martes, 17 de noviembre de 2015

¡VIVA LA MAZORCA! ¡¡¡ carajo !!!


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¡VIVA  LA  MAZORCA!

¡¡¡ carajo !!!

Luego que los traidores unitarios ( hoy liberales) nos atiborraron con mentiras acerca de LA MAZORCA, es indispensable ( y muy ‘democrático’, aunque ellos no se atienen esta a nimiedad, sólo la vocean), leer lo que escribió un federal en el ARCHIVO AMERICANO, Nº 6,  del 31 de agosto de 1842, acerca de esta patriótica Sociedad; cuyos miembros aglutinaron el entusiasmo popular en defensa de nuestra soberanía. La infamación es la  herramienta política del liberalismo; hoy día deshonrarían a los mazorqueros con el epíteto de ¡nazis!, que utilizan pródigamente contra todo tipo de ‘inadaptados’; contra todos los patriotas que repudian la política liberal de entrega nacional a los poderosos de turno. 



LA MAZORCA

H
e aquí una palabra que ha puesto, y pone mucha bulla entre algunos escritores del Viejo Mundo. De las prensas impuras de Montevideo pasó a las de Europa, y fue repetida con horror, sin ser entendida. Se estremecían las madres al considerar  que sus hijos se hallaban en Buenos-Aires en contacto con la Mazorca; preguntaban los amigos con inquietud  por la suerte que habían corrido  sus compañeros, entregados al furor de la Mazorca; recelaban los comerciantes por sus expediciones que habían tenido  la imprudencia de hacer al Río de la Plata, en un momento en que la ciudad de Buenos-Aires se hallaba bajo el yugo de la Mazorca; y hasta en la tribuna francesa se deploraban los excesos que había cometido esa terrible y furibunda Mazorca! Uno de los mayores cargos, dirigidos contra la administración del General Rosas, ha sido de haber tolerado la existencia de una Sociedad, que se alimentaba del crimen  y era el baldón de nuestro siglo! “¿Qué pensar de un hombre, decían sus detractores, que necesita el apoyo de la Mazorca para mantenerse en el mando, y que respetabilidad puede tener un gobierno, que llama por auxiliares a los Mazorqueros?”
Este es el concepto que se han formado de nosotros algunos de los “órganos de la opinión pública en Europa”, cuyos errores importa deshacer, para que no se propaguen con detrimento de nuestro crédito y de nuestra dignidad nacional. Si hay hijos espureos de América, capaces de denigrar de ese modo al suelo en que han nacido, es un deber de los que se interesan en su honor, el defenderlo, y no permitir que el silencio, y el disgusto con el que se oyen semejantes calumnias, se atribuyan a la imposibilidad de rebatirlas.
Todo cuanto se ha divulgado sobre la pretendida Sociedad de la Mazorca, incluso su nombre es un embuste. Existe en Buenos-Aires, como sucede en todos los estados libres del mundo, una porción de ciudadanos, sumisos a las leyes, adictos al Gobierno, amantes de su país, que en los días de peligro se reúnen a la voz de las autoridades subalternas por disposición superior, y sin misterio, abandonando sus negocios, separándose de sus familias, con ánimo deliberado y tranquilo, pasan los días y las noches en asiduas y patrióticas tareas, alternando con los encargados del buen orden, y no recusando ningún servicio que se les exija para contener a los perturbadores.

Este fue el papel honroso que desempeñaron en los meses de Octubre y Abril, cuyos desórdenes les han sido imputados; cuando en realidad  a ellos se debió en gran parte se cesación. En ambas crisis la ausencia del General Rosas, no sólo de la ciudad, sino del mando, entorpeció la pronta acción del gobierno, y no permitió que se aplicasen con más rapidez los medios de represión que la gravedad de las circunstancias hacía urgentes e indispensables. Pero todos los agentes del poder, todos los amigos del general Rosas, rivalizaron de celo para cortar estos males que estallaron como un rayo en el seno de una sociedad profundamente conmovida e irritada; y en aquella ocasión, las familias más expuestas al odio público, solicitaron con confianza el auxilio y amparo de la Sociedad Popular, a quien la prensa de Montevideo ha dado por escarnio el nombre  de Mazorca, mientras que muchos salvajes Unitarios le deben la vida.
La Sociedad Popular (este es su verdadero nombre) no es un club, ni una logia; al contrario, esos virtuosos ciudadanos son los enemigos más decididos de las sociedades secretas, y el sólo nombre de logia, o de logista, los llena de indignación y horror. Esta Sociedad no es otra cosa que una reunión de ciudadanos federales, de vecinos y propietarios, amantes de la libertad, del honor y de la dignidad de la patria.
Si las salas de comercio en esta ciudad, donde se juntan los hombres a tratar de sus negocios, y hablar de la política a favor y en contra de la marcha del Gobierno, a favor o en contra de los federales, no pueden ni deben ser un objeto de censura para la Europa, menos debe serlo una sociedad, cuya  existencia comienza y acaba con los días de tormenta, en que sus tareas se limitan a las que el Gobierno juzgue a propósito confiar a su celo acendrado por nuestra libertad e independencia.
La Sociedad Popular (séanos permitirlo decirlo) no es un club, ni una logia; si lo fuera no habría subsistido  un instante bajo el gobierno del General Rosas, tan opuesto a esta clase de asociaciones: ni les hubiera valido decir que sus miembros  eran fieles adictos a la causa  nacional de la Federación, como efectivamente lo son. No: el General Rosas con nadie transige cuando se trata de hacer cumplir sus disposiciones, una de ellas es que no se introduzca en el país el espíritu de secta, que sólo fomentan los gobiernos débiles o facciosos.
Hemos insistido en estos pormenores, para desmentir con hechos incontestables el carácter de club político que se ha pretendido dar a una reunión de ciudadanos, que ninguna influencia ejercen en la política del país, ni en los actos del gobierno. Y sin embargo, en el exterior hay quien cree  que Buenos-Aires está entregada al furor de un club como el de los Jacobinos en Francia, que hacía temblar a los Ministros, a los Generales y a la misma Convención; o parecidos a los Comuneros de la Puerta del Sol en Madrid, que, en virtud del derecho que se habían arrogado, “de juzgar, condenar y hasta ejecutar a cualquiera”, mataron a martillazos al Capellán del Rey, Vinueza. ¡Triste condición de los hombres y de los pueblos, cuyo honor puede ser vulnerado impunemente por el primero que se atreva a mancillarlo!
Un ladrón sacrílego, por incidentes desgraciados, se apodera de la prensa en Montevideo, y llega a ser el órgano de un gobierno anti-Americano e inmoral. Uno y otro, arrastrados en su pravedad, y de la falsa posición en que se hallan, prodigan el sarcasmo, la mentira, la impostura, todos los artificios  de que suelen echar mano los seres degradados y proscritos de la sociedad de los hombres honrados. Estos impíos hacen correr sus infamen producciones, se reproducen y acreditan sus diatribas, y los ciudadanos beneméritos, los gobiernos patriotas, quedan bajo el peso de una acusación promovida y llevada adelante por la hez del mundo. Nadie se libra de sus acomedimientos; cuanto más elevada es la posición social de los individuos, cuanto más acrisolada su patriotismo o mejor establecido su crédito, tanto más recios y repetidos son los ataques. Se insulta a todos con una procacidad poco común, aún en esta clase de malvados. Que se llame injusto al juez que condena en nombre de la ley; déspota al gobierno inexorable contra los malhechores; serviles a los que cruzan los planes de los díscolos, ni es nuevo ni es extraño; pero que se viole la manción de los muertos, que se encarnezcan a los sacerdotes, que se atente al pudor de las vírgenes, esto sí que es salvaje, inaudito y bárbaro. Hasta la defensa de las personas virtuosas y respetables que han sido agredidas de un modo tan brutal, nos parece un ultrage. No tenemos valor para emprenderla, y entregamos a la execración y al desprecio del mundo al impío y soez libelista que se ha atrevido a profanar objetos tan dignos del respeto y la estimación pública.+