A 60 AÑOS DE LA
QUEMA DE LAS IGLESIAS
Por Antonio Caponnetto
“En lo alto la mirada
luchemos por la patria redimida”
La
noche del 16 de junio de 1955, varios templos porteños fueron
incendiados y profanados, amén del Palacio Arzobispal, Santo Domingo y
San Francisco, la Capilla de San Roque, San Ignacio, La Merced, San
Miguel Arcángel, La Piedad, Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro, San Nicolás de Bari, San Juan Bautista, y
la misma Catedral Primada.
“Noche
de la Pasión de Jesús en Buenos Aires”, fue llamada aquélla. Noche
trágica del sacrilegio, de la blasfemia, de la destrucción y del pecado.
Junto
a la Eucaristía pisoteada, los sagrarios rotos, los altares
mancillados, los cálices ultrajados, las imágenes sacras deshechas y
vejadas, no pocas reliquias patrias sufrieron el mismo y endemoniado
castigo. Desde las tumbas de los héroes hasta las banderas nacionales y
los trofeos de guerra.
Perón
y su gobierno; Perón y sus secuaces, por acción y omisión, fueron los
responsables directos de esta grave iniquidad, corolario maldito de una
política anticatólica explícitamente alimentada por la masonería.
Política
anticatólica, antinacional y masónica –quede en claro– que continuaron
con las mismas culpas quienes desde 1956 se adueñaron de la caída del
peronismo. A nosotros no nos engañan ni los “nacionales y populares” ni
los “libertadores”. Detrás de los dos bandos asoma el mismo amo.
Pocos,
lo presentimos con dolor, querrán recordar los 60 años de aquella
jornada odiosa y envilecedora. Pocos querrán tener frente al aniversario
un gesto expiatorio, devocional y orante. Pocos querrán dejar siquiera
un cirio ante el Santísimo, en señal de desagravio, u ofreciéndose
penitencialmente al pie de las imágenes de Nuestra Señora.
Tal
vez callen los prelados, enmudezcan los templos, y queden amnésicos
algunos o muchos de quienes fueron entonces protagonistas del drama. Tal
vez no –y lo deseamos– si el Espíritu Santo sostiene con sus dones a
quienes están obligados a hablar. Empezando por el Papa que, como
argentino, debería pronunciar al respecto una palabra justa y veraz, en
vez de recibir complacientemente a los herederos de los incendiarios.
Sea
como fuere, nosotros recordaremos y rezaremos con renovada fidelidad a
Jesucristo. Y hemos de pedirle al Dios de los Ejércitos que nos conserve
la lucidez para comprender y el coraje para resistir. Comprender que
los ataques a la Iglesia no han cesado. Las llamas y los destructores
del presente son tan dañinos como aquel fuego que carbonizó las estatuas
y convirtió en cenizas los misales y los atriles.
Los
saqueadores de hoy –herederos ideológicos y partidarios de los de ayer–
hacen de la Iglesia el blanco predilecto de sus insidias y
persecuciones. Esta vez, para mayor penuria, con la indiferencia y la
docilidad de la misma jerarquía eclesiástica. Resistir, entonces, sigue
siendo la consigna, librando el buen combate que nos pidiera el Apóstol
una vez y para siempre.
A
quienes la noche del 16 de junio de 1955 se contaron entre los
bienaventurados que fueron perseguidos por causa de su amor a la Cruz, y
están vivos para atestiguarlo. A sus descendientes memoriosos y leales.
A los católicos argentinos todos, convocamos a visitar simbólicamente,
como en el ejercicio cuaresmal del Jueves Santo, algunos de aquellos
históricos templos otrora escarnecidos. Dentro o fuera de los mismos,
según las circunstancias, elevaremos nuestras plegarias.
Será
un acto de merecida reparación, pero será también un juramento. La
promesa invicta e intacta, después de seis décadas, de que la mirada
está puesta en lo Alto y la voz de la esperanza amanecida.
¡CRISTO VENCE!
16 de junio, 18 hs.
Salida: San Miguel Arcángel, Bartolomé Mitre 886.
Llegada: Santo Domingo, Belgrano 422.
Se agradece difundir