¿Cristianismo de masas o de minorías?
En estos tiempos "primaverales" no es raro escuchar el argumento que justifica cualquier actividad de los neo-movimientos
por su contribución a crear minorías bien formadas y comprometidas, por
contraste con la pastoral "sacramentalista" de las parroquias, que
cultivaría un cristianismo poco auténtico. Ofrecemos unas reflexiones de
Jean Danielou
que pueden ayudar a poner algunas cosas en su justo lugar. Una
sacramentalización indiscriminada sin un trabajo asiduo de
evangelización puede dar pocos frutos. Pero si hay que rechazar un
cristianismo sólo "registral", o sociológico, por insuficiente, hay que
rechazar también la tesis de un cristianismo de élite. La salvación
traída por Cristo es para todos los hombres. Esta es, en el fondo, la
razón última del bautismo administrado también a los niños.
…creo que ha podido utilizarse
de manera abusiva la concepción de la posibilidad de salvación fuera de la
Iglesia, cosa que pudiera dar la impresión de que lo esencial es
que la Iglesia existe a título de signo y de testimonio, pero que no es
esencial que el mayor número de hombres posible formen parte de la Iglesia.
La cosa es muy importante, porque afecta plenamente a la actitud misionera
y tiene consecuencias pastorales muy grandes. Creo también, y es otra
cosa que usted ha dicho y con respecto a la cual estoy muy contento de
comprobar que estamos de acuerdo, que hay en la actitud cristiana dos
datos que son siempre coexistentes.
Por una parte, una apertura muy grande, puesto que el
cristianismo se dirige a hombres de todo nivel intelectual, social, —yo
diría, incluso, moral—, y no implica una determinada condición humana. Lo que indudablemente distinguió al cristianismo primitivo de
algunas sociedades existentes en el mundo pagano de aquel tiempo es que
todos podían ser admitidos en él, porque la única condición requerida es
la fe en Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, ese cristianismo, que es accesible
a todos, no hay que olvidar que, por otra parte, implica una exigencia,
proporcional a lo que los hombres pueden dar, de compromiso personal.
Tenía usted razón al decir que
estoy de acuerdo con usted en punto a afirmar que el hecho de
considerar que el cristianismo debe ser el de un gran pueblo no significa
en modo alguno que por eso no haya que subrayar la importancia de la
formación de cristianos, que sean cristianos realmente comprometidos.
Pienso que es importante destacar
simultáneamente ambos aspectos. No se trata de no aceptar en la
Iglesia sino a los selectos. La Iglesia debe englobar a la inmensa masa de
los hombres. Y, sin embargo, tenemos siempre la obligación de hacer
que esa inmensa masa de los hombres llegue a un cristianismo cada vez más personal.
Es de suma importancia hacer ver que estamos de acuerdo con respecto a
este problema previo, porque un desacuerdo con respecto a este punto
tendría, no se olvide, consecuencias muy graves.
Soy de su parecer en punto a afirmar que el problema consiste en
saber lo que implica la existencia de este pueblo cristiano. En efecto, en ese
plano se nos van a plantear cierto número de cuestiones y vamos a entablar
el diálogo propiamente dicho.
* * *
…entiéndase bien, en la medida en
que usted dice que debemos desear un cristianismo más personal para el mayor
número posible de hombres, estoy plenamente de acuerdo. Pero creo que el
problema que aquí se plantea es sobre las condiciones en que puede realizarse este
cristianismo personal. He aquí lo que quiero decir: a mi juicio, el problema
esencial consiste aquí en el peligro de pasar por alto el hecho de que la
libertad no es absolutamente una cosa abstracta e independiente de las
condiciones en las que se ejercita. En otros términos: creo que para la inmensa
mayoría de los hombres, el ejercicio de la libertad está no diría yo
determinado, pero sí condicionado por el medio ambiente dentro del que dicha
libertad se encuentra. Pienso que esto implica, como consecuencia, el que no
sea posible a la mayoría de los hombres responder a ciertas exigencias que hay
en ellos sino en la medida en que se lo hace posible el ambiente dentro del
cual viven.
Con frecuencia he citado ejemplos
que me impresionan mucho. Es muy chocante que unos hombres que normalmente son
religiosos cuando viven en su ambiente original (pienso ahora en los bretones,
vascos o españoles), cuando se encuentran en un ambiente que no les ayuda, abandonan
con frecuencia en seguida toda práctica religiosa. ¿Quiere esto decir que su fe
no era una fe auténtica? ¿Habría que hablar en ese caso de un cristianismo sociológico,
que consistía simplemente en el hecho de que, al pertenecer a un determinado ambiente,
eran el reflejo exacto de ese ambiente? ¡Lo niego rotundamente! No cabe duda de
que puede haber algunos casos en que estemos en presencia de un cristianismo puramente
sociológico, es decir, que se reduce a un conformismo social. Pero creo que eso
es, en última instancia, muy raro.
La situación ordinaria se reduce a que la mayor parte de
las personas necesitan, para ser fieles a lo que son profundamente, estar
suficientemente sostenidas por el ambiente que las rodea y que, cuando se
encuentran dentro de un ambiente que va en sentido contrario, sólo algunas personalidades
de temple excepcional pueden resistir. Es aquí
precisamente donde se plantea todo el problema de la personalización. Ciertamente,
es preciso tender a crear cristianos que sean capaces de permanecer cristianos en
cualquier situación. Pero toda mi experiencia me demuestra que no se puede en
modo alguno esperar esto de la totalidad de los hombres. Es absolutamente
evidente que muchachos y muchachas educados en unas condiciones que les hacían
posible el cristianismo, una vez metidos dentro de una determinada fábrica o
universidad, no pueden en modo alguno, salvo muy pocas excepciones, mantener
entonces una actitud religiosa que está en contradicción con todo el ambiente
dentro del que viven.
Hay algo que me extraña en gran
manera y es que mientras que nuestro tiempo es muy sensible a la cuestión de
los condicionamientos sociológicos de la existencia, tengo la impresión
precisamente de que, cuando se aborda el problema religioso, se pasa por alto
la importancia de esta dimensión para no quedarse entonces sino con la dimensión
personal. Estoy perfectamente de acuerdo en que, desde el punto de vista del ideal,
es necesario que la fe llegue a ser cada vez más personal, pero creo que esto
es un ideal al que hay que aspirar y que, si queremos ponernos en la
realidad, tenemos que afirmar sin duda que es absolutamente esencial, si
queremos un pueblo cristiano, crear condiciones que hagan posible ese pueblo
cristiano. Por otra parte, es absolutamente imposible disociar el aspecto
personal y el aspecto social de la vida religiosa: la Iglesia no está
constituida por individuos, está esencialmente constituida por familias. La
parroquia es esencialmente un conjunto de familias. El problema de la
transmisión de la fe a través de la familia es fundamental. Esto demuestra a
las claras que el cristianismo no está constituido, como lo están, por ejemplo,
algunas sociedades, por individuos que deciden entrar en él, sino que se
transmite a través de todo un arraigo dentro de la familia y, como decía Péguy,
dentro de la raza. Por eso, a mi juicio, es tan importante que la fe forme en
cierto modo parte de la civilización, que en cierto modo esté puesta al alcance
de todos. Los individuos reaccionarán personalmente ante ella de una manera más
o menos intensa. Es normal que, por ej., en el seno de una familia de seis
hijos se bautice a todos, que uno de ellos sea acaso sacerdote, otro militante
laico, los otros cuatro vayan más o menos a misa, pero transmitirán su fe a sus
hijos. En la generación siguiente volverá a darse el mismo fenómeno. Hay aquí,
si usted quiere, un elemento de contextura sociológica de la fe, pero que es
esencial y que, a mi modo de ver, queda
profundamente desconocido dentro de una concepción que cargue demasiado
exclusivamente el acento en el aspecto personal.
Añado, por lo demás, que en la
discusión que ha hecho usted de mi libro, no pasaba del todo por alto esta
importancia de una comunidad. Así, pues, el problema que se plantea entre nosotros,
y que acaso pudiéramos profundizar aquí, consiste en saber cómo comprendemos
esta constitución de un ambiente que hace posible la fe. En este plano van a
planteársenos numerosos problemas nuevos. Recogiendo las grandes líneas de lo
que acabo de decir, estará usted de acuerdo en que se trata de una visión
complementaria de la suya, con la diferencia de que usted carga más el acento en
el aspecto personal y yo en el aspecto colectivo, pero cada uno de nosotros
tiene en cuenta la verdad del otro. Si queremos hacer que avance la cuestión,
lo lograremos precisamente discutiendo sobre lo que nos parece el mínimo absolutamente
necesario, desde el punto de vista del contexto colectivo, para que la fe sea
posible a la multitud de los pobres y no solamente a cierto número de
individuos selectos que tengan una fe tan fuerte que no solamente —y en esto
estoy perfectamente de acuerdo— no sea extinguida por un ambiente hostil, sino
que incluso sea avivada por él. Porque realmente aquí está el problema. Es
evidente, —ya lo hemos comprobado con frecuencia— que para algunos muchachos,
por ej., el hecho de estar dentro de un ambiente incrédulo es, por el
contrario, algo que los hace más cristianos... Pero esto, que es cierto con
respecto a una muy pequeña minoría, es falso para el conjunto.
Lo que me preocupa es
precisamente el conjunto, es decir, el buen muchacho y la buena muchacha que no
son en modo alguno santos o militantes, pero que, para mí, es muy importante que
puedan pertenecer a la Iglesia y transmitir la fe. Ahora bien, en nuestros días
—y es algo que me parece una tragedia— esa posibilidad corre el riesgo de
desaparecer bruscamente en pocos años. Si seguimos en la línea en que nos
encontramos, estoy convencido de que dentro de veinte años tendremos un número
más o menos igual de militantes, pero habrá algo que indudablemente habrá
desaparecido: la fe de las masas, es decir, lo que yo llamo el pueblo
cristiano. El problema que hoy se plantea de manera dramática consiste en saber
si aceptamos la desaparición del pueblo cristiano. Para mí, éste es el
verdadero problema. Siempre habrá minorías religiosas, esto no está en absoluto
amenazado. Pero lo que está amenazado en el mundo de hoy es la existencia de
los pueblos cristianos, ese pueblo cristiano que resiste todavía
admirablemente, pero que —estoy pensando en los Estados Unidos y en el Canadá— está
a punto de desmoronarse en unos cuantos años. Es importante que este
cristianismo popular evolucione y se haga más personal, pero sería grave que
desapareciera. Por eso decía yo en mi libro que me siento solidario de los
irlandeses, de los brasileños, de los bretones, de los españoles, es decir, de
todos los pueblos cristianos que aún quedan; no para contentarme con lo que son
esos pueblos, sino para afirmar que es un capital al que hay que prestar
atención y que no hay que dilapidar. A mi juicio, éste es el problema que se
plantea desde el punto de vista de la apreciación que cabe hacer sobre la
situación pastoral de nuestros días. Me parece que, si queremos precisamente avanzar
un poco, sería interesante plantear la cuestión no simplemente (porque no es ése
mi pensamiento completo) de mantener ciertas formas de cristiandad ya pasadas,
sino de lo que puede ser en el futuro la existencia de un ambiente que haga
posible la existencia de un pueblo cristiano.
De esa manera plantearía yo la cuestión.
Tomado de:
Danielou, J. – Jossua, J.P. Cristianismo
de masas o de minorías. Ed. Aldecoa, 1968, ps. 14-27