domingo, 30 de octubre de 2016

Padre Mugica, teología de la liberación y utopía marxista (Nacionalismo Católico NGNP)

 

Padre Mugica, teología de la liberación y utopía marxista (Nacionalismo Católico NGNP)

Mugica, si bien no se autodeclaraba marxista, coqueteaba demasiado con la ideología




La historia es maestra de la vida y en sus aulas enseña, no sólo a emular hechos pretéritos sino también a evitar errores en el porvenir.
Hace algunas semanas publicábamos (AQUÍ) un breve artículo titulado “¿Termina la memoria hemipléjica en la Iglesia?” donde el Dr. Mario Caponnetto traía a colación el discurso de Francisco a la Pontificia Comisión para América Latina y su autocrítica a la violencia de los años ’70.
He aquí lo que afirmaba el Santo Padre:
“Otra cosa que es importante (…) transmitir (…) sobre todo a la juventud, es el buen manejo de la utopía. Nosotros en América Latina hemos tenido la experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía y que en algún lugar, en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó. Al menos en el caso de Argentina podemos decir ¡cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía, terminaron en la guerrilla de los años setenta!“[1].
¿Qué es lo que, en realidad, sucedió? ¿Quiénes fueron aquellos malos educadores de la utopía que llevaron a que tantos jóvenes acabasen, fusil en mano, en la guerrilla?
Argentina, nuestro país, ha tenido una dolorosa experiencia al respecto, que incluso al día de hoy, sigue sufriendo por la inconsciencia de nuestros dirigentes. En efecto, aquellos que por estos lares ya han pasado los sesenta o sesenta y cinco años, no podrán desconocer el ambiente de violencia que se vivía por aquella época: secuestros, atentados y manifestaciones, eran el pan de cada día y, lo más singular del caso, es que muchos de sus protagonistas, provenían de parroquias y centros espirituales donde soplaban los “vientos de cambio” del posconcilio.
El discurso papal que citábamos arriba, debería ser un punto de partida que plantease una seria y madura evaluación[2] del pasado a fin de no tropezar dos veces con la misma piedra. Sin embargo, hay quienes no sólo no opinan lo mismo sino todo lo contrario; este fue el caso de la presidente de la Argentina quien tras una visita al Vaticano, ofreció homenajear al padre Carlos Mugica haciendo una gigantografía con su rostro en una céntrica avenida de Buenos Aires[3]. ¡Justamente de Mugica! Es decir, de uno de los máximos exponentes “de un manejo no del todo equilibrado de la utopía”[4].
Pero… ¿quién fue el Padre Carlos Mugica?
Nacido en 1930 en el seno de una familia adinerada y católica, luego de una formación en el colegio Nacional de Buenos Aires (uno de los mejores de aquélla época), abandonó sus estudios de abogacía para ingresar al Seminario Metropolitano y recibir luego la ordenación sacerdotal. Ya como sacerdote de Cristo comenzó a actuar como asesor de jóvenes universitarios y profesor de Teología en la Universidad del Salvador. Dotado de una clara inteligencia, presencia física y don de mando decidió dedicarse por completo a los más necesitados en las villas miseria de Buenos Aires; fue allí donde se acercaría al denominado Movimiento peronista y a algunas ideas de Ernesto Che Guevara, Camilo Torres Restrepo y Hélder Cámara.
Además de su tarea pastoral con los más pobres, era asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica del Colegio Nacional de Buenos Aires; sería de esos grupos de donde saldrían algunos conocidos terroristas como Mario Firmenich y Fernando Abal Medina, dos de los futuros fundadores de la agrupación armada Montoneros.
En 1968 fue enviado a París para estudiar Doctrina Social de la Iglesia; allí podrá ver en directo el Mayo francés y mamar las ideas revolucionarias en boga, al punto que, a su regreso, prefirió primero pasar un breve período por Cuba. Ya en Argentina formaría a muchísimos jóvenes en la cosmovisión del jesuita Teilhard de Chardin y en la doctrina del compromiso con el mundo de Emmanuel Mounier, Yves Congar y Michel Quoist, teólogos “de avanzada” y adalides del progresismo de entonces.
Mugica, si bien no se autodeclaraba marxista, coqueteaba demasiado con la ideología, como podemos leer en algunas de sus intervenciones. Así, en 1970 y durante un discurso en la ciudad de La Plata, decía:
“¿Cómo debe ser la revolución que el país necesita? (…). En la Argentina, como en casi todos los países de Latinoamérica, vivimos una grave situación de injusticia, que podemos llamar de violencia institucionalizada. Esto está dicho (…) en los documentos de Medellín. Por su parte, los documentos de San Miguel del año pasado –firmados por nuestros obispos– siguen vigentes en estos días. Dicen los obispos que ‘…comprobamos que a través de un largo proceso histórico, que aún hoy tiene vigencia, se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta. La liberación deberá realizarse, pues, en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el político, el cultural, el económico y el social’. Y este documento está inspirado (…) en las palabras de Cristo. No hay que olvidarse que todas las revoluciones teológicas de la historia son, en definitiva, un retorno al proto-cristianismo. No olvidemos, por ejemplo, que todo era común entre los apóstoles que acompañaron al Señor. Marx y Lenin no hicieron más que parafrasear al Evangelio (…). Es necesario fijarse en la cabeza (…): la Iglesia no habla más de la salvación del hombre, sino de la liberación del hombre[5]. Y por eso yo, como sacerdote, estoy hablando de política (…). Voy a dar otro testimonio vital que me tocó vivir hace seis años juntamente con Mario Eduardo Firmenich, un cristiano ejemplar[6] (…). “Estamos entrando en nuestro país en las revoluciones explosivas de la desesperación que preanunciaba el Papa. Y así nos encontramos con el hecho nuevo y asombroso de que jóvenes cristianos de activa militancia en las organizaciones de la Iglesia se ven empujados –por el inmovilismo social y político– a la violencia revolucionaria como última alternativa. Y el rol que le cabe a la Iglesia es iluminar ese proceso de cambio” (…)[7].
Pero el sacerdote no sólo pronunciaba discursos; su infatigable labor lo hacía dar clases, dictar conferencias y hasta escribir libros, como, en 1971, Peronismo y cristianismo[8] donde decía:
“Si a Jesucristo lo llamaron borracho, lo acusaron de subvertir al pueblo, ¿qué nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y de todo lo demás?” (…)[9]Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo. Y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo “El Socialismo y el Hombre”, es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho (…)[10]. Jesús (dice): ‘No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz sino la espada’. Esto no hay que entenderlo como pretenden algunos, como si Cristo viniera a invitarlos a la lucha armada (…). Cristo rechaza como satánica la tentación de ponerse al frente de ese ejército de liberación para liberar política y socialmente a su pueblo. Todo esto está simbolizado en las tentaciones del demonio en el desierto. Jesús pretende crear un nuevo tipo de relación entre los hombres, pretende crear un nuevo tipo de hombre que va a llevar a una profunda revolución en las estructuras”[11].
Hasta aquí podría entenderse bien el párrafo del Padre Mugica respecto de Jesucristo, sin embargo añade enseguida para hacerles el caldo de cultivo a quienes sí optaban por las armas:
“Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido (…). Y cuando Lenin dice: ‘El que no trabaja no coma’, repite lo que dijo San Pablo en el siglo I (…). Si hoy realmente los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reforma agraria, no habría necesidad de construir ni una sola casa (…)[12]. Si hoy muchos de nuestros hermanos se juegan el pellejo por la causa del pueblo, ¿cómo yo, sacerdote, no voy a asumir mi compromiso, aunque sea doloroso, en la lucha por la liberación de mi pueblo, denunciando las injusticias e interpelando además a los cristianos para que ocupen su lugar en la lucha? [13] (…). Por eso, como movimiento los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en la Argentina como único sistema en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres[14].
La consecuencia, querida por él o no, fue muy distinta; y no podía ser de otro modo: ¿cómo entender un posible pacifismo si hablaba del “Che” Guevara como un “profeta de nuestro tiempo”[15], o de Lenin como un apóstol de Cristo? Sus seguidores fueron consecuentes con los principios aprendidos y aunque “las ideas no se matan”, las balas sí lo hicieron (basta con recordar a la Unión Soviética, España, Cuba y la misma Argentina).
Ya al final de su vida, cuando Perón estaba regresando de su exilio, intentó con una débil sentencia bíblica para aplacar los ánimos: “hay que dejar las armas para empuñar los arados”[16], dijo. Era tarde; pues los ríos de sangre eran ya un enorme torrente.
Su arrepentimiento llegó, dicen. Casi presintiendo el fin (cosa que sus seguidores no desean recordar) fue a ver a uno de los más grandes teólogos de aquella Argentina a cuyas clases había asistido: el Padre Julio Meinvielle. “Padre, deseo morir en el seno de la Iglesia”, cuentan que le dijo[17]; dos horas bastaron para que saliera reconfortado. Pero la revolución es implacable y, como Saturno, termina tragándose a sus hijos: al terminar una Misa y a punto de subirse a un auto, fue abatido por aquellos mismos que antes le acolitaban.
Dios quiera que hoy goce de Su gloria, pero que nos sirva de ejemplo para saber, que la única teología que libera es aquélla que la Iglesia viene enseñando desde hace siglos. 
Que no te la cuenten
P. Javier Olivera Ravasi, IVE