Te juro, araña, ¡que no me extraña…!
Sin
remordimiento, me atrevo a confesar que no fui parte de la muchedumbre
enfervorizada que tiraba papelitos como enajenados, cuando el otrora
vapuleado Cardenal Bergoglio fue anunciado por aquel Cardenal anciano y
de temblorosa voz, como el nuevo Papa, factotum absoluto de la Iglesia
Apostólica, nuevo guía espiritual de miles de millones de feligreses
(entre los que no me encuentro, gracias a Dios) y Santo Padre de todos
los cristianos. Sería muy hipócrita negar que sentí felicidad ante
su nombramiento; no fue sólo por ese regusto especial que sentimos casi
todos los nacidos en estas latitudes por aquello que llamamos “las
cosas nuestras” y, debo admitirlo, por estar englobado en alguna medida
entre los que piensan que no hay nada mejor en el mundo que un argentino
y que nos las sabemos todas.
Pero diría, sin temor a ser
exagerado, que gran parte de mi alegría era porque, al parecer, el
advenimiento de Jorge Bergoglio como nuevo Papa era para muchos
integrantes de la banda de piratas del asfalto que dejó el gobierno hace
muy poco y que hoy tiene a muchos de sus acólitos realizando visitas
guiadas a los tribunales de Comodoro Py, un gran, amarillento, doloroso y
purulento forúnculo en el medio del cachete izquierdo, imparable en su
irremediable crecimiento y resistente a ultranza a los calientes
emplastos de Palam Palam y ungüento sin sal.
Era un inmenso placer
verles las caras de estupefacción e incredulidad, al comprobar que
aquel, al que habían ninguneado durante años y años, insultado,
calumniado y acusado de poco menos que oficial de enlace del fascismo
nacional e internacional, accedía a la más alta jerarquía de la Iglesia
Católica.
Aunque los argentinos padecemos del síndrome de la
amnesia selectiva y en adoraciones y condenas somos más tilingos que
ningún otro terráqueo, ¿cómo olvidar las frases llenas de rencor y odio
indisimulado de la abuela cheta de blancos cabellos y las directas
diatribas y asquerosidades propaladas por la pútrida boca de la
pañueluda, instaurada por el jefe de la banda como madre putativa de
todos los argentinos (que te recontra…!!).
¿Cómo hacemos para soslayar el paper
envenenado enviado por manos oficiosas al Vaticano días antes de la
fumata, (por si las moscas, Dios no lo permita…!!) conectando al
peronista Bergoglio con supuestas delaciones y colaboraciones con la
dictadura (supuestamente amigo de todos y cada uno de los militares de
aquellas épocas, para los chochamus de la banda, emparentados
con Lucifer, excepto cuando “ellos” se fotografiaban con ellos,
arrimados al poder que detentaban y realizaban cursos acelerados de
obsecuencia y chupadas de medias y otras prendas más olorosas).
Poco
a poco, reafirmando que somos más cambiantes que veletas en medio de un
tornado, el odiado y ninguneado Bergoglio se fue transformando en un
referente al que había que visitar y, sin mucho esfuerzo, arrancarle una
sonrisa y una foto o regalarle boludeces bajo la fulgurante luz de los
flashes.
No faltó personaje que se preciara de la banda de piratas
salteadores de caminos que no fuera hasta Roma a contemporizar con el
abierto y campechano vicario de Cristo.
Unos más y otros menos, eran recibidos con grandes gestos de amistad y sonrisas al por mayor.
Muchos de ellos, lejos del protocolo, invitados a Santa Marta, considerada la casa de Francisco.
Bandoleros
confesos, machistas empedernidos, patoteros sin honra ni valor genuino,
ratas de albañal con domicilio vecino al de Bob Esponja, truchadores de
papeles de autos para escamotearlo a ex esposas, chorros redomados de
baja calaña, putañeros inmorales que rezuman ordinariez e inmoralidad,
operadores subterráneos, enviados especiales con truchas credenciales y
toda una pléyade de impresentables e “impresentablas”, no se privaron de
ir a ver a Franciscus y posar sonrientes con bonachona expresión de
ambas partes.
El viejo Jorge, hoy devenido en el infalible
Franciscus, no trepidó en mantener un muy especial enlace muy selectivo
con sus compatriotas y no sólo se acordó de Cacho Castaña pasando un mal
momento de salud, sino que además le envió un bendecido por sus propias
manos rosario a una delincuente presa, acusada de quedarse con ingentes
sumas de dinero destinadas supuestamente a construir viviendas para los
indigentes de su provincia.
El nuevo Papa, argentino al fin,
reparte caprichosamente sus atenciones y, afectado por aquella amnesia
que nos caracteriza, olvida pecados y absuelve a pecadores, aunque, como
nuestra justicia, lo hace con los dos ojos descubiertos, eligiendo muy
bien a quién y cuándo, demostrando fehacientemente que podrá seguir
usando los proletarios Gomicuer de color negro, pero de aquel Jorge,
sólo le queda el nombre en el viejo DNI que duerme en algún oscuro cajón
de un olvidado mueble de Santa Marta.
Ahora, casi en ciernes del
momento del apretado abrazo y la sonrisa estilo Kolinos que les negó a
algunos, tendrá un hermoso encuentro con aquella misma vieja sucia que
alfombró con cheques voladores el país, que “perdió” millones de pesos
que eran de todos nosotros y que envió a sus sucias huestes a defecar
detrás mismo del mausoleo del Libertador, cagándose en nuestra historia,
en la religión y en el mismo ex Cardenal al que ahora dice respetar.
Esa
misma deslenguada que le deseaba la peor de las muertes y que reparte
sus “hijo de puta” generosamente, será recibida por este señor que se
viste de blanco y derrama bondad a derecha e izquierda.
Mientras
tanto, hoy mismo nos enterábamos en esta peculiar Argentina que el tata
Dios pobló con nosotros, que Margarita Barrientos, habiendo vencido su
temor a volar, viajó a Roma para verlo. Aunque en lugar de una pistola
sobre su escritorio, como el taita de tres por cinco de Moreno,
Margarita sólo porta un gran cucharón con el que hace la comida para
cientos de pibes olvidados por el estado, no fue recibida por su
santidad.
Jorge Bergoglio, Franciscus, el de la sonrisa amplia y el abrazo generoso, no le dio ni cinco de pelota.
Parece que estaba muy ocupado.
Pero esa araña… no me extraña…!
A
lo largo de muchos años vividos en esta querida Argentina que Dios nos
dio, al parecer para que la saqueáramos hasta el paroxismo, ya nada me
extraña.
Es que, salvo honrosas excepciones para las que
alcanzarían los dedos de unas diez o veinte manos para contarlas, los
Favaloros, los Illia, los Frondizi, los Alfonsín y otros pocos más para
circunscribirnos a los tiempos modernos y sin olvidar otros ejemplos de
nuestra historia que ni hace falta nombrar, los hombres públicos
inmaculados ni abundan ni se consiguen fácilmente en el shopping.
Uno
los ve brillantes, con una luz que parece propia, que encandila por su
intensidad, trasuntando una bondad rayana en la santidad, llenos de
estoicismo y renunciamiento.
Los ves y los escuchás y es como que se te prende el alma.
Los observás en medio de la gente que quiere tocarlos y te decís: “Puta, ¡cuánta sabiduría…!”
Pero
como si al pasar, te ponés a jugar con la uña del dedo índice, rascando
la pintura esplendorosa de esa inmaculada imagen que te fascina, no te
suicides con una sobredosis de Aspirineta, si de pronto ves que bajo
aquella hermosa pátina dorada, comenzás a vislumbrar la herrumbre
terrenal que ataca todas las cosas.
El hollín que corrompe, el efecto de esa invencible lluvia ácida que termina degradando la pintura.
La lejía decapante que horada las superficies brillantes, dejando traslucir la verdadera esencia.
En fin, ves con sorpresa y desilusión que no es oro todo lo que reluce.
No, viejo.
No
te flageles con una varilla de hierro al rojo si ves que finalmente lo
acucian las mismas pasiones que a vos o que a cualquier otro mortal que
deambula por este mundo.
No hace falta que te inmoles, atragantado por la decepción y el engaño.
Y,
aunque te parezca que no rima o que está mas desconectado con el tema,
que la vida sexual de la Mantis Religiosa, cuando vayas a comprar
pescado, fijate bien que le brillen los ojos porque está fresco y no
porque se los pintaron con barniz marino….!
No te dejes engañar
por la luz roja del exhibidor de la carnicería para disfrazar la carne
negra por haber envejecido largamente en la heladera.
Que no nos encajen más las bolitas de colores como si fueran diamantes.
Son de vidrio, pibe.
Del mismo vidrio molido de viejas botellas.