lunes, 19 de octubre de 2015

No me asusta el Sínodo, me asusta Francisco

 No me asusta el Sínodo, me asusta Francisco
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Dos son los Sínodos que están actualmente en curso: el real, al que asiste extasiada una multitud en su mayoría dormida en la ingenuidad, y el de Francisco, que dará comienzo el 25 de octubre. El real, el de este 2015, empezó a cara descubierta el año 2014, cuando el punto de partida quedó definido el año anterior, con esa relatio final en la que se plasmó cuanto ahora se habrá de concretar, y no como un mero documento de estudio, sino como una misión que Su Santidad encomendó a la Iglesia universal, recibiendo por ello no sólo su bendición sino la más solemne, la de la garantía de su Suprema Cátedra. Pero no era suficiente porque el Sínodo del 2014 sólo tuvo por objetivo la definición de las propuestas, faltando poner la estructura, la solución jurídico canónica a tales desafíos. Y no me refiero al desafío rimbombante que da título a tal Sínodo del 2015 (familia y desafíos modernos) sino a los verdaderos desafíos a la tradición de la Iglesia -la homosexualidad y la comunión de los divorciados vueltos a casar- que se han querido poner sobre la mesa sinodal con una enfermiza naturalidad.


Si bien todo esto es conocido, merece la pena hacer un breve alto, porque siendo cierto que desde el primer momento el Papa Francisco había indicado que el “tema” de la comunión de los divorciados vueltos a casar era algo fundamental para él y para su pontificado, no podíamos intuir (al menos yo) que el Sínodo del 2014 no sólo finalizará planteando formalmente este asunto sino que se despacharon con algo más grave: una cierta bendición a la homosexualidad. Esto muestra que los ritmos de la demolición están siendo más rápidos de lo que parecía, y ello quizá porque las estructuras que están trabajando en la demolición de la fe son más eficaces y atrevidas al saberse protegidas por el actual Papa reinante.  Por ello no es descabellado intuir que la “solución pastoral” que permita la comunión de los divorciados no será más que uno de los “logros” con los que nos podría despachar el Sínodo en curso. No será de extrañar que la agresividad de las propuestas vaya in crescendo a medida que avancen las sesiones del Sínodo.
¿Cómo es posible que pase esto? Porque se ha diseñado, con la aquiescencia del Papa, un procedimiento sinodal mordaza que no busca la declaración individual de posturas sino la búsqueda anónima de consensos. Lo que ha sido fácil de conseguir simplemente al limitarse a 3 minutos cada una de las intervenciones personales de los padres sinodales y dando un mayor peso a las reuniones grupales por lenguas (esos círculos menores) a las que se les obligará a plasmar en un documento común acuerdos consensuados. ¿Qué significa esto? Que ya no se votarán propuestas por cada uno de los padres sinodales, sino que independientemente de las posturas personales que éstos tengan (por muy ortodoxas que pudieran ser) el único documento relevante será el documento final de cada círculo redactado por el consenso de sus integrantes. Consenso que ni siquiera exigirá encontrar un centro ideológico de la totalidad de sus miembros, sino que bastará con la mera opinión de la mayoría, suficiente para silenciar las opiniones encontradas simplemente no recogiendo sus propuestas. Es decir, sin necesidad de “cocinar” el documento por las presidencias de cada círculo, bastará con que haya una mayoría progresista en cada círculo para que los documentos resultantes hagan temblar los cimientos de lo ortodoxo.  Y si la mayoría no es claramente afín al cambio doctrinal aún queda por saberse la capacidad de maniobra de las presidencias para modificar esos consensos alejándolos de una teórica ortodoxia.
Pero si esto no fuera suficiente, aún queda una revuelta más. Los documentos de los círculos menores no son más que documentos de trabajo. Al final del Sínodo los relatores nombrados por el Papa serán quienes redacten un documento definitivo que será el elevado al Santo Padre previa votación de los padres sinodales. Pero no está claro qué supondrá este acto de votación, si exigirá mayoría, si ésta debe ser cualificada, y ni siquiera qué pasa en caso de que no se alcanzara la misma. ¿Se elevará lo que sea al Santo Padre simplemente indicando el número de votos que ha obtenido, o ni tan siquiera? Cada día nos llegan noticias de cambios de procedimiento que no hacen sino confirmar cómo la trama procedimental quiere cerrar todo subterfugio a la sensatez doctrinal, como por ejemplo, la de exigir mayorías cualificadas para rechazar propuestas heterodoxas que se admitieron con simples mayorías.
Si he vuelto a relatar brevemente el funcionamiento del Sínodo no es más que para hacer hincapié en la preponderancia dada al encuentro de consensos con independencia de su contenido. Y no es un detalle menor. Dado que sabemos exactamente cuáles fueron los votos del Sínodo 2014 ante cada una de las propuestas debatidas sabemos hacía donde se escoraron los padres sinodales en el 2014 y, por ello, conociendo la identidad de aquellos padres del 2014 en comparación con los actuales padres sinodales, podemos predecir, por tanto, hacía donde es de prever que se escore el resultado del Sínodo del 2015.
El panorama, en resumen, no parece nada halagüeño, porque si el Sínodo del 2014 estuvo abierto, con la bendición del Papa, a que se tratara la bondad de la homosexualidad y de la comunión a los divorciados, el conjunto de padres sinodales actuales, más escorados a la izquierda que sus predecesores del 2014, no quedarán conformes sólo con las insinuaciones del año anterior. Es razonable esperar que el tal consenso dé un paso más en la heterodoxia y que por ello el documento final aporte material suficiente a favor de cambios pastorales opuestos al magisterio de la Iglesia.
Todo parece medido, pesado, planificado con suficiente antelación para no dejar fleco alguno. Se han diseñado unas reglas de juego tales que permiten el mismo cambio de las reglas con el objetivo de que la pelota quede en el punto de penalti a puerta vacía, para que remate el Santo Padre sin oposición alguna. Ni siquiera el de la opinión pública, porque no habrá ningún documento oficial publicado, ni habrá posibilidad de publicar un documento sinodal final, es más, cada día parece más posible que no haya una exhortación papal final.
Por eso, el verdadero drama comenzará el 25 de octubre, porque entonces la totalidad de la decisión a tomar, la totalidad de las medidas a adoptar, estarán en manos exclusivamente del Santo Padre. El mismo Santo Padre que pide no tener “prejuicios”, “dejarse de rigorismos”, “abrirse al Dios de las sorpresas”, poniendo en discusión lo que siempre ha amado la Iglesia y siempre ha defendido a costa, tantas veces, de la sangre de sus mártires (no olvidéis, cristianos, a San Juan Bautista y a santo Tomás Moro).
Ciertamente me asusta el Sínodo, pero más me asusta el Santo Padre porque cuanto está pasando, cuanto se está debatiendo, le deba a él su patrocinio, su aquiescencia, su magnánimo apoyo, no sólo permitiendo que lo peor de la Iglesia -aquellos que llevan años tratando de demoler la doctrina y la moral de la Iglesia-, ocupen puestos de responsabilidad sinodal (lo que ya es grave), sino bendiciendo como querido por Dios, como impulsado por su Santo Espíritu, que lo que ayer era santo hoy pueda ser adaptado a los tiempos.
Y si todo antes de este Sínodo parecía una aparente catequesis inocua de los signos -dado que la cultura de la imagen nos predispone a aceptar todo cambio- detrás del torbellino a veces arrabalero de Bergoglio, no hay un simple cambio de imagen, no hay una simple y simpática instantánea, no hay un simple retrato de una personalidad papal desbordante, exagerada, aparentemente desinhibida, sino todo un cambio de paradigmas. Los abrazos a los homosexuales, las llamadas telefónicas a divorciadas invitándolas a comulgar, el cariñoso acercamiento a los protestantes… todo eso va en consonancia con un diseño mordaza de un Sínodo crucial en su pontificado. Porque ha sido Francisco quien ha puesto a discutir, liberados de todo “prejuicio”, la doctrina de la Iglesia; porque ha sido Francisco quien ha hecho girar todos sus actos y pensamientos, a lo largo de su pontificado, en este evento diseñado a mayor gloria de la pastoralidad contraria a la doctrina…
No es Francisco, por ello, quien necesitó a la mafia de Saint Gall para llegar al papado, más bien parece que es la mafia de Saint Gall quien está necesitando del Papa. Y uno y otros se dejan querer mutuamente. Negar que hay unidad de criterios, de proyectos, entre ambos parece pueril. Si Bergoglio en su día fue alumno de Martini hoy es maestro aventajado. Por eso el Sínodo posterior al 24 de octubre es el que me preocupa. Es el Sínodo postsinodal, el Sínodo de las mafias, de los silencios públicos, del trabajo en las sombras. Porque cuantas mafias similares a la de Saint Gall haya, podrán trabajar ten con ten con el Santo Padre. Sin focos, sin luces, sino más bien con un “valiosísimo” documento sinodal que probablemente sirva de soporte “consensuado” de la locura. Y si no fuera el caso, para eso se ha elevado el silencio oficial, para que no haya nada de lo que dar cuentas. Para que se pueda trabajar en la libertad del que tiene la sartén por el mango.
César Uribarri