Non Serviam – El cambio de estrategia de Satanás (1974) – Amalia de Estrada de Shaw
El mundo está reviviendo el pecado de los
ángeles. El “non serviam” que fue el grito de rebelión de Luz cuando enterado
de la Encarnación del Verbo, le negó el acatamiento y la adoración que le eran
debidas a su Persona Divina, aún en su naturaleza humana. Se auto-contempló.
Vio su hermosura, su inteligencia, su poder, su gloria y su felicidad. Pese a
tantos dones recibidos en el orden sobrenatural, no supo – o no quiso –
reconocer al Hijo que se haría hombre por amor a la pobre humanidad caída.
Y se
rebeló con aquella frase que es la síntesis de la soberbia endiosada, y que han
repetido a través de los siglos todos aquellos que se atribuyeron como propios los
bienes recibidos: “Non serviam”.
Todos conocemos la historia y sus
consecuencias. Eso fue el principio. Pero he aquí que la historia se repite. Y
cuando la vida de los tiempos toca a su fin, retorna Lucifer a lanzar su reto a
la Persona del Verbo. En esta batalla final anunciada en el Apocalypsis,
revelada por Dios a los profetas de todos los tiempos, y contemplada por muchos
santos videntes de nuestra época materialista, vemos a Satanás con su soberbia
irredenta, llevar nuevamente la guerra a Jesucristo.
Sabe de antemano que su causa está perdida.
Conoce que nada podrá contra la omnipotencia de la Divinidad. No ignora que el
ímpetu de sus furias se estrellará eternamente contra los muros de su cárcel
infernal. Sabe que esa roca inconmovible en sus cimientos, que es la Iglesia de
Cristo, sobrevivirá rejuvenecida después de este temporal – que como los
pasados - la sacude y la azota
despiadadamente… Hoy en día hay momentos en los que a los católicos nos parece
percibir el eco de sus blasfemias, y hasta palpar su presencia real, como si se
hubiera encarnado en algunos de sus corifeos. Lo que se ha olvidado, es que
después de disipadas las sombras del calvario, amaneció el día de la
resurrección; que al morir Cristo en la Cruz venció a la muerte; que del
encierro de su sepulcro, hizo brotar la vida; y que, como dice un pensador
católico: “cada dolor de la Iglesia, es un anticipo de su gloria”.
¿Cuándo comenzó esta batalla contra Cristo,
directamente contra Él? Quiero limitarme por una elemental prudencia hacia mis
lectores al momento actual. La lucha entre el cielo y el infierno es desde
siempre. Desde el “non serviam”, hasta el día del juicio universal. Pero, como
digo, voy a limitarme a la época en que para mal de nusetras almas y de nuestra
salud, nos ha tocado la suerte de vivir.
El demonio – dogma de fe – que no perdió en
su caída su naturaleza ni su inteligencia angélica, hace ya muchos… muchos
años, que comprendió la inutilidad de llevar de frente la guerra contra Dios.
Ello producía reacciones en los fieles que sacaban la cara en su defensa, y se
lanzó por los atajos. Pero llegaba un momento, en que el enfrentamiento con Dios
era inevitable. Eso lo condenaba al fracaso de su obra, que no es otra que
arrancar de las manos de Cristo las almas rescatadas con su redención, ya que
nada podía contra Él. Y fue a partir de entonces, que modificó todos sus
planes. Usando el diccionario post-conciliar, yo diría que fue el primero en “promoverse”…
Piensa que su obra será más eficaz de adentro hacia afuera, que a la inversa. Y
así mata dos pájaros de un tiro. Primero destruye por dentro el edificio, y
luego visitiendo el ropaje de la oveja, conquistará las almas que no sepan
descubrir al lobo bajo el disfraz del manso cordero. “Guardaos de los falsos
profetas que vienen a vosotros con vestidos de oveja, y por dentro son lobos
feroces”(Mat.7 15-21).
La tarea fue fácil. Tan fácil, que arrastró
no sólo almas ingenuas, sino, incluso, las sacerdotales y religiosas, y hasta
algunas altas jerarquías que corrieron tras esos falsos profetas “que predican
doctrinas que halagan sus pasiones” (2da carta de San Pablo a Timoteo, Cap. 4
3-4-)
Estando en esta tarea, se le brinda una
maravillosa oportunidad. El Papa ha convocado un Concilio para reajustar todo
aquello de origen eclesiástico que precisaba ser reconsiderado. Introduce en
él, esos corifeos de qu hablaba al principio. Y él mismo, revestido de padre
conciliar, se instala en el aula y participa en sus deliberaciones. Presiona.
Hace propaganda. Busca votos. Desconcierta. Y casi diría, atemoriza.
Por eso “aquello que debió ser un nuevo
amanecer para la Iglesia, como lo recordara no hace mucho el propio Pontífice,
se trocó en oscuridad y confusión, como si el propio demonio hubiera
introducido sus manejos”.
Nadie que haya seguido paso a paso las
sesiones del Vaticano II, puede sorprenderse de las reflexiones del Papa. Lo
único realmente desconcertante, es que se haya precisado el paso de ocho largos
años desde su clausura, para apercibirse de sus consecuencias. Pasados por alto
mil detalles que daban la pauta de la trama que se tejía, abreviaré para decir
que allí, en ese aula conciliar, tuvo lugar el ultimátum del demonio. Allí
comenzó este combate final del anticristo.
La primer manifestación externa, fue la furia
iconoclasta que se desató en el campo católico… En nombre de las reformas
litúrgicas y de la pobreza evangélica, se destruyeron los altares y las
imágenes, incluyendo las maravillas del arte de los siglos insolentemente
llamados obscurantistas. Los enviados de Satanás, se lanzaron por el mundo a
predicar – lo que llamaron y siguen llamando – el “nuevo evangelio”. Inconcebible
audacia en quienes sabían, y saben, que nada de origen Divino puede ser tocado
ni cambiado. Bien claramente se los dice San Juan en su Apocalypsis: “si alguno
quita algo de las palabras de este libro, Dios le quitará su parte en el árbol
de la vida” (Apoc. 22, 19). Vale decir, que según la amenaza del Evangelista,
todo aquel que toque una palabra verá su nombre borrado del libro de la vida.
No obstante, se sostuvieron falsas doctrinas. Se disfrazaron de virtud muchos
errores, se pretendió en nombre del “aggiornamiento” demoler y destruir todo lo
que estaba constituido, y se terminó poniendo un cerco a la Persona del Verbo y
a todo cuanto le pertenece: Su Santísima Madre, su Iglesia, su Eucaristía, su sacerdocio,
sus Sacramentos, su Primado, y hasta la Santa Misa.
Por eso, después de las palabras de Juan,
causa espanto escuchar ciertas interpretaciones, traducciones y homilías, donde
las verdades evangélicas se barajan como los naipes en manos de un jugador
tramposo, y donde no se sabe qué admirar más, si la ignorancia teológica, o el
desconocimiento total del diccionario…
¡Sí! Este lamentable confusionismo en que
vivimos, es el prolegómeno de la lucha final del anticristo. Estas son las
avanzadas del demonio, que a fuerza de ser el “simio” de Dios – como alguien lo
llamara – quería tener también sus precursores. Hay una diferencia. El de
Cristo, fue “el más grande profeta nacido de mujer, y su voz clamaría en el
desierto”. Los de Satanás son muchos, que no tienen nada de de santos ni de
profetas. Son sólo trompetistas que atronan día y noche nuestros pobres oídos
con voces altisonantes, haciendo afirmaciones de fabricación casera, que luego tienen
la audacia de querer rotular como si fueran decretos conciliares. Evidentemente
¡subestiman a “sus hermanos”! o queriendo rasar todo y a todos, los ponen en un
mismo nivel de ignorancia religiosa. Fomentan el odio de clases en nombre de la
caridad cristiana; incitan a la rebelión – primogénito pecado – llamando prejuicios
a los principios y libertad al libertinaje. Apegan los corazones a la tierra,
como si ella fuera lo definitivo, y se permiten hacer discriminaciones entre
réprobos y elegidos, dentro mismo del seno de la Iglesia, en olvido absoluto de
su catolicidad. Predican el desarrollo económico, el confort, el bienestar, sin
tener en cuenta para nada, el sub-desarrollo espiritual de nuestras almas.
Plagiando al padre Laburu, diría que predican una religión “amerengada”… Por
eso arrastran a las multitudes que siguen a la Bestia.
Hay entre estos satélites de Satanás algunos
ciegos “que tienen ojos y no ven”. Hay débiles incapaces de aferrarse a sus
principios para capear el temporal. Hay ignorantes con psicología de rebaño que
se deja conducir con mansedumbre vacuna. Hay víctimas inocentes, que son las más
sencillas y los jóvenes sin experiencia. Hay niños…, muchos niños, que a fuerza
de serlo, y como en el cuento de Caperucita, no sabrán descubrir al lobo en la
figura de la abuela, hasta que éste los haya devorado.
Pero también los hay – y no pocos – cobardes mercenarios.
Hay Judas y Pilatos. Hay Sanhedríam, y hay “sinagoga de Satanás”.
Para alcanzar éxito, el demonio sabe que
antes hay que destruir la Iglesia de Cristo, matar la devoción a María nuestra
Madre, destrozar el primado, pisotear los Sacramentos, y corromper el
sacerdocio.
Tal vez podamos ir analizando poco a poco
estas pertenencias de Cristo – para demostrar, cómo, a imitación de las
guardias pretorianas finalmente, el manto de su Realeza. (“Repartieron entre sí
mis vestiduras y sobre mi túnica echaron suertes” Jn.19, 24). Desnudo ya el
Señor, como en la cumbre del Calvario, sólo resta poner nuestras sacrílegas
manos sobre su Divinidad. La tarea ha comenzado con la Eucaristía. Y si esto no
se detiene a tiempo y con suprema energía, nada sería de extrañar que las
futuras generaciones lo vean despojado de su Mesianismo y de su Filiación Divina.
Quiera Dios que me equivoque.
Lo más peligroso, es que esta campaña, este
satanismo que nos invade, y cuyo ídolo moderno es el Hombre – con mayúscula –
se hace en nombre de virtudes reales: paz, caridad cristiana, “fraternidad
universal” – con un dejo de masonería – tolerancia, comprensión, etc.
Se cree que por esa escalinata cuyos tramos
bajamos uno a uno casi sin percibirnos, llegaremos a una utópica “unidad”. Y
digo utópica, porque ella será inalcanzable si ellos no renuncian a sus
errores. En lo que a nosotros respecta, no podemos renegar de nuestros dogmas.
A Cristo para poner precio a su Persona. Que nos ofrezcamos a quemar incienso
delante de la estatua de Nabudoconosor. O que sea para complacer a Salomé, entreguemos
la cabeza sangrante del Bautista.
Ese día – si llega – nos encontraremos con
que, lejos de atraer a los ajenos, habremos perdido a los propios.
Aún aquellos que profesan otros credos
perderán todo su respeto hacia una iglesia*
que ya no tiene Martiriologio ni Santoral. Una iglesia que pacta con el mundo.
Que dicta normas de economía política y tratados de sociología, pero que ha
desterrado en la práctica, la Teología, la Moral, la Ascética y la Mística, que
fueron los muros impenetrables que durante dos mil años custodiaron el
Tabernáculo y la integridad de la Doctrina.
Amalia
de Estrada de Shaw
*Naturalmente
esta iglesia con minúscula, no tiene nada que ver con la verdadera Iglesia de
Cristo, aunque cuente con un aparato eclesiástico “católico”.
Revista
ROMA - Año VIII - N°35 - Bs. As., Agosto de 1974.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista