martes, 2 de junio de 2015

CINE ARGENTINO: Las películas sobre la dictadura, cada vez peores


CINE ARGENTINO: Las películas sobre la dictadura, cada vez peores


por Nahuel Coca


Anoche fuimos al cine Gaumont – Espacio Incaa Km. 0 – por una película que tiene al Chino Darín (hijo de Ricky), Miguel Ángel Solá, Mario Pasik, Andrea Frigerio y Alejandro Awada entre su elenco. Sacando a la ex conductora, son nombres reconocidos de la pantalla nacional. También estaba Javier Godino, el gallego que hace de asesino en El Secreto de sus Ojos, recién egresado de su segunda clase de actuación. La protagonista femenina, Carla Quevedo, me resultó desconocida. Dos entradas – u$s 16 – y entramos a verla. Dirigida por Diego Corsini, hijo de un ex montonero, nacido en Madrid en 1981, la película Pasaje de Vida cuenta la historia del hijo de un ex montonero criado en Madrid. Y la cuenta mal.

No sólo es un gran bodrio emotivo, desde el tiempo del relato y en la carne de Godino, que tiene dos caretas de tragedia nomás, sino desde el guión. No podría ser más lenta y meter tantos golpes bajos, todo el tiempo, en las casi dos interminables horas que dura la película.
La cantidad de clichés relacionados a nuestro país, los ´70, la dictadura y la lucha armada me tienen podrido. Y Pasaje de Vida los refrita todos: los de la película Roma, de Aristarain (quien con una idea muy parecida hizo una película bastante buena hace diez años), los de Crónica de una fuga, los de Cordero de Dios, etc.
Para Corsini, los montos eran pibes y pibas cancheros y descontracturados, que una noche en la que estaban guardados en casa de otros compañeros – porque los buscaban para boletearlos – y previa a un golpe contra un comisario torturador (Awada), deciden ir a bailar y emborracharse. Al día siguiente asisten alcoholizados al atentado contra el comisario, en el que dos de ellos mueren, fácilmente abatidos.
Las escenas previas, las del seguimiento del comisario haciendo inteligencia antes de atentar contra su vida, son más propias de Peter Capusotto que de un cineasta que se dice profesional. Con una camarita Olympus con lente de 35 mm., a bordo de un muy identificable Citroen 2CV ¡amarillo y con capota vinílica! logran tomarle primeros planos de la cara. El comisario camina sólo por la calle, apenas acompañado de un maletín, se sienta en cafés y lee Clarín. Su Falcon (sólo faltaba que fuera verde) bordó, sin chapas patente de la Policía, tampoco está custodiado, como no lo está su casa. El comisario se pasea por la ciudad sin custodia, y los montoneritos le sacaban fotos a dos metros de sus narices, sin contar con un teleobjetivo de, por lo menos, 300 milímetros, algo que al director de fotografía podría haberle llamado la atención. En fin: parecían las aventuras de Bombita Rodríguez. La facilidad con la que el comisario los boletea más tarde sólo deja una única conclusión: el director nos está diciendo que su padre y sus compañeros de militancia eran unos boludos a pedal.
El insulto a la inteligencia termina de llegar con la reconocida actriz española Charo López haciendo de montonera adulta, invitándole unos mates al joven Godino con tanta extrañeza como sólo pueden tener dos españoles chupando de un fierrito y tratando de ser una argentina exiliada y el hijo de otro argentino exiliado. Por supuesto, no consiguen convencer a nadie.
Miguel Ángel Solá, que hace el papel del padre del director (cuyo psicoanalista debe estar yéndose al exilio) como un sexuagenario senil, me deja la sospecha de que en realidad su papel era otro y al ver en qué se convertía la película Pasaje de Vida le agarró un ACV, tras lo que decidieron rodar de todas formas. Por supuesto, el compañero Solá hace muy bien su papel, pero después de grandes direcciones no queda más que preguntarle… Por qué, Miguel, por qué?
Sin dudas, los lectores que hayan formado parte de aquella época y aquellas orgas tendrán otras críticas más fundadas que hacerle, pero por lo pronto les dejo la mía. Me interesa mucho, si la vieron, su punto de vista. 

Pasaje2

Cine y dictadura: basta ya
Para concluir, quiero decir sin ánimo de ofender a quienes sufrieron en carne propia aquellos años de exterminio que sufrió Latinoamérica que la mirada de los cineastas argentinos y sus productores españoles – siempre hay guita ibérica en estos films – sobre la tragedia del terrorismo de Estado me tiene agotado.
Desde hace años un buen número de jóvenes cineastas no hacen más que hablar de la dictadura y contar historias de desaparecidos. Dan la sensación, por lo parecidas en sus puntos flacos, de que ya las contaron todas. Campanella, en El Secreto de sus Ojos, se remontó a la Triple A y como quien no quiere la cosa, partiendo de un femicidio común, mostró un conflicto que estaba invisible, aunque el final no sea creíble. Próximamente estará en cartelera El Clan, que cuenta la historia de Arquímedes Puccio y flia, con el rol protagónico de Guillermo Francella, en una película que quiero ver sin dudas.
Pero el periodo que va de 1976 hasta 1983 dejó un anaquel lleno de películas sobre la dictadura, con muchísimos clichés o lugares comunes compartidos. Garage Olimpo, Martín H, Kamchatka, Roma, El Campito, Gaby La Montonera, Cordero de Dios, Crónica de una Fuga, Fermín… y tantas más que se me olvidan. Menciono éstas porque son las que vi, pero sacando a tres o cuatro – Garage, Roma o Kamchatka – el resto son la clara señal de que a los guionistas y directores del cine argentino les falta imaginación: existieron los años 50, los 60, los 80 y los 90. Basta de filmes sobre la dictadura y los 70s, por favor, o al menos hasta que les nazcan nuevas ideas, otros enfoques y les crezca el más mínimo sentido común.
¡Y basta de dinero ibérico financiando películas malísimas! Por favor. No financien más cine argentino. Y devuelvan los servicios públicos y las cadenas de TV, que claramente violan los márgenes de la Ley de Medios. Gracias.