«Creo que algún día el mito darwinista será considerado como el más grande engaño en la historia de la ciencia».
Soren Lovtrup
Como
todo el mundo sabe, la hipótesis evolucionista-darwinista postula que
todos los seres vivos, vegetales y animales –incluido el hombre– se
habrían originado a partir de una, o unas pocas, formas vivientes
originales, por transformaciones sucesivas –lentas y graduales– en el
curso de millones de años, gracias a modificaciones producidas al azar
en la información genética (mutaciones), sumadas a la acción de la
selección natural.
Desde la bacteria al hombre, digamos, sin solución de continuidad.
Ahora
bien, si esto fuera cierto, como nos enseñan desde la cuna hasta la
tumba, la primera predicción que uno haría a partir de esta hipótesis es
que deberían existir innumerables formas de transición entre
todos los seres vivientes. Una suerte de abanico sin fisuras que
conectara todas las especies vegetales y animales. De hecho, no habría
especies.
Toda
la taxonomía, es decir, las clasificaciones de los seres vivos (tipo,
clase, orden, etc.) que realizan los naturalistas se basa, precisamente,
en que hay especies y hay espacios.
Es decir, que existen seres que podemos agrupar según ciertas
semejanzas morfológicas o moleculares, y brechas o espacios vacíos que
permiten dicha agrupación. En otras palabras, que no existen los seres
intermedios que llenarían dichos espacios.
Naturalmente,
dicen los científicos darwinistas. Lo que sucede es que esos seres
intermedios eran “poco aptos” para la lucha por la existencia y no
sobrevivieron.
Pero, ¿quiere decir entonces que alguna vez existieron?
¡Por supuesto! Toda la hipótesis darwinista depende de eso. Y ahí están los restos fósiles que demuestran su existencia en el remoto pasado.
Cabe
señalar que en este asunto de los fósiles, los darwinistas han
resultado ser mucho más darwinistas que el propio Darwin, porque si éste
dedicó todo un capítulo de El Origen de las Especies
al tema de los fósiles, no fue ciertamente porque estos demostraban la
existencia de seres intermedios en el pasado sino justamente porque no
los demostraban.
En
otras palabras, no escapó al agudo ojo de Darwin que el registro fósil
estaba en franca contradicción con su hipótesis. Pero zafó, diciendo que
ello era debido a la imperfección del registro fósil. Para luego
agregar que estos fósiles intermedios serían ciertamente encontrados en
el futuro.
Pues
bien, han pasado más de 150 años desde aquella predicción y millones de
fósiles abarrotan los museos de ciencias naturales de todo el mundo.
Millones de fósiles representativos de aproximadamente 250.000 especies
han sido minuciosamente estudiados y clasificados en sus respectivos
grupos taxonómicos, y, sin embargo, el testimonio unánime de la
Paleontología es que los fósiles intermedios –postulados por la
hipótesis evolucionista– son tan conspicuos por su ausencia hoy como lo eran en la época de Darwin.
Permítaseme
insistir en este punto, pues la propaganda evolucionista ha sido y es
tan abrumadora, que ha creado una verdadera “realidad virtual”, hasta el
punto que la inmensa mayoría de las personas no especializadas y muchas
de las especializadas, asocian inconscientemente fósiles con evolución,
en el sentido de pensar que los fósiles constituyen uno de los
fundamentos más sólidos de esta teoría, cuando es exactamente lo
contrario. El registro fósil no sólo no demuestra la teoría evolucionista, sino que constituye su más categórica refutación.
George Gaylord Simpson, uno de los grandes líderes del evolucionismo en el siglo XX, decía:
«Sigue siendo cierto, como todo paleontólogo sabe, que la mayoría de las nuevas especies, géneros y familias, y prácticamente todas las categorías por encima del nivel de las familias, aparecen en el registro fósil súbitamente y no se derivan de otras, por secuencias de transición graduales y continuas»[1]
David Kitts, paleontólogo de la Universidad de Oklahoma y discípulo de Simpson, expresa que:
«A pesar de la brillante promesa de que la paleontología proporciona el medio de ‘ver’ la evolución, ha
presentado algunas desagradables dificultades para los evolucionistas,
la más notoria de las cuales es la presencia de ‘brechas’ en el registro
fósil. La evolución requiere formas intermedias, y la paleontología no las proporciona».[2]
Steven Stanley, paleontólogo de la John Hopkins, dice que:
«El registro fósil conocido no puede documentar un solo ejemplo de evolución filética que verifique una sola transición morfológica importante»[3]
¡Un solo ejemplo! Debería haber millones.
Tom Kemp, que es el Curador del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Oxford, expresa que:
«Como es ahora bien conocido, la mayoría de las especies fósiles aparecen instantáneamente en el registro fósil, persisten por millones de años virtualmente inalteradas, y desaparecen abruptamente»[4]
David
Raup, que es el Jefe del Departamento de Paleontología del Museo Field
de Historia Natural de Chicago donde se alberga la colección de fósiles
más grande del mundo, por su parte, en un memorable artículo escrito en
1979 en el boletín del museo, titulado “Conflicts Between Darwin and Paleontology”,
luego de expresar que la gente está en un error cuando cree que los
fósiles constituyen un argumento en favor del evolucionismo, y luego de
insistir en la definitiva ausencia de fósiles intermedios, dice que “irónicamente hoy tenemos menos ejemplos de formas de transición que en la época de Darwin”.[5]
La
ironía de Raup se refiere, entre otros, al caso del famoso
Archeoptéryx, mostrado durante varios años como un ser de transición
entre los reptiles y las aves, y aceptado hoy como verdadera ave, y
también a la no menos famosa –y fantasiosa– serie de la “evolución del
caballo”, que ya ni los mismos evolucionistas se atreven a mencionar.
Como vemos, no sólo está sólidamente documentada la aparición y desaparición abrupta de las especies fósiles, sin formas de transición que los conecten, como así también la inexistencia de estructuras “nacientes” (esbozos de órganos), que debieran necesariamente existir, sino que además el registro fósil nos demuestra categóricamente la “estasis” de las especies, es decir, la completa ausencia de cambios significativos en los fósiles durante millones y millones de años.
Vale decir que no sólo la presencia de organismos intermedios está refutada sino que la ausencia de cambios está demostrada.
En
vista de esta realidad –no cuestionada por ningún paleontólogo– es
sencillamente increíble que todavía se nos diga que los fósiles
constituyen una evidencia en favor de la evolución.
Pero
veamos lo que sostiene nada menos Niles Eldredge, paleontólogo del
Museo Americano de Historia Natural de New York, que es más increíble
todavía. Dice Eldredge:
«Nosotros,
los paleontólogos, hemos dicho que la historia de la vida (evidenciada
por los fósiles) respalda (el argumento del cambio adaptativo gradual) sabiendo todo el tiempo que no era así».[6]
¡“Sabiendo todo el tiempo que no era así”! ¿Cómo se explica esto?
Eldredge refiere que ello se debe, en primer lugar, al hecho de que en este tema se haya buscado siempre “evidencia positiva” (formas de transición), y que la estasis (ausencia de cambios) haya sido considerada no como evidencia negativa sino como ausencia de evidencia
–es decir, como un fracaso para encontrarla– y también,
definitivamente, al problema que representa la obtención de un doctorado
en paleontología, debido a la coacción de la comunidad académica en
favor del evolucionismo.
Muchos darwinistas, con una fe que no conoce de flaquezas, insisten en que Darwin proveerá, y que los fósiles intermedios algún bendito día aparecerán. Todo es cuestión de seguir cavando...
Otros,
ante la inminencia del naufragio, han optado por abandonar el barco que
se hunde y no hablan más de los fósiles. Algunos, como Mark Ridley
–profesor de Zoología en Oxford– llegan incluso a decir que «ningún verdadero evolucionista se vale del registro fósil como evidencia a favor de la teoría de la evolución» (!) [7]
Y
otros, finalmente, como Stephen Jay Gould, Niles Eldredge y Steven
Stanley, ante la obvia y categórica ausencia de fósiles intermedios (no
sólo no hallados sino, además, imposibles de concebir),
han optado por reformular la hipótesis darwinista del cambio gradual
por la hipótesis del cambio brusco o saltatorio, que llaman «teoría del equilibrio puntuado».
En realidad, dicen estos autores, no es que los fósiles intermedios no hayan sido encontrados sino que ¡jamás existieron! Vale decir, que las especies se habrían transformado bruscamente en otras, sin series graduales de transición.[8]
Lo cual demuestra una vez más el carácter esencialmente dialéctico y no empírico de la hipótesis evolucionista.
Ya
que si uno le pregunta a cualquier darwinista de estricta observancia,
porqué no vemos las especies transformarse, nos responderá que ello se
debe a que dicha transformación es un fenómeno muy lento.
Pero ahora, los propugnadores del equilibrio puntuado (sin dejar de
asumirse como fieles darwinistas) nos dicen que los fósiles intermedios
no existieron, justamente porque dicha transformación fue un fenómeno muy rápido (!)
Es decir, que no importa cuál sea la evidencia (empírica), la hipótesis darwinista siempre tiene alguna explicación (dialéctica).
Y ésta es precisamente la mejor demostración de que no se trata de una teoría científica.
“Explica” cualquier cosa, como diría Popper.
No por nada, el Dr. Cyril Darlington –profesor hasta su muerte en Oxford y un conocido experto en el tema– ha dicho que: «El
darwinismo comenzó como una teoría que podía explicar la evolución por
medio de la selección natural, y terminó como una teoría que puede
explicar la evolución como a uno mejor le guste».[9]
Es
cierto que los autores arriba citados (Gould, Eldredge) son
considerados un tanto “heréticos” por los darwinistas clásicos (y lo son,
efectivamente, por cuanto Darwin consideraba el gradualismo como algo
absolutamente esencial para su teoría). Pero, ¿y qué proponen estos
últimos para explicar la ausencia de fósiles intermedios? ¿Seguir
cavando, acaso? ¿O seguir afirmando lo que saben que no es cierto?
Vale
la pena destacar que Gould y compañía han propuesto la teoría del
equilibrio puntuado forzados por la necesidad de tener que explicar de
alguna forma la ausencia de fósiles intermedios, ya que, de haberse
encontrado dichos fósiles, jamás se hubiera propuesto esta hipótesis.
De manera que, para estos autores, la evidencia para su hipótesis sería una ausencia de evidencia (!)
Evidencia es lo que se ve. Pero en este caso es, justamente, lo que no se ve.
Mucho me temo que si seguimos a este paso vamos a terminar todos en un manicomio.
Y esto sucede porque la génesis del darwinismo no radica primariamente en la Biología sino en la Sociología. No es una teoría empírica sino dialéctica. No se basa en la experimentación sino en la especulación.
No es una inducción nacida de la observación sino una deducción basada en una cosmovisión.
Es la visión malthusiana extendida a toda la naturaleza. O, para decirlo con mayor exactitud, es la proyección sobre esta última del “sistema manchesteriano”,
producto de la cosmovisión liberal del “laissez-faire”, esto es, del
capitalismo competitivo y salvaje. Como lo han señalado ya Spengler,
Nietzsche, Gould, Eldredge, S. Barnett, Von Bertalanffy, John M. Smith,
Marx, Engels, Bernard Shaw, Arthur Koestler, Loren Eiseley, Fred Hoyle ,
C. C. Gillespie, y tantísimos otros.
Una
visión utilitarista, mezquina, materialista y gris de la naturaleza,
cuando en ella predomina justamente lo contrario: la prodigalidad
–llevada hasta el despilfarro– la cooperación, la abundancia, la
armonía, la belleza.
Visión
que ha retardado el progreso de la Biología, al igual que ha producido
una declinación de la integridad científica –reemplazando el rigor de la
especulación científica por la divagación irresponsable, cuando no por
el fraude liso y llano. Y, lo que es más grave aún, que ha hecho perder
el sentido del asombro ante las maravillas de la naturaleza, y el
sentido de la reverencia ante el misterio.
Visión
estéril y esterilizante que ha degradado –intelectual, moral y
estéticamente- al hombre, y que ya va siendo hora de que sea arrojada al
cajón de los desperdicios históricos, para que las nuevas generaciones
puedan crecer libres del prejuicio darwinista y recuperar el sentido de
la verdadera Ciencia –como conocimiento por sus causas– frente a la
pseudociencia darwinista, que pretende que todo diseño, toda armonía,
toda perfección, toda belleza, es un producto ciego del azar y de la
lucha despiadada por la satisfacción de nuestros instintos por el sexo y
la pitanza.
Dr. Raul O. Leguizamón