sábado, 26 de octubre de 2019
Turbadora Coincidencia - Antonio Caponnetto
TURBADORA
COINCIDENCIA
Por Antonio Caponnetto
Hoy, 27 de
octubre de 2019, se cumplen 45 años del martirio de Jordán Bruno Genta; y a la
par es el día en que se consumará un nuevo ultraje a la patria, dando inicio a
la vez a otro ciclo de ignominia, gane quien ganare el concurso de “soberanías
populares”.
Nos parece
oportuno transcribir un fragmento de nuestro reciente libro “Democracia y
Providismo”, en el que de modo expreso se menciona a Jordán Bruno Genta.
Ruego a
aquellos amigos reales, a quienes tanto debo, que se han expedido sobre mi
postura, sin conocerla, que lean el libro antes de opinar, como imprudentemente
ya han opinado.
A los ex
amigos, que mostraron al fin su triste hilacha de felones, tramoyistas o
dementes, no les pido absolutamente nada. Dios los perdone y les remedie sus
patógenas conductas.
Al resto,
espadachines del facebook, titanes del tweeter, francotiradores del whatsapp,
machos cabríos de la blogósfera, eruditos a la violeta, traficantes de
casuística, malabaristas de artilugios éticos, jurisperitos del legitimismo de
la ilegitimidad, picapleitos del siglo, leguleyos del régimen falaz y
descreido, justificadores de la náusea, estériles anónimos, posteadores de
naderías, cobardes de la más rancia pusilanimidad, renegados de la herencia
doctrinaria recta rubricada con sangre, mansos votantes de la diosa democracia,
disidentes controlados funcionales al sistema, cooperadores de la cochambre
liberal, castizamente os lo digo: os podéis ir al carajo. ¡ Viva la patria ¡
“Los
defensores del en la Argentina de hoy, no atienden ni entienden nada.
Quieren pensar y salvar la
Argentina por un mero acto de voluntarismo, creyendo que el
fin justifica los medios, a grupas del sistema que llevó a la patria a ser esta
cosa impensada y condenada que presenciamos con estupor. Para pensarla y
salvarla hay que hacer lo contrario de la Revolución, y no una revolución en contra, según
aserto inmodificable del viejo De Maistre.
Tras
los oropeles vistosos de una disputatio académica, o las declamaciones sobre
la contribución al bien común, o las disquisiciones sobre lo que enseñan los
moralistas (sin preguntarse jamás algunos guardaespaldas del votopartideo qué
dicen esos mismos moralistas sobre atacar desde el anonimato internético a
quien los contradice), en realidad, están calculando con quién caer mejor
parados. O, como lo han dicho inverecundamente, con qué candidato evitar que
les roben el coche. Bendito sea Dios que nunca tuve uno, y me da la libertad de
que no me importe si me lo quitan. En esto soy bergogliano, perdonen: me tomo
el subte.
Es
así como les digo, aunque suene petulante. No entienden ni atienden.
Pero
hay alguien que entendió, y es rarísimo que se trate justo de él. Vale la pena
terminar esta carta explicándolo en dos trazos.
Cuando
en su libro “Humanismo. Fuentes y Desarrollo Histórico”, Carlos Disandro explica
lo que es el paradigma de la antropología católica, tras retratar al homo
theoreticus, al conditor y al viator, correspondientes a la cultura helénica,
romana y hebrea, respectivamente, se detiene en una cuidadosa exégesis del
diálogo entre Cristo y Nicodemo, que está en el capítulo III del Evangelio de
San Juan. De allí surgen las nutrientes para inteligir al hombre tal como es y
debe ser en la inteligencia católica.
Y
lo que surge es el hombre capaz de transfigurarse por la gracia, de volver a
nacer, no en la carne y la materia, sino por el Agua y por
el Espíritu Santo. Es
el hombre que puede tener la certeza de que Dios se hizo hombre. Y por lo
mismo, el compromiso ontológico de que todo cuanto piense, diga y haga estará
ordenado a Dios. Ya no puede ni quiere servir a dos señores.
En las demás
antropologías hay una relación de abajo hacia arriba. Aquí es gloriosamente al
revés. Lo de Arriba ingresa en lo histórico, lo Alto se abaja, el Verbo se
hace carne, lo Invisible penetra lo visible, la Eternidad inhiere en el
tiempo. Ya no todo es cuestión del hombre, empezando por Dios. Ahora se sabe
que todo es cuestión de Dios, empezando por el hombre. Y que sólo, exclusiva y
únicamente en esto, radica la tan mentada dignidad del hombre: en ser capax
Dei, homo transfigurationis.
El tumor
espantosísisimo que corroe a toda la antropología moderna –empezando por la
que se enseña hoy en la
Iglesia– es la supresión del hombre de la transfiguración y
su correlato lógico: el destronamiento del Gran Transfigurador. En
consecuencia, todo resulta historificado, des-eternizado, inmanentizado,
secularizado: subvertido. Es el primado brutal del naturalismo.
La política, dice
Disandro, no ha escapado a esta tragedia. “En la ubicación respecto de la
política, el concepto de poder se ha convertido para el cristiano en la mera
cantidad de votos; esto significa una secularización del sentido cristiano del
poder. Así en todos los sentidos y aspectos de la comunidad; se confunde
entonces cristianismo con justicia social. El cristianismo no es eso. No
decimos que la justicia social no sea una cosa importantísima que debamos
llevar a la práctica, pero ello será imposible si no la enraizamos en el
principio verdadero. La justicia social no puede estar desvinculada de cuanto
venimos explicando [el renacer del hombre por la gracia]. Esta desvinculación
no tiene sentido para el cristiano y además es un absurdo, aparte de ser una
herejía. Se trata de una cuestión fundamental: lo que decimos de la justicia
social podemos decirlo de la política. Una política de inspiración cristiana
que deja esta cuestión de lado, nada tiene de cristiana. Será otra cosa pero
carece fundamentalmente de la significación cristiana”.
No me vengan con el
zonzo argumento ad hominem. Yo sé muy bien quién es Disandro y todo lo
substancial que nos separa de él. Y
sé muy bien que esto
que acabo de transcribir entra en colisión con lo que él mismo hizo en materia
política. Peor para él si se contradijo. Lamento y repruebo su incoherencia,
pero celebro y admiro la hondísima certeza del modo católico de concebir la
política que manifestó en estas páginas.
Si matamos al homo
transfigurationis, y en su lugar entronizamos al homo calculator –la tipología
sigue siendo disandrista– ya no será posible edificar la política ni la
justicia social que aquel cinceló en la Edad Media Cristiana, y que ha de llamarse media,
porque el homo mediator la protagoniza y ejecuta. Esto es, el mismo hombre de
la transfiguración que quiere hacer de pontífice, de puente, de enlace entre
los visibilia e invisibilia Dei. Pues sabe que, en la medida en que se
convierta en un pontón fiel y leal, todas las cosas podrán ser instauradas en
Cristo. Tal vez ahora se entienda mejor, porque los mismos guardaespaldas de
la inserción en el sistema democrático le han dedicado también su tiempo a
cascotear el rancho de la
Edad Media. Saben lo que hacen estos muchachos.
Se darán cuenta el
sinsentido que tiene para mí proseguir este debate. No me interesa quedarme con
la última palabra, ni que me levanten el brazo en el ring prosaico de los
pugilatos ideológicos. No ando ni anduve nunca por la vida marcando con el dedo
a los presuntos o reales pecadores, y me importa tres belines qué hace cada
quien con sus bragas, sus candidaturas y sus boletas electorales.
No tengo por ídolos a
Kant, ni a Jansenio ni a Donato. Sigo sin poder sacarme del alma esta imagen
que marca mis predilecciones políticas, morales y filosóficas: Genta, el
hombrevida chestertoniano por antonomasia, partido al medio por once balazos,
yace en su féretro. Yo, con mis veintitrés años flamantes, lo miro rezando y
rezo mirándolo. Es el icono de la política católica. El hombre de la transfiguración
y de la mediación. El hombre de las misiones en aislamiento y en soledad, sin
poderes terrenos ninguno, a contracorriente del mundo, de las elecciones, de
los partidos, de los acomodos, de los maridajes.
Además, aquellos con
quienes se supone debería debatir, son personas cultísimas, no lo niego, pero
no entienden en serio cuál es mi mensaje. Insisto: ni entienden ni atienden. He
llegado a la íntima y segura convicción, transida de pena, de que en materia
política hablamos idiomas distintos.
Ellos están con el
homo calculator. Y no trepidan en construir una nueva hagiografía, en la cual,
los santos, ya no serán venerados por haber renacido por el Agua y por el
Espíritu, sino por haber sido del partido radical, del conservador o de la democracia
cristiana. Junto a la neo-hagiografía van cincelando las bases de una
neohistoria y de una neo-política. En la primera habría que desmitificar el
Medioevo como modelo de Ciudad Católica y presentar a los primeros cristianos
–león más, martirio menos– como razonables convividores del Imperio. En la
segunda, habría que abrazarse nomás con los secularistas del poder.
No cuenten conmigo
para alimentar esta discordia. Lo que tenía que decir ya está dicho. Pero estoy
disponible para festejar la Esperanza;
y enarbolada al tope, seguir haciendo lo que humanamente podamos por la patria
yerma. Por lo pronto –y para escándalo de pragmatistas– rezar por ella.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista