sábado, 3 de octubre de 2015

Algunas consideraciones sobre los últimos tiempos; los “todo-terreno”.


Algunas consideraciones sobre los últimos tiempos; los “todo-terreno”.

ALGUNOS FLUCTUANTES (ARGENTINOS)
YA 
APARECIERON EN SIGLOS PASADOS

El Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, dirigente supremo de la Confederación Argentina entre 1835 y 1852, en algunas de sus cartas escritas en plena lucha nacional de la bien llamada Santa Federación contra los mejor nombrados salvajes unitarios, empleaba un vocablo muy especial para calificar a aquellos federales que lo eran sólo de nombre o con una adhesión superficial al federalismo, lo que los transformaba rápidamente en traidores, conformando pérfidas alianzas con los enemigos de la Santa Causa.
 
Don Juan Manuel denominaba a estos personajes “anfibios”, evidentemente haciendo referencia a la facilidad con que se desplazaban en ámbitos tan distintos como pueden serlo el mar y la tierra.
Anfibios”; ¡qué hallazgo para definir a los línea media, a los que quieren quedar bien con Dios y con el Diablo… !
Hurgando por la historia de tierras argentinas
cual émulo moderno del fértil Tito Livio,
a Juan Manuel de Rosas encuentro, ¡y cómo atina
tratando a los mediagua con el mote de “anfibios”!
No fue aquel brigadier poeta ni escritor;
no cultivó las artes que antaño daba el Trivio,
ni aquellas otras ciencias de sólido rigor
que en altas matemáticas formaban el Cuadrivio.
Pero su educación, su gran inteligencia,
formada por los campos, en grandes adempribios,
le dieron esa chispa que enciende toda ciencia,
y así es que su facundia nos hace un buen convivio.
Rebusco entre los galos, los persas y los medos,
los griegos, los romanos, egipcios y namibios,
los sirios, los troyanos; en Córcega, en Toledo;
incluso entre los celtas; aun entre los libios…
No hay caso, no lo encuentro, mas sé que hay una raza
a la que se le acopla, como por un declivio,
el distintivo “anfibio”; no sé lo que me pasa,
¡qué gran desasosiego, qué privación de alivio!
Calmémonos un tanto; plasmemos otro intento
de discernirlo todo; hagamos el lixivio
de quienes nos rodean; forjemos instrumentos
de análisis sesudos, a ver si me solivio.
Los párpados me vencen; la mente se oscurece,
los músculos se alteran y sufro un gran espibio:
mi cuello ya no aguanta, y el cuerpo se endurece
como plomo de imprenta mezclado con estibio.
A ver… 3: 16; ¡ya está, ya lo encontré;
bendito Apocalipsis! Ahora sí lo chivio:
minué hacen con dos bestias; son blandos en la fe;
¡qué bien les cuadra el alias!, auténticos anfibios,
ni fríos ni calientes; ¡caramba, son los tibios!