BERGOGLIO: ¡EL GRAN DESPOTA!
«Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mt, 19, 6).
Lo que Dios ha unido que no lo separe Bergoglio, ni ningún obispo, ni ningún sacerdote y, mucho menos, un laico. Porque
es Dios quien ha hablado, quien ha revelado su Mente. Y cualquier
hombre que no se someta a la Mente de Dios no puede encontrar el camino
de salvación para su alma, y vive sólo para la idea que concibe en su
mente humana. Los bautizados, los cuales se han divorciado y se han vuelto a casar por lo civil, viven en estado de pecado mortal habitual. Este pecado les impide hacer muchas cosas en la Iglesia, porque son miembros muertos. No son miembros vivos y, por lo tanto, no tienen que estar más integrados en las parroquias o comunidades, porque la Iglesia se construye con la vida de la gracia, no con una vida de pecado.
Quien
esté en pecado en la Iglesia sabe cuál es el camino para quitar su
pecado: arrepentimiento, confesión sacramental y penitencia por sus
pecados.
Los
divorciados vueltos a casar no pueden confesarse porque tienen un
óbice: su pecado mortal habitual, que no es sólo su lujuria, sino el de
estar unidos a otra persona que no es su cónyuge a los ojos de Dios.
El matrimonio es una creación de Dios, no un invento de la mente, de los caprichos de los hombres.
Quien
quiera casarse tiene que elegir en Dios la persona adecuada para poder
obrar la Voluntad de Dios en su vida. Ante los ojos de Dios, no vale
cualquier unión, aunque sea perfecta en lo humano.
Dios creó el matrimonio y Dios puso el camino para que ese matrimonio tuviera validez a sus ojos.
Y, por eso:
«Quien
repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella;
y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 6).
«En
cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del Señor:
que la mujer no se separe de su marido. Y si se ha separado de él, que
no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido. Y que tampoco
el marido despida a su mujer» (1 Cor 7, 10-11).
Es una orden de Dios, un mandato divino.
Por lo tanto, todo Obispo y todo sacerdote tienen que enseñar este mandato de Dios a las almas.
La Jerarquía no tiene que acompañar a las personas, que viven en pecado mortal habitual, en un camino de discernimiento para ver si algún día pueden comulgar.
No es la misión de la Jerarquía ser juez de estas personas ni orientarlas hacia la comunión sacramental.
No se trata de que la jerarquía decida que los divorciados vueltos a casar están aptos para recibir los sacramentos.
La Jerarquía de la Iglesia no decide nada, sino que sólo da testimonio de la Palabra de Dios en la Iglesia.
Es
misión de la Jerarquía predicar la verdad a estas personas,
aconsejarlas en la verdad, para que luchen contra ese pecado mortal
habitual, y ellos –no la Jerarquía- pongan el camino para erradicarlo de
sus vidas.
Y hasta que ellos no se esfuercen por vivir como Dios quiere, no hay nada con ellos en la Iglesia, porque no se puede dar lo santo a los perros, a los que viven en pecado mortal habitual.
El Beato Juan Pablo II, Papa de la Misericordia, lo dejó muy claro en la Familiaris Consortio:
«La
reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el
camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que,
arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no
contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo
concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios,
—como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la
obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos».
Ellos
mismos son los que ponen el camino para que su forma de vida no
contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Ellos se esfuerzan por
vivir practicando la virtud de la castidad que señala un arrepentimiento
del pecado.
Si
a la gente no se le enseña a practicar las virtudes cristianas,
entonces la gente vive, cada uno, en el vicio que ha escogido para su
vida.
Jorge Mario Bergoglio, en su falso motu proprio,
con el cambio del derecho canónico, ha puesto la base legal para la
obra del cisma en la Iglesia. Él ha actuado como déspota, hombre
orgulloso que se pone por encima de Dios, hombre que gobierna y promulga
leyes que anulan las leyes de Dios.
Bergoglio establece el adulterio como ley anulando matrimonios que, a los ojos de Dios, siguen siendo válidos.
Aquel
matrimonio que, por las circunstancias propias, se separan, y se
vuelven a casar con otro o con otra, ese segundo matrimonio no es válido
ante Dios, sino que es un estado de adulterio habitual, en el cual la
persona no se va a arrepentir de su pecado, porque ha anulado la ley de
Dios.
Se
ha puesto el camino, en la Iglesia, para que muchos fieles y la
Jerarquía colaboren para que las leyes y mandatos de Dios sean abolidos
por el mismo hombre.
Muchos van a obtener el divorcio express
con esa reforma, y se van a volver a casar por la Iglesia, con el
Sacramento del matrimonio. Ese segundo matrimonio, aunque los case
Bergoglio, un cardenal, un obispo o un sacerdote, no lo aprueba Dios,
porque no están cumpliendo su Ley. Y pecarán, y comulgarán en pecado, y
se comerán y beberán su propia condenación.
La
Iglesia se fundamenta en la Palabra de Dios, no en las palabras de los
hombres que quieren acomodarse al gusto y a la vida del hombre y de su
pecado.
La
cuestión de los divorciados vueltos a casar no es un camino de
discernimiento en la Iglesia ni una cuestión de foro interno entre el
sacerdote y los cónyuges. Es una cuestión de cumplir con los
mandamientos de la ley de Dios.
Las intenciones de Bergoglio son claras:
“El
distinto parecer de los obispos forma parte de la modernidad de la
Iglesia y de las distintas sociedades en las que actúa, pero el intento
es común y en lo que se refiere a la admisión de los divorciados a los
sacramentos confirma que ese principio ha sido aceptado por el sínodo.
Éste es el resultado de fondo, las valoraciones están confiadas de hecho
a los confesores, pero al final de trayectos más veloces o más lentos todos los divorciados que lo pidan serán admitidos” (“La Repubblica”, 28 de octubre).
Y no interesa que Lombardi, de nuevo, niegue la mente de Bergoglio:
“no es verosímil y no puede ser considerado como el pensamiento del Papa” (National Catholic Register, 2 de noviembre).
Es una mentira más que ni él mismo se la cree.
La mente del gran déspota es clara:
“El distinto parecer de los obispos forma parte de la modernidad y de la Iglesia y de las distintas sociedad en las que actúa”.
En otras palabras:
“lo
que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar
extraño, casi como un escándalo -¡casi!- para el obispo de otro
continente; lo que se considera una violación de un derecho en una
sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para
algunos es libertad de conciencia, para otros puede ser sólo confusión”.
Son sus mismas palabras, pronunciadas en su discurso de clausura del Sínodo, lo que dan la clave de la perversidad de su mente.
No entendemos a aquellos que dicen que ahora las expectativas están todas dirigidas hacia lo que dirá Bergoglio.
Después
de dos largos años de gobierno despótico en la Iglesia, ¿no saben cómo
piensa Jorge Mario Bergoglio? ¿Todavía no conocen la profundidad de su
pensamiento perverso en el mal? ¿Todavía tienen que esperar, con la boca
abierta, como agua de mayo, lo que un traidor a Cristo y a Su Iglesia
tiene que decir y decidir sobre la Mente de Dios?
¿Quién es Bergoglio para interpretar lo que Dios ha mandado a toda Su Iglesia?
¿Quién se cree que es ese hombre que sólo vive para proclamar su orgullo sentado en la Sede de Pedro?
Y
los católicos que lo obedecen, ¿piensan salvarse y santificarse
limpiando las babas, cada día, de un hereje, de un cismático y de un
apóstata de la fe?
Jorge Mario Bergoglio está exponiendo la esencia de su nueva iglesia: la diversidad regional,
el que los obispos locales tengan autoridad a nivel pastoral para
resolver los problemas que sólo con los Sacramentos, en la ley de la
gracia, se pueden resolver.
Jorge
Mario Bergoglio expone una doctrina contraria a la fe católica, a las
enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y, además, se pone por encima,
no sólo de la ley de la gracia y de la ley divina, sino de la ley
natural, de las exigencias mismas de la naturaleza humana en el
matrimonio.
Lo que parece normal para un obispo de un continente tiene que ser normal –no extraño, ni un escándalo- para el obispo de otro continente.
Y la razón es sencillísima: la Iglesia es una sola en todo el mundo. Una en la Verdad Revelada. No es una en la diversidad.
Y,
por lo tanto, ningún obispo puede cambiar esa Verdad. No se pueden dar
cambio de verdades de uno a otro continente. Todos los Obispos y
sacerdotes de la Iglesia Católica tienen que pensar igual, tienen que
obedecer la Verdad Revelada. No pueden cambiar la Palabra de Dios a su
antojo, según su interpretación o por las circunstancias que se viven en
un tiempo o en un lugar determinado.
Lo
que Dios ha enseñado y establecido es para todos los hombres, así los
hombres no lo conozcan o pretendan no conocerlo. La ley Eterna es para
todos.
Bergoglio dice lo contrario:
“… lo que se considera una violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra”.
Este
déspota está diciendo que son las sociedades las que promulgan la ley.
No es Dios quien impone su ley, quien marca el camino de la verdad. Esto
significa ponerse por encima de la Autoridad Divina. Esto es crear una
autoridad humana sin dependencia de la autoridad divina. Una autoridad
despótica en cada diócesis.
Toda
autoridad ha sido ordenada por Dios, para que tenga poder de aplicar la
ley divina en sus gobiernos. La violación de un derecho en una sociedad
es la violación de derecho en otra sociedad, porque el
derecho proviene de Dios, no de los hombres, no de las sociedades. Y
Dios ordena la autoridad humana para que ejerza el derecho divino y, por
eso, son ministros de Dios para el bien, y ministros de Dios para
castigo del que obra el mal.
Jorge
Mario Bergoglio, al anular el derecho divino en la autoridad humana,
está diciendo que las sociedades tienen que gobernarse sin ley divina,
cada una como le parezca, según sus derechos humanos.
Esto
es lo propio de su despotismo. Estas ideas son el fruto de su poder
déspota, un poder que no se rige por el derecho divino, por la ley
divina, por un gobierno divino. Su despotismo en el gobierno le viene de
la herejía de su gobierno horizontal en la Iglesia. En consecuencia, el
gobierno de Bergoglio no es ministro de Dios, ni para el bien ni para
el mal. Y todos tienen el deber y la obligación de despreciarlo, porque
se basa en una sola cosa:
“… lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede ser sólo confusión”.
Para Jorge Mario Bergoglio, es el hombre el que decide lo que es bueno y lo que es malo.
Este
es el orgullo propio de Lucifer, que pone su mente por encima de la
Mente Divina. Es la libertad de su razón, de su conciencia, lo que se
proclama.
Cuando la razón del hombre no
es libre, sino que ha sido creada por Dios para sujetarse a la Verdad
que conoce. Ha sido creada para buscar la Verdad y permanecer en esa
Verdad.
Nadie
es libre, en su razón, para declarar una mentira como verdad. Porque la
razón siempre ve la mentira como mentira, siempre llama a la mentira
por su nombre.
El hombre es libre, en su voluntad, para ir en contra de lo que claramente ve su razón.
Es la voluntad de la persona, no su razón, no su conciencia, la que decide en la vida de cada hombre.
Todos
estos herejes siempre están en lo mismo: la supremacía de la razón. El
culto a la mente, a la idea del hombre. Su soberbia que les lleva a su
orgullo. Y, por este culto, hacen el trabajo del falso profeta, que es
engañar a los hombres, darles una mentira, un engaño, una falsedad para
sus mentes, para que elijan la mentira, la falsedad, en sus vidas.
Estas
ideas de Jorge Mario Bergoglio significan que su nueva iglesia no es ya
católica, universal, porque no se da una única enseñanza en todo el
mundo, en todas las diócesis. No hay una sola verdad en la cual la
persona deba fundamentar su vida. No hay una jerarquía fundamenta en una
idea inmutable, infalible.
Se
divide la doctrina y, pastoralmente, se enseña cualquier cosa, según la
mente del obispo o sacerdote de turno. La práctica pastoral ya no está
apoyada en la verdad, ya no existe para ayudar a vivir las verdades de
la fe. Es una pastoral cambiante, que anula la doctrina, y que enseña el
error y la confusión en la misma práctica pastoral: se practica la
mentira apoyado sólo por la razón, por la idea que alguien ha concebido
en su mente, por la idea a la cual se llega fruto de una diálogo de
besugos.
Es su frase:
“…las valoraciones están confiadas de hecho a los confesores”.
Los
confesores sólo juzgan el pecado y al pecador. No pueden juzgar a una
persona que vive en pecado mortal habitual, y que no muestra ningún
arrepentimiento ni deseo de salir de su pecado.
Jorge
Mario Bergoglio pone su falsa jerarquía: la que decide, caso por caso,
si pueden o no recibir los sacramentos. Es una jerarquía propia de
Lucifer: sin ley, sin gobierno, sin verdad. Es una jerarquía ebria en el
orgullo y en el poder humano, que reciben de un déspota, para sellar
las almas y entregárselas al demonio.
Si el matrimonio es indisoluble, entonces no hay manera, no hay camino, no hay una razón pastoral
que enseñe que el divorciado, vuelto a casar, esté preparado para
recibir los sacramentos. No existe esta razón pastoral. Si se da es
porque la persona se pone por encima de la doctrina verdadera e impone
su doctrina perversa a las almas. Impone dos cosas: su herejía y su
cisma. Y esta imposición lleva a la obra de la apostasía de la fe.
Claramente,
todo esto lleva a la pérdida de una sola fe, al desprecio de todos los
Sacramentos, lo cual significa despreciar la vida de Dios en el hombre,
en el actuar humano, en las sociedades humanas.
Los hombres se apartan de Dios por estar siguiendo a los hombres, a sus mentes, a sus ideas, a sus importantísimas razones.
Todo el problema de la Iglesia actual es tener a un déspota como su papa. Este es el descalabro de muchos católicos.
El
problema de la Iglesia no está en el Concilio Vaticano II. Ese Concilio
trajo discordia, desunión y la pérdida de muchas almas. Pero el
problema estuvo en los Obispos, no en el Concilio mismo. Obispos que
fueron engañados en la búsqueda de una paz y una fraternidad, que no se
puede dar entre los hombres si no viven como hijos de Dios, en estado de
gracia.
Muchos
Obispos han trabajado, desde ese momento, bajo las órdenes de Satanás
en la Iglesia, poniendo en marcha la formación de una estructura de
iglesia mundial, que no es la Iglesia Católica. Y eso lo han hecho en
sus mismas diócesis, en el mismo Vaticano. Eso lo han hecho en franca
rebeldía y desobediencia a todos los papas reinantes.
Con
el Concilio Vaticano II se abrieron las puertas a toda clase de
herejes, produciendo que la fe se contaminara en muchos corazones. E
hizo que la Jerarquía viviera en un sopor, en un sueño del cual muchos
no han despertado todavía.
No
se puede comprometer la fe católica con los enemigos de Dios, de esa
fe. Ningún católico se puede asociar con los enemigos de Dios, con
aquellos hombres que viven sin ley, que gobiernan sin ley, que su única
verdad es su mente humana, lo que conciben en ella.
Ningún
católico se puede unir a un ateo, a un musulmán, a un judío, a
cualquiera que viva en su herejía, o en su cisma, o en su vida de
apostasía.
Por
eso, no entendemos a los católicos que tienen a Bergoglio como su papa.
¿Cómo pueden comprometer su fe católica siguiendo y obedeciendo a un
hombre que está destruyendo la fe católica?
Esto
que vemos en la Iglesia es fruto del Concilio, que comenzó con buenas
intenciones, pero que fue pervertido por la mente de muchos Obispos, que
fueron instrumentos de Satanás, para implantar en la Iglesia una nueva
norma de moralidad, la propia de la masonería.
No
se puede convertir al enemigo de Dios, al pecador, bajando las normas,
ocultando las leyes, pavimentando un camino lleno de ambigüedades.
La
fe inamovible no puede cambiar, no se puede substituir por otra cosa.
Se cambian las cosas para llevar al hombre a Dios. Pero no se cambian
las cosas para quitar al hombre de Dios y entregárselo a Lucifer.
Después
del Concilio, toda la Iglesia fue engañada por todos aquellos Obispos y
sacerdotes, agentes de Satanás, siervos del demonio, que han sembrado
en las almas las semillas de la propia destrucción de la Iglesia.
Quien
está destruyendo la Iglesia, actualmente, son los Obispos, los
Sacerdotes, los fieles que siguen a un déspota como su papa. No es el
resultado de un Sínodo. No es el fruto de un Concilio. Es cada persona
que se ha entregado al mal y que lo obra en la Iglesia.
El
mal camino en la Iglesia, la apostasía de la fe, ya se inició con el
Concilio. Y eso ha llevado a contemplar un mundo en el cual la humanidad
se ha ido difamando a sí misma y revolcándose en toda clase de
soberbias, lujurias y orgullo.
Pero,
lo que hoy contemplamos es el inicio y el levantamiento de una nueva
religión, que llama a gritos a una nueva sociedad, destruyendo la base
de fe que está basada en la Tradición y en el conocimiento de los
profetas. Destruyendo la doctrina católica. Haciendo caso omiso del
magisterio infalible e inmutable de la Iglesia.
Estamos viendo una religión y una Iglesia que no es la de Cristo Jesús, que no tiene su misma verdadera base.
¿Dónde
está el fundamento de Pedro en la iglesia de Bergoglio si está
gobernando con la horizontalidad? ¿Dónde está la base de la
verticalidad del papado en el falso pontificado de Bergoglio?
No
está, ni puede estar, porque es una nueva iglesia, en donde se toma el
Cuerpo de Cristo y se difama, ya no se da el conocimiento de su
Divinidad. Ya Jesús no es el Dios que está con el hombre en la
Eucaristía. Sino que es un hombre más, que camina con los hombres, y que
los apoya en toda su vida de perversión y de pecado.
En
esta nueva iglesia se va en busca de un gobierno sin ley, un gobierno
de déspotas. Cada uno, en su diócesis, gobierna según sus luces, según
sus inteligencias, según sus criterios humanos.
Y
estos jerarcas déspotas se unirán a los gobiernos déspotas del mundo
para levantar el nuevo orden mundial. Es en la diversidad cómo se
establece la unión entre los hombres que sólo buscan destruir, atacar,
perseguir, la Verdad Revelada.
El
hombre que busca emplear sus propias desviaciones para promover una paz
y una fraternidad que sólo existen en su mente humana, no en la
realidad de la vida, trae al propio hombre la guerra, la destrucción, la
aniquilación de toda verdad. No puede haber paz sin Fe, sin que el
hombre se sujete, obedezca una verdad absoluta.
Muchos
han tergiversado los mensajes y las declaraciones dados en el Concilio y
los han acomodado ellos mismos, interpretando todas las cosas para su
propia conveniencia.
Han
sido muy pocos los que ha sabido leer ese Concilio y ponerlo en el
lugar teológico que corresponde. El Concilio no hace daño para aquella
alma que tiene las ideas claras de lo que es su fe católica. Pero el
Concilio hace un daño gravísimo a aquellas almas que no saben razonar su
fe en la Iglesia.
Ya lo dijo el Papa Benedicto XVI:
«Ciertamente
los resultados [del Concilio Vaticano II] parecen estar cruelmente
opuestos a las expectaciones de todos… Yo estoy repitiendo lo que dije
hace diez años después de la conclusión del trabajo: Es incontrovertible
que este período definitivamente ha sido desfavorable para la Iglesia»
(Joseph Cardenal Ratzinger, L’Osservatore Romano, Edición en Inglés, 24
de Diciembre, 1984).
El
Concilio trajo a la Iglesia los errores del humanismo y del modernismo,
que se metieron en la mente y en el corazón de la Alta Jerarquía, la
cual anda en el camino de la perdición y llevando consigo muchos almas.
Cardenales,
Obispos y fieles llevan 50 años distorsionando la doctrina de Cristo,
el magisterio auténtico e infalible de la Iglesia, ocultando la verdad,
persiguiendo a los que viven la verdad.
Y es ahora cuando a los buenos se les empieza a llamar los malos.
Es ahora cuando los malos son alabados por todo el mundo católico y son tenidos como redentores del mundo.
¿No
es, acaso, eso Jorge Mario Bergoglio para muchos que se llaman
católicos y para toda la gente del mundo? ¿No se ha convertido en el
redentor del mundo para ellos? ¿No está, Jorge Mario Bergoglio, siendo
glorificado constantemente por los hombres?
Por
eso, no es fácil permanecer en el camino de la Iglesia, que es un
camino angosto. Muchos renuncian a la verdad en sus ministerios para ir
detrás de un déspota como su papa. Y saben que es un dictador de
mentiras. Saben lo que está realmente haciendo en su gobierno de
máscaras.
Lo
que Jorge Mario Bergoglio está manifestando es que él se pone por
encima de toda ley divina, y obra un cisma en la propia Iglesia, como
jefe sentado en la Sede de Pedro. Y esto es gravísimo. Esto es la
perdición de muchas almas en la Iglesia.
La
Iglesia Católica no está en Jorge Mario Bergoglio, sino en el Papa
Benedicto XVI. Ahí, en él, permanece la verdad de lo que es la religión
católica. Y todo fiel, en la Iglesia, debe comulgar con el Papa si
quiere salvarse y santificarse. Esa comunión es hasta la muerte del
Papa. Una vez que el Papa muera, los fieles que permanezcan en la verdad
ya no estarán obligados a obedecer a ninguna jerarquía, sino que
formarán la Iglesia Remanente, la que permanece en la Verdad, esperando
que el Cielo ponga su papa.
Bergoglio es el falso papa de una falsa iglesia.
¡Cómo cuesta entender esto a muchos católicos!
¡Esta verdad no es compartida por la Jerarquía! ¡Ni siquiera por las más fiel, por la más tradicional!
Eso
es señal de que el gobierno despótico de Bergoglio está haciendo su
trabajo en las mentes de los Cardenales, de los Obispos y de los
sacerdotes.
Él está levantando su nueva jerarquía.
Y
esto es abominable, porque supone que el mal está adquiriendo la
perfección que necesita para instalar al Anticristo en la Iglesia y en
el mundo.