viernes, 8 de noviembre de 2019
( Un artículo profético,
del “Libro Negro” de G. Papini ).
El congreso de los panclastas
Setebos, 5 de marzo.
El Congreso de los Panclastas –o sea, como explicaba el
manifiesto, de los destructores universales estaba fijado para las cinco; pero
a mi se me hizo tarde en el campamento de los zíngaros y llegué con una hora de
retraso.
Un circo ecuestre que se encontraba allí de paso alojaba
al Congreso. Al entrar, bajo las lonas impermeabilizadas, se notaba una confusa
hediondez de establo y de matadero. Los
pocos asientos dispuestos en círculo estaban enteramente ocupados por gentes de
todos los colores y edades: gentes siniestras y de mirar inquieto; caras de
frenéticos contumaces, de epilépticos viciosos, de mujeres torvas y endemoniadas
que no podían haber sido nunca niñas. De cuando en cuando se veía una máscara
de negro encanecido, de indio color de terracota, de chino viejo sin cejas ni
labios.
En el centro de la polvorienta pista se veía un enorme
cajón de embalar que hacía de escenario y de tribuna. Cuando yo entré estaba
encaramado en él un viejo corpulento que gritaba y gesticulaba, vestido
solamente con un camisón de noche que le llegaba hasta los pies.
Esta innoble bufonada –gritaba- tiene que acabar para
siempre. No queremos ser estafados y burlados. Nos han prometido la libertad,
toda la libertad, y en cambio, somos más esclavos que al principio. Libertad de
palabra, libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de conciencia todas
son libertades parciales y preliminares, libertades homeopáticas, para uso de
las minorías burguesas e intelectuales. A nosotros no nos bastan; para nosotros
apenas son otra cosa que entremeses en el gran banquete de los hambrientos de
la libertad absoluta y total. Bien sabéis que junto a esas briznas de libertad
destacan más aún las duras prohibiciones de la moral, las viejas esclavitudes
de la ley.
Según nuestra doctrina, es una ofensa a la libertad del
hombre cualquier limitación, por mínima que sea a los instintos más naturales,
y a los deseos más comunes de nuestra especie. Y vosotros sabéis cuales son los
deseos fundamentales del hombre: el de apropiarse de aquello que necesita,
aunque pertenezca a otro, el de quitar la vida a los que amenazan nuestros
intereses y nuestras satisfacciones; el de poseer a todas las mujeres que nos
gusten, vírgenes o casadas. Estos son los instintos secretos y profundos de
todos los hombres, de cualquier raza o condición, incluso de los que crean y
aplican las leyes, sin exceptuar a los jueces, a los carceleros, y a los
verdugos.
Y todavía seguimos sometidos a códigos que prohíben y castigan
el robo, la rapiña, el homicidio, el adulterio y el estupro, o sea precisamente
aquellos actos que constituyen el verdadero fondo de nuestra naturaleza,
aquellos actos que los hombres realizarían con mayor gusto. ¿No es la ley, por
tanto, la más desvergonzada violación de la libertad humana? Los animosos que
se rebelan contra estas arbitrarias imposiciones son marcados a fuego con el
nombre de malhechores, y atrozmente castigados con la prisión o la muerte. ¿Qué
champurrean, entonces, hablando de públicas libertades?
¡Nosotros queremos
todas las libertades, y en primer lugar la libertad individual y privada! Una
libertad circunscrita por restricciones y prohibiciones no es verdadera
libertad sino esclavitud disfrazada por los charlatanes traidores. ¡No seremos
libres hasta que sean suprimidos los últimos legisladores, los últimos jueces,
los últimos tiranos!
Una explosión de aplausos y de gritos interrumpió en este
punto al orador en camisón de dormir:
- ¡Mueran los diputados!
- ¡Mueran los ministros!
- ¡Mueran los policías!
- ¡Mueran los maestros!
- ¡Mueran los oficiales!
- ¡Mueran los opresores!
- ¡Vivan los anarquistas!
Apenas se hizo un poco de silencio, se oyó tronar la voz indignada del viejo gordo:
He oído un viva a los anarquistas y no puedo ocultar mi
estupor por tanta ingenuidad. Los anarquistas, comparados con nosotros, los panclastas,
no son más que vulgarísimos reaccionarios. Estos medrosos cultivadores del
compromiso sueñan con una idílica sociedad fundada en la fraternidad y en el
amor. También para ellos, como para los tiranos de todos los tiempos, el robo y
el asesinato son delitos. Ellos imaginan, ciegos e imbéciles que la supresión
de la propiedad privada y la creación de grupos autónomos de obreros pueden
transformar los caracteres esenciales y constantes de la naturaleza humana. El
hombre, incluso después de la muerte de todos los reyes y de todos los
presidentes, continuará siendo lo que hemos dicho: un animal rapaz y
libidinoso. Y siempre será verdad la máxima del filósofo inglés: Homo homini lupus; y la definición del
filósofo francés: L’homme nést qí un
gorille lubrique et feroce. Los anarquistas quieren abolir a los patrones,
pero conservan la ley, que es el peor de los titanos. Sólo nosotros, lo
destructores universales y consecuentes podemos ser libertadores de la
Humanidad. Sólo nosotros proclamaremos los verdaderos derechos del hombre; pero
no las vanas palabras de los burgueses franceses del año 1789, sino los
concretos y efectivos derechos del hombre, del hombre integral y sincero; el
derecho de robar, de matar y de violentar.
Una ovación todavía mayor acogió estas últimas palabras.
Pero enseguida saltó sobre el cajón de embalaje que servía de tribuna una
mujer, casi como un tigre en el momento de atacar, desgreñada, vestida de
negros harapos, que comenzó a vociferar furiosamente, a pesar del tumulto que
ahogaba sus palabras. Era pálida y delgadísima con los ojos de bruja clavados
en el fondo de sus orbitas de calavera. Apenas se aquietó el huracán de los
aplausos, la mujer consiguió que se oyera su voz.
-
Me parece que el
compañero Cerdial no ha insistido suficientemente acerca de la libertad de
nosotras, las mujeres. Ha dicho cosas verdaderas, pero él es un hombre y su
mentalidad demasiado masculina. Ha defendido el derecho de los hombres a poseer
todas las mujeres que le agraden, pero
no ha dicho ni una palabra sobre el derecho de las mujeres para hacerse poseer
por todos los hombres que ellas deseen. A despecho de las religiones, de las
morales y de las leyes, es necesario reconocer que los machos ejercitan ya ese justo
derecho, aunque sea recurriendo a expedientes y comedias de todas clases. Pero
para nosotras, las mujeres, esta libertad es mucho más difícil y peligrosa. Las
prostitutas tienen, por ejemplo, que aceptar a todo cliente que las pague,
aunque sea repulsivo, y en cambio están obligadas a pagar al hombre que les
gusta. Las muchachas no pueden elegir más que un marido; las esposas no
consiguen tener, habitualmente, más de tres o cuatro amantes, y esto a precio
de muchos subterfugios y a menudo a riesgo de perder la vida. ¿Y las viejas, las
feas no deben tener acaso el derecho a las satisfacciones eróticas exigidas por la naturaleza?
Esta condición de inferioridad debe terminar, y si triunfamos, terminará. Junto
a los derechos del Hombre, claramente proclamados por el camarada Cerdial, nosotros
invocamos una Declaración de los Derechos de la Mujer. Y estos derechos son
también tres: derecho al libre abrazo; derecho a la infelicidad cotidiana; y
derecho al aborto.
Las numerosas bizcas y truculentas que había en la
asamblea se pusieron en pie como una sola y se apretujaron alrededor del
estrado, gritando, riendo e intentando estrechar la mano de la valerosa
interprete de su pensamiento.
Aproveché aquel tumulto de mujerzuelas desenfrenadas para
escurrirme, sin que me vieran, por la puerta de lona del circo. Sabía ya
demasiado bien lo que pretendían los Panclastas y no me sentía muy seguro
en medio de aquello locos sueltos. *
Comentario nacionalista: Los
liberales limitan su libertad exclusivamente por la ley positiva. Pero aun ésta
la soslayan tomando la precaución de evitar las sanciones correspondientes por
transgredirla. Aunque este recaudo no tiene mayor importancia, pues son ellos
los que decretan las leyes, y dominan la `Justicia’ de acuerdo a su
conveniencia. Así es la ´moral´ liberal, y por ella se rigen. Moral que
aceptada en sus últimas consecuencias resulta ser la ideología de los
panclastas, los destructores universales. En definitiva: el liberalismo conduce
al más allá del libertinaje anarquista.
En el ‘Libro Negro´’ G. Papini
escribió lo que en su época parecía una fantasía, pero que hoy es una tremenda realidad:
la revolución organizada por seres semejantes a los Panclastas; imperialistas
que gobiernan despóticamente para dominar el mundo, careciendo absolutamente de
límites morales. Usando un odio satánico contra todo lo que existe; contra la
Creación; contra la ley divina primeramente, pero barriendo también la ley
natural. Destruir, aniquilar, trastocar. Con un poco de imaginación comprobamos
que la descripción imaginada por Gog, el personaje de este cuento, cuadran
perfectamente con los sucesos políticos contemporáneos.
Ahora bien ¿Todos los liberales
podrían llegar a ser panclastas? De ninguna manera; sólo los poderosos pueden
serlo; ellos son los que dominarían el
mundo bajo una oligarquía del dinero, de la raza, o bajo el mando del esperado mesías guerrero y despótico. ¿Qué límites
tiene el liberalismo para los poderosos? Prácticamente ninguno. Con este
criterio, los poderosos y adinerados, los judeo/calvinistas predestinados que
gobiernan en el nombre de ‘Jehová’, hacen y deshacen a su antojo; bullendo en
sus mentes perversas los principios de los panclastas: ¡la destrucción
universal de la moral y de las conciencias!
Lograrán así que sólo sobrevivan
en la esclavitud países y personas bajo su férrea tiranía. Mientras los pueblos
y los gobiernos sometidos deben respetar las leyes, pues para ellos se hacen. El panclasta, es el único hombre libre; el
resto son esclavos, que gozan de la ilimitada libertad de drogarse; con drogas
y con las mentiras de la TV; y con la ridícula libertad de votar; trocándose en
una manada de sojuzgados que viven y trabajan para los panclastas. En Canadá y
Holanda, por ejemplo, la vergonzosa perversión moral está transformando a la
gente en reales esclavos de los panclastas. +