Permiso para repudiar al feminismo. Por Agustín Laje
La historia no podía terminar de otra
manera. Se trata, en efecto, de lo que ocurre año tras año con el
Encuentro Nacional de Mujeres: ciudades destruidas, propiedad pública y
privada estropeada, y hombres y mujeres agredidos por estas militantes
feministas que, cubiertas por la hegemonía de un discurso ideológico que
las coloca en el inamovible lugar de “víctimas”, se autolegitiman para
hacer de la violencia el núcleo de su praxis política por donde pasan.
areciera, pues, que debemos pedir
permiso para efectuar una crítica severa, como la que realmente hace
falta, contra estos sectores políticos radicalizados. ¿Los dictámenes de
la corrección política nos habilitan a hacer un juicio crítico para con
ellos? Difícilmente; pero en el contexto actual, es necesario subvertir
los límites del correctivismo político, siempre bien dispuestos a
señalar a quién se debe criticar y a quién no.
La postal de la ciudad de Rosario tras
las marchas del Encuentro Nacional de Mujeres es francamente patética.
Los destrozos más importantes se dieron en el centro. Paredes de
edificios públicos y privados completamente arruinadas por las violentas
pintadas de estos grupos: “Abortá al macho”, “Machete al machote”,
“Muerte al macho”, “Muerte a la yuta”, “Somos malas podemos ser peores”,
“Soy feminazi”, “Abortá la heterosexualidad”, “La Virgen María quería
abortar”, “Jesús no existe, María abortó”, son algunos ejemplos. A eso
hay que agregar vidrios reventados por doquier, varias Iglesias
atacadas, incendios con bombas molotov y, a esta altura ya un clásico:
excremento humano utilizado a los efectos de ensuciar la ciudad.
Pero no sólo fue un ataque contra
edificios; numerosas personas fueron violentamente agredidas por grupos
feministas. Una familia que salía de rezar de una Iglesia de Pellegrini,
por citar un caso, recibió duros golpes, por no hablar de los que
recibieron aquellos que se animaron a orar en las escalinatas de la
Catedral: a algunos incluso se les aplicó pintura en aerosol directo en
sus ojos.
Las
chicas “Autoconvocadas” (católicas que concurren a los talleres del
Encuentro para fijar su posición) fueron también duramente agredidas.
¿La razón? No defender el aborto. Un caso —entre tantos— es el de Meme
Moscoso, quien ha comentado que en uno de los talleres las militantes
feministas le dijeron “vos no sos mujer, vos sos enemiga de la mujer,
hasta que nosotras no podamos abortas vos no vas a poder hablar”. Es
decir, para el feminismo ser o no mujer depende de la posición
político-ideológica que se tenga; una lógica claramente totalitaria que
no sólo deslegitima, sino que incluso desnaturaliza a las mujeres que
opinan distinto.
Por supuesto que la organización del
evento se lava las manos. Dicen que son apenas “algunas” desviadas, pero
jamás efectúan una crítica severa contra esas “algunas” y siempre
acaban justificándolas. En el fondo, les agrada que estas cosas sucedan.
La violencia retórica parte de las propias agrupaciones organizadoras, y
se multiplica en los mismísimos talleres que se imparten: luego la
violencia material es una consecuencia esperada, pero que trata de
presentarse como inorgánica, algo difícil de creer.
Llegamos, pues, a una paradoja que ha de
ser subrayada por la sociedad: las militantes feministas en cuestión,
mientras se llenan la boca hablando contra la violencia de género, ellas
mismas la practican cada vez que dejan traslucir en su discurso
político un odio indisimulable para con el sexo masculino y cada vez
que, por añadidura, atacan a hombres identificados falazmente como
“machistas” por el hecho de rezar, o, peor: por el hecho de repudiar su
violencia.
Y aquí hay otra contradicción flagrante a
mencionar: estas mismas militantes feministas, que se dicen
“pluralistas y democráticas”, al tiempo que ejercen violencia de género,
practican también violencia religiosa, manifiesta en cada consigna de
odio contra la comunidad cristiana y en cada ataque no sólo a templos
cristianos, sino también a personas cristianas, hombres y mujeres, a los
que se les atribuye el calificativo de “patriarcales” (llamativamente
el Islam, la religión más patriarcal de todos los tiempos, nunca tiene
lugar ni en el discurso ni en la práctica feminista local).
La violencia feminista es el resultado
de una ideología intrínsecamente violenta: aquella que postula un mundo
de puro conflicto entre hombres y mujeres, una suerte de lucha de clases
llevada al plano del género (lucha de géneros), dialéctica que ha sido
fogoneada especialmente por los grupos e intelectuales de izquierda
desde que la clase obrera ya no le responde más, como dijera Alain
Touraine, en el marco del nuevo mundo postindustrial.
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