Algo sobre el platonismo político
Muchos
discuten acerca de la eticidad del Estado o de sus leyes o instituciones, a
través de las premisas teóricas o las interpretaciones filosóficas que se dan. En este caso, sería
necesario hablar de la eticidad de las teorías y de las premisas, y no de otra
cosa.
En
verdad, no porque J.J. Rousseau opinara que la sociedad política es de origen
voluntario, por un pacto tácito o expreso, por ello los estados modernos que en
su ordenamiento presuponen de algún modo el pensamiento de Rousseau son -de
hecho- sociedades voluntarias. Ni porque los ordenamientos políticos actuales
sean interpretados como fundándose en la soberanía popular, por ello la
autoridad política ha perdido su verdadera característica de voluntad. Nadie
dirá que el sufragio universal sea inmoral, porque aquellos que lo sancionaron
por ley partieron del presupuesto que la autoridad política reside toda y sola
en el pueblo.
Se necesita, por tanto, distinguir entre el presupuesto erróneo o
inmoral de leyes singulares y la objetiva inmoralidad de las leyes mismas; entre la errónea o la inmoral
teoría del Estado y el influjo que tal teoría ejerce sobre quienes la
actualizan en prescripciones concretas.
De esto se deduce que para hablar
de eticidad del Estado es necesario distinguir y precisar: el Estado tiene ya
su eticidad fundamental en cuanto sociedad natural ordenada a un fin natural,
esto es, el bien común o bien social; que las leyes y prescripciones concretas
del Estado serán morales, si están ordenadas a este bien; que toda moralidad se
resuelve en aquella que es individual, donde reside la responsabilidad por los
actos y la conciencia de estos.
Es superfluo agregar que todo esto
se encuentra en las antípodas del Estado ético de Gentile, sea como concepción
metafísica, sea como valor moral.
Tomado y traducido de:
L. Sturzo. L'ETICITA' DELLO STATO. Publicado en: Rivista di autoformazione, nov.-dic. 1929.