Reivindicación terrorista. Por Juan Luis Gallardo
El señor Horacio González, integrante
del grupo kirchnerista Carta Abierta, ha salido a reivindicar la
guerrilla marxista que asoló el país en los años 70. Cosa que no debe
sorprender conociendo la filiación de dicho grupo. Pero que merece
algunos párrafos para refrescar la memoria del ciudadano desprevenido.
Recordemos, para empezar, que en aquella
década la expansión del marxismo todavía era una amenaza cierta,
sustentada por la frivolidad de los intelectuales occidentales y por el
sólido apoyo prestado por la Unión Soviética y, en lo que respecta a
América Latina, por la Cuba de Fidel Castro y Ernesto Guevara, resuelto
éste a instalar múltiples Viet Nams en el sur del continente.
Aquí el accionar guerrillero se hizo
presente a través de asesinatos como el de el ex presidente Aramburu o
del jefe de policía comisario Villar, el atentado contra el almirante
César Guzzetti, el secuestro de los hermanos Born, que reportó a
Montoneros ingentes cantidades de dólares, asaltos a arsenales y
unidades militares, el ataque a la casa de gobierno cordobesa con
misiles y el intento de segregar la provincia de Tucumán del territorio
nacional.
BOMBAS POR DOQUIER
Fueron tiempos en que explotaban bombas
por doquier, en que los choques entre guerrilleros y represores podían
involucrar a pacíficos transeúntes o a desprevenidos pasajeros de
vehículos públicos.
Una de las últimas operaciones guerrilleras fue el asalto al cuartel de La Tablada, dirigido por el fraile Antonio Puigjané que murió días pasados y que tembién participó del asesinato de Tachito Somoza en el Paraguay. Para recuperar La Tablada el ejército debío echar mano de tanquetas, cuyo fuego provocó el incendio de varios edificios de la unidad.
Una de las últimas operaciones guerrilleras fue el asalto al cuartel de La Tablada, dirigido por el fraile Antonio Puigjané que murió días pasados y que tembién participó del asesinato de Tachito Somoza en el Paraguay. Para recuperar La Tablada el ejército debío echar mano de tanquetas, cuyo fuego provocó el incendio de varios edificios de la unidad.
¿Es
este el pasado subversivo que propone reivindicar Horacio González?
Aunque cueste creerlo, así es la cosa. En épocas en que hasta el
comunismo tradicional parece haber dejado de lado la violencia para
valerse, en cambio, de la subversión cultural preconizada por Antonio
Gramsci, probablemente más eficaz y ladina que la lucha armada.
González, por cierto, no se declara
comunista y quizá no lo sea. Pero, en todo caso, actúa como uno sus
compañeros de ruta o, dicho de un modo quizá más preciso, como un idiota
útil según se les suele decir en la jerga política a estos confundidos
aliados del marxismo explícito.
A Dios gracias, las Fuerzas Armadas y de
Seguridad se encargaron de evitar el éxito guerrillero, acertaran o no
en el método empleado para obtener el triunfo. Y a despecho de las
nostalgias de González.
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