LAS SECTAS
DISIDENTES
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Alberto
García Vieyra O.P.
Aunque al hacer esta nota tuvimos en cuenta las sectas protestantes,
vale también para las sectas masónicas, laicismo, neutralismo de Estado,
democratismo liberal, socialismo, semi-católicos, etc., todas las formas
negativas de vida social que coinciden en la negación de la integridad de la
fe.
En
el prólogo de un libro reciente, hemos leído: “Sepuis quelques années,
diver5ses sectes, ‘bibliques’, eschatologiques, guerisseures et autres
depleient une activitè intensifiée en plusieurs pays d’Europe” (Sectes Modernes
et foi Catholique, por M. Benoit Lavaud O.P.).No
sólo en Europa sino en nuestro país, las sectas protestantes desarrollan una
intensa labor. Aquí, en Argentina, el asunto ha preocupado, entre otros, al
Exmo. Señor Obispo de Resistencia, Monseñor Enrique Rau, en un enjundioso
trabajo: “Nuestra Defensa contra la propaganda protestante”.
Nuestra
Nota tiene por objeto pones de manifiesto lo siguiente: 1º) debemos guardar la
integridad de la Revelación
y de la fe: 2º) Lo que las sectas poseen de positivo, está ya en su estado
auténtico en la Iglesia Católica;
3º) Las sectas disidentes subsisten solamente por su polémica contra la Iglesia, o como religiones
de Estado; 4º) Su contenido religioso es un humanismo naturalista, que busca
sus antecedentes históricos en la historia de las religiones; 5º) Como
estructuras religiosas, los cultos disidentes no encierran ningún valor
positivo, y muchos negativos, en orden a la justificación o salvación del hombre,
por la subestimación total o parcial de
la verdad revelada; 6º) como estructuras sociales, ocupan un lugar, hacen
proselitismo, denigran a la
Iglesia y siembran la confusión en sus conciencias; 7º) Llevan
el problema de la verdadera Iglesia a la calle, por así decir, que queda
insoluble para muchos incautos, a los cuales apartan de los medios de
salvación; 8º) Las sectas disidentes (evangélicos, luteranos, metodistas,
mormones, etc.), modificasen, subdividiesen, cambian constantemente de
contenido religioso, no representando ningún valor ni para el hombre ni para la
sociedad.
El
culto no es un problema artístico-literario, a resolverse por la tradición o
por el folklore; es un problema de justicia. La Reforma, como la mayor
parte de los movimientos reformistas, enarboló su bandera de “protesta”, por
defectos reales en la Iglesia,
que interesaban la justicia en las relaciones del hombre con Dios.
Esto
es verdad y no lo negamos. Los historiadores hablan de abusos, carencia de vida
interior, caída en el profesionalismo, legalismo y lo que podría denominarse espíritu administrativo.
Pero
una cosa es pugnar por la fe y la vida interior, otra el negar la integridad de
la Revelación. Tal
es el caso de las sectas protestantes. Por tal motivo afirmamos que no tienen
razón de ser, ni representan ningún valor positivo para el hombre o para la
sociedad. Abogaron por la fe, pero
negaron el objeto de la fe: la revelación divina. Apelaron al Evangelio, y
redujeron su contenido a un humanitarismo sentimental. La fe sin objeto, y con el arma del libre
examen, entabla arrogante polémica cuatro veces secular, contra los libros
inspirados, y termina en credulidad de fenómenos históricos y sociales.
Divididas
y subdivididas, con un contenido de creencias que varía y se modifica
constantemente, las sectas protestantes nada serio pueden decirnos acerca de la
salvación.
La
presencia de sectas disidentes de la
Iglesia en nuestro país, obliga a plantearnos el problema de
su valor en orden al bien de la comunidad.
El
problema de las confesiones religiosas, es el problema del culto debido a Dios,
y el problema de nuestra salvación. Ni luteranos, ni calvinistas, ni
metodistas, ni mormones, etc., etc., ninguna secta protestante reúne las
condiciones de justicia para el culto debido a que Dios tiene derecho en la
actual economía de la Redención. No
representan, entonces, ningún valor positivo en orden al bien común.
Probarlo es fácil:
a)
La religión, el culto, es un servicio de justicia, como ya lo hemos expuesto.
Debe ser interior, cordial pero atenerse
a las condiciones prescriptas por la ley divina positiva de la revelación.
La misión de la Iglesia
es canalizar las fuerzas espirituales del hombre, en la unidad de la misma fe y
del mismo amor sobrenatural.
Los
cultos disidentes no se atienen a la ley de la revelación; niégala total o
parcialmente. Luego no constituyen un servicio de justicia para con Dios; por
lo tanto una adulteración, e injusticia formal.
La
salvación depende de la justicia; su nombre paulino es justificación.
Faltar
a la justicia o una justicia adulterada no constituyen un bien positivo para la
comunidad humana. Luego los cultos disidentes no constituyen un bien propiamente dicho para el hombre,
constituyen una formal injusticia.
La
implantación de una nueva escuela artística o literaria es algo en sí indiferente, que poco interesa a la justicia:
la misma variedad puede ser un bien positivo. Pero tratándose de Dios, de la
integridad de la fe y del culto, interesa vitalmente al hombre, quien para
salvarse debe encontrar los cauces comunes de la justificación.
b)
En las cuestiones sobre el martirio y la herejía, Santo Tomas expone cuanto
importa la integridad de la revelación.
Al
tratar de la herejía, afirma el Santo que debe castigarse al hereje con la pena
capital: “…non solum excommunicare sed et juste occidi” (II-IIae., q. XI, a
3.). La razón es el gravisimo daño a la comunidad. Antes de la perdición de
todos, o de un gran número seducidos por la herejía, es mejor la de uno solo.
Hereje
es quien atenta contra la integridad del dogma o de la revelación. Implica un
rompimiento culpable de la unidad de la fe; en el orden social implica la
creación de estructuras seudo-espirituales que entorpecen la clara visión de
las condiciones de la salvación. En la cuestión del martirio reaparece la
importancia de conservar la integridad de la revelación, y la fe.
Prefiero
la muerte y salvar mi alma antes que
perderme en cuerpo y alma en el infierno. El martirio como acto supremo de la
fortaleza, supone como bien máximo la integridad de la revelación , objeto de
la fe sobrenatural.
c)
Las doctrinas sobre pluralismo religioso, laicismo, libertad de cultos o
tolerancia, difícilmente dejan de implicar una subestimación de la fe.
El
bien del hombre, dice Santo Tomas, al tratar de esta cuestión del martirio,
consiste en la verdad como en su propio objeto, y en la justicia como en su
propio efecto (II-IIae., q.124, a.1). Quiere decir que el bien para el hombre
consiste en radicarse en la verdad, y respetar en el orden práctico todos los
postulados de la justicia. Una forma cultural que niega la integridad de la fe implica una
desobediencia contra la verdad y una injusticia concomitante. Injusticia ante
Dios equivale para el hombre a la condenación.
Luego
jamás será bien positivo para el mismo hombre.
Supuesta
la paridad de cultos, supuesta la justicia de las sectas disidentes, el
martirio no tendría ninguna razón de ser. La teología justifica el martirio,
para salvar los valores supremos de verdad revelada y de justicia. Si la verdad
de la fe no fuera realmente un valor supremo,
superior a la propia vida, no habría porqué perderla.
En
el martirio la justicia consiste en
salvar la integridad de la revelación aún al precio de mi propia
existencia.
Si
la paridad de cultos fuera justa, lo mismo daría la revelación íntegra, que otra creencias parciales. Luego la
justicia no podría exigir por aquello la inmolación de la propia vida.
Lo
que implica en síntesis, un valor supremo es la firmeza en la verdad revelada,
objeto de la fe. Tal firmeza es lo justo delante de Dios. Luego debe
mantenerse. El hombre, ser creado por Dios,
no puede poner en duda la palabra de Dios. Negar total o parcialmente la
palabra de Dios entre en la categoría de injusticia y es pecado.
Luego
ninguna secta, confesión religiosa o política que niegue total o parcialmente
la revelación divina pueden sustentarse; ningún laicismo o indiferencia
religiosa pueden en rigor justificarse. Construir en el Orden es el camino de la
paz.+
Artículo publicado en la revista “Presencia”
(Nª 64), del padre Meinvielle, que hoy día tiene más actualidad aun que cuando fue escrito, en octubre de 1956;
pues el “humanitarismo sentimental” protestantizante, está fomentado en la Iglesia desde el
Vaticano.