El ocaso de la militancia.
El
ocaso de la militancia.
El proceso ha sido progresivo.
No ha ocurrido repentinamente. La historia reciente muestra,
en todo caso, un agravamiento de la situación y una
profundización de esta tendencia indudablemente negativa.El vaciamiento ideológico de los partidos
políticos ha destruido lo poco que quedaba de mística
en ellos. En otras etapas la gente se acercaba a estas estructuras
porque entendía que desde allí transformaría
a la sociedad, logrando cambios que mejorarían la calidad
de vida de los ciudadanos.Ingresar a una agrupación
política significaba transitar un sendero de grandes
emociones y de enorme satisfacción. Ese recorrido elogiable
llenaba el alma y estaba repleto de actitudes muy positivas.
Poco a poco, pero sin interrupción, la política
se fue complejizando y también corrompiendo. La acción
cotidiana se delego a terceros, buscando quien solucione
cada asunto y perdiendo buena parte de su esencia.
Todo se ha ido profesionalizando y los partidos no
se han apartado de ese rumbo. Las organizaciones políticas,
como casi todas las otras, han decidido que sean los terceros
los que resuelvan problemas puntuales, contratando especialistas
en diferentes tópicos para que ayuden a optimizar esfuerzos. No es que eso sea incorrecto. Al contrario, es
saludable contar con esa cooperación. Lo preocupante
es que el único motor sean los rentados, los que reciben
una retribución por asumir las tareas asignadas. En una época, el militante pasaba largas horas
de su vida en el partido, meditaba sobre la campaña,
escribía panfletos, diseñaba carteles, los hacía
imprimir, salía a colocarlos y distribuirlos con sacrificio
personal, aportando no solo su tiempo y sus ganas, sino
también dinero cuando fuera necesario. El
trabajo militante es sinónimo de compromiso a prueba
de todo, de pasión sublime y de convencimiento absoluto.
La disposición para hacer lo que sea preciso, sin importar
la dificultad ni la envergadura de la labor, solo se puede
encontrar en aquellos que sienten a la causa como propia
y que su voluntad nace de las entrañas y no de especulaciones
de coyuntura. Lamentablemente eso viene desapareciendo
a pasos agigantados y no se vislumbra nada diferente en
el corto plazo. Tal vez una excepción a esa regla sea
la que sucede en ciertos sectores de la izquierda más
ortodoxa, en ese respetable socialismo. Allí aún
persisten con bastante potencia estos vigorosos hábitos
de la política tradicional. Sin embargo
en el resto de los partidos, casi todo se ha desvirtuado.
En la inmensa mayoría de ellos la aniquilación
de las ideologías ha hecho su parte con éxito.
La estrategia premeditada de no fijar posiciones, de esa
versatilidad a ultranza que ha abusado del pragmatismo,
solo ha expulsado sistemáticamente a los más entusiastas
y valiosos individuos. En términos electorales
ese plan ha funcionado en muchos casos y es por eso que
su dinámica es imitada. No tener postura definida sobre
casi ningún tema, ha permitido llegar a demasiados
votantes. La contracara es que nadie defiende esas "ambiguas
visiones", salvo que se los recompense. Casi
todos los partidos han elegido este indecente criterio de
prescindir del contenido ideológico y apelar a reunir
fondos para contratar los servicios de profesionales que
se encarguen de todo. Esa es la matriz del presente. Las personas que integran las filas de esos agrupamientos
reciben salarios y en muchos casos son funcionarios. Sin
ese incentivo no lo harían y estarían dedicados
a otra actividad. Para ellos la política es un "trabajo",
una profesión, un oficio, una mera ocupación en
esta etapa de sus vidas. En los espacios afines
a las ideas de la libertad parece predominar una misteriosa
modalidad. Allí abundan los que entienden que son "otros"
los que deben ocuparse de hacer que las cosas sucedan. Una exótica especie de extraños personajes
alienta a otros a hacer lo que ellos no quieren, ni pueden.
Proponen que los liberales se deben integrar a partidos
ya existentes para cooptarlos, o crear nuevos espacios que
surjan sin flancos débiles, o inclusive sueñan
con recuperar antiguas instituciones formales para recomponerlas
y poblarlas de dirigentes y votantes. El problema
es que siempre terminan hablando de lo que deben hacer los
demás, y en casi ningún caso, asumen el trabajo
de liderar esos audaces procesos que promueven. Un vicio
de ese sector de las ideas, es que las responsabilidades
primarias siempre son ajenas y no se hace autocrítica. Es por eso, probablemente, que no florecen partidos
con esa visión. Sin recursos suficientes, ni individuos
dispuestos a colaborar con tiempo y esfuerzo con sus propias
ideas parece imposible llegar a buen puerto. Lo que no existe
en realidad es la decisión de tener una profunda actitud
"militante", porque eso implicaría resignar tiempos
personales y laborales. El problema general
es mucho más profundo de lo que parece. Si los que
pueden poner su pasión y convicciones al servicio de
una causa noble se abstienen de hacerlo, la política
quedará siempre en manos de los inescrupulosos que
solo se dedicarán a ello a cambio de una remuneración. En ese escenario, la política solo representará
a los intereses de los dirigentes mercantilizados, esos
que no tienen ni ideología, ni principios y que solo
buscan retener cargos o conseguirlos. Así la política
seguirá siendo una actividad muy redituable para algunos
y no un modo de transformar genuinamente el presente. La
política vive ahora una transición hacia otras
formas, pero no necesariamente mejores. Mientras tanto resulta
absolutamente inocultable el ocaso de la militancia.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com