CON LAS BESTIAS, AL CIELO
Entonces Francisco se decidió a dilatar los lindes de su delirante
apocatástasis incluyendo a los animales. Pues si no era suficiente con
aquella reciente y entusiasta lección relativa a la gloria irrestricta («todos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos, allí, todos. Es bello»),
ahora -y abusando por enésima vez de la petrina potestad de atar y
desatar- resulta que metió a las mascotas en el empíreo, a empujones. Según lo reportan los azorados cronistas,
«un día veremos a nuestros animales de nuevo en la eternidad de Cristo.
El Paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios».
Dios mío,
haz que me acerque a Ti
con los burritos [...]
haz que,
en ese recreo de las almas,
inclinado sobre tus aguas divinas,
yo me parezca a los burritos
que contemplarán su pobreza humilde
y suave en la limpidez
del amor eterno.
Pero esto no deja de ser atribuible a la fantasía y a la emotividad del poeta, que quisiera rescatar para el Cielo todo cuanto cae bajo su simpatía cordial. La invención teológica de Bergoglio supone otra cosa, y el cielo que éste parece indicar -a juzgar por la ancha y espaciosa senda que señala como conducente a él- no debería ser otro que aquel cuyo ingreso custodia el can Cerbero.