LA LIBERTAD RELIGIOSA
CORRESPONDE AL TÉRMINO
LIBERTAD EN LA
REVOLUCIÓN FRANCESA
Monseñor Marcel Lefebvre
Es un término ambiguo muy útil al demonio.
Nunca ha sido este término comprendido
en el sentido que admite el Concilio. Todos los documentos precedentes
de la Iglesia que hablan de libertad religiosa entienden por ello la
libertad de la religión y nunca la libertad de las religiones. Siempre
que la Iglesia ha hablado de esta libertad, ha hablado de la libertad
de la religión y de la tolerancia para con las otras religiones . se
tolera al error. Darle la libertad es darle un derecho y el error no
tiene ninguno. Sólo la verdad tiene derechos. Admitir la libertad de
religiones es dar los mismos derechos a la verdad que al error. Esto es
imposible. La Iglesia nunca puede decir una cosa semejante. A mi
parecer, atreverse a decir eso es blasfemar. Va contra la gloria de
Dios, pues Dios es la verdad, Jesucristo es la verdad. Poner a
Jesucristo en el mismo plano que un Mahoma o que un Lutero, ¿qué es
sino blasfemar? Si tenemos fe, no tenemos derecho a admitir esto; es
el error de derecho común que fue condenado por Pió IX y todos los
papas.
Con la libertad religiosa penetró en el Concilio en sentido del término libertad según la Revolución Francesa.
Considero que el “Caballo de Troya”
destinado a realizar esta operación contra el Magisterio tradicional
de la Iglesia es el inconcebible esquema de la “libertad religiosa”.
Admitido éste, todo el vigor y todo el valor del Magisterio de la
Iglesia caen heridos de muerte de una manera radical, pues en sí mismo
el magisterio en contrario a la libertad religiosa.
El Magisterio impone su Verdad, obliga
moralmente el sujeto a aceptarla, le priva pues de su libertad moral.
Sin duda permanece su libertad psicológica, pero la posibilidad de
rechazar la enseñanza no le da, por sí misma, el derecho a rechazarla.
Debe creer bajo pena de condenación contraria a la libertad.
Es dar pruebas de gran ignorancia o
fingir esa ignorancia, no querer reconocer que todas las religiones, a
excepción de la verdadera, la religión católica, traen consigo un
cortejo de tareas sociales que son la vergüenza de la humanidad:
piénsese en el divorcio, la poligamia, la anticoncepción, y el amor
libre en lo que concierne a la familia; piénsese también, en el
terreno de la existencia misma de la sociedad, en las dos tendencias
que la destruyen: una tendencia revolucionaria, destructiva de la
autoridad, tendencia demagógica, fermento de continuos desórdenes, fruto
del libre examen, o una tendencia totalitaria y tiránica gracias a la
unión de la falsa religión con el Estado. La historia de los últimos
siglos ilustra en forma contundente esta realidad.
Es, pues, inconcebible que los gobiernos
católicos se desinteresen de la religión o que admitan por principio
la libertad religiosa en el terreno público. Sería no ver el fin de la
sociedad y la extrema importancia de la religión en el terreno social
y la diferencia fundamental entre la verdadera religión y las demás
en el terreno de la moral, elemento capital para la obtención del fin
temporal del Estado.
Tal es la doctrina enseñada desde
siembre en la Iglesia. Confiere a la sociedad un papel capital en el
ejercicio de la virtud de los ciudadanos y, por tanto, en forma
indirecta, en la obtención de su salvación eterna. Toda criatura ha
sido y sigue estando ordenada a ese fin aquí abajo. Las sociedades,
familia, Estado, Iglesia, cada una en su puesto, han sido creadas por
Dios con ese fin. No se puede negar que, de hecho, la experiencia de la
historia de la naciones católicas, la historia de la Iglesia, la
historia de la conversión a la Fe Católica, manifiesta el papel
providencial del Estado hasta tal punto que se debe afirmar
legítimamente que su papel en la obtención de la salvación eterna de
la humanidad es capital, si no preponderante Si todo el aparato y el
condicionamiento social del Estado es laico, ateo, irreligioso y más
aún si es perseguidos de la Iglesia ¿quién se atreverá a decir que les
será fácil a los no católicos convertirse y a los católicos seguir
siéndolo? Más que nunca ahora, con los medios modernos de comunicación
social, con las relaciones sociales que se multiplican, el Estado
tiene un influjo más y más grande sobre el comportamiento de los
ciudadanos o sobre su vida interior y exterior, por consiguiente sobre
su actitud moral, y en definitiva sobre su destino eterno.
Sería criminal animar a los estados
católicos a hacerse laicos, a despreocuparse de la religión y a dejar
difundirse indiferentemente en error y la inmoralidad y, bajo el falso
pretexto de la dignidad humana, introducir un fermento disolvente de
la sociedad con una libertad religiosa exagerada, con la exaltación de
la conciencia individual a expensas del bien común como en la
legitimación de la objeción de conciencia.