¡Qué difícil viene el cambio!
Algo
tenían que encontrarle los chicos K al PRO, al menos para intentar
algunos goles que dieran por empatado el partido de Tucumán, ése que
empezó con la chacarera ventosa del millonario Manzur y terminó como un
Boca-River cualquiera, gas pimienta incluido.
No importa la desprolijidad de la contratación de “La usina”, al fin y
al cabo la chapucería no tiene color político y en Argentina esto es
una marca de agua. De cualquier manera utilicemos algo de lógica y
pensemos que por más urgencia que impongan las elecciones Fernando
Niembro no tiene ni para superar en altura el tobillo de Boudou, ni
siquiera tiene un médano como casa de veraneo. Además, es candidato a
algo en La Matanza, partido que si bien por el amontonamiento que ha
hecho de la hacienda electoral entre sus límites tiene incidencia
electoral, ya sabemos que son pocos los que pueden animarse, ni siquiera
con un bufoso en la cintura, a fiscalizar lo infiscalizable.
En esta Argentina tergiversada se lo encanuta a Niembro por algo que
se supone un arreglo, “bajunje” que falta demostrar aunque sabemos que
en el deporte de tirar bosta cuando está por sonar el gong los del FpV y
sus alcahuetes tienen nivel olímpico. Se lo enreja por haber sido
vocero de Menem, justo ahora que tenemos un candidato a presidente que
gastaba con el riojano las mismas zalamerías que ya lo habían hecho
famoso como felpudo en esos tiempos de jolgorio de la pizza con
champagne mientras los Kirchner defendían, como a su vida, la
privatización de YPF.
En verdad, pegarle a Niembro por una contratación fullera es “too
much” como diría una iletrada. Sobran ejemplo de que eso, si se
demostrara que es algo más que una chapuza, con los nenes que vemos
actuando todos los días podríamos llegar a clasificarlo como una
nimiedad.
Independientemente de esto, la realidad estriba en que si este fuera
un país que tuviera perfectamente definido los límites de la dignidad y
el honor, una persona como Fernando Niembro no tendría la más mínima
chance de ser, siquiera, ordenanza rentado de un municipio. Solo por la
indecorosa discriminación que hiciera sobre los muertos en Malvinas
cuando se pidió un minuto de silencio por éstos, cualquier persona de
bien lo definiría como un ser despreciable. Ese día y en una cancha de
fútbol subió al podio de la infamia cuando, sin que le temblara la
papada, este ser innoble hizo la siguiente acotación: “es un homenaje
para los heroicos soldados que combatieron en las Malvinas y que quede
en claro que me refiero a los verdaderos héroes, a los soldados, y no a
los cobardes oficiales”. Por supuesto, este inveterado mendigo de
favores nada sabía de quien era el Sargento Cisneros o el Subteniente
Silva -sólo para nombrar a dos de los militares profesionales que dieron
su vida en Malvinas- o si lo sabía, al ver que los vientos que soplaban
eran de pura e inicua desmalvinización, buscó llevar agua para su
molino o algún denario de plata para su bolsillo.
Que tres héroes de Malvinas le saltaran a su adiposo cogote y lo
obligaran -justicia mediante- a desdecirse de sus indignas palabras
hubiera sido la conclusión lógica de un despreciable episodio, pero en
Argentina hay dos postulados que no necesitan demostración, cualquier
canalla es mejorado por la muerte y cualquier rastrero siempre tendrá un
lugar en la política, en especial entre aquellos que se negaron a
compensar a los veteranos de guerra.