Padre Mugica, teología de la liberación y utopía marxista (Nacionalismo Católico NGNP)
Mugica, si bien no se autodeclaraba marxista, coqueteaba demasiado con la ideología
La
historia es maestra de la vida y en sus aulas enseña, no sólo a emular
hechos pretéritos sino también a evitar errores en el porvenir.
Hace algunas semanas publicábamos (AQUÍ) un breve artículo titulado “¿Termina la memoria hemipléjica en la Iglesia?” donde el Dr. Mario Caponnetto traía a colación el discurso de Francisco a la Pontificia Comisión para América Latina y su autocrítica a la violencia de los años ’70.
He aquí lo que afirmaba el Santo Padre:
“Otra cosa que es importante (…) transmitir (…) sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía.
Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no
del todo equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos
lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso
de Argentina podemos decir ¡cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años setenta!“[1].
¿Qué es lo que, en
realidad, sucedió? ¿Quiénes fueron aquellos malos educadores de la
utopía que llevaron a que tantos jóvenes acabasen, fusil en mano, en la
guerrilla?
Argentina, nuestro
país, ha tenido una dolorosa experiencia al respecto, que incluso al día
de hoy, sigue sufriendo por la inconsciencia de nuestros dirigentes. En
efecto, aquellos que por estos lares ya han pasado los sesenta o
sesenta y cinco años, no podrán desconocer el ambiente de violencia que
se vivía por aquella época: secuestros, atentados y manifestaciones,
eran el pan de cada día y, lo más singular del caso, es que muchos de
sus protagonistas, provenían de parroquias y centros espirituales donde
soplaban los “vientos de cambio” del posconcilio.
El discurso papal que citábamos arriba, debería ser un punto de partida que plantease una seria y madura evaluación[2] del
pasado a fin de no tropezar dos veces con la misma piedra. Sin embargo,
hay quienes no sólo no opinan lo mismo sino todo lo contrario; este fue
el caso de la presidente de la Argentina quien tras una visita al
Vaticano, ofreció homenajear al padre Carlos Mugica haciendo una
gigantografía con su rostro en una céntrica avenida de Buenos Aires[3]. ¡Justamente de Mugica! Es decir, de uno de los máximos exponentes “de un manejo no del todo equilibrado de la utopía”[4].
Pero… ¿quién fue el Padre Carlos Mugica?
Nacido
en 1930 en el seno de una familia adinerada y católica, luego de una
formación en el colegio Nacional de Buenos Aires (uno de los mejores de
aquélla época), abandonó sus estudios de abogacía para ingresar al
Seminario Metropolitano y recibir luego la ordenación sacerdotal. Ya
como sacerdote de Cristo comenzó a actuar como asesor de jóvenes
universitarios y profesor de Teología en la Universidad del Salvador.
Dotado de una clara inteligencia, presencia física y don de mando
decidió dedicarse por completo a los más necesitados en las villas
miseria de Buenos Aires; fue
allí donde se acercaría al denominado Movimiento peronista y a algunas
ideas de Ernesto Che Guevara, Camilo Torres Restrepo y Hélder Cámara.
Además de su tarea pastoral con los más pobres, era asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del
Colegio Nacional de Buenos Aires; sería de esos grupos de donde
saldrían algunos conocidos terroristas como Mario Firmenich y Fernando
Abal Medina, dos de los futuros fundadores de la agrupación armada Montoneros.
En 1968 fue enviado a París para estudiar Doctrina Social de la Iglesia; allí podrá ver en directo el Mayo francés y mamar las ideas revolucionarias en boga, al punto que, a su regreso, prefirió primero pasar un breve período por Cuba. Ya en Argentina formaría a muchísimos jóvenes en la cosmovisión del jesuita Teilhard de Chardin y
en la doctrina del compromiso con el mundo de Emmanuel Mounier, Yves
Congar y Michel Quoist, teólogos “de avanzada” y adalides del
progresismo de entonces.
Mugica, si bien no se autodeclaraba marxista, coqueteaba demasiado con la ideología, como podemos leer en algunas de sus intervenciones. Así, en 1970 y durante un discurso en la ciudad de La Plata, decía:
“¿Cómo debe ser la
revolución que el país necesita? (…). En la Argentina, como en casi
todos los países de Latinoamérica, vivimos una grave situación de
injusticia, que podemos llamar de violencia institucionalizada. Esto
está dicho (…) en los documentos de Medellín. Por su parte, los
documentos de San Miguel del año pasado –firmados por nuestros obispos–
siguen vigentes en estos días. Dicen los obispos que ‘…comprobamos que a
través de un largo proceso histórico, que aún hoy tiene vigencia, se ha
llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación
deberá realizarse, pues, en todos los sectores en que hay opresión: el
jurídico, el político, el cultural, el económico y el social’. Y este
documento está inspirado (…) en las palabras de Cristo. No hay que
olvidarse que todas las revoluciones teológicas de la historia son, en
definitiva, un retorno al proto-cristianismo. No olvidemos, por ejemplo,
que todo era común entre los apóstoles que acompañaron al Señor. Marx y Lenin no hicieron más que parafrasear al Evangelio (…). Es necesario fijarse en la cabeza (…): la Iglesia no habla más de la salvación del hombre, sino de la liberación del hombre[5].
Y por eso yo, como sacerdote, estoy hablando de política (…). Voy a dar
otro testimonio vital que me tocó vivir hace seis años juntamente con Mario Eduardo Firmenich, un cristiano ejemplar[6] (…). “Estamos
entrando en nuestro país en las revoluciones explosivas de la
desesperación que preanunciaba el Papa. Y así nos encontramos con el
hecho nuevo y asombroso de que jóvenes cristianos de activa militancia en las organizaciones de la Iglesia se ven empujados –por el inmovilismo social y político– a la violencia revolucionaria como última alternativa. Y el rol que le cabe a la Iglesia es iluminar ese proceso de cambio” (…)[7].
Pero el sacerdote
no sólo pronunciaba discursos; su infatigable labor lo hacía dar clases,
dictar conferencias y hasta escribir libros, como, en 1971, Peronismo y cristianismo[8] donde decía:
“Si a Jesucristo lo
llamaron borracho, lo acusaron de subvertir al pueblo, ¿qué nos puede
importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y de
todo lo demás?” (…)[9]. Jesucristo
es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende
crear un hombre nuevo. Y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo “El Socialismo y el Hombre”, es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho (…)[10].
Jesús (dice): ‘No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no
he venido a traer la paz sino la espada’. Esto no hay que entenderlo
como pretenden algunos, como si Cristo viniera a invitarlos a la lucha
armada (…). Cristo rechaza como satánica la tentación de ponerse al
frente de ese ejército de liberación para liberar política y socialmente
a su pueblo. Todo esto está simbolizado en las tentaciones del demonio
en el desierto. Jesús pretende crear un nuevo tipo de relación entre los
hombres, pretende crear un nuevo tipo de hombre que va a llevar a una
profunda revolución en las estructuras”[11].
Hasta aquí podría
entenderse bien el párrafo del Padre Mugica respecto de Jesucristo, sin
embargo añade enseguida para hacerles el caldo de cultivo a quienes sí
optaban por las armas:
“Marx
habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su
necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que
asumir ese contenido (…). Y cuando Lenin dice: ‘El que no trabaja no
coma’, repite lo que dijo San Pablo en el siglo I (…). Si hoy realmente
los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en
común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reforma
agraria, no habría necesidad de construir ni una sola casa (…)[12].
Si hoy muchos de nuestros hermanos se juegan el pellejo por la causa
del pueblo, ¿cómo yo, sacerdote, no voy a asumir mi compromiso, aunque
sea doloroso, en la lucha por la liberación de mi pueblo, denunciando
las injusticias e interpelando además a los cristianos para que ocupen
su lugar en la lucha? [13] (…). Por eso, como movimiento los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos
el socialismo en la Argentina como único sistema en el cual se pueden
dar relaciones de fraternidad entre los hombres”[14].
La consecuencia,
querida por él o no, fue muy distinta; y no podía ser de otro modo:
¿cómo entender un posible pacifismo si hablaba del “Che” Guevara como un
“profeta de nuestro tiempo”[15],
o de Lenin como un apóstol de Cristo? Sus seguidores fueron
consecuentes con los principios aprendidos y aunque “las ideas no se
matan”, las balas sí lo hicieron (basta con recordar a la Unión
Soviética, España, Cuba y la misma Argentina).
Ya al final de su
vida, cuando Perón estaba regresando de su exilio, intentó con una débil
sentencia bíblica para aplacar los ánimos: “hay que dejar las armas
para empuñar los arados”[16], dijo. Era tarde; pues los ríos de sangre eran ya un enorme torrente.
Su arrepentimiento llegó, dicen. Casi presintiendo el fin (cosa que sus seguidores no desean recordar) fue
a ver a uno de los más grandes teólogos de aquella Argentina a cuyas
clases había asistido: el Padre Julio Meinvielle. “Padre, deseo morir en
el seno de la Iglesia”, cuentan que le dijo[17]; dos horas bastaron para que saliera reconfortado.
Pero la revolución es implacable y, como Saturno, termina tragándose a
sus hijos: al terminar una Misa y a punto de subirse a un auto, fue
abatido por aquellos mismos que antes le acolitaban.
Dios quiera que hoy
goce de Su gloria, pero que nos sirva de ejemplo para saber, que la
única teología que libera es aquélla que la Iglesia viene enseñando
desde hace siglos.
Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi, IVE