"Cuidaos de los falsos profetas,que vienen a vosotros con vestidos de ovejas,pero por dentro son lobos rapaces".(Mateo 7:15)
Los orígenes del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo encuentran su raíz en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (documento firmado por dieciocho obispos latinoamericanos en los años ´60) donde se adhería explícitamente al socialismo de carácter revolucionario:
Los orígenes del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo encuentran su raíz en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (documento firmado por dieciocho obispos latinoamericanos en los años ´60) donde se adhería explícitamente al socialismo de carácter revolucionario: “Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero ‘socialismo’ es el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental de todos. Muy lejos de mostrarnos hostiles sepamos adherir a él con alegría, como a una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio”.
Los orígenes del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo encuentran su raíz en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (documento firmado por dieciocho obispos latinoamericanos en los años ´60) donde se adhería explícitamente al socialismo de carácter revolucionario:
Los orígenes del llamado Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo encuentran su raíz en el Manifiesto de los Obispos para el Tercer Mundo (documento firmado por dieciocho obispos latinoamericanos en los años ´60) donde se adhería explícitamente al socialismo de carácter revolucionario: “Los cristianos tienen el deber de mostrar que el verdadero ‘socialismo’ es el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental de todos. Muy lejos de mostrarnos hostiles sepamos adherir a él con alegría, como a una forma de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del Evangelio”.
La infiltración del marxismo en el seno de
la Iglesia latinoamericana terminó de concretarse a través de los
documentos de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, llevada a cabo en Medellín en 1968.
Las conclusiones de la conferencia fueron desopilantes.
Por ejemplo,
en algunos pasajes se justificaba la violencia empleando argucias
análogas a las del discurso comunista: “Que en la
consideración del problema de la violencia en América Latina se evite
por todos los medios equiparar o confundir la violencia injusta de los
opresores que sostiene este ‘nefasto sistema’ con la justa violencia de los oprimidos, que se ven obligados a recurrir a ella para lograr su liberación”. Nótese
el lenguaje empleado y sus semejanzas con los recursos discursivos de
la izquierda, mezclado con una suerte de justificación de orden
evangélica omnipresente en las peroratas de estos sacerdotes desviados
que influyeron en gran cantidad de fieles y los confundieron en su
misión terrenal.
El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo fue fundado en mayo de 1967. Desde
su primera declaración pública, la organización manifestó la adhesión
de sus miembros al socialismo armado: “[sostenemos] nuestra firme adhesión al proceso revolucionario,
de cambio radical y urgente de sus estructuras y nuestro formal
rechazo al sistema capitalista vigente […] para marchar en búsqueda de
un socialismo latinoamericano que promueva el advenimiento del Hombre nuevo”.
El Movimiento de Sacerdotes del
Tercer Mundo descansaba, como es sabido, en la “Teología de la
liberación”. De inequívoco espíritu marxista, la corriente de marras
difundía ideas de corte clasista tales como “tomar conciencia de la
lucha de clases optando siempre por los pobres”. Entre sus objetivos
explícitos, estos clérigos admitían trabajar por la “concientización de las masas acerca de sus verdaderos enemigos para transformar el sistema vigente”. Vale aclarar que este sector apoyó, promovió y hasta participó en fuerzas guerrilleras y terroristas en general como veremos.
Así las cosas, los servicios
prestados por los sacerdotes tercermundistas a las organizaciones
armadas, en rigor, fueron variados, y van desde el apoyo espiritual e
ideológico, hasta el militar. En el primer caso, cabe decir que los clérigos brindaron una especie de justificación moral a la violencia guerrillera, al tiempo que impregnaron
de odio a un sinnúmero de jóvenes que luego tomarían las armas,
matando y muriendo por las enseñanzas de estos verdaderos profesionales
del lavado cerebral. En efecto, la influencia que practicaban
sobre la juventud era de tal envergadura, que el ensayista Lucas
Lanusse afirma que “casi todos los
jóvenes que durante 1970 confluyeron en la organización Montoneros,
provenían del campo reformador de la Iglesia Católica”.El ex guerrillero Luis Labraña por su parte confirma que “los
curas tercermundistas estaban directamente vinculados a la guerrilla…
adoctrinaron ideológicamente a muchos pibes que luego fueron montoneros”.[6]
Los sacerdotes revolucionarios
aprovecharon su poder influyente dentro de tres ambientes en
particular: las villas miserias donde operaban, los colegios católicos
en los que trabajaban y las comunidades juveniles religiosas que
dirigían. En estos ámbitos, un común denominador facilitaba la
penetración doctrinal que el cura llevaba adelante: tanto la gente
humilde de las villas, por su precaria instrucción, como los jóvenes de
los colegios o grupos religiosos, por su natural inexperiencia e
impulsos de rebeldía propios de la edad, se presentaban más permeables
al adoctrinamiento. El trabajo en barriadas humildes efectuado por los
tercermundistas será un elemento que luego el historietismo setentista
explotará con astucia a los efectos de imponer la idea del supuesto
carácter filantrópico de los clérigos, aunque en verdad hayan activado
en villas no tanto por “amor a los pobres”, sino porque éstos eran
potencial caldo de cultivo para la causa revolucionaria. Sobre ello, el marxista Carlos Altamirano esgrime que la misión de estos sacerdotes entre los pobres “no se trata de hacer cristianos, sino de hacer la Revolución”.[7]
El trabajo de penetración doctrinal entre las juventudes fue de tal envergadura, que quienes más tarde serían jefes guerrilleros de Montoneros recibieron sus primeras influencias políticas por parte de los curas izquierdistas.
En efecto, los jerarcas Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus y Mario
Firmenich se deslumbrarán por el pensamiento de izquierda gracias a su
asesor espiritual escolar, el homenajeado padre Carlos Mugica; Emilio
Maza e Ignacio Vélez empezarán a militar influenciados por un grupo
dirigido por el ex seminarista Juan García Elorrio, del que
participaron sacerdotes de la talla de Alberto Carbone;
en cuanto a Roberto Cirilo Perdía, si bien también militará con estos
últimos, se le conocen estrechas relaciones anteriores con el cura
extremista Rafael Yacuzzi. Es
menester aclarar que, si bien Mugica tendrá estrecha vinculación con
los terroristas en los primeros tiempos de Montoneros y según el propio
Firmenich “fue el primero en proclamar que la única solución estaba en
la metralleta”, una
vez regresada la democracia al país en 1973 intentó desligarse de la
guerrilla, lo que le costó la enemistad con los montoneros y más tarde
la propia vida.
Pero retornando al lavado cerebral
que se practicaba sobre los jóvenes, en el que se combinaban
forzosamente conceptos ideológicos con evangélicos, el adoctrinamiento
era de tal dimensión que según la ex guerrillera montonera Graciela
Daleo, a partir de las charlas con los curas “el pecado comenzó a
cambiar de signo: era pecaminoso no aceptar un compromiso social…”. La
ex montonera Adriana Robles da un ejemplo concreto al contar que los
curas les enseñaban canciones que presentaban un contenido cargado de
resentimiento y odio como el siguiente: “Cuándo querrá Dios del cielo,
que la tortilla se vuelva que la tortilla se vuelva, que los pobres
coman pan y los ricos mierda, mierda”. Con enseñanzas de estos calibres
se fueron formando los futuros terroristas. Sostiene el sociólogo Juan
José Sebreli que “el
origen de los modernos montoneros estaba en la doctrina igualmente
anticapitalista romántica, de ciertos sectores de la Iglesia. Su
principal centro de nucleamiento eran los patios de las iglesias
parroquiales y los colegios religiosos, la Inmaculada Concepción de
Santa Fe o El Salvador de Buenos Aires”.El conocido sacerdote Enrique Angelelli llegó incluso a dar la Santa Misa a los jóvenes delante de una inmensa
bandera de Montoneros que exhibía el logotipo del fusil y la tacuara.
A los efectos de promocionar la
pretendida compatibilidad entre la Palabra de Dios y la violencia
guerrillera, se publicó Cristianismo y revolución, una revista que obró
como órgano de prensa de varias organizaciones guerrilleras, dirigida
por el ex seminarista Juan García Elorrio
y en la que participaron numerosos curas tercermundistas. Entre otras
forzadas interpretaciones del evangelio, la publicación llegó a afirmar
que “todos –nosotros también- entramos decididamente en el camino de la Revolución.
Es nuestra hora. Es la última hora y la primera (…) En
definitiva, para todos los revolucionarios la opción del Último día del
Evangelio se nos presenta cada jornada como el imperativo fundamental,
porque, sencillamente, la Revolución que estamos buscando es
la única capaz de dar de comer a los hambrientos, de dar casas a los
que no tienen techo, de dar salud a los que están enfermos…”.
En otro ejemplar, los tercermundistas expresaban que “en medio de la
lucha revolucionaria, que es el signo de nuestro tiempo, hay también un
lugar para los cristianos que reconocen en el amor la razón y el
fundamento de una nueva violencia que
termine con la violencia de cada día, implantada para hacer que los
hombres nunca lleguen a ser realmente hombres y por lo tanto nunca
lleguen a Dios”. Con
rebusques de este tipo y frases al receptor les pueden parecer bonitas
y gentiles, se pretendía confundir a los inexpertos feligreses sobre
la misión del catolicismo en el mundo.
Va de suyo que la revista de García
Elorrio y los sacerdotes tercermundistas, lejos de predicar el amor,
estaba plagada de inequívoco lenguaje belicoso y violento:
“nosotros tenemos un corazón como un gigantesco fusil apuntando hacia
la muerte”; “Jesús baja de la cruz, se terminó el calvario […] se acabó la era de la segunda mejilla”;“…la revolución no sólo está permitida, sino que es obligatoria para todos los cristianos…”.
Incluso contaba con una sección titulada “La justicia del pueblo”,
donde se festejaban y promocionaban los atentados que los guerrilleros
perpetraban. No era para menos, teniendo en cuenta que el referente
cristiano de la pretendida revista religiosa no era ni el padre San
Maximiliano Kolbe ni Santa Catalina, sino el cura guerrillero Camilo
Torres, integrante de la organización narcoterrorista colombiana ELN
(socia de las FARC), responsable de repulsivos crímenes. La apología
que se hacia de este sacerdote guerrillero llegó al absurdo de
considerarlo un “profeta”: “creo que la enseñanza más profunda y durable
del gesto de Camilo reside en su carácter profético. El profeta es
utilizado por Dios para recordar a su pueblo su pecado (…) el profeta
es aquel que señala la injusticia de una sociedad y eso es lo que
Camilo ha hecho y es en ese sentido que su gesto fue profético”.
Pero así como la publicación de marras difundía la imagen de Camilo
Torres como el cristiano modelo, reivindicaba sin vacilar la de
Ernesto Che Guevara, responsable de centenares de muertes, quien
paradójicamente, no sólo era ateo, sino que supo autodefinirse como
“todo lo contrario de un Cristo”. Cuando
se produce la muerte de Guevara (octubre de 1967), los sacerdotes
tercermundistas se expresaron con profundo dolor a través
de Cristianismo y revolución en los siguientes términos: “Ha muerto con
las características de los héroes de leyenda, quienes en la conciencia
popular no mueren.Como los judíos del Viejo
Testamento creían siempre vivo al profeta Elías, los españoles del
Medioevo al Cid Campeador y los galeses a Artús, es posible también que
en los años venideros los soldados del Tercer Mundo crean sentir la
presencia alucinante del Che Guevara en el fragor de las luchas
guerrilleras”. En consecuencia, el Che, de anticristo confeso, pasó a configurar una suerte de héroe cristiano según los dislates de los clérigos agitadores.
Así pues, siguiendo el camino de Torres y Guevara, el grupo que trabajaba en la revista pronto conformó una organización armada conocida como “Comando Camilo Torres”, responsable de variados hechos de violencia durante los `60. Las reuniones de la banda solían hacerse en el Centro Teilhard de Chardin, que dirigía el cura Miguel Mascialino, o en el altillo del citado Carlos Mugica, en la calle porteña Gelly y Obes. Allí participarán, entre otros, Mario Firmenich, Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Carlos Capuano Martínez, Emilio Maza, Ignacio Vélez, Norma Arrostito y, ocasionalmente Roberto Perdía. En síntesis, todos quienes poco más tarde conducirán Montoneros.
Así pues, siguiendo el camino de Torres y Guevara, el grupo que trabajaba en la revista pronto conformó una organización armada conocida como “Comando Camilo Torres”, responsable de variados hechos de violencia durante los `60. Las reuniones de la banda solían hacerse en el Centro Teilhard de Chardin, que dirigía el cura Miguel Mascialino, o en el altillo del citado Carlos Mugica, en la calle porteña Gelly y Obes. Allí participarán, entre otros, Mario Firmenich, Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Carlos Capuano Martínez, Emilio Maza, Ignacio Vélez, Norma Arrostito y, ocasionalmente Roberto Perdía. En síntesis, todos quienes poco más tarde conducirán Montoneros.
Ahora bien, el apoyo de los curas
izquierdismo a la guerrilla, como anticipamos, además de darse en el
orden espiritual e ideológico, también se daba en lo militar. Cabe
destacar que el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo incluso
llegó a aportar a un clérigo en calidad de combatiente al grupo
fundacional de Montoneros: Elvio Alberione. Entre
otros atentados donde su participación se encuentra documentada, el
personaje de marras el 17 de octubre de 1968 participó de la colocación
de explosivos en el Consejo de Guerra Permanente, el Departamento
Central de Policía y la Agencia del diario La Prensa en conjunto con la
organización terrorista Lealtad y Lucha (luego conocida como Peronismo
de Base); el 26 de diciembre de 1969 colaborará en el robo al Banco de
Córdoba de la localidad de La Calera, en Córdoba; el
27 de abril de 1970, Alberione asaltó un puesto de la Policía Federal
en Buenos Aires, robando cuatro pistolas 45, una pistola ametralladora,
tres chaquetas de policía y chapas de identificación; el
militarismo se iba incrementando en Alberione, y de esta forma
participará el 1º de julio de ese mismo año en la toma de la ciudad de
La Calera. En
el hecho, además de robarse numerosos autos, el aludido personaje y
los suyos asaltaron un Banco donde sustrajeron la suma de $10.000,
destruyeron infraestructura cortando los cableados telefónicos y
asaltaron la comisaría de la ciudad. Increíblemente, estos actos
criminales fueron luego justificados por el Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo a través de una carta pública donde caracterizaban
a los terroristas como “elementos sanos y limpios de una juventud
revolucionaria que se impacienta y busca la transformación de la
sociedad”.
Al poco tiempo del nacimiento
público de Montoneros, otro hecho ponía de manifiesto la vinculación,
en términos operativos, entre los sacerdotes tercermundistas y los
terroristas: el padre Alberto Carbone era señalado como integrante del
grupo que secuestró y asesinó al general Pedro Eugenio Aramburu. No
era para menos, teniendo en cuenta que se le conocían estrechas
vinculaciones con los asesinos, ex miembros de la Juventud Católica
Estudiantil (JEC) que conducía Carbone y de la que también participaba
Mugica. Además, en poder del sacerdote en cuestión, se había encontrado
la máquina de escribir que usaron los terroristas para redactar los
comunicados del hecho (a poco de ser liberado será detenido nuevamente
por participar del intento de copamiento de la Prefectura de Zárate).
A ello debemos sumar que, cuando los terroristas responsables de la
muerte de Aramburu fueron abatidos en el marco de un tiroteo con las
fuerzas del orden, cinco curas destacaron entre la concurrencia del
entierro de los cuerpos: Adur, MUGICA, Benítez, Vernazza y Ricchiardelli.
Los discursos que pronunciaron reivindicaron abiertamente a los
guerrilleros y dejaron entrever los verdaderos lazos que los unían: “Se
comprometieron con la causa de la justicia, que es la de Dios, porque
comprendieron que Jesucristo nos señala el camino del servicio. Que este
holocausto sirva de ejemplo” dijo MUGICA. “…perdón
a Dios por la muerte de ellos, que fueron asesinados por la Nación,
que no supo comprenderlos, darles un camino, calmar su sed de justicia.
La
sociedad los ha juzgado, castigado y destruido, pero si tienen que
responder ahora a la inquisitoria del Señor: -¿Has dado de comer al
hambriento y de beber al sediento?-, ellos pueden responder que han
dado sus vidas para que en el mundo no hubiera hambre ni sed” agregó
Benítez. Las declaraciones rayaban en la tomada de pelo: ¿Acaso “la
causa de Dios” es secuestrar y asesinar a un anciano desarmado? ¿Acaso
“la Nación” debía premiar a los guerrilleros por instalar el terror en
la sociedad?
Con el correr del tiempo y el
consiguiente recrudecimiento de la violencia armada, el compromiso y la
entrega de los clérigos marxistas para con las organizaciones
terroristas se intensificaba a pasos agigantados y muchos de ellos se
convirtieron, de asesores y reclutadores, en avezados cuadros militares
dispuestos a participar en los más diversos atentados terroristas. Los
ejemplos resultan interminables, pero a modo de muestra, cabe citar
algunos, como el caso del cura Arturo Ferré Gadea, detenido por
engrosar un grupo guerrillero que pretendía crear un foco rural en la
localidad tucumana de Taco Ralo. Otro caso digno de destaque lo
constituye el del sacerdote Miguel Mascialino, uno de los cuadros más
importantes del Comando Camilo Torres,
quien recientemente a su incorporación había abandonado los hábitos
por necesidades carnales, pero según cuenta Lucas Lanusse, para ese
entonces ya había recibido “instrucción sobre armado y colocación
de explosivos y participó de un par de operativos en los cuales puso en
práctica sus nuevos conocimientos”. Vale agregar asimismo el caso de
la monja Guillermina Hagen, cuya frase de cabecera era “solamente por
la violencia se podrán cambiar las cosas”
(de Camilo Torres), y quien estaba instruida para movilizar armamentos
de los guerrilleros y por tal razón en una oportunidad terminó
detenida. El ya mencionado Alberione, por su parte, en marzo de 1973
producirá controversia al tirotearse con policías,mientras en 1976
partirá al exilio junto con la Conducción de Montoneros para luego
participar de la planificación de la Contraofensiva de 1979. En cuanto a
Jorge Adur,
resulta interesante poner de relieve que luego de 1976 fue nombrado
por los guerrilleros como capellán del autodenominado Ejército
Montonero, a la par que el sacerdote Rafael Yacuzzi
era designado entre los cuadros de la conducción (Yacuzzi contaba con
un prontuario no menor, puesto que fue señalado como uno de los
incendiarios del edificio de la municipalidad de Villa Ocampo en 1969).
En
1978, Adur dirigió una carta a sus superiores justificando los motivos
por los que había aceptado la propuesta de los terroristas, donde
afirmaba que “desde la Iglesia a quien todo le debo y por la cual
todo lo he perdido, comparto los destinos de los hombres que viven y
mueren por los grandes intereses del pueblo. Como en otros momentos no
menos dolorosos, pero extremadamente esperanzadores, recuerdo aquella
frase evangélica: ‘No hay más grande amor que aquél que da la vida por
los suyos, sus amigos’”. Lo que olvidó mencionar el sacerdote, es que
aquellos que “vivían y morían” por
sus ideales, también mataban a sangre fría a hombres y mujeres, niños y
ancianos, militares y civiles, por aquellos mismos ideales. Según el
ensayista Norberto Aurelio López, el capellán montonero llegó al grado
de “capitán y para determinadas ocasiones solía vestirse con uniforme
de combate”. Pero
lo cierto es que su militarización era de tal magnitud, que en mayo de
1979 viajó acompañado por los jefes terroristas Mario Firmenich,
Fernando Vaca Narvaja y Raúl Yager a Beirut (El Líbano), donde decenas
de cuadros guerrilleros estaban recibiendo entrenamiento militar
facilitado por los fundamentalistas locales. Cuenta el periodista
Marcelo Larraquy que “los combatientes pudieron asistir a la misa de
campaña impartida por el padre Adur y confesarse ante él y también
relataron a los comandantes sus sensaciones durante el bombardeo”.
Párrafo aparte merece el caso del sacerdote Antonio Puigjané, cuyo
desprecio por la democracia se manifestaría incluso durante el
gobierno alfonsinista, siendo partícipe en calidad de jerarca del grupo
terrorista MTP (Movimiento Todos por la Patria) del cruento ataque al
Regimiento de La Tablada en 1989, donde se produjeron las muertes de
nueve integrantes del Ejército Argentino y dos policías.
En suma, la responsabilidad que han
tenido los sacerdotes como Mugica −a los que el kirchnerismo homenajea−
en la vorágine de violencia que caracterizó a los años ’70, es
evidente. Sería bueno empezar a discutir con seriedad a quiénes se
homenajea, y las verdaderas causas de los homenajes.
Agustín Laje