Peronismo
Entre las deformaciones llevadas a cabo por el gobierno de la última
década se destaca, por sus nefastas consecuencias, la mal llamada
Política de Derechos Humanos. Fundamos nuestra opinión en el simple
hecho de que un derecho, para adquirir tal calidad debe ser universal,
es decir debe tener la posibilidad de ser ejercido y/o gozado por todos
los ciudadanos sin discriminación alguna.
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Si por el contrario se le
otorga a unos y le es negado a otros, deja de ser un derecho para
transformarse en un privilegio.
Y a la luz del enfrentamiento llevado a cabo, a partir de los finales
de los ‘60, entre las fuerzas armadas de la Nación y las organizaciones
guerrilleras, se ve bien claro quiénes resultaron privilegiados y
quienes condenados. Homenajes, compensaciones económicas, acceso a
cargos gubernamentales para unos; persecución, encierro y absoluto
olvido para otros. Jamás se escuchó por parte de alguna autoridad,
siquiera una palabra de piedad hacia hombres, mujeres o niños inocentes
muertos por los ataques terroristas, inimaginable pensar en algún
resarcimiento a los deudos por las injustas muertes. Y en este doloroso
camino, hasta la Iglesia Católica olvidó a sus rebaños. El más absoluto
silencio fue su triste y cobarde proceder. Silencio y abandono que
aplicó inclusive a sus propios pares, aún hoy privados de libertad.
A nadie escapa que el odio entre hermanos, el irracional
enfrentamiento ideológico, político y hasta cultural de los argentinos,
no es más que la lógica consecuencia del fogoneo que, desde los
despachos oficiales, se vuelca sobre la población. Nada mejor para un
gobierno populista que una sociedad dividida e irreconciliable; por un
lado los paniaguados militantes –alegres receptores desde mendrugos en
forma de subsidios a cambio de partos y aplausos, hasta favores
“especiales” como nombramientos inexplicables, prebendas generosas y
enriquecimientos no justificados– y por otro quienes descreen del relato
oficial, quienes piensan diferente, es decir “el enemigo”. Y ya sabemos
que dentro de los apotegmas peronistas, se destaca la consigna: “para
el enemigo, ni justicia”.
Causa espanto comprobar como los gobernantes nacionales que desde
hace una década simulan ferviente adhesión a la política de derechos
humanos, son los mismos que cuando instalados en “su lugar en el mundo” y
como amos de Santa Cruz, jamás siquiera recibieron ni a las Madres ni a
las Abuelas. Es más, su acercamiento político y “empresarial” con
autoridades militares de la región, así como su enriquecimiento al
amparo de leyes del proceso como el juicio y desalojo a deudores de la
circular 1050 de Martínez de Hoz, se desarrollaba a vista y conocimiento
de todos los vecinos.
Dejemos de lado los constantes giros de 180º, abrazando hoy consignas
repudiadas ayer o viceversa; podríamos citar privatizaciones o
nacionalizaciones, rechazo o aprobación de Leyes de Emergencia
Económica, de desnaturalización del Consejo de la Magistratura, de
Superpoderes; que aumentar o disminuir Ministros de la Corte; que
combatir la corrupción o ser parte de ella; que preservar y desarrollar
los recursos naturales o regalarlos a foráneas corporaciones; que
humillar y enfrentar durante una década a Bergoglio o crear en diez
minutos el Club de Admiradores de Francisco; que combatir a los
especuladores o invitarlos a tomar el té; que blasfemar contra los
fondos buitre o entregar nuestro patrimonio a Chevron en dudoso y
secreto acuerdo. Todos cambios de una vereda a otra en zigzagueante e
incomprensible –por innecesario– rumbo al caos. La lista sería
interminable.
Hoy quiero apenas referirme a la mentira oficial, al relato
fraudulento de este gobierno peronista en relación a la política de
derechos humanos.
La familia Kirchner encontró un enemigo ideal en quien había sido su
amigo y socio hasta la víspera de su irrupción en la Casa Rosada. Y
completó el giro cuando, luego de años de negarse siquiera a recibirlas,
fue al encuentro de las Madres y Abuelas para compartir abrazos,
flashes y dineros públicos, desnaturalizando y corrompiendo sus
respetables génesis, completando la alianza en su guerra a las Fuerzas
Armadas.
Fue así que todo lo que significara Ejército, Armada o Fuerza Aérea
de la Patria, se convirtió en el enemigo a combatir encarnizadamente. Se
puso para ello en funcionamiento una despiadada maquinaria de
destrucción y de persecución a todo aquél que hubiera vestido un
uniforme patrio o que de cualquier forma hubiese colaborado con el
gobierno de facto, aunque fuere al frente de algún minúsculo cargo
administrativo. Las violaciones a la Constitución Nacional, al Tratado
de Roma, a la doctrina y la jurisprudencia comenzaban un vertiginoso
baile de máscaras.
Y de golpe, en el breve lapso de un lustro, gran parte de la sociedad
“compró” la versión “revisionista” de la historia reciente. Todo
aquello que tuviera la mínima connotación castrense pasó a ser objeto de
odio, rechazo y persecución. Ni los padres de la Patria escaparon de
las calumnias oficiales. Forjadores de la República se convirtieron en
genocidas, generales gloriosos en olvidados bastardos, fervientes
demócratas en títeres de supuestos imperios. La nueva Historia Argentina
comenzaba su ciclo derramando mentiras desde las aulas de Jardines de
Infantes hasta la profusa publicidad oficial. El olvido cubrió hasta al
fundador del Partido. No resulta conveniente al relato ventilar su
currículum ni sus principios políticos.
Como contrapartida, quienes otrora fueran responsables de asesinatos,
destrucción de bienes públicos, secuestros, atentados a la Nación,
intentos de magnicidio y toma de poder, me refiero a los guerrilleros
entrenados en Cuba y Nicaragua, transmisores de ideologías rechazadas
por toda la ciudadanía quienes hoy, “revisionismo histriónico” mediante,
son declarados héroes nacionales, los mismos que izaban la bandera roja
en Tucumán, por ejemplo, hoy ocupan importantes cargos públicos, son
orientadores y guías de consulta de nuestras autoridades, poderosos
terratenientes, educadores de criaturas en filosofías políticas
perimidas y desterradas. Hoy estamos alejados del mundo civilizado, hoy
mantenemos relaciones carnales con los peores violadores de derechos
humanos del universo.
Nuestra sociedad es, sin embargo, la misma sociedad que en los
finales días del gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón,
pedía a gritos su destitución, llegando más de un respetable político a
golpear las puertas de los cuarteles, manteniendo al mismo tiempo una
vergonzosa negativa a pedir, por los carriles constitucionales, el
pertinente y legítimo juicio político a la vapuleada presidente.
Fundamentos y motivos sobraban, sólo era necesario el valor de asumir la
responsabilidad que el momento histórico requería. Tampoco debemos
olvidar el ofrecimiento de Perón al Dr. Balbín para ocupar la
Vicepresidencia en los inminentes comicios, luego de haber forzado el
abrupto final del brevísimo y tristemente célebre mandato del Dr.
Cámpora.
El rechazo de la Unión Cívica Radical al viejo General provocó que su
inimputable esposa ocupara un lugar, en la lista primero y en el sillón
de Rivadavia después.
La muerte lo acechaba a la vuelta de la esquina, las consecuencias de
la apertura de las cárceles por su predecesor y del errático rumbo
tomado por su sucesora ocasionaron las tristes consecuencias que aún hoy
sufrimos los argentinos.
Los jóvenes revolucionarios que Perón había alentado desde su exilio
en Puerta de Hierro fueron los mismos que planearon asesinarlo en Ezeiza
cuando, comprendiendo su error, volvió al país, viejo y enfermo, a
intentar la pacificación, la misma pacificación que había saboteado con
instrucciones y aliento a los “jóvenes maravillosos” que lo visitaban en
Madrid. Tal vez arrepentido de sus “pecados”. Pero era demasiado tarde,
poco después esos mismos jóvenes lo insultarían ferozmente en la Plaza
retirándose en bloque y dando inicio a un sangriento derrotero.
Y si decíamos que la política de Derechos Humanos del kirchnerismo es
apenas un brulote populista, se debe a la por todos conocida
discriminación y castigo volcado a uno sólo de los bandos enfrentados en
aquella guerra no querida por la sociedad ni por las fuerzas armadas
cuyos integrantes, cumpliendo una orden del Presidente de la Nación,
debieron combatir a aquellos que, subvencionados, entrenados y
orientados en el exterior, atentaban contra la República y sus
instituciones.
Eminentes juristas nacionales e internacionales se han ocupado de
demostrar claramente la ilicitud y falsedad de esta política, no es mi
intención repetir ni citar contundentes argumentos jurídicos ni razones
de humanidad respecto al incomprensible encierro de miles de presos
políticos en humillantes y vergonzosas cárceles pese a su avanzada edad,
a la falta de condena, y a la legítima excarcelación que les
corresponde y que sin fundamento se les niega.
Sí me interesa resaltar que, siendo el Kirchnerismo una versión del
Peronismo –legítima versión por otra parte–, vale la pena recordar la
posición política que a lo largo de su vida asumió el fundador del
Partido.
Su aliento a los guerrilleros terroristas que, en los ‘70, asolaban
el país con intenciones de tomar el poder por el camino de las armas y
el caos, no fue su primera colaboración para derrocar un gobierno.
En efecto, durante la presidencia del Dr. Ortiz, electo para el
período 1938-1944, el entonces Coronel Perón formaba parte del GOU,
Grupo de Oficiales Unidos, quienes conspiraban para tomar el poder,
hecho que se produjo a través de la revolución del 4 de Junio de 1943.
Un año antes había renunciado el Dr. Ortiz por problemas de salud,
asumiendo su Vicepresidente Dr. Ramón S. Castillo quien en apenas un año
más debería entregar el mando a quien surgiera electo de las siguientes
elecciones.
Pero el movimiento encabezado por los Generales Arturo Rawson y Pedro
P. Ramírez interrumpió el ejercicio de la democracia. Y uno de sus
importantes gestores no era otro que el Coronel Juan Domingo Perón,
quien durante este gobierno de facto ejerció sucesivamente la Secretaría
de Trabajo y Previsión, el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia de
la Nación.
Su anterior destino militar en la Italia de Mussolini, generó su
admiración por el Duce y el fascismo, doctrina que abrazaría y pondría
en práctica pocos años después desde la misma Casa Rosada.
Y sin embargo nunca escuché que algún funcionario del gobierno haga
cita de este detalle en la vida de su líder. Parecería que el único
gobierno de facto censurable ha sido el último y que los únicos “fachos”
son los opositores al relato.
Y si se repasa la historia argentina se comprobará que los golpes se
sucedieron a menudo y siempre con la complacencia y solidaridad de gran
parte de nuestra sociedad.
Debemos remontarnos al año 1930 para encontrar el primero de ellos,
la famosa revolución del General Uriburu del 6 de septiembre que derrocó
al gobierno constitucional del Presidente don Hipólito Yrigoyen.
¿Y quién secundaba al General golpista? Un entusiasta colaborador. El
joven Capitán Juan Domingo Perón, quien así iniciaba su participación
en un gobierno de facto.
Lamentablemente no sería, como vimos, la única vez.