domingo, 1 de noviembre de 2015

LA DOCTA IGNORANCIA, o LA CABEZA DE UN MODERNISTA o "CAMPANAS DE EUROPA"


LA DOCTA IGNORANCIA, o LA CABEZA DE UN MODERNISTA o "CAMPANAS DE EUROPA"


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1. Introducción:
                                   Quiera Dios bendecirles.
                                   El título (o los títulos de este artículo) es un título largo, aparentemente inconexo entre sus partes, curioso por lo que hace referencia a la película “Campanas de Europa” “Bells of Europe” realizada por el Centro Televisivo Vaticano, idea del Padre Germán Marani (VIS, Vatican information Service, 16 de octubre del 2012 “ Ayer por la tarde después de la sesión del Sínodo, se presentó a varios Padres Sinodales la película Bells of Europe sobre la relación entre el cristianismo, la cultura europea y el futuro del continente… Presenta una serie de entrevistas… Benedicto XVI…El Patriarca Ecuménico Bartolomé I… El Patriarca Kiril de Moscú… El Arzobispo de Canterbury… El hilo conductor es el toque de las campanas de los diferentes rincones del continente y la fusión de una única campana en la antigua fundición de Agnone”).
                                  

 Los tres renglones del título parecen diversos y sin relación, están en cambio íntimamente relacionados y expresan lo que queremos mostrar con estas líneas, a saber: “Cómo funciona la cabeza de un modernista”. Nótese que no decimos “la inteligencia” de un modernista ya que toda inteligencia de todo hombre funciona necesariamente igual porque el pensar como el querer pueden variar en su objeto pero no en su proceder. La inteligencia y la voluntad siempre actúan como ellas son porque no pueden alterar su naturaleza propia, aquello para lo cual fueron hechas.
                                   El modernista aplica su inteligencia para probar y justificar el error y esto es querer probar lo que no tiene prueba posible, es más, quiere probar lo que la Santa Iglesia ya condenó y esto no es sólo querer probar lo imposible sino además atrevimiento.
                                   Por último, el título rezaba “La Docta Ignorancia” aludiendo a una conocida obra de Nicolás de Cusa (1401-1464) Obispo y Cardenal que participó del Concilio de Basilea (Bale 1431-1449). Ortodoxo en Teología y sin duda de recta intención, tuvo errores en materia filosófica quizás por valorar mucho la Fe y la Teología e inversamente desconfiar de la razón y sus conclusiones. Nicolás de Cusa tuvo una filosofía sincrética (fusión de varias), cargada de conclusiones personales, finalmente escéptica (desconfiada de la razón y del saber natural). Para el de Cusa la inteligencia no puede conocer la verdad, no puede alcanzarla, no ve con certeza más allá de las imágenes, fruto de lo que siente; como no alcanza la verdad apenas conjetura (supone, opina, estima) de manera que humanamente hablando la ciencia suprema natural no pasa de ser una “docta ignorancia” ante la cual es necesaria la Fe que ilumina todo lo que conocemos.
                                   ¿Qué tiene que ver Cusa con los modernistas? No es él sinó ellos, Cusa llamó docta ignorancia a la sabiduría humana por desconfiar de la capacidad natural de la razón. Nosotros docta ignorancia a la supuesta ciencia teológica de los modernistas, decimos que son burros con birrete de teólogos, decimos que esto no puede hacerse sin forzar a la inteligencia para que piense mal y que esto no es honesto, que es inmoral y es engañoso.
                                   Dirán ustedes que nuestro juicio es implacable, que no podemos ni debemos juzgar. No hacemos más que repetir, con otras palabras, lo enseñado por S.S. San Pío X en la Encíclica Pascendi (8 de septiembre de 1907) en la que condena al modernismo; leamos al santo Papa: “Juntan con esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, asiduidad y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que han venido a ser despreciadores de toda autoridad, impacientes de todo freno, y  atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y el orgullo” (Pascendi, n. 2, página 5, ed. Roma, n. 20).
                                   Por eso decimos que el modernista no es niño equivocado sinó un enemigo de la Iglesia, tanto más peligroso al vestir hábito clerical o pontifical. Dice allí mismo San Pio X: “Tales hombres podrán extrañar verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia; pero no habrá fundamento para tal extrañeza en ninguno de aquellos que, prescindiendo de intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozcan sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijera que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia”. (Ídem n. 2, pág. 4).

2. Algunas Aclaraciones:
                                   No queremos dar una clase de filosofía ni decir cosas difíciles. El fin de estas líneas es poner en guardia al católico frente al peligro del modernismo, modernismo que está desfigurando la faz visible de la Iglesia y perdiendo a las almas.
                                   Aun así, debemos sentar las bases que nos hagan llegar  a la conclusión y trataremos de hacerlo con palabras sencillas, copiando un poco aquella destreza de Nuestro Señor quien explicó las cosas más sublimes para que todos pudiéramos entenderlas.
                                   Al crearnos Dios nos dio las facultades que nos permiten comportarnos como hombres y salvarnos como cristianos con la ayuda de su Gracia. Esas facultades son como los instrumentos para obrar y es así que pensamos y queremos porque somos hombres y que en eso nos distinguimos de los animales.
                                   La inteligencia es como es, como la mano tiene dedos para maniobrar así ella tiene un  procedimiento para razonar. Siempre funciona igual y en todo hombre (aún el loco tiene sana su inteligencia pero enferma su imaginación o sus órganos que le brindan imágenes falsas o artificiosas haciéndola juzgar erróneamente. La inteligencia no se enferma porque es del alma, el que se enferma es el cuerpo; sino fuera así los médicos no darían remedios a los locos sino que les darían un manual de filosofía o un buen consejo).
                                   La inteligencia, entonces, tiene un objeto propio: La Verdad, está hecha para ella, es su fin, su objeto adecuado, para eso fue creada. Esa Verdad no es más que la realidad. Conocer la Verdad es conocer lo que las cosas son, conocerlas y conocerlas tal como son. No digo sólo que conozcamos que las cosas existen, digo que además conocemos, quien más quien menos, lo que son realmente para no movernos en un mundo de opiniones o ilusiones que no permitirían ni ciencia ni certeza alguna. La opinión no va más allá del “quizás” o del “tal vez” o del “puede ser”. En este sentido nadie tomaría un remedio si “quizás” fuera mortal.
                                   Cuando conozco lo que las cosas son conozco con Verdad, es decir, bien, entonces poseo la Verdad.
                                   Mi inteligencia al conocer plasma de manera abstracta en si misma (pero verdadera y real) aquello que conoció. Más todavía, conocer algo tal como eso, es algo muy ordenado, conocerlo mal implica un desorden ya que la inteligencia no estaría cumpliendo su cometido, no hallaría su objeto, su fin, en definitiva su bien que es la Verdad, lo que las cosas son realmente.
                                   Este orden al que aludimos, orden de la inteligencia, pone al intelecto en paz, le causa la tranquilidad o la serenidad intelectual de haber hallado, de manera cierta, lo que buscaba. Si quisiéramos expresarlo gráficamente diríamos:
Inteligencia…... Tiene un objeto (fin)  =  la Verdad = lo que las cosas son, el ser de las cosas.
Alcanzar la Verdad…. Supone orden…. Este orden causa la paz del intelecto.
                                   Dicho de otra manera la inteligencia funciona de modo correcto cuando alcanza la Verdad y lo hace de manera honesta (honrada moralmente) cuando conocida esa Verdad la admite aunque contraríe su opinión, su idea original o su tesis.
                                   Entonces, el objeto de la inteligencia no es llevar la Verdad  a la  constatación de su tesis sinó al revés. Intentar encontrar los argumentos o pruebas de la tesis para que ésta enuncie Verdad y sinó descartarla como errónea. Esto supone en el sujeto honestidad y humildad.
…. Que de los argumentos no se siga Verdad… Es concluir erróneamente.
…. Forzar los argumentos…. Es ser deshonesto y mentir.
                                   La Verdad hallada se expresa en conceptos, muchas veces en definiciones que en el mejor de los casos enuncian dicha Verdad, poniendo todos los límites para que ella diga correctamente lo definido y sólo eso. Como si dijéramos el número de documento de identidad de alguien que sólo a él corresponde o su ADN personal. Esos conceptos, todo concepto, son una definición (más o menos completa) enunciada o nó.
                                   Las cosas son lo que son, eso es la realidad.
                                   La Verdad es la realidad en mi inteligencia, pensada por mi.  Ambas son reales, la cosa y la Verdad que la enuncia, pero una es concreta (la cosa) y la otra es abstracta (pensada= su concepto).
3. La “cabeza” del modernista:
                                   El modernista es un deudor del idealismo de Hegel. Para Hegel, filósofo alemán del siglo XIX, la realidad evoluciona, nó que haya cambios, va cambiando ella misma, las cosas cambian en su mismo ser que pasa como pasa la historia. Todo eso que pasa y se sucede es como la evolución de algo pensado que él bautiza con el nombre de Idea, es el devenir de esa misma Idea.
                                   Recuerdan ustedes que el Papa Pio IX promulgó el Syllabus que es como la colección de los errores modernos, errores que siempre serán tales. Vean sin embargo las afirmaciones siguientes (Card.  Joseph Ratzinger, Teoría de los Principios Teológicos, Wewel, Verlag, Munich 1982; Herder, Barcelona 1985):
° “La Verdad es una dirección… Nunca una posesión definitiva”. (pág. 72).
° “La Fe cristiana ha nacido de una convulsión histórica (la pérdida de valor de los postulados de la religión judía de la época de Cristo)” (pág. 184). ° “Queda en claro el primado de la historia (ciencia de lo que acontece) sobre la metafísica (ciencia del ser, de lo permanente)” (pág. 220). ° (Hablando de la Iglesia) “Las instituciones dependen de las fuerzas vivas que surgen espontáneamente en la comunidad” (pág. 367). ° (Vaticano II) “Fue un intento de reconciliación oficial de la Iglesia con la nueva época establecida a partir de 1789 (Revolución Francesa)” (pág. 458). ° “Esto implica que no hay punto retorno al Syllabus… Que en modo alguno puede ser la palabra última y definitiva” (pág. 469).
                                   Las afirmaciones son graves. Más graves porque eran de un Cardenal, en esos años nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), presentado luego y todavía como gran defensor de la Fe y de la Ortodoxia Doctrinal.
                                   Para el modernista la Verdad ya no es el bien de la inteligencia “Queremos en primer lugar, reconocernos todos integrados en ese camino común que es la historia humana. Afirmar que somos peregrinos significa admitir que todavía no hemos llegado a la meta o, mejor dicho, que ésta siempre nos trasciende, constituyendo el sentido de nuestro viaje. Todo hombre de buena voluntad se siente peregrino de la verdad: Se siente en camino, porque es consciente de que la Verdad siempre lo supera” (L’Osservatore Romano, 27 de oct. Del 2011 “De Asís 1986 a Asís 2011, el significado de un cambio”, Cardenal Tarsicio Bertone, Secretario de Estado, fechado 3 de julio del 2011).
                                   Estas reuniones de Asís desde la primera en 1986 son reuniones ecuménicas en donde se juntan las religiones más estrafalarias y contradictorias. La afirmación del Cardenal Secretario de Estado es clara: “La Verdad siempre nos trasciende… Nos supera”.
                                   Es decir es tan grande o tan variable que siempre nos gana, no podemos poseerla. Es el “nadie tiene la verdad” que escuchamos cada día. Si no podemos tener la Verdad entonces nadie puede. Es la única manera de aceptar los errores ajenos y darles derecho de piso. “En todos los periodos de la historia aparecen sus nuevas dimensiones (del Evangelio) aparece en toda su novedad para responder a las necesidades del corazón y de la razón humana que puede caminar en esta verdad y encontrarse en ella”. (Benedicto XVI, Campanas de Europa, VIS, español, martes 16 de oct. del 2012, pág. 2, segundo párrafo in fine).
                                   Volvamos a nuestras “Aclaraciones”, si la inteligencia no alcanza la Verdad nunca alcanza su objeto, nunca queda ordenada a su propio bien, nunca está en paz. No puede haber paz para la inteligencia sin orden y sin definición.
                                   El modernista, por exigencia de su propia doctrina, vive entonces la inquietud íntima más profunda y radical, nunca tiene orden intelectual, nunca llega a la Verdad.
                                   Si el modernista no conoce la verdad es incapaz de penetrar la realidad, vive en medio de un río caudaloso que lo lleva sin que él lo conozca.
                                   ¿Qué le queda entonces? Sólo el sentimiento que produce lo que va viviendo.
                                   El sentimiento es algo subjetivo y transeúnte: “Como Usted decía, sobre todo en el diálogo ecuménico entre la Iglesia Católica, Ortodoxa, Protestante, esta alma tiene que encontrar una común expresión y después tiene que confrontarse con esa razón abstracta, es decir aceptar y conservar la libertad crítica de la razón con respecto a todo lo que puede hacer y ha hecho, pero practicarla, concretarla en el fundamento, en la cohesión con los grandes valores que nos ha dado el cristianismo. Sólo en esta síntesis Europa puede tener peso en el diálogo intercultural de la humanidad de hoy y de mañana, porque una razón que se ha emancipado de todas las culturas no puede entrar en un diálogo intercultural. Sólo una razón que tiene una identidad histórica y moral puede también hablar con los demás, buscar una interculturalidad en la que todos pueden entrar y encontrar una unidad fundamental de los valores que pueden abrir las vías al futuro, a un nuevo humanismo que tiene que ser nuestro objetivo. Y para nosotros este humanismo crece precisamente a partir de la gran idea del hombre a imagen y semejanza de Dios”. (Benedicto XVI, VIS, ídem, pág. 3).
                                   Si los sentimientos son subjetivos su validez como tal no nace de la cosa (la cosa se le escapa al modernista, no puede conocer la verdad que encierra). Entonces ¿De dónde saca su validez el sentimiento? Sólo es válido si es auténtico, ya que no puede ser objetivo se conforma con ser sincero.
                                   Habiendo maltratado a los conceptos y negándoles que puedan encerrar verdad hace conceptos de los sentimientos, o mejor, hace afirmaciones de lo transeúnte que no puede definirse porque está cambiando (sería como querer cercar un terreno durante un terremoto). No se atreve al concepto, los hace sentimientos. Como el modernista no puede ni quiere definir, teme a la definición. La definición compromete con la Verdad y no admite lo contrario.
                                   Hace afirmaciones de lo transeúnte y esta dispuestos a cambiarlas. Pero en esto es incoherente porque cuando no le conviene, la realidad no debe cambiar, valga como ejemplo Vaticano II que es “un bien” inamovible.
                                   Este temor voluntario, y por eso culpable, de no querer definir no lo deja ni afirmar el bien ni rechazar al mal con vehemencia. No se es vehemente de lo inestable.
                                   Resumamos entonces. Para el modernista:
° Pensar es sentir, pensar los pareceres y sentimientos (esto es absurdo);
° Subjetivizar la realidad (es como la siente), (esto es ilógico);
° Es indefinido por concepto (esto es contradictorio);
° La indefinición lo hace íntimamente inquieto y sin paz intelectual.
                                   La vehemencia le pica, le irrita y le incomoda. No soporta la seguridad de quien cree absolutamente en quien lo merece que es Dios.
                                   Está atrapado en sus ideas, entonces toda idea religiosa es valedera si es auténtica, es un “campanazo en la Verdad”, no es verdad ni “la verdad” sino las otras campanadas (afirmaciones, religiones…) o la de él no serían nada. Basta absolutizar una religión para que las otras sean falsas. Sólo así se entiende una “bolsa común” de todas las religiones: “Mientras recorremos nuestros respectivos caminos –dijo el Pontífice para terminar- saquemos fuerzas de esta experiencia y donde quiera que estemos continuemos renovados el viaje que conduce   a la Verdad, la peregrinación que lleva  a la Paz” (Benedicto XVI, VIS 28/10/2011, pág. 3 in fine).
                                   No condice esto con aquellas palabras de Nuestro Señor: “Yo soy la Verdad” (San Juan XIV, 6); “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (San Mateo XVI, 18); “Padre, santifícalos en la Verdad” (San Juan XVII, 17); “El Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir” (San Juan XIV, 17).
                                   Lo sobrenatural es estable, no admite “otros”, no es subjetivo ni relativo, es como es.
                                   Volvamos al principio. Para el modernista la Iglesia Católica suena “su campana” en el concierto de las religiones, dice “su verdad” aceptando que cada quien diga la suya, hace la Fe subjetiva y valedera sólo por ser auténtica, entonces valen igual todas las otras. No hay para él verdad absoluta (aunque crea esto como algo verdadero y algo absoluto).
                                   Para él esa campanada es sincera pero no puede ser absoluta.
                                   No hay Verdad absoluta y permanente a no ser lo que él dice, Vaticano II, la Libertad Religiosa, El Ecumenismo y todas sus modernidades.
                                   Entonces, forzar la inteligencia para defender argumentos sin valor no sólo es concluir en el error sinó inducir al error. Es deshonesto porque su inteligencia le grita que no valen sus argumentos, es la Verdad quien le arguye y recrimina. Es injusto consigo mismo, con sus semejantes, con la Iglesia y con Dios.
                                   No estamos delante de gentes solamente equivocadas: “Van adelante en el camino comenzado, y aún reprendidos y condenados van adelante, encubriendo su increíble audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con la obra e intención prosiguen más atrevidamente lo que emprendieron. Pues así proceden a sabiendas, tanto porque creen que la autoridad debe ser empujada y no echada por tierra, como porque les es necesario morar en el recinto de la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva” (Pascendi, obra citada, pág. 24 y 25).
                                   La defensa absoluta de la Verdad supone el rechazo absoluto del error.
                                   Esa defensa merece la vehemencia que tuvo en los Santos porque sólo la Verdad tiene derechos, nunca el error, menos la mentira.
                                   Los principios de la Fe no dependen de nosotros, nuestra es sola la reverencia que le debemos, la fidelidad gustosa que nos obliga, el respeto soberano a Quien dio ser a las cosas, a Quien creó la realidad, a Quien hizo la inteligencia para que nadara en las aguas de la Verdad, a Quien nos brindó la Gracia para poder llegar al Cielo.
                                   Quiera Dios bendecirles.
                                               Ave María Purísima.
                                                              + Mons. Andrés Morello

                                                                                                                    Patagonia Argentina 11 de marzo del 2013