Retrato del Falso Profeta – Flavio Infante
Dietrich von Hildebrand
A medida que los tiempos transcurrían, la
fisonomía que los cristianos le anticipaban al Anticristo venturo pasó de la
monstruosidad de sus rasgos a una compostura ladina de los mismos, sin dudas
más adecuada al supremo engañador que la historia habrá alcanzado a conocer.
Los siglos medios «empezaron a imaginar una especie de Nerón redivivo y
cuadruplicado -dice Castellani-, y lo adornaron de toda suerte de vicios [...]
No sería reconocido como salvador de los hombres ni adorado si fuera una
monstruosidad acumulativa de todos los degenerados emperadores romanos de la
casa de los Flavios. Pero los antiguos Padres y los teólogos medievales eran
demasiado sanos para imaginarse todavía más maldad de aquélla», pues la que hoy
pudiera encarnar un césar capaz de amparar su protervia en la monserga
filantrópica, en la impostura de los derechos humanos y en la nauseante levedad
de las costumbres cívicas tras dos siglos largos de liberalismo, esa maldad,
decimos, perdido el sentido del mal, debe ser tanto más indescifrable al común
como recóndita y profunda, extendida en toda la vastedad de las entrañas del
Enemigo, una metástasis de malos designios oportunamente camuflados bajo un
manto de indulgencia falaz, opuesta al integrismo
irreductible, al ultramontanismo de
aquellos cristianos que aún queden en el desierto del orbe (sin merma de que no
fue la dinastía flavia sino la de los Claudios, con nenes como Tiberio,
Calígula y Nerón, la que sintetizó crudamente cuanto podía suponerse de malvado
en los primeros siglos de nuestra era).
Hoy es más factible adecuar la facha del
Adversario al canon democrático y pluralista, y así lo han hecho los autores
que se ocuparon de él en el último siglo y medio. De nuestra parte, nos
permitiremos la licencia de aplicarle el apelativo de «Anticristo» a los
depositarios del doble orbital poder (civil y religioso) en los tiempos
finales, aun cuando se acostumbre reservar el nombre para el solo investido con
la potestad civil. Fundamos esta dicción en la
primera carta de san Juan, que habla de «muchos anticristos» salidos de
la Iglesia -que no del Imperium-, y
en el triple ministerio que de Cristo proclamamos, el de sacerdote, profeta y rey, lo que hace que «Anticristo», por
consecuencia, pueda decirse no sólo de aquel rey contrario a la reyecía del
Señor, sino de aquel "sacerdote" y "profeta" que también
pretenden impugnarlo y usurpar su dignidad. Benson, aplicándole el término a la
potestad política, hace del Anticristo una especie de protector de la humanidad
aterrada ante la perspectiva de guerras y hambrunas, un benefactor implacable
de cuantos se le sujetan voluntariamente. Soloviev lo muestra incluso austero
en sus formas, vegetariano y amigo de los animales. Poco antes Dostoievski, en
la Leyenda del gran Inquisidor, y
pese a la diatriba anti-romana de sus líneas, anticipa increíblemente algo del
programa y el espíritu de la Jerarquía eclesiástica de nuestros días,
convencida de que «para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada
tan espantoso como la libertad», capaz de enrostrarle a Cristo el no haber
sucumbido a la primera de sus tentaciones en el desierto, la de convertir las
piedras en panes para comprar con su poder taumatúrgico la obediencia de los
hombres, capaz también de reprocharle a Jesús la exigencia de su doctrina,
hecha para ser observada sólo por los elegidos. Estos sacerdotes de Satanás
podrán afirmar cínicamente, ante la misma faz del Señor, que
nosotros
amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y
rebelde, por dejarse dominar [...] Nosotros, entonces, les daremos a los
hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad
compuesta de pan y humildad. Sí, les predicaremos la humildad — no, como Tú, el
orgullo [...] Hasta les permitiremos pecar — ¡su naturaleza es tan flaca!—. Y,
como les permitiremos pecar, nos amarán con un amor sencillo, infantil. Les diremos que todo pecado cometido con
nuestro permiso será perdonado [...] Y nos adorarán como a bienhechores.
Yo
también he bendecido la libertad que les diste a los hombres y he soñado con
ser del número de los fuertes. Pero he renunciado a ese sueño, he renunciado a tu locura para sumarme al
grupo de los que corrigen tu obra.
Menos conocido y más reciente es un texto de
Dietrich von Hildebrand escrito en 1969, que tomamos de Una Fides
y del que no se nos ofrece mención de la fuente original. Sabemos que el autor
incluyó en su El caballo de Troya en la
Ciudad de Dios un capítulo dedicado a Teillard de Chardin -esa nueva
autoridad rescatada por el magisterio más reciente, y que Von Hildebrand
califica simplemente como de «falso profeta»-, pero el Retrato que sigue a
estas líneas, de estremecedora actualidad, no sale de esas páginas. Vaya
dedicado a quien le quepa el sayo.
Quien niega el
pecado original y la necesidad de redención del género humano, anula el
significado de la muerte de Cristo en la
cruz y es un falso profeta.
Quien olvida que la redención del mundo a través de
Cristo es la única fuente de verdadera felicidad y que nada en el mundo puede
ser comparado a este único hecho glorioso, ese tal no es más un verdadero
cristiano.
Quien no acepta más
la absoluta supremacía del primer mandamiento de Cristo -ama a Dios por sobre
cualquier otra cosa- y sostiene en cambio que el amor de Dios se expresa sólo
en el amor del prójimo, ése es un falso profeta.
Quien ya no sabe
entender que el desear una íntima unión con Cristo y una transformación en
Cristo es el verdadero significado de nuestra vida, ése es un falso profeta.
Quien proclama que
toda moral se basta a sí misma, y por lo tanto no principalmente en la relación
del hombre con Dios sino en las cosas que conciernen al bienestar de la
humanidad, ése es un falso profeta.
Quien en el daño
infligido a nuestro prójimo ve sólo el mal causado a éste y no ve la ofensa a
Dios que está implícita en el mismo daño, ése es víctima de la enseñanza de un
falso profeta.
Quien ya no percibe
la radical diferencia existente entre caridad y benevolencia humanitaria, ése
se ha vuelto sordo al mensaje de Cristo.
Quien se halla
impresionado y conmovido por las "conquistas cósmicas" y por la
"evolución" y por las especulaciones científicas más que por la luz
de la Sagrada Humanidad de Cristo reflejada en un santo, o por la victoria
sobre el mundo representada por la vida de un santo, ése ya no está
compenetrado de espíritu cristiano.
Quien se preocupa
por el bienestar material del hombre más que por su santificación, ése ha
perdido el sentido cristiano del Universo.
Visto
en: In Expectatione
Nacionalismo Católico San Juan Bautista