martes, 1 de septiembre de 2015

La Iglesia visible no está en lo exterior de la vida, sino en el cumplimiento de la Palabra de Dios

La Iglesia visible no está en lo exterior de la vida, sino en el cumplimiento de la Palabra de Dios

larealidaddelodivino
«La Iglesia, si nos fijamos en el fin último al que tiende y en las causas próximas que realizan la santidad, es verdaderamente espiritual: ahora bien si paramos mientes en aquellos, de cuya unión está formada, y en las realidades mismas que conducen a los dones espirituales, es externa y necesariamente visible… Son externos los instrumentos ordinarios y principales de la participación de la gracia: llamamos Sacramentos a los que son administrados por hombres elegidos ex profeso para ello, por obra de unos ritos determinados. 
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Jesucristo mandó a los Apóstoles y a los sucesores perpetuos de los Apóstoles el que enseñaran y gobernaran a las gentes: ordenó a las gentes el que recibieran la doctrina de los Apóstoles y se sometieran con obediencia a la potestad de ellos. Sin embargo esta alternativa de derechos y de deberes en el pueblo cristiano no hubiera podido no sólo mantenerse, sino ni siquiera comenzar a no ser por medio de los sentidos que son los intérpretes y los mensajeros de las realidades. Por estos motivos las Sagradas Escrituras llaman con tanta frecuencia a la Iglesia bien cuerpo, bien también cuerpo de Cristo (1 Cor 12,27). Y por el hecho de ser cuerpo, la Iglesia se percibe por la vista» (León XIII, Encíclica “Satis cognitum” – ASS 28,709s).
La Iglesia se percibe por la vista; y es visible por tres cosas:
  1. Magisterio auténtico: a los fieles se le propone las verdades de fe que deben creer interiormente y que debe ser confesadas oralmente: «Jesucristo mandó a los Apóstoles y a los sucesores perpetuos de los Apóstoles el que enseñaran y gobernaran a las gentes»
  2. Ministerio sagrado: se ofrece a Dios el culto debido con ritos sagrados adecuados y se dispensan a los fieles los Sacramentos: «llamamos Sacramentos a los que son administrados por hombres elegidos ex profeso para ello, por obra de unos ritos determinados».
  3. Régimen social: existe una disciplina en la Iglesia (una triple potestad en la Jerarquía) para que los fieles puedan cumplir el fin divino de la Iglesia: salvar su alma y santificarla: «ordenó a las gentes el que recibieran la doctrina de los Apóstoles y se sometieran con obediencia a la potestad de ellos».
Por estas tres cosas, se ve la visibilidad de la Iglesia. Si falta una sola de ellas, la Iglesia ya no es visible.
«cuando hablamos de la realidad visible de la Iglesia no debemos pensar solo en el Papa, los obispos, sacerdotes, monjas, personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está formada por muchos hermanos y hermanas que en el mundo creen, esperan, aman» (Ver texto).
Cuando hablamos de la realidad visible de la Iglesia, hablamos de la Jerarquía, no de muchos hermanos, fieles. Una Jerarquía:
  1. Que propone un magisterio auténtico para ser creído;
  2. Que ofrece el culto adecuado a Dios en cada Sacramento;
  3. Que ejerce la triple potestad en la Iglesia: enseñar, guiar y santificar.
La Iglesia visible no son ni el Papa, ni los sacerdotes, ni las monjas ni los muchos hermanos que creen en el mundo. En el mundo, hay mucha gente que cree en su mente humana, que espera en su mente humana y que ama su humanidad.
La Iglesia visible es el Cuerpo Místico de Cristo, no la gente del mundo. Cuerpo en la Cabeza, que forma un orden jerárquico, al que deben someterse todos en la Iglesia.
«¿quién es la Iglesia? Son los sacerdotes, los obispos, el Papa. Pero, la Iglesia somos todos. Todos nosotros, todos los bautizados somos Iglesia. La Iglesia de Jesús» (Ib).
La Iglesia, es claro, que no somos todos. Bergoglio no se detiene en el dogma: la Iglesia es la Jerarquía: «¿quién es la Iglesia? Son los sacerdotes, los obispos, el Papa». Su pensamiento no concluye aquí, sino que desarrolla el dogma: «Pero, la Iglesia somos todos».
Esto, en teología, se llama método inductivo: se toma como punto de partida la realidad de la vida, con sus problemas, con sus enfoques, con sus obras, con sus pensamientos… Y según sea esta realidad, se va al Evangelio y se saca, mediante un raciocino, una idea para esa realidad.
El método deductivo consiste en esto: se comienza con un dogma inmutable, no con la realidad de la vida, e interpretamos esa realidad según el dogma, según una verdad Absoluta.
El método deductivo es el de siempre en la Iglesia. Por eso, el dogma no cambia. Lo que cambian son esas realidades, las vidas de cada alma, según las circunstancias, los objetivos en sus vidas, sus intenciones en el obrar, etc… Y de acuerdo a lo que cada alma vive, se interpreta esa realidad de cada alma según algo inmutable.
Pero Bergoglio usa, continuamente, en todos sus escritos, homilías, charlas, el método inductivo: como hay homosexuales, ateos, judíos, etc…, vamos a buscar un lenguaje apropiado para que se dé importancia a esas vidas, para que se valoren esas vidas, para que se busque un diálogo humano con los hombres. Esto, necesariamente, hace que el dogma cambie, se desarrolle, se interprete según la cabeza de cada uno, según las voluntades de cada persona, según los objetivos que cada uno tiene en su vida. Se adapta el dogma a la vida del hombre, a cada vida, a cada obra, a cada pensamiento humano. Se abaja a Dios al estilo de vida de cada hombre; se anula lo divino para hacer resplandecer lo humano; entonces, como conclusión, la vida del hombre no se conforma con el dogma, sino que es el dogma el que tiene que conformarse con la vida de cada hombre. Es vivir para hacer un gusto al hombre, para darle un capricho al hombre. No es vivir para crucificar ni la mente ni la voluntad del hombre. No es vivir poniendo un camino de cruz al hombre, sino que es darle el camino para condenarse en vida.
Entonces, sí la Iglesia es la Jerarquía, pero…como hay vidas humanas, como hay situaciones difíciles…la Iglesia somos todos. Método inductivo: se parte de la realidad, no del dogma. Se acaba negando el dogma.
Método deductivo: se parte del dogma y se saca una verdad para la vida de ese hombre.
En el método inductivo, se parte de una realidad y se lleva al hombre hacia una mentira pensada, razonada, que va de acuerdo a su realidad. El Evangelio se pone al servicio de la mente y de la vida de cada hombre. Ya no es el hombre el que sirve al Evangelio: no se adora a Dios en la Palabra, sino que se adora la mente del hombre en su misma vida humana.
«De todos los que siguen a Jesús y que, en su nombre se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. Todos, todos los que hacen lo que el Señor nos ha mandado, son Iglesia».
¿Dónde está el Magisterio de la Iglesia? ¿Dónde la práctica de los Sacramentos? ¿Dónde la triple potestad en la Iglesia?
En ninguna parte: «De todos los que siguen a Jesús». Son muchos los que siguen a Jesús: cada uno lo sigue a su manera humana, según su creencia, según su ideología. Y hay muchos hombres «que se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz». Un testigo de Jehová ayuda a los pobres…Un ateo alivia y da consuelo a los necesitados…Hay mucha gente que hace el bien humano y que cree en su Jesús; pero no cree en el Jesús Revelado en el Evangelio. Toda esta gente no puede ser el Cuerpo de Cristo. No puede ser, porque las obras humanas, el fin humano de la vida no hace ser Iglesia.
En la Iglesia se vive para un fin divino, sobrenatural, perfecto e inmutable. Por lo tanto, se vive para realizar una obra divina. En la Iglesia hay que hacer el bien divino: no hay que hacer bienes humanos. ¿De qué sirve dar de comer a los pobres si, después, se sigue viviendo en el pecado, obrando con el pecado, manifestando a los otros nuestros pecados? De nada.
Se es Iglesia porque cada alma hace lo que el Señor le manda. No se es Iglesia cuando “todos hacen lo que el Señor nos ha mandado”. ¿A quiénes nos lo ha mandado? Se es Iglesia porque todos hacen lo que el Señor les ha mandado, a cada uno en particular.
Bergoglio está diciendo que, como todos somos Iglesia, todos estamos en la Iglesia haciendo la Voluntad de Dios. Eso significa su “nos”. Es su lenguaje equívoco, lleno de trampas por todas partes. Y hay que saber discernirlo para no quedar atrapado en su lenguaje.
La Voluntad de Dios es para cada alma en la Iglesia, no es para una masa de gente en la Iglesia. Dios habla a cada alma y le da a conocer lo que tiene que hacer en Su Iglesia. Y, de esa manera, sólo escuchando la voz de Dios en el corazón, se hace la Iglesia.
«Comprendemos, entonces, que también la realidad visible de la Iglesia no se puede medir, no se puede conocer en toda su plenitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se hace? Tantas obras de amor, tantas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para llevarlos adelante, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor… Pero esto no se puede medir, y es muy grande, es muy grande».
La enseñanza de este hombre es sólo humana, material, natural, carnal, sentimental, sensible, afectiva, pero nunca espiritual ni mística. Es su falsa espiritualidad. Su falso misticismo.
La realidad visible de la Iglesia se puede medir: si no hay magisterio auténtico, ni verdaderos sacramentos, ni el ejercicio de la triple potestad, entonces es claro que no hay Iglesia: no se ve la Iglesia. Se puede medir si hay o no hay Iglesia.
En una Misa donde todos bailan, donde el cura come, se emborracha, hace una discoteca de un rito litúrgico, entonces allí no está la Iglesia visible.
Allí donde un falso Papa dice sus herejías cada día, como es el caso de Bergoglio, allí no está la Iglesia visible. Eso se puede medir. Y esto es lo que la gente no mide, porque cree que la Iglesia somos todos.
Allí donde la Jerarquía enseña a comulgar a los divorciados, a casar a los homosexuales, a bautizar a niños de uniones abominables, a reunirse con los judíos, musulmanes, ateos, para una oración sacrílega, allí no está la Iglesia visible.
La realidad visible de la Iglesia se puede medir, porque la Iglesia no somos todos: es la Jerarquía. Empiecen a discernir a la Jerarquía y van a medir la realidad visible de la Iglesia.
Empiecen a ver si esa Jerarquía enseña el magisterio auténtico de la Iglesia; disciernan si sus misas, cuando administran los diversos Sacramentos, lo hacen con el rito adecuado o de cualquier manera; vean si sus almas son llevadas a la salvación y hacia la santidad, o sólo es un entretenimiento para terminar dando un dinero y todos abrazados diciéndose lo bueno que es el Señor que nos da lo material porque somos gente buenísima.
«Tantas obras de amor, tantas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para llevarlos adelante, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor…»: la realidad visible de la Iglesia no está en esto.
Esas obras de amor ¿se hacen siguiendo el magisterio auténtico de la Iglesia; se hacen obedeciendo a la Jerarquía? O ¿son exigidas por una predicación masónica, protestante y comunista?
Esas fidelidades en las familias, ¿son a la Gracia del Sacramento o a sus vidas humanas, materiales, carnales, naturales? ¿Son fieles a la carne y a la sangre o son fieles al Espíritu de Dios en sus matrimonios, en sus familias?
Ese tanto trabajo ¿es para educar a los niños para que salven sus almas o para darles de comer y una vida acomodada a lo humano?  ¿Se los lleva adelante para que conquisten el Cielo o para que sean hombres para la causa social? ¿Qué fe se transmite: la divina o la humana? ¿Qué fe se vive: el don de Dios o la conquista del hombre?
¿El hombre sufre para unirse a Cristo Redentor o sufre porque no le queda más remedio que sufrir la vida? ¿Se ofrece en sufrimiento para salvar almas o por una causa sentimental?
Es una espiritualidad, la de Bergoglio, totalmente falsa: no ilumina la vida espiritual de cada alma, sino que habla para una masa de gentes. Todos sufren en sus vidas, todos tienen una fe, todos educan a sus hijos, todos hacen obras buenas… La Iglesia somos todos… Luego, todo vale. Hay que hablar para la masa, pero no para el alma. El alma queda vacía con este discurso de Bergoglio. Vacía.
«Para comprender la relación, en la Iglesia, la relación entre su realidad visible y la espiritual, no hay otro camino que mirar a Cristo, del cual la Iglesia constituye el cuerpo y del cual es generada, en un hecho de infinito amor»: aquí comienza a hablar de su falso misticismo. Bergoglio quiere expresar, con su lenguaje barato, esa relación entre lo visible y lo espiritual.
¿Qué relación existe entre la Iglesia visible, que somos todos, para Bergoglio, y la Iglesia espiritual? Y dice: hay que mirar a Cristo.
Pero si la Iglesia visible son tres cosas:
  1. Magisterio auténtico;
  2. Sacramentos;
  3. Triple potestad;
Si un sacerdote da estas tres cosas, entonces se deduce: esa alma sacerdotal está unida a Cristo, de una manera mística y espiritual. La relación entre lo visible y lo espiritual es ésta: ese sacerdote es otro Cristo.
Si un sacerdote no da estas tres cosas, entonces se deduce: esa alma sacerdotal no está unida a Cristo, ni mística ni espiritualmente. La relación entre lo visible y lo espiritual es ésta: ese sacerdote no es otro Cristo.
Pero Bergoglio comienza su falso misticismo, mirando a Cristo:
  1. Como la Iglesia somos todos, entonces «del cuerpo es generada» la Iglesia, «en un hecho de infinito amor».
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, pero de este Cuerpo no se genera la Iglesia. Ya la Iglesia es Cuerpo. No hay que generar nada. Esta idea que saca es por no quedarse en el dogma de la Iglesia: la Iglesia es Cristo. Como somos todos, entonces hay que generar a todos en ese Cuerpo. Es su método inductivo, que le hace decir una blasfemia.
  1. «También en Cristo, de hecho, por la fuerza del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma persona de forma admirable e indisoluble. Esto vale de forma análoga también para la Iglesia». Bergoglio pone el dogma de la Encarnación; pero no se detiene en el dogma. Va a iniciar su método inductivo: «Esto vale de forma análoga también para la Iglesia».
Cristo es una Persona Divina, con dos naturalezas distintas: la humana y la divina. El Verbo asume la naturaleza humana. Y, por eso, Jesús no es una persona humana. Es un hombre, porque tiene naturaleza humana, pero no tiene persona humana. Este Misterio de la Encarnación sólo pertenece a Cristo. No es de la Iglesia. No «vale de forma análoga para la Iglesia». No se da en la Iglesia. Sólo se da en Cristo.
Este, su falso misticismo, le va a hacer decir: como todos somos iglesia, entonces todos somos dioses por participación, hijos de Dios; y, por lo tanto, todo hombre, al poner su vida humana al servicio de la vida divina, es Iglesia y se salva: «Y como en Cristo la naturaleza humana favorece plenamente a la divina y se pone a su servicio, en función del cumplimiento de la salvación, así sucede, en la Iglesia, por su realidad visible, en lo relacionado con lo espiritual». Todos los hombres, en sus naturalezas humanas favorecen a la naturaleza divina, que poseen por el Bautismo, están a su servicio y así se salvan: «así sucede, en la Iglesia, por su realidad visible, en lo relacionado con lo espiritual»
  1. Ese servicio de todos los hombres a su naturaleza de hijos de Dios es un misterio de fe:
    «También la Iglesia, por tanto, es un misterio, en el cual lo que no se ve es más importante que lo que se ve, y puede ser reconocido sólo con los ojos de la fe». Hay que tener fe para poder comprender cómo un homosexual se relaciona, en su pecado de abominación, con la naturaleza divina que tiene por el Bautismo. Eso que no se ve: la naturaleza espiritual, el ser hijo de Dios, eso sólo se reconoce por la fe. La fe, para Bergoglio es un acto de la mente del hombre, no es un don de Dios al alma. Hay que tener la mente de Bergoglio para poder comprender cómo los homosexuales, los ateos, los judíos, los musulmanes… van al cielo porque sólo han recibido el Bautismo que los hace ser hijos de Dios y, por tanto, ya entran en la relación entre lo visible y lo espiritual.
  2. Y, entonces, se pregunta:«¿cómo la realidad visible puede ponerse al servicio de la espiritual?». Es decir, ¿cómo un homosexual, un pecador empedernido, un ateo, un hereje, un cismático, un musulmán… puede ponerse al servicio de la realidad espiritual, que es el ser hijo de Dios?
  3. Y se contesta: «Una vez más, podemos comprenderlo mirando a Cristo». No comprendas al homosexual mirando su pecado de abominación, sino a Cristo, que lo ha salvado. La realidad es ese homosexual. Y ese homosexual es hijo de Dios por el Bautismo. Luego, vamos a ir al Evangelio, lo vamos a interpretar como queremos, y encontraremos una idea, una razón, un lenguaje apropiado para comprender cómo una abominación puede entrar en el Cielo. Es el método inductivo, que siempre, en cada homilía, sale.
  4. Y, entonces, pone la frase del Evangelio que va con su método inductivo: «En el Evangelio de Lucas se cuenta como Jesús, en su regreso a Nazaret –lo hemos escuchado esto- donde había crecido, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndose a sí mismo, el paso del profeta Isaías donde está escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’». Jesús viene a salvar a los pobres que no tiene un pan, un techo, una salud; viene a dar la libertad a los cautivos, a los esclavos de las clases pudientes; viene a proclamar la misericordia sin justicia, en la que todos se salvan porque son buena gente.
  5. Y voilà: «La Iglesia está llamada cada día a hacerse cercana y todo hombre, comenzando por el pobre, por el que sufre y por quien es marginado, para continuar haciendo sentir sobre todos la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús». Si un homosexual, un ateo, un judío, etc… se dedica a llenar estómagos de la gente, pone hospitales, levanta escuelas, produce una economía para todos, en la que todos tengan dinero…entonces cualquier hombre está al servicio de su naturaleza divina, dada en el Bautismo, y eso le salva y le lleva al Cielo. Ahí está la Iglesia visible, porque se produce lo mismo, de una manera análoga, a lo que en Cristo obra el Misterio de la Encarnación. Esto se llama, en teología, el gnosticismo. Bergoglio es un gnóstico.
Este es el falso misticismo de este hombre. Su método inductivo siempre le lleva a tres cosas: idea masónica, idea protestante, idea comunista. Y no sale de estas tres cosas.
Pío XI, en la Encíclica “Mortalium animos”, es muy claro cuando enseña lo que es la Iglesia visible:
«Nuestro Señor Jesucristo instituyó su Iglesia como una sociedad perfecta, ciertamente externa por naturaleza y al alcance de los sentidos, para que ésta prosiguiera en la posteridad la obra de la reparación del linaje humano, bajo la guía de una sola cabeza (Mt16,18s; Lc 22,32; Jn 21,1517), mediante el magisterio oral (Mc 16,15), y por la administración de los Sacramentos, fuentes de la gracia celestial (Jn 3,5; 6,48-59; 20,22s; cf. Mt 18,18); por lo cual afirmó haciendo uso de comparaciones que la Iglesia es semejante a un Reino (Mt 13), a una casa (Mt 16,18), a un redil (Jn 10,16) y a un rebaño (Jn 21,15-17)”» (1.c. p.8).
Bergoglio es todo oscuridad, tiniebla y abominación en su mente humana. Y, por eso, no puede ser Papa en la Iglesia Católica. Es un falso hombre que no tienen dos dedos de frente.