Sarmiento en sus fuentes (3-5). Su catolicismo liberal
Es
propio del catolicismo liberal hacerse un Dios a su medida, “a la
carta”, tomando de las enseñanzas de la Iglesia lo que más conviene.
Como hemos visto más arriba, Sarmiento tuvo una educación católica que,
con el tiempo irá perdiendo hasta convertirse en un furioso
anti-catolicismo y anti-clericalismo (que no significa
anti-cristianismo, necesariamente). ¿De dónde le habrá venido? Es él
mismo quien nos da la pauta, recordando el lejano año de 1827, cuando
contaba con sólo dieciséis años de edad:
“Cuando
el canónigo Pedro Ignacio de Castro Barros hizo una misión pública
predicando quince días en la plaza de San Juan, yo asistía con asiduidad
procurando ganar desde temprano lugar favorecido (…). Hice confesión general con él; y lo consulté, “acercándome más y más a aquella fuente de luz”[1].
Pero
poco después de aquellos hechos se disgustó con el predicador al oírle
“vociferar contra Rivadavia y del Carril, Rousseau y Llorente”, es
decir, contra el liberalismo imperante que todo lo permitía, incluso los desbandes morales juveniles tan propios de un adolescente que, según él lo declara “hacía de la noche día, viviendo en alegre romería”[2].
El
Dios de los masones, el Dios de los liberales, al final de cuentas, era
más permisivo que el Dios Verdadero que manda reprimir los bajos
instintos, sobre todo, en tiempos de ebullición hormonal.
Sarmiento
se volcará desde entonces a un cristianismo protestantizante,
reconociendo el valor civilizador de la religión católica pero no
aceptando ni su jerarquía ni sus dogmas.
Veamos algunos de estos ejemplos.
En el Mercurio de Chile el 14 de abril de 1844, ante el abandono moral de ciertos mineros decía:
“El
remedio de males tan graves no sería muy difícil: una sostenida
instrucción religiosa y moral y la constante residencia de dos o más
sacerdotes bastaría, a nuestro juicio, para reducir a estas almas
indómitas y mejorar su suerte. La Religión fue siempre la maestra de
las sociedades en su infancia; y la gloria del cristianismo consiste no
sólo en haber ofrecido al hombre la perspectiva de una dicha
imperecedera, sino también en haber llevado la civilización a los
extremos de la tierra, dulcificando las costumbres y sometiendo las
pasiones”[3]
(…). “¿Qué es, en efecto, la igualdad de derechos a que aspiramos, el
amor por el bienestar de todos, la abolición de la esclavitud y aún las
formas de gobierno de nuestra época, sino la realización de la caridad
evangélica, que es el fundamento del cristianismo?”[4].
En Recuerdos de Provincia narrará acerca de sus libritos dedicados a la juventud:
“Todas
las traducciones que he hecho tienen por objeto dotar a la instrucción
primaria de tratados útiles; descollando entre ellos los que contienen
un espíritu eminentemente moral y religioso… A los niños sólo debe
enseñárseles aquello que eleva el corazón, contiene las pasiones y los
prepara a entrar en la sociedad (…) ‘La Conciencia de un Niño’, libro precioso de moral y de religión (…) y la ‘Vida de Jesucristo’, que es una sencilla a la par que luminosa exposición de la doctrina del Evangelio”[5]
(…). “El niño debe saber rezar para encomendarse a Dios, y la doctrina
cristiana para saber ser cristiano católico y conocer y profesar la
religión de Jesucristo. Después de adquirir estos conocimientos debe
saber la historia sagrada, que comprende todos los acontecimientos
memorables que tienen relación con nuestra religión. Todo esto podrá
aprenderlo en las escuelas públicas”[6].
Pero…,
más adelante ya dentro de la secta masónica, afirmará en 1883: “no hay
disidencia alguna de mi parte en que se dé enseñanza religiosa, mientras
no se sobreentienda católica”[7].
Como
vemos, Sarmiento plantea una religión utilitarista, que permita vivir
medianamente en sociedad; una religión con olor a tierra, que no hable
del cielo o del infierno salvo para asustar a los niños. Nada de
prácticas, nada de dogmas…, como le señaló al ex presidente de la
Nación, Nicolás Avellaneda, liberal confeso. Mientras éste publicaba La Escuela sin Religión, Sarmiento le contestó replicó con otro librito cuyo título rezaba así: “La Escuela sin la Religión de mi Mujer”, donde lo que se proponía no era un estado ateo, sino, lisa y llanamente, un estado cristiano con una religión liberal.
Es por todo esto que, en el senado nacional exclamaba en 1876: “El Syllabus
(un conjunto de condenas dadas por la Iglesia) es una constitución que
echa abajo esta otra constitución y nuestro deber es sostener ésta —y
levantaba en alto la constitución nacional. No demos al Syllabus poder alguno. Que siga su camino, si puede”[8], pues,
“se puede ser católico sin creer todos los dogmas o misterios… El Estado no tiene religión porque la religión queda fuera del Estado”[9].
“La calidad del cristiano basta en Maryland (EE.UU.), como ley
nacional, para ir a la escuela común. Esa es la escuela sin religión
oficial católica. Esa es la escuela sin la religión de mi mujer (…). Yo no quiero para la escuela esa religión, que es el culto católico, sino la religión cristiana sin ese culto oficial o religión con dogmas especiales”[10].
¿Acaso no es lo mismo que la inmensa mayoría de nuestros políticos “católicos” dicen hoy? “Cristo sí, la Iglesia no”.
- Sarmiento: su moralidad
Es verdad que, analizar la moralidad de un personaje no invalida per se
su obra, sin embargo, en el caso de personajes que son enaltecidos al
nivel del arquetipo, conviene echar un vistazo por su modo de vivir las
virtudes.
Sarmiento
fue, desde siempre, un hombre temperamental (esto puede verse en
cualquiera de sus biografías); indisciplinado y rebelde, nunca aceptó
someter su juicio a los cánones y criterios de la verdad.
“Jamás
he reconocido otra autoridad que la mía”, escribiría en 1843. “No he
tenido maestros ni más guía que mi propio juicio. Yo he sido siempre el
juez de la importancia de un libro, sus ideas y sus principios; y de
esta falsa posición ha nacido la independencia de mi pensamiento y
cierta propensión de crearme ideas propias”[11].
“La
familia de los Sarmiento –nos dice él mismo– tiene en San Juan una no
disputada reputación, que han heredado de padres a hijos, de embusteros. Nadie les ha negado esta cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición que no me queda duda de que es alguna cualidad de familia”[12].
Algo
parecido declarará por carta a su amigo Manuel Rafael García el 28 de
octubre de 1868, siendo ya presidente de los argentinos:
“Si miento lo hago como don de familia con la naturalidad y sencillez de la verdad”[13].
Cuando
en 1880 presente su candidatura para la presidencia de la República y
en Córdoba le adviertan que no podía ser votado por los ciudadanos
católicos por ser masón, desmentirá públicamente su condición al punto
que, sus mismos hermanos masones se lo echaran:
“No he hecho otra cosa que cumplir con la consigna masónica de no revelar mi carácter de tal”[14] –declarará.
Mentira que irá de la mano de la crueldad, a veces.
Como integrante de la Comisión Argentina
en Chile, aconsejará en 1844 al general Tomás Brizuela, jefe de la
Coalición del Norte, la aplicación de los siguientes métodos
democráticos y civilizadores:
“Es
menester emplear el terror para triunfar en la guerra. Debe darse
muerte a todos los enemigos y no tener consideración con nadie. Es
preciso desplegar un rigor formidable. Todos los medios de obrar son
buenos y deben emplearse sin vacilación alguna, imitando a los
jacobinos de Robespierre”[15].
Sarmiento
será siempre partidario de la fuerza para hacer triunfar sus ideas
(“aquí (en este país) no puede haber más política que la del garrote y
la macana” –dirá), al punto que, el 29 de marzo de 1874, último año de
su presidencia, dirá en el discurso pronunciado en Concordia:
“Mi gobierno ha sido un gobierno de fuerza y de represión”[16].
“Si Sandez mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan
perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor”[17].
Sobre
sus contemporáneos era casi incapaz de hablar bien e,
independientemente de la veracidad de sus dichos decía, por ejemplo, de
Alberdi:
“Charlatán,
mal criado y pillo, saltimbanqui, raquítico y jorobado, conejo, eunuco,
zonzo, camorrista insigne y botarate insignificante. Asco me da la
baba de su envidia hipócrita y de su ambición rastrera. (Usted y sus
amigos son unos) intrigantes y una banda de piratas. Cínico, mentiroso,
malvado, traidor, alma torcida y detractor de oficio que escribe sin
creer una palabra de lo que dice”[18].
De Mitre, no sin algo de verdad, escribirá:
“Por su presuntuosa ignorancia y su intención de dañar, desvaría. Es un charlatán. Es de quien quiera alquilarlo”[19].
“Si no está en el gobierno, al que eternamente aspira bajo todas las
formas, será socialista, republicano o comunista, hasta llegar a su
objeto… Es un pigmeo indigno, un zonzo, un sinvergüenza y un mentiroso”[20].
El “prócer y maestro de América”, era un “humanista” singular. Si no, veámoslo. Arredondo le recordaba en 1874:
“Asesinatos
al por mayor son los que Ud. me aconsejaba en una carta, cuando me
escribía: ‘Córteles la cabeza y déjelos de muestra en el camino’”[21].
El 12 de abril de 1873 le escribe al gobernador de Corrientes:
“Los
rebeldes que se tomen con las armas en la mano pueden ser pasados por
las armas. Los jefes y todos los demás deben ser ejecutados sin otra
forma que comprobar que estuvieron armados y en cualquier número que
sea. Hágalos pasar por las armas y ponga sus cabezas en los caminos”.
De allí que, el diario La Prensa del 14 de’ julio de 1876 comentara irónicamente:
“Abisma
pensar que tales órdenes y tales instrucciones partan de un hombre
ilustrado y que ha pasado años leyendo libros en los que se habla del
derecho y del respeto a la vida. Rosas no firmó jamás una orden como
ésta… No se explica uno que semejante fiera ande por las calles
libremente”[22].
El
23 de marzo de 1880, el mismo diario continúa con su “homenaje al gran
educador” que bien podrían colocarse como epitafio sobre su tumba:
“Donde
quiera que ha puesto la mano ha dejado los rastros de su carácter
procaz, irascible y sanguinario. Él ha ordenado a sus subalternos el
degüello de sus prisioneros. Él ha mandado clavar en picas las cabezas
de los que combatían contra su autoridad y colocarlas en el trayecto de
las vías públicas. Él dictaba la sentencia de muerte de un centenar de
soldados amotinados (…). ¡Sarmiento: fiera malvada, fiera de dos pies, verdugo de sus semejantes!”[23].
Continuará
P. Javier Olivera Ravasi, SE
[1] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, Tomo II, 165.
[2] Cfr. Daliadiras, 136.
[3] Sarmiento, O.C., Tomo LVIII, 46.
[4] Sarmiento, O.C., Tomo LVIII, 137.
[5] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, en O.C., Tomo III, 22; La Crónica del 3 de junio de 1849, en Tomo VI, 203, de las O.C.
[6] Sarmiento, O.C., Tomo XXVIII, 107.
[7] Sarmiento, O.C., Tomo XLVIII, 329.
[8] Sarmiento, O.C., Tomo XX, 36; Tomo XXXVI, 204.
[9] Sarmiento, O.C., Tomo XLVIII, 170.
[10] Sarmiento, La Escuela sin la Religión de mi Mujer, año 184, Tomo XLVIII, pp. 333-351 de las O.C.
[11] Sarmiento, Mi Defensa, en Tomo III, pp. 11, 21; Recuerdos de Provincia, en Tomo III, 168.
[12] Sarmiento, Recuerdos de Provincia, en Tomo III, 154.
[13] En Gálvez, op. cit., pp. 455, 456.
[14] Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro y la Independencia, Est. gráfico J. Estrach, Buenos Aires 1922, 338.
[15] J. Cobos Daract, Historia Argentina, Tomo II, Buenos Aires, 1920.
[16] En Gálvez, op. cit., 357.
[17]
Sarmiento a B. Mitre, por carta de W. Paunero, del 29 de julio de
1862, en Enrique Díaz Araujo, Los liberales, EDA, Buenos Aires 2018,
187.
[18] J. B. Alberdi, Cartas Quillotanas; Sarmiento, Cartas “La Ciento y Una”; Sarmiento, O.C., Tomo XV, 355; Tomo XVI; El Nacional del 3 de enero de 1857.
[19] Sarmiento, O.C., Tomo L, pp. 178, 182; Cartas al general Ignacio Rivas del 26 de junio de 1869 y al general Octaviano Navarro.
[20] El Nacional del 30 de julio y 1° de agosto de 1878; Sarmiento, O.C., Tomo XXXII, 244; Tomo XLIX, 236, año 1884; Tomo L, pp. 228, 251, 254, 261; Cartas a José Posse de agosto de 1869 y 15 y 17 de setiembre, a Santiago Arcos del 25 de setiembre.
[21] En Gálvez, op. cit., 371.
[22] Ibídem, 124.
[23] La Prensa del 1 de agosto de 1875, del 14 de julio de 1876 y del 23 de marzo de 1880.