martes, 22 de octubre de 2019
La Mentira Universal - D. Félix Sardá y Salvani Pbro.
Mayo 1874
Lo sabíamos ya por la sana filosofía, por el simple buen sentido, por
las lecciones de la historia, por los desengaños de una dolorosa experiencia;
ahora lo sabemos con la certeza augusta de la Religión. ¡El sufragio universal es la mentira universal!
Si el
Papa, que es nuestro maestro, lo ha dicho, ¿por qué no hemos de decirlo
nosotros, que no somos más que fieles discípulos del Papa? Si de Roma ha salido
esta palabra, que vibrante y enérgica ha resonado ya en toda Europa, ¿por qué
no ha de recogerla a su vez y repetirla la Revista
Popular, que al fin no desea ser más que un eco de Roma?
Sí,
Padre nuestro, oráculo de verdad y de divinas enseñanzas, lo sabíamos ya, pero
no está de sobra que otra vez nos lo haya dicho vuestra infalible palabra. Lo
sabíamos ya por la sana filosofía, por el simple buen sentido, por las
lecciones de la historia, por los desengaños de una dolorosa experiencia; ahora
lo sabemos con la certeza augusta de la Religión. ¡El sufragio universal es la
mentira universal!
No se
alarmen nuestros lectores: no faltaremos a nuestra divisa. Nada queremos con la
política. Nada aquí de lo que se roce con lo transitorio y mudable de las
instituciones humanas. Lo eterno, lo inmortal, lo superior a toda vicisitud y a
toda mudanza, eso es lo que defendemos; sobre lo demás nos contentamos con
gemir en el fondo de nuestro humilde hogar, y orar en la presencia de Dios y en
el santuario inviolable de nuestra conciencia. Ni atacamos ni defendemos
gobiernos; ni conocemos otros amigos ni enemigos que las doctrinas contrarias a
la Iglesia católica y a las buenas costumbres. Véase si es clara y franca y despejada
nuestra situación: véase si somos, o no, libres e independientes. Sentimos no
ser como los pájaros del aire para poder cernernos como ellos en la inmensidad
del espacio diáfano e incoloro, y poder así prescindir de la tierra, hasta el
punto de no tener que hollarla siquiera con nuestros pies.
He
querido repetirte aquí, lector amigo, esta nuestra ya vieja profesión de fe,
primero porque no hay cosa vieja que no convenga recordarla de vez en cuando, y
segundo, porque el asunto de que voy a ocuparme contigo en este artículo es
arriesgado y expuesto a torcidas interpretaciones. Del sufragio universal se ha
hecho arma de partido; bajo este punto de vista ni nombrarlo nos dignaríamos.
Pero el sufragio universal es hoy, más que todo, base de un sistema filosófico
en oposición a los sanos principios de derecho y de Religión; el sufragio universal
es en opinión de sus apóstoles un criterio de verdad nuevamente descubierto, y
constituye la esencia de lo que se ha querido llamar derecho nuevo, como si el derecho fuese tal si no es eterno. En
este concepto ha tronado el Pontífice supremo contra el sufragio universal; en
este concepto vamos a ocuparnos nosotros de tan sucia quisicosa.
¿Qué
es el sufragio universal? Es el parecer del mayor número erigido en norma de
verdad y de justicia. Es el derecho de los más contra los menos, por la sola
razón de que aquellos son los más y éstos son los menos; derecho tan brutal
como el del más fuerte contra el más débil. Expliquémonos. Es indudable que
muchas veces los más pueden tener razón sobre los menos, como es cierto que
muchas veces el más fuerte puede tener razón en su favor y no tenerla el más
débil. Pero que una cosa sea verdadera y sea buena sólo (atiende bien la
palabra subrayada) sólo porque el
mayor número la crea tal, es, amigo mío, perdónenme los discípulos de tal
escuela, haber perdido completamente la cabeza. Las cosas son lo que son,
blancas o negras, verdaderas o falsas, malas o buenas, no porque así lo
resuelva una fuerza numérica, aunque ésta se eleve a la categoría de universal.
Todos los hombres juntos y aun todas las mujeres (mira si te pongo límites a la
universalidad) que declaren que una acción es justa, no la harán tal si ella es
injusta; y un solo hombre, un solo niño que en medio del universal clamoreo,
sostenga que aquello es una iniquidad, tendrá razón él solo contra todos los
nacidos y por nacer que afirmen lo contrario. Los millones de votos podrán
ahogar el suyo; el caso por desgracia no será nuevo. Sin embargo, allí estará
lo verdadero donde está la verdad, no donde está el mayor número que defiende
la mentira.
Esto
es sencillo, rudimentario, hasta trivial. Sin embargo, como las nociones más
rudimentarias son hoy las más fácilmente obscurecidas, voy a esclarecerte la
presente con una comparación.
La
nieve es blanca. ¿Estás muy cierto de esto? Asegúrate bien de este dato, pues a
tal punto ha llegado el escepticismo, que hasta quizá sobre esto un día se
llegue a discutir. La nieve es blanca, a lo menos por tal se la tiene hasta el
día de hoy. Ahora bien. Supón por un momento que a la mayoría de los mortales
se les antoja cualquier día declarar que la nieve es negra; supón que no la
mayoría, sino todos convienen por unanimidad en considerar como negra la nieve;
aunque todas las generaciones afirmen sin vacilar este despropósito, ¿habrá
perdido la nieve algo de su blancura? Apliquemos el cuento. Las verdades del
orden moral son tan fijas e invariables como las del orden físico. Tan cierto
es que el hurto es una injusticia, como que la nieve es blanca, y viceversa.
Pues bien. Aunque todos los hombres lleven su extravío hasta el punto de creer
y afirmar que tal o cual hurto, llámese como se quiera, no es una iniquidad, iniquidad
será, aunque digan lo contrario, un sufragio universal y cien sufragios
universales.
Históricamente
tenemos comprobada esta verdad. El Hijo de Dios muere en Jerusalén, y es el
voto unánime de su pueblo quien le conduce al suplicio. Sin embargo, el
crucificado es el Justo por excelencia, y el pueblo judío no se llamará en
adelante sino el pueblo deicida. Y saltando del Hijo de Dios a un simple
mortal, hallamos a Sócrates, que es condenado a beber la cicuta por el fallo de
un tribunal y por la opinión pública de sus conciudadanos; sin embargo, la
historia ha seguido llamando a los atenienses asesinos del más ilustre de sus
filósofos. En ambos casos el sufragio universal pudo llamarse con la palabra
con que le ha llamado recientemente Pío IX: la mentira universal.
Sin
embargo, eso que el Papa ha calificado con tan dura expresión sigue siendo para
muchos hoy día la universal solución de todos los problemas, y cuan preciosa
conquista digna de la ilustración de los pueblos modernos. A vos, católico,
apostólico, romano, os llamarán necio y mentecato porque creéis en la
infalibilidad otorgada por Dios al jefe de su Iglesia en lo relativo al
magisterio supremo que ejerce en ella, se reirán si les decís que los
verdaderos cristianos creemos que Jesucristo, fundador de su Iglesia, y alma y
cabeza invisible suya, la está asistiendo constantemente con su divina influencia
para que no yerre ni permita errar a los que siguen fielmente sus enseñanzas. Y
ellos, los ilustrados, los superiores a añejas supersticiones, los idólatras de
la razón, y sólo de la razón, empiezan por admitir como dogma filosófico la
infalibilidad de las turbas (que otro día os llamarán inconscientes),
admitiendo que siempre que los más sostienen una idea en oposición contra los
menos, yerran por necesidad los menos, y aciertan por necesidad los más. ¡Vergüenza
de nuestro siglo y de nuestros decantados progresos intelectuales!
¡Mentira!
¡Mentira! ¡Mentira! La filosofía, la historia, la experiencia y el sentido
común enseñan todo lo contrario. Lejos de ser una probabilidad, cuanto menos
una seguridad de acierto, el parecer del mayor número, es tal la condición del
hombre corrompido en su inteligencia y en su corazón por la culpa, que la
verdad y la justicia deben casi siempre buscarse donde están los menos, no
donde están los más. Tocante a esto la Santa Escritura ha llamado infinito el
número de los necios, y el Evangelio ha declarado escaso el número de los
elegidos, y estrecho el camino celestial, en significación de los pocos que
andan por él. Y haced la prueba tomando por teatro de vuestras observaciones
así el mundo en general, como una nación en particular, o una provincia, o una
sola localidad. Los sabios son los menos, los perfectamente honrados son los
menos, los que merecen vuestra confianza muy pocos.
Tanto
es así, que una de las dificultades que hacen heroica la verdadera probidad es
que para practicarla es indispensable oponerse casi siempre a la corriente
general de las ideas y costumbres. Si el sufragio universal no fuese la mentira
universal, el papel de hombre de bien fuera el de más fácil desempeño. Con
tener muy estrecha la bolsa y muy ancha la conciencia, como las tiene la
generalidad de los mortales, estaríamos seguros de poseer la verdadera virtud y
no habría más que pedir. ¿A qué sacrificios? ¿A qué abnegación? ¿A qué enfrenamiento
de las pasiones? Vivir como vive todo el mundo, tan holgadamente como se pueda,
he aquí la mejor regla de moral. Si lo que quiere el mayor número eso es lo justo,
y lo que juzga el mayor número eso es lo verdadero, pensemos y vivamos como el
mayor número, que cierto no serán enojosos los dogmas que nos mande creer este
nuevo pontífice, ni los preceptos que nos mande observar. ¿Qué tal?
¿Te
ríes, amigo lector? Bueno es que te rías; mejor fuera, empero, que llorases la
miseria del hombre, que hace necesaria la refutación de tan locos desatinos.
Enviado por: Flavio Mateos
Nacionalismo Católico San Juan Bautista