La envidia lleva al deseo de la igualdad absoluta: la admiración a la generosidad
Los
hombres son todos iguales por naturaleza y diferentes solamente en sus
accidentes. Los derechos que provienen del simple hecho de ser hombres,
son iguales para todos: derecho a la vida, al honor, a condiciones
de existencias suficientes y, por tanto, al trabajo, a la propiedad y a
la práctica de la verdadera religión, etc. Las desigualdades que violan
estos derechos se yerguen contra el orden instaurado por la
Providencia. [1]
Sin embargo, si ellas respetan estos límites, las desigualdades
provenientes de accidentes como la virtud, el talento, la belleza, la
fuerza, la familia, la tradición, etc., son justas y conformes al orden
del universo.[2]
El alma generosa, cuando se encuentra ante cualquier superioridad
“superioridad de edad, de talento, de educación, de instrucción, de
inteligencia, de encanto, sobre todo de virtud” se alegra, porque ama la
jerarquía, el orden y el respeto; ama venerar, rendir homenaje; tiene
consideración por lo que es más que ella, admira, quiere el bien, ella
desea servir y conservar porque ve en cada desigualdad legítima un grado
más, que la ayuda a conocer a Dios.
Es esta posición de alma que lleva a admirar los objetos más bonitos,
los de mayor valor artístico, porque son superiores a lo común y, todo
aquello que es superior, merece admiración.
Cuando el revolucionario ve una superioridad, se llena de envidia, no
admira, detesta y trata de derribar. El no puede soportar que los otros
sean más que él. Tiene un alma tapiada, cerrada, obstruida, ciega a lo
que es superior.
Uno
es “hijo de la luz” y el otro “hijo de las tinieblas”. Cuando un alma
admira, se ilumina y se llena de alegría. Cuando un alma se llena de
envidia, se torna amarga, propensa a la indignación, triste y
ensombrecida; nada le es suficiente y ella quiere quitar a los demás lo
que tienen.
El mundo de hoy se caracteriza por una rebelión continua de lo que es
menos contra aquello que es más; por el rechazo del homenaje debido a
quien es más, comenzando por Dios, por una rebelión contra todas las
desigualdades más razonables.[3]
Para quienes quieran conocer este asunto en profundidad, pueden bajar gratuitamente el libro “Revolución y Contra-Revolución”
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- [1] Cf. Plinio Corrêa de Oliveira, Révolution et Contre-Révolution, TFP, Paris, 1997, p.63.
- [2] Cf. Pio XII, Mensaje de Navidad, 1944, Discorsi e Radiomessaggi, vol.VI, p. 239.
- [3] Societé française pour la défense de la Tradition, Famille et Propriété Le double-jeu du socialisme français, TFP, Paris, 2002, p.21