El dogma de Mayo: derribando el mito de la independencia americana (1-4)
La Independencia americana: derribando el dogma liberal
P. Dr. Javier Olivera Ravasi
“¡Vosotros resumís la gloria (…) por el triunfo del
Dogma de Mayo” (Esteban Echeverría, El dogma socialista).
Poco tiempo atrás, en el 2010, hemos
celebrado en la Argentina el Bicentenario: “Mayo de 1810, el primer
grito de libertad”, se leía en los carteles mientras que bautizábamos
las estaciones, los estadios y las avenidas con sus nuevos nombres; sin
embargo, si al peatón común y silvestre le preguntaban qué se festejaba,
pocos hubiesen respondido con certeza y hubiesen dicho: “¡Un momento,
veo en internet y te digo!”
Pero no hacía falta recurrir a internet.
La televisión, ese aparato que nunca miente…, especialmente en sus
canales estatales se encargó de educarnos en la Argentina con un
sinnúmero de cortometrajes dirigidos por “historiadores oficiales” como
Felipe Pigna y Pacho O’Donnell, para sacarnos de nuestra ignorancia. Y
comenzó a repetirse el mil veces contado “dogma” de Mayo,
como iluminadamente lo llamó el socialista Esteban Echeverría. Ahora
iremos por él; antes, sin embargo, digamos que en este período de la
historia hay condimentos falsos que son pueriles y hasta graciosos y
otros más malintencionados y groseros. Como la historia sólo estudia los
hechos trascendentes del pasado, a los primeros sólo los nombraremos rápidamente para dedicarnos más bien a los segundos.
Si hubiese que resumir en un párrafo qué fue el 25 de Mayo para la “historia oficial”, nos animaríamos a escribir: Mayo
fue la Independencia de un pueblo que, asqueado de la dominación
española y embebida en las ideas de la Revolución Francesa, a ejemplo de
Estados Unidos y con el apoyo inglés, se abalanzó hacia el Cabildo para
librarse del yugo tiránico impuesto por la cruz y la espada real. Para
ello, grandes patriotas como Mariano Moreno, debieron dejar su vida
frente a aquellos intolerantes que no se animaban a transitar el camino
de los pueblos libres.
En fin, mejor no me sale…
Pero vayamos por partes; ¿por qué inventar una historia? ¿para qué reescribir lo que fue la Revolución de Mayo?
1. La reescritura de Mayo y sus falsas causas
¿Quién no ha recortado en la primaria
las figuritas de French y Berutti repartiendo escarapelas ante el
pueblo agolpado de la Plaza de Mayo bajo la lluvia, mientras gritaba: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”?
En realidad, no ganaríamos mucho si dijésemos que hoy lo de los
paraguas y las escarapelas no lo sostiene ningún historiador serio: ni
los paraguas existían en aquella época (o mejor dicho, eran enormes
sombrillas con un peso de unos 5 kg, hasta que 1816 los franceses
inventaron el que conocemos), ni hay certezas de que esa tarde lloviera,
ni la gente que llegó a la plaza era tanta pues cabían todos bajo las
galerías del Cabildo. Por su parte, French y Berutti no repartieron
escarapelas (la escarapela fue inventada recién en noviembre de 1811)
sino unas cintas blancas con el retrato del Rey español Fernando VII que
habían sobrado del día en que se juró fidelidad al rey. Pero ¿de dónde
salió entonces todo esto? De la historia oficial y de una ignota pintura
del siglo XX atribuida al italiano Ceferino Carnachini (o al catalán
Francisco Fortuny) y repetida en todas las revistas infantiles.
Pero si fuese solo eso, vaya y pase pues
se trata de errores menores y casi sin importancia. La falsedad de Mayo
tiene un matiz más serio y una composición cuidadosamente pensada
especialmente luego de las batallas Caseros (1852) y Pavón (1861) en las
cuales el partido liberal se coronó definitivamente ganador; de allí en
adelante dos grandes escritores fueron los encargados de recrear con la
pluma la nueva historia de Argentina: Vicente Fidel López y Bartolomé
Mitre. ¿Por qué? Porque hacía falta mostrar que Argentina no había nacido católica y monárquica, sino laicista y democrática, de lo contrario, ellos se encontraban en el partido equivocado y luchando contra la Patria.
Uno de los libros que más influencia tuvo para este fin fue la novela de Fidel López titulada “La gran semana de 1810. Crónica de la Revolución de Mayo”,
publicada en 1896 y escrita según el autor a partir de unas copias de
unas “cartas fraguadas” encontradas “en el baúl de la parda Marcelina
Orma”[1]; en fin, siempre la historia la han escrito los poetas. No importaba que fuese novela, el hecho es que se narrara lo necesario.
Por otra parte Mitre, el biógrafo
“oficial” de San Martín y amante de Inglaterra, sin esconder su encono
contra España, ensalzaría las ideas liberales de ciertos protagonistas
de Mayo que anhelaban, como él, un certificado de nacimiento británico:
“A América del Sud” –decía– le tocó “el peor lote… pues España y
Portugal transportaron a sus nuevas colonias su absolutismo feudal y sus
servidumbres… Más feliz, la América del Norte fue colonizada por una
nación que tenía nociones prácticas de libertad y por una raza viril mejor preparada”[2]. Racismo, que le dicen ahora.
Pero vayamos a las causas que, a fuerza de repetirse, se nos han grabado casi inconscientemente.
a. Primera falsa causa: la Revolución Francesa
“El ladrón piensa que todos son de su condición”, reza el dicho; y el revolucionario piensa lo mismo.
Al intentar reescribir la historia en
clave liberal, era necesario transportar las ideas de Voltaire,
Montesquieu y Rousseau hasta estas costas. Como sabemos, en 1789 se
había desatado en la Francia de Luis XVI esa nefasta revolución que, al
grito “libertad, igualdad, fraternidad… o muerte”,
había guillotinado y masacrado pueblos enteros con sus románticas ideas
republicanas. Formados en una ideología no sólo antimonárquica sino
también anticristiana, sus ideólogos y promotores habían pasado la mayor
parte del siglo XVIII preparando “la gran revolución” que terminaría
con la cabeza del rey. “¡Abajo las cabezas de los tiranos y los
curas!”–gritaban. Bien, en esta parte del globo según la escuela
liberal, la mayoría de los protagonistas de Mayo habrían leído estos
libros prohibidos para llevarlos a la práctica cabildeña, por lo que,…
¡Argentina también había tenido su “gran revolución”! Francia había
luchado contra Luis XVI y aquí lo habíamos hecho contra el tirano
Fernando VII! “Viva, viva, viva la libertà!”, gritaría el Don Giovanni de Mozart.
Lamentamos ser aguafiestas, pero mal que
les pese a los amantes de la guillotina y el terror, nada estuvo más
lejos de esto; no sólo porque poquísima gente estaba en condiciones de
leer a los revolucionarios franceses (el autor liberal Camilo Enríquez,
dice en Chile, para esa época, sólo seis personas sabían leer la lengua
del amor) sino porque además de leerlas, habría que haberlas compartido y
llevarlas adelante, cosa que veremos no fue así al menos en los sucesos
de Mayo. Es cierto, digámoslo rápidamente, que un grupúsculo extremista
con Mariano Moreno a la cabeza, habían leído al menos a Rousseau, pero
jamás se animarían siquiera a citar las ideas de la Revolución Francesa,
que por ese entonces estaba asociada aún a las palabras “terror”,
“guillotina”, “matanzas”, “Danton”, “Robespierre”, etc… Es más, cada vez
que por algún motivo surgen en las discusiones del Cabildo las palabras
“revolución francesa”, ellas van siempre acompañadas de otra expresión:
“el horror”. “Hay que evitar el horror”, decían.
El periódico “La Abeja Argentina”,
por ejemplo, señalaba en 1810 que la Revolución Francesa había
defraudado a sus seguidores por lo que “había que evitar seguir los
pasos de esa Revolución”; ya en el siglo XX, autores proclives a ella
como Caillet-Bois y Ruiz Guiñazú, sostienen que “la muerte de Luis XVI y
la persecución sufrida por el clero francés provocaron un vuelco en la
opinión pública”[3]
ante “las amenazantes proyecciones del cataclismo francés”. De la misma
opinión es el catedrático de la Universidad de Londres, John Lynch al
decir que “a medida que la Revolución francesa se volvía más radical y
se conocía mejor, atraía menos a la aristocracia criolla. La vieron como
un monstruo de la democracia”[4].
Como el P. Furlong trae a colación la
sesión del 22 de diciembre de 1810, por insistencia de Moreno, el
Cabildo había adoptado el “Contrato Social” de Rousseau como texto
obligatorio para las escuelas; la medida, al parecer, había sido sacada
entre gallos y medianoche, pues apenas un mes y medio después
reflexionaron los cabildantes y determinaron que “no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser perjudicial”[5].
El mismo presidente de la Junta, Cornelio
Saavedra denunciaba en 1811 en carta a Feliciano Chiclana, cómo ya se
intentaba pintar lo que había sido una revolución patricia y monárquica
con un barniz francés: “el sistema Robesperriano que se quería adoptar
en ésta (por Mariano Moreno) a imitación de la Revolución Francesa que intentaba tener por modelo, gracias a Dios ha desaparecido” siendo sus máximas “detestables”[6].
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[1] Vicente Fidel López, La Gran semana de Mayo de 1810. Crónica de la Revolución de Mayo, Eudeba, Buenos Aires 1961, 12-13. Seguimos aquí en el desarrollo y las citas la monumental obra de Enrique Díaz Araujo, Mayo revisado (3 vols.), UCALP, La Plata 2010.
[2] Bartolomé Mitre, Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana, La Nación, Buenos Aires 1887, 56,60. En honor a la verdad, también embarró la cancha la “Memoria Autógrafa”
ni más ni menos de Cornelio Saavedra, escrita dos meses antes de su
muerte (en 1829) y veinte años después de Mayo, donde acomodándose
políticamente y quizás para quedar como un “precursor de la
independencia”, veinte años después también habló de escarapelas azules y
blancas en Mayo y conflictos entre españoles y americanos, amén de
otras verdades que ya sonaban como parte del mito.
[3] Ricardo Caillet-Bois, Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución Francesa, Buenos Aires 1929, 117.
[4] John Lynch, Los orígenes de la independencia hispanoamericana, en Leslie Bethell, ed., Historia de America Latina. 5. La Independencia, Crítica, Barcelona 1991, 37.
[5] Guillermo Furlong, “Francisco Suárez fue el filósofo de la revolución argentina de 1810”, en Atilio Dell’Oro Maini y otros, Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez. Su influencia en la revolución de Mayo, Instituto Vitoria y Suarez, Buenos Aires 1959, 202, n. 68.
[6] Enrique Ruiz Guiñazú, El presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810, Estrada, Buenos Aires 1960, 544-545.


