REYNALDO- BIENAVENTURADOS LOS MANCOS….
¡Sí!, leíste bien…. “Bienaventurados los mancos”. No fue un error, no quise escribir los “mansos”; aunque también los “mansos” son bienaventurados.
Es más, no sólo los “mancos”, sino también los cojos, los tuertos y los ciegos. Todos esos son bienaventurados.
Y voy a atreverme a decir todavía más: El Cielo está lleno de mancos, cojos, tuertos y ciegos…
Y si aún desean más osadía, he aquí una sentencia: “PARA PODER ENTRAR EN EL CIELO, ES PRECISO SER MANCO, COJO, TUERTO O CIEGO”.
Aquí va la prueba. Leemos en el Evangelio según San Marcos 9: 43-48:
“Si tu mano te escandaliza, córtala: más te vale entrar en la vida MANCO, que
irte, con tus dos manos, a la gehena, al fuego que no se apaga. Y si
tu pie te escandaliza, córtalo: más te vale entrar en la vida COJO que
ser, con tus dos pies, arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te
escandaliza, sácalo: más te vale entrar en el reino de Dios teniendo un
solo ojo [o sin los dos] que con tus dos ojos ser arrojado a la gehena, donde el gusano de ellos no muere y el fuego no se apaga”.
Fue el
propio Señor Quien dijo eso… y creo que esa idea también estaba en Su
Divina Mente cuando expuso la Parábola de la Gran Cena en San Lucas 14:
15-24 y nos dijo que un hombre (representando a Cristo) preparó una
cena, y convidó a muchos (en este caso fue al pueblo de Israel), pero a
la hora de la cena, todos los invitados comenzaron a excusarse (porque a
los Suyos vino y los Suyos no lo recibieron)… y viendo que los
invitados de honor no correspondían a esa invitación, aquel hombre
encargó a su siervo (a sus fieles seguidores que proclaman las Buenas
Nuevas del Reino) que consiguieran nuevos invitados. ¿Quiénes? Dice a
partir del versículo 21: -“Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a… los MANCOS, los COJOS y los CIEGOS… para que se llene mi casa”.
Por
supuesto, cuando hablamos de “mancos”, “cojos”, “ciegos” y “tuertos”, y
cuando decimos que tenemos que cortarnos una o las dos manos, uno o los
dos pies, o sacarnos un ojo o los dos, estamos hablando desde una
perspectiva puramente espiritual –no es nada físico.
Cortarnos la
mano significa “hacernos violencia” para no continuar haciendo lo que a
Dios no Le agrada. Cortarnos el pie es “hacernos violencia” para no
andar en los caminos que a Dios Le ofenden. Sacarnos el ojo es “hacernos
violencia” para mantener nuestra mirada en las cosas de arriba, en
Cristo Jesús, en el cielo y desviar nuestros ojos de lo terrenal, que es
efímero y temporal.
En eso consiste todo: en “hacernos violencia”, en “luchar contra la tendencia natural de nuestra carne, de nuestros deseos y pasiones”.
El Apóstol San Pablo habló de estos “cortes” y de estas “extracciones” de la siguiente manera:
1) En Romanos 8: 13 dijo: “Pues si vivís según la carne, habéis de morir; mas si por el espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis”.
2) En Gálatas 5: 24 lo expresó así: “Los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias”.
3) Y en Colosenses 3: 5 fue más categórico: “Haced morir
los miembros que aún tengáis en la tierra: fornicación, impureza,
pasiones, la mala concupiscencia y la codicia, que es idolatría”.
En el Evangelio según San Mateo 11: 12, Nuestro Señor dijo estas palabras: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos padece fuerza, y los que usan la fuerza se apoderan de él”.
En la lengua original (koiné) dice así: “απο δε των ημερων ιωαννου του βαπτιστου εως αρτι η βασιλεια των ουρανων βιαζεται και βιασται
αρπαζουσιν αυτην”. La palabra en rojo es un sustantivo griego –que se
pronuncia ‘biastai” y es la única vez que aparece en el Nuevo
Testamento- y es equivalente a “los que usan la fuerza”, expresión que podría traducirse más propiamente como “los violentos”.
El verbo del que se deriva ese sustantivo es “biázo” y significa
“esforzarse”, y en griego da la idea de conseguir algo con violencia,
por la fuerza.
Por lo tanto, reuniendo todas esas acepciones, pudiéramos enunciar el versículo así:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos padece fuerza, y los violentos (los que se esfuerzan) se apoderan de él”.
Por eso yo
les dije al principio que el cielo está lleno de mancos, de cojos, de
tuertos y de ciegos, porque los bienaventurados son los que supieron “hacerse violencia”
y vencer las pasiones de la carne, los que se esforzaron por vivir una
vida cada vez más cerca de Dios “costara lo que costara”, y con tal de
agradarle, estuvieron dispuestos a hacer grandes renuncias, a dejarlo
todo por Él, a imitarlo y en muchos casos, a morir por Él.
Vamos ahora a hablar un poco de ese verbo tan fundamental –“esforzarse”.
Mucho dice la Escritura acerca de esto. Por ejemplo:
El Señor Todopoderoso le dijo a Josué (1: 7): “Esfuérzate
por observar y practicar la Ley… no te apartes de ella, ni a la derecha
ni a la izquierda, a fin de que tengas buen éxito en todos tus caminos”. Sí, toda obediencia a Dios exige esfuerzo, y Él nos pide ese esfuerzo del mismo modo que se lo pidió a Josué.
A su vez, Josué le dijo al pueblo de Israel (en Josué 23: 6): “Esforzaos,
pues, y guardad y practicad constantemente todo lo escrito en el libro
de la Ley… sin desviaros ni a la derecha ni a la izquierda”. Ésa había sido su propia conducta, por tanto, tenía fuerza moral para demandarlo de los demás.
En San Lucas 13: 24, el Señor Jesús nos dice a todos: “Pelead para entrar (en griego, ‘esforzaos por entrar’) por la puerta angosta, porque muchos, os lo declaro, tratarán de entrar y no podrán”.
Sí, es
preciso “pelear para entrar”. Hay muchos que lo intentan pero fracasan…
no lograr perseverar hasta el fin y se dan por vencidos en algún punto
del camino.
En tu
próxima comunión, pídele al Espíritu Santo que te muestre qué es lo que
debes cortar y qué es lo que debes sacar de tu vida. Abandónate a Él y
Él te mostrará el camino.
“Espíritu
Santo, Tú que me lo aclaras todo, que iluminas todos mis caminos para
que yo alcance mi ideal, en este corto diálogo quiero darte gracias por
todo y pedirte que me ayudes a entender qué es lo que debo dejar y cómo
debo hacerlo, por grandes que sean las ilusiones materiales y por
fuertes que sean las pasiones de la carne.
Me entrego a Ti y quiero hacerlo sin reservas y sin miedo… quiero dejarte obrar sin ponerte obstáculos ni trabas.
Usa
el bisturí, el cincel y el martillo, y perfora, corta, rompe, derrumba,
quebranta… y no te detengas aunque me oigas protestar y gritar….
Haz en mí la obra que planeaste desde toda la eternidad y no permitas que haga nada que pueda coartarte”. Amén.