NO HAY TANTO QUE FESTEJAR EN MAYO
EL ANTECEDENTE REAL DE LA
SEMANA DE MAYO
Por Francisco
HOTZ
El factor determinante de esta semana fue que tras
las invasiones inglesas de 1806 y 1807, las costas del Río de La Plata se
vieron inundadas de sajones que se afianzaron en Buenos Aires de manos del
contrabando y en desmedro del comercio de los nativos. Para darnos una idea, el
número de comerciantes ascendió de 47 en 1804 a 2 000 en 1810 – este número
debe interpretarse dentro de una densidad poblacional de 60 000 habitantes[1]
para la ciudad de Buenos Aires, de manera que el 3.4% de los habitantes de la
city porteña eran británicos –. El principal interés de estos comerciantes
era, por supuesto, abolir el sistema registralista y monopolista con España,
imponer el libre comercio y así dejar de caminar por la cornisa de la
ilegalidad o depender de permisos esporádicos.
Recordemos que tras las invasiones inglesas, la
economía del Virreinato quedó asolada, las tropas de Beresford robaron todo el
metal precioso que sustentaba el comercio interno (hicieron falta 6 carrozas de
8 caballos cada una, con una capacidad de 5 toneladas por carroza para desfilar
nuestro erario por las calles de Londres), sin embargo, los historiadores
liberales faltarán a la verdad sosteniendo que la economía estaba en crisis por
la mala administración de Liniers. ¿Cómo pretendían que gobierne sin metal?
Tras la huida de Beresford (primera invasión)
y luego de John Whitelocke (segunda invasión), cierta minoría burguesa de
Buenos Aires quedó “hermanada” con los británicos —como ya vimos— y, como
buenos comerciantes, vieron en los invasores la posibilidad de hacer negocios
y, a estos fines, les brindaron toda su hospitalidad. También estaban los
cobardes, esos nibelungos que trocaron su honor por lástima y que continuarán
jugando un rol que por intrascendente fue nefasto en la historia
argentina.
Como sostiene la británica Vera Blinn Reber,
(…) los residentes británicos actuaron como grupo
de presión para favorecer sus propios intereses y proteger a sus miembros. La
primera comunidad británica de Buenos Aires nació en 1806. Las nuevas
oportunidades comerciales que ofrecía la invasión de Popham atrajo individuos
de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda.(…) Los miembros de la comunidad
británica en Buenos Aires realizaron principalmente servicios comerciales como
negociadores, intermediarios, banqueros y agentes marítimos. Una gran cantidad
de comercio de importación y exportación pasó por sus manos. A través de
su capital comercial, la experiencia y las conexiones con los británicos, se
afianzaron en Buenos Airese influenciaron a la comunidad de Buenos Aires en
general (…)[2].
El
estado de situación que se estaba atravesando en España con la invasión
francesa derivó en que, para enero de 1809, la Junta Central de Sevilla
suscribiera con Inglaterra el tratado “Apodaca-Canning”, por medio del cual
Inglaterra daría ayuda militar a España contra Napoleón a cambio de facilidades
en el comercio con América.
Ya
desde noviembre de 1808, apoyadas por la escuadra británica de Río, 31
embarcaciones inglesas repletas de mercadería reposaban sobre las costas de
Buenos Aires esperando la señal.[3]
Tras este arreglo nos tocó a nosotros. Un mes después de la firma del tratado,
el 11 de febrero, Cisneros es nombrado Virrey por la Junta de Sevilla, y
llegará a Buenos Aires casi cinco meses después, el 30 de julio de 1809 tras
caer prisionero de los ingleses en Trafalgar. Frente a él, el 16 de agosto, se
presentarán Dillon y Thwaites, de la firma John Dillon y Cía., con una
solicitud de apenas dos carillas en la que requerían al virrey que les
permitiera comerciar los productos que tenían en su buque por única vez.
Resulta envidiable ver como desde el Parlamento,
cada movimiento de piezas es correspondido por otro, ejemplo de esto es lo
dicho por Dillon y Thwaites al virrey Cisneros:
“pues esa plaza —por Brasil— estaba tan
abastecida de toda clase de géneros, que algunos bastimentos no habían podido
evacuar la menor parte de ellos; y se tuvo por positivo de que se habían
abierto y franqueado, o iba a verificarse pronto al comercio inglés
los puertos españoles”.[4]
Esta solicitud derivó en la formación de un
expediente tras la consulta al Cabildo, al Consulado, al representante de los
comerciantes de Cádiz, y al de los hacendados, Mariano Moreno con su
“representación de los hacendados”. El Virrey sabía que el tratado Apodaca-Canning
aún no estaba reglamentado y esto fue lo que lo motivó a formar el expediente y
hacer la consulta.
Como enseña Rosa[5] citando a Molinari, en el
expediente de 1809 pueden verse dos posturas: la de Yáñiz —síndico del
Consulado—, y Miguel Fernández de Agüero —apoderado de los comerciantes de
Cádiz— ambos favorables al antiguo sistema protector; y la de Mariano Moreno a
favor del librecambio, cuya posición será plasmada en laRepresentación de los
Hacendados.[6]
Sigue anotando Rosa que durante el debate, Yáñiz y
Agüero defendieron con razones de experiencia y de sana lógica a la economía
vernácula, mientras que Moreno, apelando a su doctrina de acopio de citas y
erudición, mostraba absoluto desconocimiento de la amenaza que el
industrialismo maquinista inglés representaba para la economía del Virreinato.
Así lo expresaba Yañiz:
Sería temeridad equilibrar la industria americana
con la inglesa; estos audaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es un
principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, estribos de palo dados
vuelta a uso del país, sus lanas y algodones que a más de ser superiores a
nuestros pañetes, zapallangos, bayetones y lienzos de Cochamba, los pueden dar
más baratos, y por consiguiente arruinar enteramente nuestras fábricas y
reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se
mantienen con sus hilados y tejidos (…) Es un error creer que la
baratura sea benéfica a la Patria; no lo es efectivamente cuando procede de la
ruina del comercio (industria), y la razón clara: porque cuando no florece
ésta, cesan las obras, y en falta de éstas se suspenden los jornales; y por lo
mismo, ¿qué se adelantará con que no cueste más que dos lo que antes valía
cuatro, si no se gana más que uno?[7]
Por su parte, Agüero daba una lección de
conocimiento político y económico, su postura estaba apoyada en su experiencia,
observación y sobre todo en su convicción de que el libre comercio
conllevaría a la segregación de las provincias que componen el Virreinato, decía
lo siguiente:
Las artes, la industria, y aun la agricultura misma
en estos dominios llegarían al último grado de desprecio y
abandono; muchas de nuestras provincias se arruinarían necesariamente,
resultando acaso de aquí desunión y rivalidad entre ellas (…) ¿Qué será de
la Provincia de Cochabamba si se abarrotan estas ciudades de toda clase de
efectos ingleses? (…) ¿Qué será de Córdoba, Santiago del Estero y Salta? No
dejarán de hacer contratos de picote, bayeta, pañete y frazadas, semejantes y acaso
mejores que los que se trabajan en las provincias referidas, por la cuarta
parte del precio que en ellas tienen (…) Con esto lograrán para su
comercio la grande ventaja de arruinar para siempre nuestras groseras fábricas
y dar de esta suerte más extensión al consumo de sus manufacturas, que nos
darán después al precio que quieran, cuando no tengamos nosotros dónde
vestirnos.[8]
En definitiva, lo que parecía ser una tutela
de los intereses de los comerciantes de Cádiz, fue a la postre un tremendo
vaticinio y alegato en pos de la defensa del interés criollo.
Moreno, por su parte, vivía en su quimera
intelectual —pero económicamente rentable—, en su Representación de los
Hacendados sostenía básicamente tres premisas para sustentar su posición:
1) existía una “Razón de Estado” que le permitía al virrey violar la
prohibición española de comerciar con extranjeros, 2) que la libertad de
comercio abriría una fuente inagotable de retornos y 3) que no hay nada más
ventajoso para una provincia que la abundancia de efectos que no produce, pues
envilecidos entonces bajan de precio.[9] Manifestaba Moreno en su
alegato:
En tan triste situación no se presentó otro
arbitrio que el otorgamiento de un permiso a los mercaderes ingleses, para que
introduciendo en esta ciudad sus negociaciones, puedan exportar los frutos del
país (…). Los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para
el país, ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los
estados. Nada es más ventajoso para una provincia que la suma abundancia
de los efectos que ella no produce, pues envilecidos entonces bajan de precio,
resultando una baratura útil al consumidor y que solamente puede perjudicar a
los introductores —esto se estudia hoy en día como dumping. Que una excesiva
introducción de paños ingleses hiciese abundar este renglón, a términos de no
poderse consumir en mucho tiempo; ¿qué resultaría de aquí? El comercio
buscaría el equilibrio de la circulación por otros ramos, (…) ¿podría
nadie dudar de que sea conveniente al país que sus habitantes compren por tres
pesos un paño que antes valía ocho, o que se hagan dos pares de calzones con el
dinero que antes costeaba un solo par?A la conveniencia de introducir efectos
extranjeros acompaña en igual grado la que recibirá el país por la exportación
de sus frutos. (…) Estas campañas producen anualmente un millón de cueros
sin las demás pieles, granos, y sebo, que son tan apreciables al comerciante
extranjero (…) A la libertad de exportar sucederá un giro rápido, que poniendo
en movimiento los frutos estancados hará entrar en valor los nuevos productos,
y aumentándose las labores por las ventajosas ganancias que la concurrencia de
extractores debe proporcionar, florecerá la agricultura y resaltará la
circulación consiguiente a la riqueza del gremio, que sostiene el giro
principal y privativo de la provincia. ¿Quién no ha visto el nuevo vigor que
toma la labranza, cuando después de larga guerra sucede una paz que facilita la
exportación impedida antes por el temor del enemigo?
Por lo expuesto solicitaba al virrey, entre otros
seis artículos más: “Primera: Que la admisión del franco comercio se extienda
al determinado término de dos años, reservando su continuación al juicio
soberano de la Primera Junta con arreglo al resultado del nuevo
plan. (¿DE QUÉ JUNTA HABLA? LA PRIMERA JUNTA SE FORMÓ EL 24 DE MAYO DE 1810 Y
¿QUÉ PLAN?, EL PLAN DE OPERACIONES ATRIBUIDO A MORENO SE ENCARGÓ EN JULIO DE
1810, ESTO OCURRE UN AÑO ANTES, ¿O YA ESTABA TODO PLANEADO?)
Evidencia Moreno de esta forma un desconocimiento de la parte que los
fisiócratas o Adam Smith no cuentan de la novela ni de cómo funciona la
economía capitalista. Esto al grado tal que respondía a aquellos que se negaban
al libre comercio alegando que nos dejarían sin metales como reserva de valor
en los siguientes términos:
Los extranjeros nos llevarán la plata: esto es lo
mismo que decir nos llevarán los cueros, el sebo, la lana, la crin, y demás
producciones de esta Provincia: la plata es un fruto igual á los demás,
está sujeto á las mismas variaciones, y la alteración de su valor
proporcionalmente á su escasez ó abundancia, sostiene en ambos casos la
reciprocidad de los cambios, subrogando equivalentes del número, que en sí
mismo no es de uso ventajoso para el comercio (…) La plata no es
riqueza, pues es compatible con los males y apuros de una extremada miseria;
ella no es más que un signo de convención con que se representan todas las
especies comerciables (…) Estos son principios elementales de la ciencia
económica, y ellos garantéan al país de los abultados males que se quieren
derivar de la saca de dinero (…).
O Moreno sabía que dentro de los planes británicos
estaba crear un banco privado para extraer toda la plata y el oro que no había
sido robado durante las invasiones —como veremos en breve—, razonamiento que lo
convierte en un agente inglés ilustrado condenándolo definitivamente como un
cipayo, o realmente era un intelectualoide que no tenía la más pálida idea de
qué era lo que profesaba y compraba la idea de un país desarrollado como
Inglaterra, pero se olvidaba que para eso había que hacer todo lo contrario,
como EE.UU, evidenciando que jamás tuvo conocimiento de que en la naciente
potencia del norte había un hombre de su edad pero con muchas más luces –o
patriota– como Hamilton.
Ciertamente, lo más grave no era que Moreno
"desconociera" el pensamiento y la acción de Alexander Hamilton sino
que, soberbiamente, se considerara a sí mismo como un gran intelectual al tanto
de todas las novedades del mundo cuando, en realidad, era comple-tamente
ignorante del único pensamiento que podría haber sido de gran utilidad para su
tierra natal y para su amado pueblo. Conviene recordar que a comienzos del
siglo xix las noticias viajaban con len-titud, pero que Moreno había tenido
diez años para enterarse del exitoso programa económico que, basado en el
proteccionismo, había aplicado Hamilton en Estados Unidos.[10]
¿Si para Moreno la plata era un bien más, ¿por qué
Beresford no se llevó un par de cueros en vez de llenar seis carrozas con oro y
plata? Para nosotros, que ya hemos revisado a la escuela de Cobden y también
hemos leído las propias palabras de las cabezas del Foreign Office, no puede
catequizarnos con tan floridos enunciados.
También cabe preguntarse si Cisneros tenía conocimiento de antemano de lo que
¿debía? hacer, de lo contrario no se explica que Moreno, en 1809, le
enuncie que tras los dos años de permiso comercial se prestaría a lo que la
“junta “y el “nuevo plan” determinen. Nadie está exento de ignorancia, mas
no conocemos junta o plan alguno anterior a mayo de 1810.
Francisco Hotz.
[1] Archivo General de la Nación, Padrones de
Buenos Aires, Ciudad y Campaña, 1810-1811. Signatura:
IX-10-7-1.
[2] Vera
Blinn Reber British Mercantile Houses in Buenos Aires, 1810-1880. Harvard
University, 1979. Pág. 41.
Traducción del autor.
[3] Ver Marcelo Gullo La historia oculta. La
lucha del pueblo argentino por su independencia del imperio inglés. Biblos,
2013.
[4] Petitorio de Dillon y Thwaites al virrey Cisneros.
En Molinari “La representación de los hacendados de Mariano Moreno”. Citado en
José María Rosa Defensa y Perdida de nuestra independencia económica.
Huemul, 1974.
[5] Ibídem.
[6] Cuya suscripción fue hecha por el procurador
José de La Rosa, dada la incompatibilidad de Moreno por ser funcionario
público.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Ver Vicente Massot Las ideas de esos
hombres: De Moreno a Perón. Sudamericana. 2007.
[10] Marcelo Gullo La historia oculta. La
lucha del pueblo argentino por su independencia del imperio inglés. Op.
Cit. pág. 99