Carta de fray Tomás de Aquino al Papa Francisco
por el Dr. Mario Caponnetto
Santísimo y
Reverendísimo Padre Francisco, por la Divina Providencia Papa, fray
Tomás de Aquino, de la Orden de Frailes Predicadores, con devota
reverencia besa vuestros pies.
He leído la
Carta que Vuestra Santidad dirigiera, con fecha 3 de marzo A D 2015, al
Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Poli, Gran Canciller de la
Pontificia Universidad Católica Santa María de los Buenos Aires, en
ocasión del primer centenario de la Facultad de Teología de esa
celebérrima Universidad.
No ha dejado de llamar mi atención las palabras
de Vuestra Santidad a los teólogos bonaerenses toda vez que allí
recomendáis, Beatísimo Padre, que aquellos realicen su labor “desde las
fronteras” y en las calles de las ciudades de América Latina. Son
vuestras mismas palabras: “La teología que desarrollan ha de estar
basada en la Revelación, en la Tradición, pero también debe acompañar
los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones
difíciles. En este tiempo, la teología también debe hacerse cargo de los
conflictos: no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia,
sino también de los que afectan a todo el mundo y que se viven por las
calles de Latinoamérica. No se conformen con una teología de despacho.
Que el lugar de sus reflexiones sean las fronteras”.
En mis
tiempos, Santidad, os aseguro, las calles y las plazas de París eran
escenario de vivos conflictos. No menos sucedía en el interior de los
claustros. Me tocó vivir, como no ignoráis, un tiempo de transiciones
difíciles. Si habéis tenido la benevolencia de leer algunos de mis
escritos recordaréis cómo tuve que enfrentarme a Guillermo de San Amour y
a quienes con él negaban a los religiosos mendicantes el derecho a
enseñar en la Universidad, cómo hube de vérmelas con los averroístas
latinos, cuánto hube de oponerme a tantos en defensa de la verdad, los
innúmeros conflictos en los que me vi envuelto por mi “aristotelismo”
(incluso alguna condena episcopal) y de los que salí airoso gracias a la
Divina Bondad y al apoyo de vuestros Predecesores. Por todo esto,
Santidad, nada me resulta menos ajeno y lejano que los conflictos.
Pero, si
Vuestra Santidad me lo permite, quisiera deciros al respecto dos cosas.
La primera, que aquellos conflictos de mi tiempo tenían que ver, por
encima de todo, con la verdad de la Fe. Por eso, tomando como guías a
San Agustín y a San Anselmo tuve en cuenta aquello que se lee en Isaías
7, 9: si no creéis, no entenderéis; y busqué el intellectus fidei
procurando entender lo que Dios ha revelado para nuestra salvación
eterna. Me apliqué, pues, a estudiar a los maestros de la sabiduría
humana y divina extrayendo de cada uno cuanto pudiera ser útil a esta
inteligencia de la fe, inteligencia que no es “teología de despacho”, ni
mirar al mundo “desde un castillo de cristal” sino buscar a Dios con
las alas de la razón y de la fe. No se trataba, por tanto, de conflictos
sociales (que los había ciertamente) ni de las peleas del Emperador con
mi familia (que las hubo y no me dejaron indiferente), ni de los
menesterosos de París (cuyo socorro estaba a cargo de gente piadosa
urgida por la caridad). De eso se ocupaban los buenos y santos reyes
que, por entonces, solían temer a Dios, y de los Papas que procuraban
que los Reyes impregnaran con el Evangelio la vida social. Los teólogos,
como tales, teníamos otra misión: el intellectus fidei, no por vanidad
ni por vanagloria (aunque algunos sucumbieron a ambas) sino por la
gloria de Dios y la salvación de los hombres. Ese era nuestro servicio,
el propio de nuestro estado de vida y de nuestro oficio.
Lo segundo
que deseo deciros, Santidad, es que en mi tiempo no hacíamos teología
desde las fronteras ni desde las calles sino desde el Sagrario. Era
allí, en la oración y en la contemplación donde se alimentaba nuestra
teología. El olor de las calles no era un clima propicio para
contemplar. Pero, ay de nosotros si, además de contemplar, no éramos
capaces de inclinarnos, movidos por la misericordia, ante las llagas de
los hombres. La misericordia es dolerse de la miseria ajena; y la mayor
miseria, la mayor indigencia, en mi tiempo y en el vuestro, Santidad, es
la ausencia de Dios. De ella derivan las demás indigencias. La tarea de
los teólogos es procurar que los hombres conozcan a Dios y lo busquen.
Lo otro, viene por añadidura.
Lo
conmovedor de vuestra carta es cuando afirmáis que teología y santidad
van juntas. Quiera Dios que la entiendan los destinatarios de vuestra
misiva porque en mi tiempo, en el vuestro y en todo tiempo lo más escaso
es la santidad.
Recibid Padre Santo con estas líneas el obsequio de mi filial afecto y servicio.
Fray Tomás de Aquino, O.P.