No tratemos a los lobos como si fueran ovejas descarriadas
Una visión unilateral de la parábola del Buen Pastor lleva a algunos a abandonar a los ovejas fieles para ir en busca del lobo, ponerlo cariñosamente sobre los hombros, e introducirlo en el redil.
Aparente contradicción entre la bondad y la justicia de Nuestro Señor Jesucristo
La doctrina de Nuestro Señor Jesucristo está llena de verdades aparentemente antagónicas
que, examinadas con atención, lejos de desmentirse recíprocamente, se
completan, formando una armonía verdaderamente maravillosa. Y éste es el
caso, por ejemplo, de la aparente contradicción entre la justicia y la
bondad divinas.
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Dios es, al mismo tiempo, infinitamente justo e infinitamente
misericordioso. Siempre que para comprender bien una de estas
perfecciones ignoramos la otra, caeremos en un grave error.
Nuestro Señor Jesucristo dio, en su vida terrena, admirables pruebas de su dulzura y de su severidad.
No pretendamos “corregir” la personalidad de Nuestro Señor de acuerdo a
la pequeñez de nuestros modos de pensar, y cerrar los ojos a la
suavidad para mejor edificarnos con la justicia del Salvador; o, por el
contrario, hacer abstracción de su justicia para mejor comprender su
infinita compasión en relación a los pecadores. Nuestro Señor se mostró
perfecto y adorable tanto cuando acogía con perdón inefablemente dulce a
María Magdalena, cuanto cuando castigaba con lenguaje violento a los
fariseos. No arranquemos ninguna de estas páginas del Santo Evangelio.
Sepamos comprender y adorar las perfecciones de Nuestro Señor como ellas
se revelan en uno y otro episodio. Y comprendamos en fin que la
imitación de Nuestro Señor Jesucristo sólo la podremos hacer cuando
sepamos no sólo perdonan, consolar y acoger, sino también que sepamos
flagelar, denunciar y fulminar como Nuestro Señor.
Bondad y energía: dos virtudes armónicas
Hay muchos católicos que consideran los episodios del Evangelio en los que aparece el santo furor del Mesías
contra la ignominia y la perfidia de los fariseos como cosas indignas
de imitación. Esto aparece en el modo en que ellos consideran el
apostolado. Hablan siempre de dulzura, y tratar siempre de imitar esa
virtud de Nuestro Señor. Pero, ¿por qué no tratan de imitar las otras
virtudes de Nuestro Señor?
Frecuentemente, cuando se propone en materia de apostolado un acto de energía,
la respuesta invariable es que es necesario proceder con mucha suavidad
“para no apartar aún más a los descarriados”. ¿Se podría sustentar que
los actos de energía tienen siempre el efecto invariable de “apartar aún
más a los desviados”? ¿Se podría sustentar que Nuestro Señor, cuando
dirigía sus invectivas candentes a los fariseos, lo hacía con la
intención de “apartar aún más a aquellos desviados”? ¿O se debería
suponer por ventura que Nuestro Señor no sabía o no se preocupaba con el
efecto “catastrófico” que sus palabras causarían a los fariseos? ¿Quién
osaría admitir que tal blasfemia contra la Sabiduría Encarnada, que fue
Nuestro Señor?
Dios nos libre de preconizar el uso de la energía y de los procesos violentos como único remedio para las almas.
Dios nos libre también, sin embargo, de proscribir estos remedios
heroicos de nuestros procesos de apostolado. Hay circunstancias en que
se debe ser suave y circunstancias en que se debe ser santamente
violento. Ser suave cuando la circunstancias exigen violencia, o ser
violento cuando la circunstancias exigen suavidad, es siempre un grave
mal.
* * *
Unilateralidad en la interpretación de las Parábolas
Todo este orden de ideas unilateral que venimos denunciando,
procede de una consideración también unilateral de las Parábolas.
Muchos hacen de la parábola de la oveja perdida la única del Evangelio.
Hay en esto un error gravísimo que no queremos dejar de denunciar.
Nuestro Señor no nos hablaba solamente de ovejas perdidas,
que el Pastor va a buscar pacientemente en el fondo de los abismos,
ensangrentadas por las espinas, en las que lamentablemente se hirieron.
Nuestro Señor nos habla también de lobos rapaces,
que merodean constantemente el redil, esperando una ocasión para
introducirse en él disfrazados con pieles de ovejas. Ahora, si es
admirable el Pastor que sabe cargar sobre sus hombros con ternura a la
oveja perdida, ¿qué decir del Pastor que abandona sus ovejas fieles para
ir a buscar a lo lejos a un lobo disfrazado de oveja, que toma al lobo,
lo pone amorosamente sobre sus hombros, le abre él mismo las puertas
del redil, y con sus manos pastorales coloca entre las ovejas al lobo
voraz?
¡Cuántos católicos hay, sin embargo, que si aplicasen efectivamente
los principios del apostolado unilateral que profesan, actuarían
exactamente así!
Extractos del artículo de Plinio Corrêa de Oliveira, publicado en el Legionario, el 28 de septiembre de 1941