DEL BLOG DE: CEFERINO REATO
Hace cuarenta años, Juan Domingo Perón volvía al país de un exilio
de más de 17 años culminando una maniobra política de alto nivel en la
que el viejo general había podido conducir a los distintos sectores que
conformaban su heterogéneo movimiento: a los sindicalistas, encabezados
por José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel; a la Juventud Peronista
hegemonizada por Montoneros; a los políticos, y a los nacionalistas,
tanto civiles como militares, entre otros.
Estas alas, en especial los sindicalistas y los montoneros, cobijaban
proyectos políticos distintos pero aquel 17 de noviembre de 1972
estuvieron todos juntos detrás del regreso de Perón a la Argentina y del
retorno del país a la democracia (las elecciones serían el 11 de marzo
de 1973).
Era un Perón distinto al que había dejado el país en 1955: más
experimentado, más “sabio”, más ecuménico, había dejado atrás aquel
eslogan intemperante “Para un peronista no hay nada mejor que otro
peronista” por el más inclusivo “Para un argentino no hay nada mejor que
otro argentino”.
Una de las anécdotas que circulan sobre aquel vuelo charter de
Alitalia que lo trajo de regreso cuenta que, cuando el comandante
anunció que habían entrado en territorio argentino, varios de los
pasajeros comenzaron a cantar la Marcha Peronista, pero Perón los
interrumpió: “La Marcha no, compañeros, porque divide; mejor cantemos el
Himno Nacional”.
Ese Perón, que luego se abrazó con Ricardo Balbín sepultando años de
enfrentamientos con el radicalismo, no fue comprendido por buena parte
de sus seguidores; por ejemplo, por Montoneros, que a los seis meses
entró en una disputa fatal con Perón por la conducción del peronismo y
del país.
Perón era, como decía, “un león herbívoro”, que hablaba de evolución y
no de revolución; Montoneros creía, en cambio, que la apertura
electoral y el retorno a la democracia eran apenas una etapa para llegar
a la revolución socialista por lo cual no debían abandonar del todo la
lucha armada.
Como explicó Mario Firmenich en una recordada exposición a fines de
1973, los líderes montoneros no conocían a Perón y no se habían dado
cuenta de la diferencia fundamental que los separaba: “Nosotros somos
socialistas y él no”.
La disputa con Perón, que derivó en el asesinato de Rucci, fue
negativa para el país y para Montoneros. La paradoja es que antes,
Montoneros había acertado cuando postergó la lucha armada para ponerse
en la primera fila del reclamo por el regreso de Perón y el retorno a la
democracia. Esa opción por la política, inusual en un grupo
guerrillero, hizo que muchísimos jóvenes se incorporaran a Montoneros.
Un capital que luego dilapidó, literalmente, cuando el fusil le ganó a
la política.