Corría 1975. La guerra revolucionaria
llevaba varios años. Todos los días los diarios abarrotaban de noticias e
informaciones sobre combates, atentados, bombas, crímenes y
desaparecidos durante el gobierno peronista. La población estaba harta
del terrorismo, pero en el fondo, acostumbrada. Cada homicidio, cada
secuestro, cada bomba, indignaba a la ciudadanía, pero no la sorprendía.
Montoneros y el ERP habían crecido muchísimo durante los últimos
tiempos, pero militarmente, sin embargo, a pesar del crecimiento
cuantitativo, no podían profundizar sus objetivos. Diariamente los
combates resultaban por lo general un revés para las milicias
guerrilleras. Estas tenían la habilidad y capacidad de poder reemplazar
las bajas y detenciones con nuevos milicianos reclutados. Pero en el
fondo, los nuevos miembros, además de no tener la preparación militar de
los caídos, no hacían más que mantener a la guerrilla en estado de
combate constante, pero no de avance concreto.
Antes de que terminara el año 1975, el
jefe del ERP Mario Roberto Santucho se esperanzaba en que las FF.AA.
sufrieran una paliza espectacular. Se atacaría el Batallón de Arsenal
601 en Monte Chingolo, Provincia de Buenos Aires. Se asesinarían
numerosos soldados y como objetivo principal, se robarían toneladas de
armamentos para reequipar fuertemente a la guerrilla selvática que desde
hacía dos años estaba actuando en Tucumán.
Cuenta la ex guerrillera María Seoane
que ¨Entre el 5 y 7 de diciembre, el ERP concentró en las localidades de
Lanus y Avellaneda, en casas amplias y bajas, gran parte de los 130
guerrilleros…apoyados por un grupo similar en los alrededores del
cuartel…20 autos robados, en total unas 150 armas entre fusiles,
granadas, pistolas y ametralladoras, dos morteros, equipos de
comunicaciones (walkie-talkies), dos camiones cisterna acondicionados
para el transporte secreto del armamento, 25 controles de seguridad que
verificarían la suerte corrida por cada uno de los guerrilleros y siete
puestos sanitarios en los alrededores con 20 médicos para socorrer a los
heridos, quienes siempre, según las órdenes de Santucho debían ser
evacuados del campo de batalla. El conjunto de milicianos vestirían con
un doble juego de ropas de calle: camisas, jean y zapatillas. Portarían
documentos de identidad falsos y 400 mil pesos –dos veces el valor de un
salario profesional- para la retirada. La edad promedio de los
guerrilleros era de 23 años¨[1].
Como fuera dicho, además del gran
impacto político-militar que se buscaba, el objetivo central era
conseguir armamentos para reforzar la Compañía de Monte en Tucumán. Las
tropas del Gral Antonio Domingo Bussi, a diferencia de la estrategia de
su antecesor (el Gral Vilas), habían pasado a la ofensiva de manera
virulenta. Esto intranquilizaba sobremanera a Santucho, y sabía que de
no tener un refuerzo armamentístico importante, en 1976 su ejército
rural debería replegarse y la aventura del “Vietnam argentino” correría
riesgo de éxito. Confiesa el guerrillero Julio Santucho (hermano menor
de Mario) ¨El asalto al cuartel de Monte Chingolo fue concebido
precisamente como un esfuerzo supremo por armar la guerrilla rural para
que el partido y su dirección pudieran resistir los próximos años en el
monte¨[2].
En función de este propósito, el día 21
de diciembre por la tarde ¨Santucho llegó a la base del ERP en Lanus
para explicar el sentido del ataque:
´compañeros`: ésta es la operación
guerrillera más grande de la historia latinoamericana…Si logramos
recuperar las 13 toneladas de armamento, será un gran paso para iniciar
la guerra de posiciones, consolidar una zona liberada en Tucumán y
lograr reconocimiento internacional para que nuestro pueblo no esté tan
solo ante la barbarie que se desatará
Luego, se habría producido el siguiente diálogo entre Santucho y uno de los oficiales guerrilleros:
- Comandante, el armamento es malo e insuficiente. Y no hemos hecho ningún plan para neutralizar las MAG de las torres de agua, que pueden causarnos muchas bajas, ni para la retirada por si no podemos permanecer dentro del batallón
– Teniente, los
ángulos de tiro están estudiados por la comandancia. Hay un plan de
retirada para cuando termine la apropiación de armamento. No creo que se
necesite otro. No hay posibilidades de que seamos derrotados”[3].
Una vez que se tomara el cuartel, para
evitar que las fuerzas legales arribaran con refuerzos, el ERP tenía
previsto montar tropas en todas las bocas de acceso: ¨Santucho y Urteaga
diseñaron un círculo de fuego con nueve escuadras del ERP para
interrumpir los refuerzos militares en puentes y pasos a nivel: puentes
de Avellaneda, Pueyrredón, Bosch, Victorino de la Plaza, Uriburu, La
Noria, Puente 12 sobre el río Matanza y sobre el Arroyo de las Piedras, y
el paso a nivel del Ferrocarril Belgrano. Los comandos debían levantar
barricadas con autos y colectivos incendiados y montar allí sus
ametralladoras¨[4]. Para proveerse de vehículos ¨unos cincuenta guerrilleros invadieron el hotel y robaron todos los coches del estacionamiento¨[5]. Gorriarán
Merlo recuerda: “intervinieron más de trescientos compañeros. Eso
incluía distintas acciones simultáneas. Se contaba con un mortero,
granadas, armamento adecuado para este tipo de operación”. Cuentan los
ex guerrilleros Eduardo Anguita y Martín Caparrós que “Su objetivo
militar era llevarse más de diez toneladas de armas y municiones. El
grupo principal debía tomar el cuartel y retirarse con las armas; las
otras unidades tenían que neutralizar puestos policiales y, sobre todo,
las rutas y accesos que deberían tomar los refuerzos de los regimientos
7º de La Plata, 3º de La Tablada y 1º de Palermo. Así, los guerrilleros
tendrían tiempo para esconderse: los partidos de Quilmes, Avellaneda y
Lanus serían, hasta la mañana siguiente, una especie de territorio
liberado. Habían preparado una buena cantidad de refugios: tenían
incluso grandes pozos para ocultar las armas. Al mismo tiempo, una
unidad coparía una estación de radio para transmitir una proclama de la
comandancia del ERP instando a los argentinos a sumarse a sus filas”[6].
Los guerrilleros serían distribuidos del
siguiente modo: “setenta combatientes del grupo de ataque debían
encontrarse en un punto fijado a quince minutos del cuartel: desde ahí
saldrían en una caravana encabezada por un camión seguido por dos
pickups y cuatro autos. El camión tiraría abajo la puerta donde estaba
el puesto 1 de guardia. Enseguida, los guerrilleros se desplegarían en
pequeños grupos y podrían reducir la resistencia de las compañías de
seguridad y de servicios. Gracias a su poder de fuego y la sorpresa, los
guerrilleros ocuparían los tres puntos neurálgicos: la guardia central,
el casino de oficiales y los depósitos de armas.
Otros dos grupos se ocuparían de los
accesos al cuartel, cortando el camino General Belgrano en dos puntos, a
doscientos metros cada uno de la entrada principal. Así impedirían la
entrada de refuerzos y cubrirían la salida de los seis o siete camiones
cargados de armas y los coches donde se retirarían los setenta
atacantes. Al mismo tiempo, varios comandos cortarían los caminos entre
la Capital y el sur del Gran Buenos Aires…para impedir que llegaran
refuerzos…Y otros harían operativos de distracción, como ametrallar
frentes de comisarías o levantar barricadas en esquinas importantes…A
las ocho menos cuarto, el camión Mercedes Benz de CocaCola topó el
portón de entrada, que saltó en pedazos. Desde adentro le dispararon
fuego a discreción. El camión zigzagueó y se incrustó contra la garita.
El chofer estaba muerto sobre el volante. El camino quedó abierto y el
resto de los coches entró como pudo. Algunos guerrilleros se bajaban,
otros metieron acelerador y se mandaron a fondo.
Para
no espantar a los atacantes, los mandos militares no habían reforzado
la guardia común pero habían escondido, en todos los rincones del
cuartel, efectivos del Ejército, la Gendarmería y las policías Federal y
Provincial. Los tiros zumbaban desde todos lados. Pese a que muchas
armas no funcionaban bien, los guerrilleros ya estaban adentro del
cuartel. El Batallón Depósito de Arsenales 601 Domingo Viejo Bueno se
cerró como una trampa sobre los guerrilleros del ERP que intentaron
tomarlo. Todos los puntos estratégicos del cuartel estaban ocupados por
grupos comandos del Ejército, atrincherados con ametralladoras pesadas,
que les dispararon desde muchos puntos a la vez…La mitad de los
atacantes consiguió escapar. Alrededor de treinta murieron dentro del
cuartel…Otros quince militantes murieron en los grupos de retención que
actuaron en los alrededores. Algunos saltaron en pedazos cuando trataban
de tirar sus granadas: muchas armas habían funcionado sospechosamente
mal”[7].
El oficial del Ejército Jorge Monez Ruíz
sostiene “Santucho lo hizo como un esfuerzo desesperado, para
demostrarle a Fidel Castro que él podía todavía tener un cierto
prestigio. Lo mata la soberbia…fueron alrededor de trescientos los que
atacaron, se combatió no solamente en el Batallón Viejo bueno, sino
también en el Puente Lanoria, ahí no podían pasar a las dos de la
mañana, ahí murió el Teniente Cnel. Pinazzi, se acerca a una mujer
creyendo que tenía un bebito para ayudarla, esta saca una ametralladora y
lo mata… El Ejército peleó con el batallón que estaba ahí, después fue
en apoyo un escuadrón de granaderos, gente de Patricios, que no podían
llegar hasta la madrugada, porque no podían pasar por el Puente Lanoria.
El ERP tenía puestos sanitario, es más el jefe de los puestos
sanitarios trabajó en Salud en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Como mucho, nosotros los militares habrían sido 500 efectivos”[8].
La batalla se constituyó en la paliza
militar más grande en la historia del ERP y de la guerrilla argentina.
Una masacre. La revista del ERP El Combatiente nº 199 (14 de enero de
1976) informó sobre 47 guerrilleros abatidos. El diario La Nación del
miércoles 24 de diciembre, en su tapa titulaba: “Mueren más de 50
extremistas al atacar un batallón en Monte Chingolo”. Por su parte, el
diario de izquierda La Opinión (26 de diciembre) afirmaba: ¨De acuerdo
con versiones recogidas entre los vecinos, pudo determinarse que la
lucha comenzó alrededor de las 19:40 del martes 23, extendiéndose la faz
más dura de las acciones durante dos horas y media…Trascendió que los
sediciosos habrían utilizado, al iniciarse las acciones, una avioneta,
del tipo empleado para remolcar planeadores, y un helicóptero. También
llamó la atención de los efectivos militares que los subversivos, en
medio del combate, cantaran¨[9].
No sabemos si por fanatismo o
propaganda, la conducción del ERP presentó el operativo a la opinión
pública como un éxito. Fue definido oficialmente como “una derrota
militar y un triunfo político¨. Lejos del arrepentimiento por haber
tomado una decisión cuyas secuelas fueron tan negativas, Santucho
arengaba con la consigna maoísta de “errar, persistir, volver a errar, y
persistir hasta la victoria”[10].
Tanto exitismo había en el ERP, que emitió un boletín interno
especificando que ¨las acciones del día 23…políticamente fueron una
nueva y más relevante demostración nacional e internacional de que
nuestro pueblo se arma y combate valerosamente por su liberación
nacional y social¨[11].
A pesar del aplastante saldo para el
ERP, para el ambiente militar el ataque también fue muy doloroso. Seis
fueron los soldados asesinados en la batalla y 12 los heridos graves[12].
El Gral. Rynaldo Bignone, recuerda el dramático episodio: “La
Nochebuena de 1975 fue una de las más tristes para el Ejército, ya que
esa tarde habíamos acompañado a nuestros muertos al cementerio de la
Chacarita”[13]. Seoane
narra que ¨horas después de la tragedia, el general Videla viajó a
Tucumán para pasar la Nochebuena de 1975 con las tropas. Allí habló
contra la corrupción e ´inmoralidad` del gobierno…No hubo reacción
popular ni oficial.¨[14] Lo cierto es que en el combate de Monte Chingolo hubo más muertos que en la Batalla de San Lorenzo de 1813.
El guerrillero Daniel de Santis (miembro
del Comité Central del ERP), no sólo justificando el ataque a Monte
Chingolo sino minimizando el fracaso arguye “de la toma de Monte
Chingolo se pueden marcar aspectos negativos, pero también
positivos…cuando el PRT-ERP va a tomar Monte Chingolo, se da en el marco
de la lucha contra un gobierno que estaba abiertamente enfrentando a la
clase obrera”[15] y
alegando la necesidad de reforzar el armamento de la guerrilla en la
selva tucumana agrega “desde el punto de vista operativo era la
posibilidad de hacerse con una cantidad de armamento importante que
cambiaba la relación existente hasta ese momento”[16]
y a modo de muestra del clima de ficción y desapego a la realidad
(desvío frecuente en los ambientes en donde impera el fanatismo) de
Santis sostiene “en la Argentina en ese período, siempre sobraron
hombres y mujeres dispuestos a empuñar las armas. Faltaban armas, no
hombres…si hubiese habido armas otra habría sido la situación. Por cada
arma había al menos diez hombres dispuestos a empuñarla”[17]
y concluye “Después se podrá analizar cuales fueron los errores
militares que llevaron al fracaso de la acción. Pero no que desde el
punto de vista político era una situación que estaba al margen de lo que
se estaba viviendo. Obviamente fue una derrota, pero hay que calibrarla
en su justa medida. Fue una derrota militar pero no un error político
haber encarado la acción”[18].
Con los pies mejor puestos en la tierra, el ex comandante del ERP Luis
Mattini retruca: “La expresión esa ´es una derrota militar pero un
triunfo político´ era como quien dice sacada de la manga. Ahora, yo me
hago cargo, la expresión fue de Santucho. Debo reconocer que llegaron
críticas de algunos sectores del partido muy duras. Y el partido cerró
filas con la dirección y Santucho”[19]
y reconociendo “la burbuja” en la que vivían los guerrilleros agrega
que “Aún suponiendo que se comete el error de Monte Chingolo, en la
reacción posterior uno podía esperar que dijeran ´esto es grave lo que
ha pasado´…Es decir, el análisis que se hace en la dirección del PRT con
Santucho a la cabeza fue tan grave como el ataque mismo”[20].
Otro de los conspícuos defensores de ese ataque fue el terrorista
Enrique Gorriarán Merlo: “No fue tampoco como se dice una acción
desesperada. Eso estaba planificado. Lo que pasa es que hubo una
traición. Y sí, hubo un error de parte nuestra, bueno Roby lo dijo
públicamente, que había indicios que indicaban que el Ejército estuviera
alertado sobre la posibilidad de una operación y que no se le dio la
suficiente importancia”[21]. Agrega
Gorriarán “En esa fecha yo estaba en el monte, en Tucumán; por
supuesto, sabía que se iba a llevar a cabo la acción y esperaba las
noticias. Me enteré de su realización por la radio del día 24; la
información no tenía la precisión suficiente, pero supe que había sido
un hecho trágico para nosotros. Yo no sé si habrá sido una reacción ante
la realidad del momento, pero ese día tuve un ataque de vesícula atróz”[22].
Con
respecto a la apreciación sostenida por muchos de que Monte Chingolo
fue el virtual “certificado de defunción” del ERP haciendo uso de la
precisión que lo caracteriza, el ex guerrillero Pablo Pozzi resume el
impacto: “Si bien la derrota de Monte Chingolo era un duro revés, sobre
todo por la pérdida de cuadros experimentados, en sí misma no
significaba el aniquilamiento del ERP: había caído sólo el uno por
ciento de sus militantes y la organización tenía amplios recursos para
reponerse”[23].
Intentando buscar culpas en el afuera, la guerrillera Susana Malacalza
(PRT-ERP La Plata) agrega: “Y ahí el planteo fue que era culpa de que se
nos habían infiltrado. Lo que hay que hacer es reafirmar las leyes de
seguridad. Cuidar más la incorporación de los compañeros, saber más de
sus vidas, tener un seguimiento más cercano. Pero nunca dijimos que esto
era culpa de que nos estábamos equivocando políticamente”[24].
Lo cierto es que un guerrillero del ERP,
conocido como “el oso” Jesús Ranier, fue el chivo expiatorio del
fracaso. Acusado de “traidor”, la conducción ordenó iniciarle un “juicio
revolucionario”, se lo sentenció a muerte y se lo asesinó. Su cadáver
apareció el 14 de enero de 1976 en el porteño barrio de Floresta. Con
profunda crítica, Juan Carlos Ledesma (PRT-ERP) arremete: “¿Qué se
pensaba? ¿Qué las masas iban a acudir a Monte Chingolo a hacerse de
armas e íbamos a pasar al asalto de la Casa Rosada como si fuera una
reedición del asalto al Palacio de Invierno, como el caso de la
Revolución Rusa? Algunos compañeros criticamos este hecho porque nos
pareció un desacierto total”[25].
Las noticias iban llegando
paulatinamente y los diferentes cuadros y militantes del ERP que no
participaron del ataque, estaban en estado de shock: “Manuel Gaggero,
llegó al local donde funcionaba el frente legal…Al rato llegó su
hermana. Susana tenía en la cara todo el cansancio del mundo:
-Manuel, hay que sacar a un compañero
que quedó herido y lo guardaron por Don Bosco. Está metido debajo de un
puente del ferrocarril, pero se va a desangrar, andá a buscarlo a Alende
para que lo curen en su clínica…
– ¿A Oscar Alende?
– Sí, si es un aliado puede hacer algo, el compañero se va a morir.
– Pero se va a pudrir la relación política, yo no puedo caer y pedirle que atienda a un compañero, así nomás…
– ¡¿Y entonces para qué mierda sirven los aliados si no le pueden salvar la vida a un compañero?!”[26].
Esa Navidad, Santucho la pasó con parte
de su familia, entre ellos con su hermano Julio, quien recuerda: ¨Nunca
lo había visto tan abatido. Ello no quiere decir que su fe
inquebrantable en la revolución hubiera cedido, pero Robi era consciente
de que el partido había quedado prácticamente reducido a la impotencia y
que se abría por delante una larga travesía del desierto¨[27]
y agrega: “Robi estaba deprimido, casi no hablaba y tampoco comió. Fue
la primera vez que le escuché decir ´algo anda muy mal, julito, nos
estamos equivocando`”[28].
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