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¡VIVA LA MAZORCA!
¡¡¡ carajo
!!!
Luego
que los traidores unitarios ( hoy liberales) nos atiborraron con mentiras
acerca de LA MAZORCA,
es indispensable ( y muy ‘democrático’, aunque ellos no se atienen esta a
nimiedad, sólo la vocean), leer lo que escribió un federal en el ARCHIVO
AMERICANO, Nº 6, del 31 de agosto de
1842, acerca de esta patriótica Sociedad; cuyos miembros aglutinaron el entusiasmo
popular en defensa de nuestra soberanía. La infamación es la herramienta política del liberalismo; hoy día
deshonrarían a los mazorqueros con el epíteto de ¡nazis!, que utilizan
pródigamente contra todo tipo de ‘inadaptados’; contra todos los patriotas que
repudian la política liberal de entrega nacional a los poderosos de turno.
LA MAZORCA
H
|
e
aquí una palabra que ha puesto, y pone mucha bulla entre algunos escritores del
Viejo Mundo. De las prensas impuras de Montevideo pasó a las de Europa, y fue
repetida con horror, sin ser entendida. Se estremecían las madres al
considerar que sus hijos se hallaban en
Buenos-Aires en contacto con la Mazorca; preguntaban los amigos con
inquietud por la suerte que habían
corrido sus compañeros, entregados al
furor de la Mazorca; recelaban los comerciantes por sus
expediciones que habían tenido la
imprudencia de hacer al Río de la
Plata, en un momento en que la ciudad de Buenos-Aires se
hallaba bajo el yugo de la Mazorca; y hasta en la tribuna francesa se
deploraban los excesos que había cometido esa terrible y furibunda Mazorca! Uno de los mayores cargos,
dirigidos contra la administración del General Rosas, ha sido de haber tolerado
la existencia de una Sociedad, que se alimentaba del crimen y era el baldón de nuestro siglo! “¿Qué
pensar de un hombre, decían sus detractores, que necesita el apoyo de la
Mazorca para mantenerse en el mando, y que respetabilidad
puede tener un gobierno, que llama por auxiliares a los Mazorqueros?”
Este
es el concepto que se han formado de nosotros algunos de los “órganos de la
opinión pública en Europa”, cuyos errores importa deshacer, para que no se
propaguen con detrimento de nuestro crédito y de nuestra dignidad nacional. Si
hay hijos espureos de América, capaces de denigrar de ese modo al suelo en que
han nacido, es un deber de los que se interesan en su honor, el defenderlo, y
no permitir que el silencio, y el disgusto con el que se oyen semejantes
calumnias, se atribuyan a la imposibilidad de rebatirlas.
Todo
cuanto se ha divulgado sobre la pretendida Sociedad de la Mazorca,
incluso su nombre es un embuste. Existe en Buenos-Aires, como sucede en todos
los estados libres del mundo, una porción de ciudadanos, sumisos a las leyes,
adictos al Gobierno, amantes de su país, que en los días de peligro se reúnen a
la voz de las autoridades subalternas por disposición superior, y sin misterio,
abandonando sus negocios, separándose de sus familias, con ánimo deliberado y
tranquilo, pasan los días y las noches en asiduas y patrióticas tareas,
alternando con los encargados del buen orden, y no recusando ningún servicio
que se les exija para contener a los perturbadores.
Este
fue el papel honroso que desempeñaron en los meses de Octubre y Abril, cuyos
desórdenes les han sido imputados; cuando en realidad a ellos se debió en gran parte se cesación.
En ambas crisis la ausencia del General Rosas, no sólo de la ciudad, sino del
mando, entorpeció la pronta acción del gobierno, y no permitió que se aplicasen
con más rapidez los medios de represión que la gravedad de las circunstancias
hacía urgentes e indispensables. Pero todos los agentes del poder, todos los
amigos del general Rosas, rivalizaron de celo para cortar estos males que
estallaron como un rayo en el seno de una sociedad profundamente conmovida e irritada;
y en aquella ocasión, las familias más expuestas al odio público, solicitaron
con confianza el auxilio y amparo de la Sociedad Popular,
a quien la prensa de Montevideo ha dado por escarnio el nombre de Mazorca,
mientras que muchos salvajes Unitarios le deben la vida.
La Sociedad Popular (este es su verdadero nombre) no es un club, ni una logia;
al contrario, esos virtuosos ciudadanos son los enemigos más decididos de las
sociedades secretas, y el sólo nombre de logia, o de logista, los llena de
indignación y horror. Esta Sociedad no es otra cosa que una reunión de
ciudadanos federales, de vecinos y propietarios, amantes de la libertad, del
honor y de la dignidad de la patria.
Si
las salas de comercio en esta ciudad, donde se juntan los hombres a tratar de
sus negocios, y hablar de la política a favor y en contra de la marcha del
Gobierno, a favor o en contra de los federales, no pueden ni deben ser un
objeto de censura para la
Europa, menos debe serlo una sociedad, cuya existencia comienza y acaba con los días de
tormenta, en que sus tareas se limitan a las que el Gobierno juzgue a propósito
confiar a su celo acendrado por nuestra libertad e independencia.
La
Sociedad Popular
(séanos permitirlo decirlo) no es un club, ni una logia; si lo fuera no habría
subsistido un instante bajo el gobierno
del General Rosas, tan opuesto a esta clase de asociaciones: ni les hubiera
valido decir que sus miembros eran
fieles adictos a la causa nacional de la Federación, como efectivamente lo son. No: el
General Rosas con nadie transige cuando se trata de hacer cumplir sus
disposiciones, una de ellas es que no se introduzca en el país el espíritu de
secta, que sólo fomentan los gobiernos débiles o facciosos.
Hemos
insistido en estos pormenores, para desmentir con hechos incontestables el
carácter de club político que se ha pretendido
dar a una reunión de ciudadanos, que ninguna influencia ejercen en la política
del país, ni en los actos del gobierno. Y sin embargo, en el exterior hay quien
cree que Buenos-Aires está entregada al
furor de un club como el de los Jacobinos
en Francia, que hacía temblar a los Ministros, a los Generales y a la misma
Convención; o parecidos a los Comuneros de
la Puerta del
Sol en Madrid, que, en virtud del derecho que se habían arrogado, “de juzgar,
condenar y hasta ejecutar a cualquiera”, mataron a martillazos al Capellán del
Rey, Vinueza. ¡Triste condición de los hombres y de los pueblos, cuyo honor
puede ser vulnerado impunemente por el primero que se atreva a mancillarlo!
Un
ladrón sacrílego, por incidentes
desgraciados, se apodera de la prensa en Montevideo, y llega a ser el órgano de
un gobierno anti-Americano e inmoral. Uno y otro, arrastrados en su pravedad, y
de la falsa posición en que se hallan, prodigan el sarcasmo, la mentira, la
impostura, todos los artificios de que
suelen echar mano los seres degradados y proscritos de la sociedad de los
hombres honrados. Estos impíos hacen correr sus infamen producciones, se
reproducen y acreditan sus diatribas, y los ciudadanos beneméritos, los
gobiernos patriotas, quedan bajo el peso de una acusación promovida y llevada adelante
por la hez del mundo. Nadie se libra de sus acomedimientos; cuanto más elevada
es la posición social de los individuos, cuanto más acrisolada su patriotismo o
mejor establecido su crédito, tanto más recios y repetidos son los ataques. Se
insulta a todos con una procacidad poco común, aún en esta clase de malvados. Que
se llame injusto al juez que condena en nombre de la ley; déspota al gobierno
inexorable contra los malhechores; serviles a los que cruzan los planes de los
díscolos, ni es nuevo ni es extraño; pero que se viole la manción de los
muertos, que se encarnezcan a los sacerdotes, que se atente al pudor de las vírgenes,
esto sí que es salvaje, inaudito y bárbaro.
Hasta la defensa de las personas virtuosas y respetables que han sido agredidas
de un modo tan brutal, nos parece un ultrage. No tenemos valor para
emprenderla, y entregamos a la execración y al desprecio del mundo al impío y
soez libelista que se ha atrevido a profanar objetos tan dignos del respeto y
la estimación pública.+