Hijos de Cristo y del "che" (3ra. parte)
En simultáneo, el grupo
del Liceo seguía reuniéndose en el Hogar Sacerdotal, en La Cañada y
Rioja, un lugar emblemático de la ciudad de Córdoba; allí vivían Rojas y
otros curas. "Era a dos cuadras de la casa donde yo vivía con mis
padres. El hogar se transformó en un lugar permanentemente de reuniones y
discusiones políticas", cuenta Vélez. Había nuevos miembros: otro
"liceísta", Fierro; la novia de Vélez, Cristina Liprandi; Losada y su
novia, Mirtha Cucco, que fueron acercados por el padre Fugante; Carlos
Capuano Martínez, y Susana Lesgart, entre otros.
Un patio interno
comunicaba al Hogar Sacerdotal con Cristo Obrero, una parroquia
universitaria creada en 1965 por el nuevo arzobispo de Córdoba, Raúl
Primatesta, que nombró allí a dos curas jóvenes y reformistas: José
Oreste Gaido y Nelson Dellaferrera.
Gaido dejó los hábitos en 1969, se
casó y tiene cinco hijos, pero le quedó el apodo: "Cura". El escritor
Marcos Aguinis se inspiró, en parte, en él para su novela "La cruz
invertida". "Primatesta -recuerda Gaido- nos vino a buscar a la
capellanía en las afueras de Córdoba adonde nos habían enviado
castigados. Nosotros, junto con Erio Vaudagna, éramos profesores en el
seminario y en la Universidad Católica Argentina (UCA); en 1964 se
produjo el primer grito de rebeldía pública de la Iglesia en todo el
país: cada uno de nosotros dio un reportaje con enfoques muy
renovadores, de avanzada, a un diario popular, Córdoba, que lo
publicó en tres días sucesivos. Dellaferrera habló de educación y, por
ejemplo, se pronunció en contra del apoyo estatal a las escuelas
católicas; Vaudagna se refirió a los temas sociales, y yo a lo
doctrinal, lo teológico, que era mi especialidad. Ya haber elegido como
vidriera al diario Córdoba era un insulto al establishment. Hay
que tener en cuenta que Córdoba era la cuna de la ortodoxia católica; se
armó una gran polémica. Los tres habíamos estado perfeccionándonos en
Europa. Yo estudié ocho años en Roma, en la Pontificia Universidad
Gregoriana y en Innsbruck, Austria, en el Centro de Reflexión Teológica;
siempre con los jesuitas. Nos echaron a los tres; en realidad fue un
empate porque también lo echan al obispo, que era Ramón Castellano. Lo
reemplaza Primatesta, un oscuro personaje, confuso, maniobrero, que
permanecería allí, ya con rango de cardenal desde 1973, hasta 1998.
Castellano era conservador, pero era noble aunque elemental".
No eran
sólo ellos tres; había muchos otros sacerdotes consustanciados con el
Concilio Vaticano II, que entre 1962 y 1965 renovó y adaptó la Iglesia
al mundo contemporáneo, aunque luego desató una puja interna entre las
corrientes conservadoras y progresistas sobre cómo había que interpretar
y aplicar todos esos cambios. Una de las figuras más carismáticas en la
Córdoba de los sesenta fue monseñor Enrique Angelelli, que en 1968 fue
nombrado obispo de La Rioja. "Castellano se había dado cuenta de que
nosotros estábamos haciendo un cambio en el seminario, que estábamos
apartándonos del modo clásico de enseñar, y no tuvo mejor idea que
enviarlo al 'Pelado' Angelelli, que era el obispo auxiliar, como rector.
Pero Angelelli, una persona formidable, se hizo uno de nosotros",
cuenta Gaido.