jueves, 31 de octubre de 2019

Turbadora Coincidencia - Antonio Caponnetto

sábado, 26 de octubre de 2019

Turbadora Coincidencia - Antonio Caponnetto



TURBADORA COINCIDENCIA
Por Antonio Caponnetto


Hoy, 27 de octubre de 2019, se cumplen 45 años del martirio de Jordán Bruno Genta; y a la par es el día en que se consumará un nuevo ultraje a la patria, dando inicio a la vez a otro ciclo de ignominia, gane quien ganare el concurso de “soberanías populares”.
Nos parece oportuno transcribir un fragmento de nuestro reciente libro “Democracia y Providismo”, en el que de modo expreso se menciona a Jordán Bruno Genta.
Ruego a aquellos amigos reales, a quienes tanto debo, que se han expedido sobre mi postura, sin conocerla, que lean el libro antes de opinar, como imprudentemente ya han opinado.
A los ex amigos, que mostraron al fin su triste hilacha de felones, tramoyistas o dementes, no les pido absolutamente nada. Dios los perdone y les remedie sus patógenas conductas.
Al resto, espadachines del facebook, titanes del tweeter, francotiradores del whatsapp, machos cabríos de la blogósfera, eruditos a la violeta, traficantes de casuística, malabaristas de artilugios éticos, jurisperitos del legitimismo de la ilegitimidad, picapleitos del siglo, leguleyos del régimen falaz y descreido, justificadores de la náusea, estériles anónimos, posteadores de naderías, cobardes de la más rancia pusilanimidad, renegados de la herencia doctrinaria recta rubricada con sangre, mansos votantes de la diosa democracia, disidentes controlados funcionales al sistema, cooperadores de la cochambre liberal, castizamente os lo digo: os podéis ir al carajo. ¡ Viva la patria ¡


“Los defensores del en la Argentina de hoy, no atienden ni entienden nada. Quieren pensar y salvar la Argentina por un mero acto de voluntarismo, creyendo que el fin justifica los medios, a grupas del sistema que llevó a la patria a ser esta cosa impensada y condenada que presenciamos con estupor. Para pensarla y salvarla hay que hacer lo contrario de la Revolución, y no una revolución en contra, según aserto inmodificable del viejo De Maistre.
Tras los oropeles vistosos de una disputatio académica, o las de­clamaciones sobre la contribución al bien común, o las disquisiciones sobre lo que enseñan los moralistas (sin preguntarse jamás algunos guardaespaldas del votopartideo qué dicen esos mismos moralistas so­bre atacar desde el anonimato internético a quien los contradice), en realidad, están calculando con quién caer mejor parados. O, como lo han dicho inverecundamente, con qué candidato evitar que les roben el coche. Bendito sea Dios que nunca tuve uno, y me da la libertad de que no me importe si me lo quitan. En esto soy bergogliano, perdonen: me tomo el subte.
Es así como les digo, aunque suene petulante. No entienden ni atienden.
Pero hay alguien que entendió, y es rarísimo que se trate justo de él. Vale la pena terminar esta carta explicándolo en dos trazos.
Cuando en su libro “Humanismo. Fuentes y Desarrollo Histórico”, Carlos Disandro explica lo que es el paradigma de la antropología católica, tras retratar al homo theoreticus, al conditor y al viator, correspondientes a la cultura helénica, romana y hebrea, respectiva­mente, se detiene en una cuidadosa exégesis del diálogo entre Cristo y Nicodemo, que está en el capítulo III del Evangelio de San Juan. De allí surgen las nutrientes para inteligir al hombre tal como es y debe ser en la inteligencia católica.
Y lo que surge es el hombre capaz de transfigurarse por la gracia, de volver a nacer, no en la carne y la materia, sino por el Agua y por

el Espíritu Santo. Es el hombre que puede tener la certeza de que Dios se hizo hombre. Y por lo mismo, el compromiso ontológico de que todo cuanto piense, diga y haga estará ordenado a Dios. Ya no puede ni quiere servir a dos señores.
En las demás antropologías hay una relación de abajo hacia arri­ba. Aquí es gloriosamente al revés. Lo de Arriba ingresa en lo histó­rico, lo Alto se abaja, el Verbo se hace carne, lo Invisible penetra lo visible, la Eternidad inhiere en el tiempo. Ya no todo es cuestión del hombre, empezando por Dios. Ahora se sabe que todo es cuestión de Dios, empezando por el hombre. Y que sólo, exclusiva y únicamente en esto, radica la tan mentada dignidad del hombre: en ser capax Dei, homo transfigurationis.
El tumor espantosísisimo que corroe a toda la antropología mo­derna –empezando por la que se enseña hoy en la Iglesia– es la supre­sión del hombre de la transfiguración y su correlato lógico: el des­tronamiento del Gran Transfigurador. En consecuencia, todo resulta historificado, des-eternizado, inmanentizado, secularizado: subverti­do. Es el primado brutal del naturalismo.
La política, dice Disandro, no ha escapado a esta tragedia. “En la ubicación respecto de la política, el concepto de poder se ha convertido para el cristiano en la mera cantidad de votos; esto significa una secu­larización del sentido cristiano del poder. Así en todos los sentidos y aspectos de la comunidad; se confunde entonces cristianismo con justi­cia social. El cristianismo no es eso. No decimos que la justicia social no sea una cosa importantísima que debamos llevar a la práctica, pero ello será imposible si no la enraizamos en el principio verdadero. La justicia social no puede estar desvinculada de cuanto venimos explicando [el renacer del hombre por la gracia]. Esta desvinculación no tiene sentido para el cristiano y además es un absurdo, aparte de ser una herejía. Se trata de una cuestión fundamental: lo que decimos de la justicia social podemos decirlo de la política. Una política de inspiración cristiana que deja esta cuestión de lado, nada tiene de cristiana. Será otra cosa pero carece fundamentalmente de la significación cristiana”.
No me vengan con el zonzo argumento ad hominem. Yo sé muy bien quién es Disandro y todo lo substancial que nos separa de él. Y

sé muy bien que esto que acabo de transcribir entra en colisión con lo que él mismo hizo en materia política. Peor para él si se contradijo. Lamento y repruebo su incoherencia, pero celebro y admiro la hondí­sima certeza del modo católico de concebir la política que manifestó en estas páginas.
Si matamos al homo transfigurationis, y en su lugar entronizamos al homo calculator –la tipología sigue siendo disandrista– ya no será posible edificar la política ni la justicia social que aquel cinceló en la Edad Media Cristiana, y que ha de llamarse media, porque el homo mediator la protagoniza y ejecuta. Esto es, el mismo hombre de la transfiguración que quiere hacer de pontífice, de puente, de enlace entre los visibilia e invisibilia Dei. Pues sabe que, en la medida en que se convierta en un pontón fiel y leal, todas las cosas podrán ser ins­tauradas en Cristo. Tal vez ahora se entienda mejor, porque los mis­mos guardaespaldas de la inserción en el sistema democrático le han dedicado también su tiempo a cascotear el rancho de la Edad Media. Saben lo que hacen estos muchachos.
Se darán cuenta el sinsentido que tiene para mí proseguir este debate. No me interesa quedarme con la última palabra, ni que me levanten el brazo en el ring prosaico de los pugilatos ideológicos. No ando ni anduve nunca por la vida marcando con el dedo a los presuntos o reales pecadores, y me importa tres belines qué hace cada quien con sus bragas, sus candidaturas y sus boletas electorales.
No tengo por ídolos a Kant, ni a Jansenio ni a Donato. Sigo sin poder sacarme del alma esta imagen que marca mis predilecciones po­líticas, morales y filosóficas: Genta, el hombrevida chestertoniano por antonomasia, partido al medio por once balazos, yace en su féretro. Yo, con mis veintitrés años flamantes, lo miro rezando y rezo mirándo­lo. Es el icono de la política católica. El hombre de la transfiguración y de la mediación. El hombre de las misiones en aislamiento y en soledad, sin poderes terrenos ninguno, a contracorriente del mundo, de las elecciones, de los partidos, de los acomodos, de los maridajes.
Además, aquellos con quienes se supone debería debatir, son personas cultísimas, no lo niego, pero no entienden en serio cuál es mi mensaje. Insisto: ni entienden ni atienden. He llegado a la ínti­ma y segura convicción, transida de pena, de que en materia política hablamos idiomas distintos.


Ellos están con el homo calculator. Y no trepidan en construir una nueva hagiografía, en la cual, los santos, ya no serán venerados por haber renacido por el Agua y por el Espíritu, sino por haber sido del partido radical, del conservador o de la demo­cracia cristiana. Junto a la neo-hagiografía van cincelando las bases de una neohistoria y de una neo-política. En la primera habría que desmitificar el Medioevo como modelo de Ciudad Católica y presentar a los primeros cristianos –león más, martirio menos– como razonables convividores del Imperio. En la segunda, habría que abrazarse nomás con los secularistas del poder.
No cuenten conmigo para alimentar esta discordia. Lo que tenía que decir ya está dicho. Pero estoy disponible para festejar la Espe­ranza; y enarbolada al tope, seguir haciendo lo que humanamente po­damos por la patria yerma. Por lo pronto –y para escándalo de pragma­tistas– rezar por ella.




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