Blogs Internacional
Pamplinas
Pamplinas es un intento –insistentemente fracasado–
de mirar el mundo desde la Argentina, o la Argentina desde algún otro
mundo. Con esa premisa, el autor pensó llamarlo Cháchara, pero le
pareció demasiado pretencioso. Desde las pampas argentinas, pues: Pamplinas.
Reglas del juego.
Reglas del juego.
Pensión, pensión, cuánto valés
¿Ustedes
se acuerdan, muchachos, de por qué peleábamos? Digo: ¿por qué cosas,
qué causas, qué ideas, qué fines? Supongo que deberían acordarse: casi
cuarenta años después siguen definiéndose –en muchas cosas– en función
de aquello.
Para empezar: ¿se acuerdan de que pensábamos un par de cosas y
estábamos dispuestos a jugarnos la vida –no a venderla, no a alquilarla–
por ellas? Entonces quizá se acuerden de que pensábamos, entre otras,
que el sistema capitalista debía desaparecer y que, para eso, este
Estado debía desaparecer y ser reemplazado por otro que pensábamos más
justo, con otro sistema de gobierno, con la vocación de repartir la
riqueza equitativamente y el poder equitativamente –en lugar de
garantizar el poder de un sector, de una clase. Para eso, claro, había
que combatirlo y, si era posible, destruirlo. ¿Se acuerdan, muchachos?
Quizá dejaron de pensarlo, pero igual es raro que le pidan a ese Estado
que les pague por haberlo combatido.
La noticia circuló bastante poco: leo que están a punto de conseguir
una pensión vitalicia –dicen que unos 4000 pesos al mes– por haber
estado presos durante la última dictadura militar. Ya cobraron
indemnizaciones importantes; ahora otra vez quieren pedirle plata al
Estado por lo que les hizo hace décadas –y asegurarse una pequeña renta.
No entremos en la discusión más obvia sobre el dinero público; no
insistamos en que, en un país con más de 20 por ciento de pobres,
ustedes, que en general no lo son, van a llevarse unas diez Asignaciones
Universales cada mes por un riesgo que decidieron tomar hace cuarenta
años. Como si en todo ese lapso, además, no hubieran tenido tiempo y
oportunidades y capital para rehacer sus vidas y ganarse sus vidas.
Pero, sobre todo: como si eso tuviera alguna lógica. Porque estar
presos –¿se acuerdan?– era el resultado de ese combate contra el Estado
capitalista, injusto, represor y era, también, para muchos, una forma de
seguir ese combate.
Queríamos cargárnoslo –algunos lo queremos todavía– y el Estado ganó,
nos ganó. Existe pese a nosotros, existe porque nos derrotó, muchachos;
entonces, de verdad: ¿les parece lógico pedirle plata al enemigo que
elegiste y combatiste y te ganó, por haberte ganado?
(Y no creo que el hecho de que la mayoría de esos detenciones fueran
“ilegales” sea un dato relevante. Nosotros también éramos ilegales.
Nosotros no creíamos en la “legalidad burguesa”. Combatíamos la
legalidad burguesa. Si hubiéramos creído en la legalidad burguesa no
habríamos considerado legítimo robar bancos, por ejemplo –“expropiar”– o
secuestrar empresarios –“devolver al pueblo”– o incluso matar
–“ajusticiar”–; todo eso se opone a esa legalidad burguesa que queríamos
destruir y que ahora ustedes usan e invocan para pagarse una pensión
–por haber intentado destruirla: ¿no les suena raro?)
Pero, más allá de la lógica que no consigo entender, hablemos de
política. Estos años de kirchnerismo han sido la ocasión perfecta para
que millones de argentinos cambiaran su valoración de los años setentas y
sus militantes. Cuando aparecían sobre todo como víctimas de los peores
asesinos era fácil tenerles compasión, difícil criticarlos. Pero en la
última década este gobierno pretendió que era la continuidad de aquella
militancia y muchos le creyeron; incluidos, por supuesto, muchos de sus
enemigos –que aprovecharon para saldar cuentas retroactivas. Para eso,
le (re)adjudicaron a los militantes setentistas ciertos rasgos K: la
prepotencia, el sectarismo, la censura, la inepsia, la corrupción, el
curro. Les vino bárbaro: volvieron a convertir a aquellos militantes en
individuos que, de algún modo, se merecían lo que les pasó. La pelea,
entonces, por la historia consistiría en desmarcarse, en decir no, este
gobierno corrupto autoritario no tiene nada que ver con nosotros, no nos
continúa ni nos representa. Pero si usan el poder político del gobierno
para conseguirse unos manguitos, muchachos, están haciendo justo lo
contrario. Regalándole –vendiéndole– argumentos a La Nación, a Reato, a
la señora Pando, a los que llevan años tratando de cargarse aquella
historia. Ustedes sabrán por qué lo hacen. ¿Por cuatro lucas al mes, ése
es su precio? ¿Por una revanchita menor, nos ganaron pero mirá cómo lo
usamos en nuestro beneficio? ¿Por despiste? Ojalá haya alguna otra
razón, alguna que no entiendo.
Por suerte nadie los obliga. Quiero decir: aún si el Congreso termina
de entregarla, no están obligados a cobrar esa plata. Así que, por una
vez, hay espacio para la decisión individual: cada quien puede pensar y
proclamar qué hará; nadie puede decir no, fueron ellos, yo no quería, ay
qué país de mierda. No esta vez.
Ustedes dirán.