lunes, 5 de octubre de 2015

La misericordia de la Santísima Virgen


La misericordia de la Santísima Virgen

 

De manera que con cada uno de nosotros, acontezca lo que aconteciere, y peque como pecare, debe acercarse a Ella
Existe algo que nunca decepciona. Es el amor materno. Una buena madre, sólo no debe ser solidaria con el pecado de su hijo. Fuera de eso, es una solidaridad integral y hasta el fin. Eso inclusive contra su marido, contra lo que fuese. Su hijo es su hijo y no hay más que decir.
Ahora bien, esta noción se reporta a Nuestra Señora: porque si así es o debe ser la madre, entonces Nuestra Señora que es la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Madre de todos los hombres, y Madre de todas las madres, Ella tiene esa disposición materna elevada a un grado inimaginable.
De manera que con cada uno de nosotros, acontezca lo que aconteciere, y peque como pecare, debe acercarse a Ella y decir: “Madre mía ved que canalla soy. Yo sé que soy vuestro hijo, y Vos sabéis que sois mi Madre. Y en nombre de esto, confío en vuestra misericordia, me arrodillo delante de Vos y rezo la Salve Regina o el Acordaos(*). Porque yo sé que si Judas Iscariote hubiese vivido pidiéndoos perdón, o simplemente hubiese querido veros, nada más, con el bolsillo todavía lleno de las treinta monedas de la infamia, Vos no lo rechazaríais. Y conversaríais con él, y durante ese tiempo pediríais a vuestro Divino Hijo la gracia de que arrojara las monedas. Y luego podía comenzar una conversión.
Bueno Madre mía, por peor que yo haya actuado, no hice lo que hizo Judas. Y aunque tuviese la desgracia de ser como Judas, con la misma confianza acudiría a Vos. Porque si sé quien soy yo, sobre todo sé quien eres Vos. Yo conozco mi infamia, pero conozco también vuestra santidad. Y por eso, gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a vuestros pies y concluyo con un Acordaos: “no despreciéis mis súplicas”. Yo sé que merecen desprecio, pero no de Vos que sois madre; “pero dignaos oír propicia”, yo os pido perdón. Yo creo que tendría el camino abierto para el perdón de la peor infamia. No hay duda. No debemos desesperarnos. Desesperarnos, ¡nunca!, porque existiendo Ella nunca se desespera. Uno debe mantener la esperanza incluso en la más pavorosa de las situaciones.


No debemos desesperarnos. Desesperarnos, ¡nunca!, porque existiendo Ella, nunca nos desesperaremos
Tomando en consideración esto, digo más: si en esa hora me fuera dado ver Su disposición a mi respecto; me fuese concedido verla, yo percibiría que Ella me estaba mirando con tal bondad, que me hendiría el alma y me convertiría. Vería en Ella una tristeza enorme por mi pecado, pero por encima de esa tristeza, un comienzo de alegría: “al final él vino”. Y junto con ese comienzo de alegría, un comienzo de socorro: Ella me atrajo para que viniera, vengo y Ella comienza a atraerme más hacia Ella, llenándome de dolor, llenándome de vergüenza. Voy viviendo y voy renaciendo. Yo soy yo y Ella es Ella. ¿Quién es Ella?: Madre del miserable, Madre de Judas,… y Madre de Jesucristo. ¡Qué diferencia!
Pero es frecuente que un alma, habiendo recibido la gracia de Nuestra Señora de una gran enmienda, salvado de un gran apuro, al mismo tiempo recibe algo que es como si hubiese tenido un contacto con Ella. No es una visión, no es una revelación, nada de eso, pero es como si hubiese tenido un contacto con Nuestra Señora. Desde ese momento le queda algo para la vida entera. Y la persona toma, por así decir, un conocimiento experimental de lo que es la bondad de Nuestra Señora, su sonrisa, como si Ella le hubiese tocado con su mano en el hombro. Ustedes saben, que simplemente si Ella toca con su mano celeste el hombro de cualquiera de nosotros, nosotros la reconoceremos ¿verdad? Incluso que no la viésemos. Y nos sentiríamos inundados de virtud y felicidad. Diríamos: “fue la mano de Ella que me tocó”
Conversación grabada de Plinio Corrêa de Oliveira con jóvenes. (Sin revisión del autor)
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* Oración de Oración de San Bernardo
Acordaos, Oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a Ti,
implorado tu asistencia y reclamado tu socorro,
haya sido por Ti abandonado.
Animado con igual confianza, a Ti también acudo,
Oh Virgen Madre de las vírgenes,
y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana.
No desechéis, mis humildes súplicas, Oh Madre del Verbo de Dios,
antes bien, escuchadlas y atendedlas favorablemente.
Así sea