MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO
MEDITACIÓN I
Ei incarnatus est de Spiritu Sancto, et homo factus est.
Y encarnóse por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre.
***
Considera como habiendo criado Dios al
Primer hombre para que le sirviese y amase en esta vida, y después
conducirle a la vida eterna, a reinar en el paraíso; a este fin le
enriqueció de luces y de gracias. Pero el hombre ingrato se rebeló
contra Dios, negándole la obediencia que le debía de justicia y por
gratitud, quedando de esta suerte el miserable, privado con toda su
descendencia de la divina gracia y excluido por siempre del paraíso.
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Mira después de esta ruina del pecado perdidos a todos los hombres.
Todos vivían ciegos entre las tinieblas, en las sombras de la muerte.
Mas Dios, viéndolos reducidos a este miserable estado, determina
salvarlos. ¿Y cómo? No manda ya a un Ángel o a un Serafín; sino que para
manifestar al mundo el amor inmenso que tenía a estos gusanos ingratos,
envió a su mismo Hijo a hacerse hombre, y a vestirse de la misma carne
de los pecadores, para que satisficiese con sus penas y con su muerte a
la justicia divina por los delitos de ellos, y así los librase de la
muerte eterna; y reconciliándolos con su divino Padre, les alcanzase la
divina gracia, y los hiciese dignos de entrar en el reino eterno.
Pondera aquí de una parte la ruina
inmensa que trae el pecado, privándonos de la amistad de Dios y del
paraíso, y condenándonos a una eternidad de penas. Pondera de la otra el
amor infinito que Dios mostró en esta grande obra de la Encarnación del
Verbo, haciendo que su Unigénito viniese a sacrificar su vida divina
por manos de verdugos sobre la cruz en un mar de dolores y vituperios,
para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna.
¡Ah! Que al contemplar este gran misterio
y este exceso de amor cada cual no debería hacer otra cosa que
exclamar: ¡Oh Bondad infinita! ¡Oh misericordia infinita! ¡Oh amor
infinito! ¿Un Dios hacerse hombre, para venir a morir por mi?…
Afectos y súplicas.
Pero, ¿cómo es, Jesús mío, que aquella
ruina del pecado, que Vos habéis reparado con vuestra muerte, yo tantas
veces he vuelto después a renovármela voluntariamente con tantas
injurias como os he hecho? ¡Vos a tanta costa me habéis salvado, y
tantas veces yo he querido perderme, perdiéndoos a Vos, bien infinito!
Pero me da confianza lo que Vos habéis dicho: que cuando el pecador que
os ha vuelto la espalda, se convierte después a Vos, no dejáis de
abrazarlo: volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, decís por el profeta Zacarías. Habéis dicho también: si alguno me abriere la puerta, yo entraré a él.
He aquí, Señor, que soy uno de estos
rebeldes, ingrato y traidor, que muchas veces os ha vuelto la espada y
os he desechado de mi alma; mas ahora me arrepiento con todo el corazón
de haberos de tal manera maltratado, y despreciado vuestra gracia. Me
arrepiento y os amo por sobre todas las cosas. Ved la puerta de mi
corazón ya abierta; entrad, Señor, pero entrad para no salir jamás. Yo
sé que Vos nunca saldréis, si yo no vuelvo a desecharos; pero ¡ah! Este
es un temor, y esta es también la gracia que os pido, y espero siempre
pediros: hacedme morir, antes que yo use con Vos esta nueva y mayor
ingratitud. Amable Redentor mío, por la ofenda que os he hecho no
merecería ya amaros; pero os pido por vuestros méritos el don del santo
amor. Para esto hacedme conocer cuán gran bien es el amor que me habéis
tenido, y cuánto habéis hecho para obligarme a amaros.
¡Ah! Mi Dios y Salvador, no me hagáis
vivir más tiempo ingrato a tanta bondad vuestra. Yo no quiero dejaros
jamás, Jesús mío. Basta cuanto os he ofendido. Razón es que estos años
que me restan de vida los emplee todos en amaros y daros gusto. Jesús
mio, Jesús mio, ayudadme; ayudad a un pecador que quiere amaros. ¡Oh
María, Madre mía! Vos todo lo podéis con Jesús, sois su madre. Decidle
que me perdone; decidle que me encadene con su santo amor. Vos sois mi
esperanza, en Vos confío.