Carta de Mons. Rogelio Livieres
¿Diversidad o Disidencia?
El ex obispo de Ciudad del Esta, acaba de publicar la carta que copiamos abajo:
La Iglesia Católica es una, no hay varias Iglesias de Cristo. Pero si la
miramos humanamente, nos encontramos con que hoy conviven dentro de
ella modos muy contradictorios de pensar y vivir la fe. No me refiero a
modos distintos de pensar y vivir una misma fe, lo cual es perfectamente
legítimo. Más bien, vemos que se dan dentro de ella distintas clases de
«fe». Insisto: humanamente hablando. Porque la fe católica es una: lo
que siempre, lo que en todas partes, lo que todos los católicos han
creído y han practicado, como ya decía san Vicente de Lérins. Que fue lo
que enseñó Jesucristo y transmitió el Magisterio vivo de su única
Iglesia.
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Hay que reconocer, sin embargo, que en el interior de la Iglesia
Católica conviven desde hace décadas modos de pensar incompatibles. Ya
el Cardenal Ratzinger lo había señalado en su famoso libro Informe sobre la fe,
aparecido en 1985. Los grupos disidentes, en vez de salir
voluntariamente de la Iglesia o de que se los declare fuera de su fe y
disciplina, permanecen dentro de ella, pese a negar hasta sus principios
más fundamentales.
Alguien tan ajeno a disputas teológicas como Jean-Marie Guénois,
periodista muy simpatizante de todo tipo de cambios dentro de la
Iglesia, ha reconocido en un reciente artículo aparecido en Le Figaro,
Francia, que «hay en la Iglesia cismas de hecho entre muchos
sacerdotes y fieles que no aceptan ya la fe católica sobre la Virgen
María, la Eucaristía, por ejemplo; y que se llaman católicos cuando son,
más que cristianos, auténticos protestantes… El Sínodo abre una crisis
en la Iglesia en el sentido antiguo de la palabra, esto es, el de
imponer una elección o decisión… El shock del Sínodo puede ser que abra
los ojos de algunos.»
Esto que señala Guénois es evidente. ¿Acaso no parece hoy que la Iglesia
es un conglomerado de creencias contradictorias, que un cura dice una
cosa y otro otra, como sucede, por ejemplo, en la Comunión Anglicana?
Conviven entre nosotros, junto a la fe católica, cismas y herejías a lo
largo y ancho del planeta. Quienes los promueven han advertido que es
mucho más eficiente y lucrativo quedarse dentro de la Iglesia, no
apartarse de ella. Trabajar desde su interior. Asumen incluso puestos
importantes en su gobierno y pretenden hablar en su nombre,
representarla.
En las últimas décadas, la jerarquía de la Iglesia supo ir encontrando
modos de sortear divisiones institucionales frente a esta heterodoxia
difusa expandida en muchos países, ambientes y clases sociales. Lo
logró, algunas veces, mediante la búsqueda de consensos a través de
fórmulas doctrinales más o menos aceptables para todos, aunque diluyendo
de esta manera verdades que parecían «difíciles».
Lo cierto es que incluso en esos casos en los que se hicieron valientes
contribuciones y precisiones doctrinales (pensemos en la maravilla de
tantos documentos papales de estas décadas), con frecuencia faltó
firmeza en la implementación, en la corrección disciplinar y en la
práctica pastoral. Una mano borraba lo que había escrito la otra.
Por ejemplo, contra la corriente y bajo enormes presiones de los medios
de comunicación, Pablo VI reafirmó con heroísmo la moral católica en su
encíclica Humanæ Vitæ.
No obstante ello, a quienes se opusieron a su enseñanza públicamente se les permitió seguir actuando y predicando «como si nada».
¡Y cuántos sacerdotes y hasta Obispos, aunque no lo criticaran
públicamente, sencillamente ignoraron el Magisterio del Papa en el
confesionario y permitieron, o incluso recomendaron, el uso de métodos
artificiales de contracepción, así como otros graves desórdenes morales!
Tras más de medio siglo de este estilo de gobierno «suave», en el que no
faltó la convivencia con el error doctrinal y la desobediencia pastoral
y disciplinar, hoy podemos ver con mucha más claridad que entonces que
ese no fue el buen camino que las circunstancias exigían, sino que, por
el contrario, ha sido la causa de muchos desencaminamientos que en la
actualidad, lamentablemente, han alcanzado alturas y dimensiones
insospechadas.
Llevamos décadas de mala formación en muchos seminarios y facultades
teológicas. Educados en este ambiente, algunos Obispos y Cardenales
durante el reciente Sínodo sobre la Familia han dejado al descubierto en
sus opiniones muchas de estas confusiones en temas tan fundamentales
como la familia, la inmoralidad intrínseca de los actos homosexuales y
el adulterio.
«El Sínodo abre una crisis en la Iglesia en el sentido antiguo de la palabra, esto es, el de imponer una elección o decisión… ». Estoy plenamente de acuerdo con esta reflexión del Sr. Guénois. Todos debemos elegir y decidir. Ninguno de nosotros puede «dejar pasar la pelota».
Tenemos que asumir nuestros compromisos de fe bautismales. Seamos
Obispos, sacerdotes, religiosos o laicos. Viejos o jóvenes. Formados
académicamente o con una fe sencilla. Debemos, como Jesucristo y los
Apóstoles, predicar la fe «a tiempo y a destiempo». Y defenderla
de los errores y desviaciones, sean a nivel doctrinal o pastoral. Nos
jugamos en esto no sólo nuestra salvación, sino la de muchísimos hombres
y mujeres que dependen de nuestra modesta acción como «siervos inútiles», aunque fieles.
Con Pedro y bajo Pedro, ha llegado la hora de que despunten y se hagan
presentes santas religiosas que, como nuevas santas Catalinas de Siena,
apuntalen a la jerarquía de la Iglesia en el cumplimiento de sus
deberes. Y de Obispos dispuestos a jugárselo todo en la defensa de la fe
como modernos santos Atanasios. Y de Cardenales que imiten a san Pablo y
no teman denunciar las desviaciones, los hechos y los gestos que
siembran confusión. Y de laicos que, como nuevos santos Tomás Moros,
estén dispuestos a los más altos sacrificios insistiendo en la
indisolubilidad del matrimonio, no sólo a nivel doctrinal, sino incluso
en los casos pastorales más difíciles y políticamente costosos. Y hasta
también de niños que, como otros santos Tarcisios, estén dispuestos a
inmolarse para mantener el respeto a la santa Comunión, a la que sólo
podemos acceder cuando no vivimos en pecado.
Con Pedro y bajo Pedro, todos debemos renovar nuestros compromisos
bautismales y defender la integridad (sin caer en fundamentalismos) de
la fe católica. Santo Tomás de Aquino nos recuerda que, cuando se trata
de fallas en lo que a fe y moral se refiere, la corrección fraterna debe
hacerse públicamente, para que no se difundan errores que comprometan
la salvación de gente desprevenida.
Tanto el Catecismo de la Iglesia Católica como su maravilloso Compendio,
que lo resume y precisa, son verdaderas joyas que pueden servirnos a
todos como «mapas de la fe» –para que podamos saber dónde debemos estar
parados, y por qué caminos debemos avanzar.
Es bueno que los apreciemos, estudiemos y los conozcamos profundamente.
Debemos defender lo que ellos nos enseñan y corregir los errores que
puedan tergiversar esas verdades. No sólo en el campo de lo doctrinario.
También en lo pastoral. Porque o vivimos como pensamos, o terminaremos
pensando como vivimos.
Al Papa Francisco le toca hoy esa misma hora heroica que afrontó Pablo
VI cuando a contracorriente publicó su Humanæ Vitæ. Él es el custodio y
el guardián supremo de la doctrina y la práctica de la fe. Como a todos
los Papas, le toca ser el administrador fiel que debe confirmar en la fe
a sus hermanos. Unámonos a él y recemos encarecidamente por él, para
acompañarlo con nuestro amor filial en esta dura prueba ante tantas
presiones y confusión.
Estemos tranquilos. Un Papa no podría enseñar formalmente el error. Lo
que sí puede ocurrir, y ha ocurrido algunas veces a lo largo de la
historia de la Iglesia, es que por medio de silencios y omisiones, de
nombramientos y promociones, de actos y de gestos, la autoridad
contribuya a que se expanda la confusión y se desanimen los creyentes
que están «peleándola» en las trincheras misionales de las periferias
humanas.
Le ocurrió al mismo san Pedro, el primer Papa, en Galacia. Después de
afirmar en el Concilio de Jerusalén la verdadera doctrina, sembró sin
embargo la confusión en Galacia por respetos humanos. Pero el Señor no
lo abandonó: tuvo la gracia de contar con el apoyo y la corrección
fraterna que le hizo san Pablo.
Amémonos los unos a los otros en la verdad. Esa verdad que, según la
promesa de Cristo, es la única que nos hará auténticamente libres a
todos.
S.E.R. Mons. Rogelio Livieres,
Ex-Obispo de Ciudad del Este.