolescente, convertido en guerrero. Don León y doña Agustina al
ver llegar a Juan Manuel, después de los combates, vestido de rojo,
notaron que el niño acentuaba su fiereza al transformarse en hombre.
Cuando tuvo que elegir entre regresar a la escuela o ir a la estancia de la familia
en Rincón de López (donde los indios habían matado a su abuelo en
1783), se decidió por lo último, afirmando que lo único que quería en la
vida era ser estanciero. Permaneció allí durante los años plenos de
acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo; fue administrador
de esa estancia en 1811 y al poco tiempo demostró poder desempeñar con
habilidad tanto las tareas del gaucho como las del control y
comercialización.
En 1820, se casó con Encarnación de Ezcurra y Arguibel.
Se enfrentó con sus padres por una cuestión de honor relacionada
con su administración de la estancia de la familia, y por ello cambió y
simplificó el nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas por el
de Juan Manuel de Rosas y comenzó su exitosa carrera como estanciero
independiente.
Actuación oficial
Su primera actuación oficial fue en 1818 a pedido del Director
Supremo Pueyrredón para que asumiera la responsabilidad de defender la
frontera sur de los ataques de los indios.
Logró resolver los problemas por medio de tratados con los
caciques indios a quienes conocía bien. Al año siguiente envió al
gobierno un plan para el desarrollo, la vigilancia y la defensa de las
pampas más remotas, anticipando en sesenta años la Conquista del
Desierto.
Se unió al ejército de Rodríguez en Buenos Aires para luchar, con Manuel Dorrego, en la campaña contra José Miguel Carrera, Carlos M. de Alvear y Estanislao López en su oposición al gobierno de Buenos Aires.
Renunció al ejército con el rango de coronel; regresó a Los Cerrillos y la vida de campo.
Continuó preparado, con sus gauchos y peones armados, para
proteger la frontera contra el ataque de los indios, instaló fuertes a
lo largo de la nueva línea de frontera e hizo nuevos acuerdos con los
indios, pero Rivadavia (entonces presidente) se negó a aceptar las
condiciones de Rosas.
Los indios renovaron sus ataques y Rosas, que tenía su estancia
en la frontera, se convirtió en un poderoso opositor de Rivadavia. Para
ese entonces se había hecho federal, opuesto violentamente a los
unitarios, dirigidos por el propio Rivadavia.
Después de la renuncia de éste (1827), Rosas fue designado comandante
de la milicia con órdenes de lograr la paz con los indios y de
establecer un pueblo en Bahía Blanca. Realizó con éxito ambos cometidos.
Cuando el unitario Lavalle destituyó del cargo de gobernador de Buenos
Aires a Dorrego en 1828, Rosas se unió a Estanislao López de Santa Fe para derrotar a Lavalle en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829, y en julio Lavalle y Rosas firmaron una tregua.
El 6 de diciembre de 1829, Rosas fue nombrado gobernador de
Buenos Aires con poderes extraordinarios; desde entonces hasta febrero
de 1852 -con la excepción del corto período desde 1832 hasta 1835-
dominó no sólo Buenos Aires, sino también las provincias.
Rosas designó un gabinete capaz, incluyendo a Tomás Guido como
ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como
ministro de Hacienda y Juan Ramón Balcarce como ministro de Guerra y Marina; una de sus primeras acciones fue celebrar un solemne funeral por Manuel Dorrego,
ejecutado por Lavalle el año anterior; luego confiscó las propiedades
de aquellos que habían intervenido en la revolución del 1º de diciembre
de 1828, que había derrocado al gobierno de Dorrego;
utilizó estos fondos para recompensar a los veteranos de su ejército
restaurador y a los agricultores y peones que hablan sufrido grandes
pérdidas en la lucha.
Rosas, que creía firmemente que una reorganización nacional
constitucional era prematura en ese momento, retiró el apoyo de Buenos
Aires; el 5 de diciembre de 1832, fue reelecto gobernador pero no aceptó
el cargo, a pesar de las súplicas del pueblo.
Juan Ramón Balcarce
asumió la gobernación de Buenos Aires pero comenzaron a surgir
desavenencias entre sus partidarios y los de Rosas; destituido por Rosas
en la "Revolución de los Restauradores", lo siguió Juan José
Viamonte (1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la
provincia para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del
territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires.
Una sequía de tres años había sido desastrosa para la pastura del
ganado y era esencial conseguir nuevas tierras; con casi dos mil
hombres, Rosas empujó a los indios más hacia el sur, abriendo nuevas
tierras, destruyendo tribus de importantes caciques que habían atacado
los pueblos de Buenos Aires, matando o capturando a miles de indios,
rescatando unos dos mil cautivos de ellos y explorando los cursos de los
ríos Neuquén, Limay y Negro hasta el pie de los Andes.
Finalmente, firmó la paz con los indios, prometiéndoles la comida
necesaria a cambio de su rendición y otras concesiones; esta paz duró
veinte años; a su regreso a Buenos Aires, se lo aclamó con entusiasmo
como héroe conquistador; la legislatura le confirió el título de "Restaurador de las leyes".
El 30 de junio de 1834 la Legislatura eligió gobernador a Rosas.
Rechazó el cargo una y otra vez hasta que, tras el brevísimo gobierno de
Maza, los diputados le confirieron (13 de abril de 1835) la suma del
poder público.
En 1838 Francia bloqueó el Río de la Plata, tomando la isla de
Martín García en octubre. Cualesquiera hayan sido los motivos del
agresor no cabe duda de que Rosas se condujo patrióticamente, salvando
el honor nacional. Pero debía desplegar sus energías luchando ahora
contra los enemigos de afuera y los adversarios de adentro. En 1839 el complot de Maza acarreó a éste una trágica muerte y el mismo año se produjo la Revolución del Sur, abortada el 7 de noviembre. Lavalle, desde Montevideo, iniciaba sin éxito el avance sobre Buenos Aires.
En octubre de 1840 el tratado de Mackau trajo la ansiada paz con
Francia, que resultó efímera. En 1843 Rosas sitió Montevideo y en el
mismo año se le levantó en armas Corrientes. A continuación (la alianza
de Inglaterra y Francia contra Buenos Aires) le deparó un nuevo y amargo
trago. El 20 de noviembre de 1845 se produjo el Combate de la Vuelta de Obligado, donde el general Lucio Norberto Mansilla
intentó detener la entrada de la escuadra francobritánica en una acción
de características bizarras y brillantes. Cuatro años después, un 24 de
noviembre, el tratado de paz con Inglaterra nos devolvió la isla Martín
García y el 31 de agosto de 1850 se firmó el cese de las hostilidades
con Francia.
En 1851, Justo José de Urquiza
de Entre Ríos, uno de los generales más importantes de Rosas, anunció
su intención de derrocar a Rosas. Con la ayuda de los unitarios, las
fuerzas de Rivera, el Brasil (contra el que Rosas había luchado por el
Uruguay) y la mayoría de los caudillos provinciales, las fuerzas de
Rosas fueron vencidas en la Batalla de Caseros: el 3 de febrero de 1852.
Rosas, con su familia, fue llevado a Inglaterra en un barco
inglés. Se estableció en un pequeño pueblo de Inglaterra (Swarkling)
cerca de Southamptom, donde vivió durante veinticinco años. Falleció el
14 de marzo de 1877 y fue enterrado allí.
En 1990 se repatriaron sus restos a la Argentina y se colocaron en el cementerio de La Recoleta.
Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto
Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha,
su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez
ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes
expresiones de la argentinidad. Vive en los viejos papeles, que cobran
vida y pasión en las manos de los modernos historiadores y que
convierten en defensores de Rosas a cuantos en ellos sumergen
honradamente en busca de la verdad, extraños a esa miseria de la
historia dirigida, desdeñosos de los ficticios honores oficiales.
Y vive, sobre todo, en el rosismo, que no es el culto de la
violencia, como afirman sus enemigos o como, acaso, lo desean algunos
rosistas equivocados. Cuando alguien hoy vitorea a Rosas, no piensa en
el que ordenó los fusilamientos de San Nicolás, sino en el hombre que
durante tantos años defendió, con talento, energía, tenacidad y
patriotismo, la soberanía y la independencia de la Patria contra las dos
más grandes potencias del mundo. El rosismo, ferviente movimiento
espiritual, es la aspiración a la verdad en nuestra Historia y en
nuestra vida política, la protesta contra de la entrega de la Patria al
extranjero, el odio a lo convencional, a la mentira que todo lo
envenena. El nombre de don Juan Manuel de Rosas ha llegado a ser hoy, lo
que fue en 1840: la encarnación y el símbolo de la conciencia nacional,
de la Argentina independiente y autárquica, de la Argentina que está
dispuesta a desangrarse antes que ser estado vasallo de ninguna gran
potencia. Frente a los imperialismos que nos amenazan, sea en lo
político o en lo económico, el nombre Rosas debe unir a los argentinos.
Estudiemos su obra y juzguémosla sin prejuicios. Y amémosla, no en lo
que tuvo de injusta, excesiva y violenta, sino en lo que tuvo de
típicamente argentina y de patriótica.
Fuentes
- Galvez, Manuel - Vida de don Juan Manuel de Rosas. T III. p.924. Ed. Arg.1974).
- Ibarguren, Carlos - Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo.
- Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta de Obligado.
- Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina.
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Enlaces externos
- Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas
- Testamento de Juan Manuel de Rosas
- El Restaurador de las Leyes