Hijos de Cristo y del Che (1ra. parte)
DE "NACIONALISTAS CATÓLICOS" A MONTONEROS (y hoy también pasa)
Los primeros montoneros
cordobeses reflejan la trayectoria típica de tantos jóvenes de buena
posición social que, a partir de un compromiso católico,
se fueron convenciendo de que la lucha armada era la única salida para
terminar con "la violencia de arriba" -de "la oligarquía", "el
imperialismo" y sus aliados- y liberar a "los explotados", a los
sectores populares que, por su lado, seguían teniendo una fe casi
religiosa en Perón. Además, se hicieron peronistas, aunque en realidad
fueron más bien evitistas: amaban a Eva Perón, la veneraban como una
verdadera y perfecta revolucionaria, pero dudaban sobre la ideología, la
coherencia y la valentía de Perón.
Por su lado, los
jóvenes que desembocaron en el Ejército Revolucionario del Pueblo, los
"erpianos", tuvieron una evolución distinta: no partieron tanto del catolicismo como del marxismo o el radicalismo.
Hubo sí puntos en
común, como el clima de época, que suponía que el mundo marchaba al
socialismo, impugnaba al imperialismo estadounidense y enfatizaba el
impacto global de las guerras de liberación nacional en Asia y África,
las enseñanzas de Mao Tse Tung y Ho Chi Minh y la onda expansiva en el
continente de la Revolución Cubana y su ícono guerrillero, Ernesto "Che"
Guevara. Además el Che se presentaba casi como un Cristo laico muy seductor,
con sus teorías del hombre nuevo y del foco armado a partir del cual se
podía incendiar al capitalismo. Desde 1966, otro punto en común fue la
resistencia a la dictadura del general Juan Carlos Onganía.
En su mayoría, los
montoneros cordobeses venían de afuera del Movimiento, incluso de
hogares "gorilas", refractarios del "tirano prófugo". Ellos mismos
sospechaban del "juego pendular" de Perón y consideraban que en 1955 le
había faltado coraje y determinación para enfrentar a los golpistas, así
como cuatro años antes, en 1951, no había extirpado la conspiración
militar eclesiástica como le aconsejaba Evita. Si
Perón había elegido el tiempo a la sangre, ellos preferían la opción
inversa. La paradoja, una de tantas, es que muchos de estos jóvenes
provenían de familias que se habían alineado claramente con la Iglesia en el conflicto entre esta institución y Perón.
"Hay numerosos datos
-sostiene Ignacio Vélez- que prueban esa diferente valoración que
hacíamos de Perón y Evita. Uno de ellos es que en la primera época de
pintadas, todavía con tachos y pinceles, el grupo que luego fue la
semilla de Montoneros en Córdoba hizo todas sus pintadas con frases de
Evita".
Vélez agrega: "Para
nosotros, el movimiento peronista era un gigante invertebrado y miope,
conducido tácticamente por burócratas traidores que habían sido
incapaces de conformar en el país conducciones coherentes con el
objetivo de liberación nacional, que era su destino histórico". No
llegaban a poner en duda la conducción estratégica de Perón, a quien
veían protagonizando
una "guerra integral contra el régimen", pero el General estaba lejos,
en su exilio madrileño. Ellos querían llenar en la Argentina ese vacío
entre el líder y las masas; convertirse en una vanguardia revolucionaria
que desplazaría a los políticos y sindicalistas traidores y lograría la
victoria armada en beneficio del pueblo y de Perón.
Toda esa conversión al peronismo ocurrió en los movidos años sesenta. Los protomontoneros apenas recordaban el gobierno de Perón y nunca habían intercambiado una palabra con él; conocían a la distancia, al último Perón, al que quería volver a su país y al poder, elogiaba al Che Guevara como "uno de los nuestros, quizás el mejor", y aprovechaba cualquier ocasión para hablar de "socialismo nacional", "guerra integral" y "trasvasamiento generacional". No pudieron registrar que, mientras ellos se proponían como la vanguardia armada hacia la revolución socialista, el General los pensaba como las "formaciones especiales" de su Movimiento, que deberían desarmarse una vez que el peronismo retornara al gobierno. Los medios podían coincidir en un momento determinado, pero los objetivos eran muy distintos; tanto, que incubaban una ruptura tal vez inevitable.
Toda esa conversión al peronismo ocurrió en los movidos años sesenta. Los protomontoneros apenas recordaban el gobierno de Perón y nunca habían intercambiado una palabra con él; conocían a la distancia, al último Perón, al que quería volver a su país y al poder, elogiaba al Che Guevara como "uno de los nuestros, quizás el mejor", y aprovechaba cualquier ocasión para hablar de "socialismo nacional", "guerra integral" y "trasvasamiento generacional". No pudieron registrar que, mientras ellos se proponían como la vanguardia armada hacia la revolución socialista, el General los pensaba como las "formaciones especiales" de su Movimiento, que deberían desarmarse una vez que el peronismo retornara al gobierno. Los medios podían coincidir en un momento determinado, pero los objetivos eran muy distintos; tanto, que incubaban una ruptura tal vez inevitable.