Carta del obispo Misericordio al apóstol San Pablo
Del obispo Misericordio de Laodicea, al apóstol Pablo. Que la gracia y la paz estén contigo.
Recientemente me hicieron llegar una
copia de tu primera carta a los corintios, y hay unos pocos asuntos que
me gustaría abordar contigo.
Me maravillo de tu concepción de Dios cuando dices:
«¿No sabéis acaso
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruyere el templo de Dios, lo destruirá Dios a él; porque
santo es el templo de Dios, que sois vosotros.» (1 Cor. 3, 1617)
Amado apóstol de Dios, ¿no sabes que
Dios es un Dios de amor, y no de cólera? Es tan misericordioso que no
puede «destruir» a una persona. Harías bien en aprender que Dios ama
tanto a sus hijos que no los condena.
Incluso me preocupan más las amenazas que lanzaste a los corintios, diciendo:
«Algunos se han
engreído, como si yo no hubiese ya de volver a vosotros. Mas he de ir, y
pronto si el Señor quiere; y conoceré, no las palabras de esos
hinchados, sino su fuerza. Pues no en palabras consiste el reino de Dios
sino en fuerza. ¿Qué queréis? ¿Que vaya a vosotros con la vara, o con
amor y con espíritu de mansedumbre?» (1 Cor. 4,18-21)
¡Oh, querido apóstol, ¿no sabes que no
debemos emplear un lenguaje duro, sino que debemos acompañar a esa
personas en su peregrinaje de fe?
Mucho más inquietante fue tu nada
caritativa sugerencia de que un corintio culpable de lo que consideras
inmoralidad sexual debe ser excomulgado. Dices:
«Es ya del dominio
público que entre vosotros hay fornicación, y fornicación tal, cual ni
siquiera entre los gentiles, a saber: que uno tenga la mujer de su
padre. Y vosotros estáis engreídos, en vez de andar de luto, para que
sea quitado de en medio de vosotros el que tal hizo. Pero yo, aunque
ausente en cuerpo, mas presente en espíritu, he juzgado, como si
estuviese presente, al que tal hizo. Congregados en el nombre de nuestro
Señor Jesús vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor
Jesús, sea entregado ese tal a Satanás, para destrucción de su carne, a
fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.» (1 Cor.
5:1-5)
¿Cómo te atreves a tener una actitud tan
crítica con ese hombre? Ni siquiera lo conoces y ya lo juzgas. No
deberíamos excomulgar a gente así, y lo mejor para ti sería no sentarte
en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y
superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas. En vez de lanzar piedras muertas a esas personas, «tenemos que conocer cómo es su vida, a fin de acompañarlas».
Más adelante exhibes una actitud detestable con los cristianos que no alcanzan tu nivel de perfección:
«Os escribí en la
carta que no tuvieseis trato con los fornicarios. No digo con los
fornicarios de este mundo en general, o con los avaros, ladrones o
idólatras, pues entonces tendríais que salir del mundo. Mas lo que ahora
os escribo es que no tengáis trato con ninguno que, llamándose hermano,
sea fornicario, o avaro, o idólatra, o malediciente, o borracho, o
ladrón; con ese tal ni siquiera toméis bocado.» (1 Cor. 5,9-11)
En vez de demonizarlos con arrogancia,
deberías «acompañar a los que han tenido ese fracaso en su amor. No
condenar. Caminar junto a ellos y no emplear sofismas en su situación».
Tu actitud es demasiado excluyente, y creo que debemos evitar a toda
costa encasillar a nadie como si no formara parte de la familia humana,
al contrario de lo que claramente haces tú.
No solo dar por sentado que debes juzgar
a los demás, sino que has llegado a sugerir que otros cristianos pueden
juzgar al «sexualmente inmoral» (tal y como demonizas a esas personas),
diciendo:
«Pues ¿qué tengo yo
que juzgar a los de afuera? ¿No es a los de adentro a quienes habéis de
juzgar? A los que son de afuera los juzgará Dios. Quitad al malvado de
en medio de vosotros». (1Cor. 5,12-13)
¿No sabes que el Señor dijo «no juzgues
si no quieres ser juzgado»? No debemos «distribuir condenas ni anatemas,
sino proclamar la misericordia de Dios».
Me desagradó aún más, y hasta me ofendió
personalmente, tu odiosa declaración de que los homosexuales activos no
van al cielo, cuando dijiste:
«¿No sabéis que los
inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni
los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios.»
(1 Cor. 6,9-10)
En Laodicea «visito con frecuencia a
personas que se siente marginada, como ancianos, divorciados que se han
vuelto a casar, gays y lesbianas solteros o en pareja… Para
acompañarlos, tenemos que averiguar cómo es su vida.» Sabemos que «la
ética cristiana se basa en relaciones estables en las que la
exclusividad, la lealtad y la atención de los unos para con los otros
son fundamentales», así que siempre y cuando la relación homosexual sea
estable, deberíamos «reconocer la naturaleza real de las parejas de
homosexuales y lesbianas; y tal forma de vida en común se debe tratar
con los mismos criterios que un matrimonio celebrado por la Iglesia».
Me cuesta mucho creer que afirmes que un divorciado cuyo cónyuge anterior todavía vive no debe casarse:
«A los casados
ordeno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido; y
que aun cuando se separare, permanezca sin casarse, o se reconcilie
con su marido; y que el marido no despida a su mujer.» (1 Cor. 7,10-11)
Aquí demuestras que eres de esos
«corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las
enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para
sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y
superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.»
También me molestó tu rigidez al hablar
de la Eucaristía, cuando para ser exactos sugeriste que algunos serían
castigados por Dios por comulgar indignamente:
«De modo que quien
comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del
cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y
así coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe, no
haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia
condenación.» (1 Cor. 11,27-29)
Como dije, «Dios ama tanto a sus hijos
que no los condena». Asimismo, nunca sería tan despiadado como para
decir que alguien beberá “su propia condenación”. Tu rigidez en lo que
se refiere a quién puede o no recibir la Eucaristía es farisaico, porque
te preocupa más lo relativo a observar las reglas o las costumbres que
el amor al prójimo.
Tenemos más cuentas que ajustar, pero
las dejo para otra ocasión. Por ahora, deseo que medites en lo crítico,
arrogante, farisaico y odioso que has sido en tus escritos.
Michael Lofton
[Traducción por José Antonio Gutiérrez. Artículo original]