Carta abierta a una sociedad ingenua
Pensé en contestarle a la Sra. Graciela Fernández Meijide su carta de hoy [1] en La Nación
mediante una carta, mía, abierta pero después recordé que los
derechosos defensores de “genocidas” somos básicamente ingenuos y me
pregunté si le interesará verdaderamente mi opinión.
Prefiero
escribirle a una sociedad ingenua como yo, que ya empieza a entender que
ha sido estafada en su buena fe… una y otra vez.
Le digo a esa
sociedad, por si no lo sabe, que Pablo Fernández Meijide no era un joven
“guevarista” como su madre lo presenta, volcando sus propias
preferencias políticas, tal vez, como esos padres que vuelcan en sus
hijos la frustración de una carrera trunca. “Pablito”, como lo llama en
los reportajes, era montonero “uno de sus mejores cuadros” [2]dicen sus
camaradas y se preguntan frecuentemente porque Graciela lo niega y lo
oculta. Se lo preguntan con desdén y reproche.
Pablito era
montonero y según su madre, desapareció de su hogar una madrugada del
´77 mientras dormía apaciblemente. Una “patota” de monstruos entró a su
casa por la fuerza y se lo llevó.
Pablito tenía a otros amigos
durmiendo en su cuarto, en bolsas de dormir y colchones; a ninguno de
ellos se lo llevaron y, ni siquiera, los demoraron para averiguar sus
antecedentes pero ya sabemos que los monstruos son torpes y no pensaron
que si Pablito era montonero, sus amigos podrían estar vinculados a la
“orga”.
Sorprendentemente tampoco despertaron a sus hermanos, un
varón y una mujer, que dormían en cuartos cercanos y no oyeron ni vieron
nada. Ya sabemos que los monstruos son torpes y no pensaron que si
entraban a la casa de un montonero, sus cómplices podrían atacarlos por
sorpresa. No revisaron la casa ni reunieron a la familia en un mismo
lugar, para tenerlos a la vista, bajo control.
¿Por qué nos vamos a
sorprender? ¿Acaso alguna vez se investigó algo respecto de los
“desaparecidos”? La CONADEP era un gran escritorio y un gran libro en
donde se anotaban denuncias. Nada más.
Se dice con benevolencia
que los desaparecidos no son treinta mil, que son nueve mil. Y yo agrego
con menos benevolencia: los “desaparecidos” no son nueve mil; nueve mil
son las denuncias. El Estado argentino jamás investigó nada. Las
denuncias se tomaban y se toman como verdades reveladas.
Incuestionables.
Pero lo que más me indigna es que a casi 40 años
de esos hechos, fracasada la operación “pedido de perdón”, la madre de
Pablo reclame en una carta conocer la verdad de lo que sucedió con él. Y
se lo reclame a los militares y policías presos a los que nadie les
reconoce derecho alguno, ni a la verdad, ni a la justicia.
Dice Fernández Meijide en su carta que es “en aras de la verdad”.
Y
yo le preguntaría que si tiene tanto interés en la “verdad” y no en el
“juicio y castigo” con el que nos han torpedeado la cabeza a varias
generaciones,¿ por qué no se presentó en los “Juicios por la verdad” de
los noventas?
En el año 1999, ante la clausura de las causas
penales por las leyes de obediencia debida y punto final, los que
pretenden mantener abiertas las heridas de la guerra realizaron una
presentación ante la CIDH con el patrocinio del CELS. Consiguieron una
“solución amistosa” en la que el Estado argentino se comprometía a
garantizar el “derecho a la verdad”.
Fue así que se desarrollaron
unas representaciones teatrales (más grotescas que las actuales) en
donde el Estado interrogaba con la promesa de no sancionar.
Muchos
ingenuos se presentaron a esas representaciones artísticas y pensaron
que si aportaran lo poco o mucho que sabían, esos deudos llorosos
encontrarían la paz. Pensaron contribuir a cerrar las heridas. Heridas
que a esta altura, debemos entender que no cerrarán jamás, porque son
una estrategia de financiación política y dominación social.
El
“acuerdo amistoso” impedía que la información recogida en los “Juicios
por la Verdad” se utilizara para sancionar. La CIDH estuvo muy conforme
con este acuerdo, nunca dijo que hubiera una costumbre internacional de
sancionar, ni una responsabilidad internacional, ni nada parecido. Sin
embargo las declaraciones de los ingenuos, que fueron buenamente a
colaborar, hoy se las toman en su contra en los fraudulentos juicios
penales de “lesa humanidad”.
Qué raro que la Sra. Fernández Meijide no se haya presentado a averiguar qué fue de Pablito en aquellos juicios.
Qué
raro que se presente ahora, cuando el “pedido de perdón” que le propuso
a sus enemigos como condición para hablar de la concordia, naufragó
miserablemente.
Cuando nos presentan a la Sra. Fernández Meijide
como un paladín de la ecuanimidad y los Derechos Humanos me recuerda a
la diferenciación que se hacía hasta hace poco entre Carlotto y
Bonafini. A una se la presentaba como a una dama y a la otra como una
desaforada. Hoy, todos sabemos quiénes son.
Hace tiempo perdí mi
ingenuidad respecto de la Sra. Fernández Meijide. Tenía mis reparos con
esta persona pero me terminé de convencer cuando mi amiga Eneida, la
esposa de un militar preso político, enfermo de mal de Parkinson, se le
acercó durante el receso en una de estas charlas por la concordia
nacional. Le agradeció emocionada que formara parte de estos encuentros y
le contó el caso de su marido al que, en estos días, vuelven a juzgar,
llevándolo y trayéndolo hasta muy altas horas de la noche y la
madrugada.
Fernández Meijide, abandonando el tono edulcorado que
observaba durante la charla le contestó secamente “yo trabajé 40 años
para que los militares vayan presos, ahora ustedes trabajen para
liberarlos… si pueden”.
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[1] Carta de lectores diario La Nación, 03/11/16 “Un debate de todos” Graciela Fernández Meijide.
[2] “Montoneros, Soldados de Menem. ¿Soldados de Duhalde?” Viviana Gorbato, pág. 79.