La evangelización española de América - Ramiro de Maetzu
Todo un pueblo en misión
Toda España es misionera en el siglo XVI.
Toda ella parece llena del espíritu que expresa Santiago el Menor cuando dice
al final de su epístola que: “El que
hiciera a un pecador convertirse del error de su camino, salvará su alma de la
muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados” (V.20). Lo mismo los reyes,
que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen
misioneros. En cambio, durante el siglo XVI y XVII no hay misioneros
protestantes. Y es que no podía haberlos. Si uno cree que la Justificación se
debe exclusivamente a los méritos de Nuestro Señor, ya poco o nada es lo que
tiene que hacer el misionero; su sacrificio carece de eficacia.
La España del siglo XVI, al contrario,
concibe la religión como un combate, en que la victoria depende de su esfuerzo.
Santa Teresa habla como soldado. Se imagina la religión como una fortaleza en
que los teólogos y sacerdotes son los capitanes, mientras que ella y sus
monjitas de San José les ayudan con sus oraciones y escribe versos como éstos:
"Todos los que militáis
debajo de ésta bandera,
ya no durmáis, ya no durmáis
que no hay paz sobre la tierra"
Parece que un ímpetu militar sacude a
nuestra monjita de la cabeza a los pies...
La Compañía de Jesús, como las demás Órdenes,
se había fundado para la mayor gloria de Dios y también para el perfeccionamiento
individual... San Ignacio había enviado
a San Francisco a las Indias, cuando todavía no había recibido sino
verbalmente la aprobación del Papa para su Compañía. ... si no iba él era
porque como general de la Compañía tenía que quedar en Roma, en la sede
central; pero al hombre que más quería y respetaba, le mandaba a la obra
misionera de las Indias. ¡Tan esencial era la obra misionera para los
españoles!
El propio padre Vitoria, dominico español,
el maestro directa o indirectamente, de los teólogos españoles de Trento,
enemigo de la guerra como era y amigo de los indios, que de ninguna manera
admitía que se les pudiese conquistar para obligarles a aceptar la fe, dice que
en caso de permitir los indios a los españoles predicar el Evangelio
libremente, no había derecho a hacerles la guerra bajo ningún concepto, “tanto si reciben como si no reciben la fe”;
ahora que, en caso de impedir los indios a los españoles la predicación del
Evangelio, “los españoles, después de
razonarlo bien, para evitar escándalo y la brega, pueden predicarlo, a pesar de
los mismo, y ponerse al a obra e conversión de dicha gente, y si para esta obra
es indispensable comenzar a aceptar la guerra, podrán hacerla, en lo que sea
necesario, para oportunidad y seguridad en la predicación del Evangelio”.
Es decir, el hombre más pacífico que ha producido el mundo, el creador del
derecho internacional, máximo iniciador, en último término, de todas las
reformas favorables a los aborígenes que honran nuestras Leyes de Indias,
legitima la misma guerra cuando no hay otro medio de abrir el camino a la
verdad.
Por eso puede decirse que toda España es
misionera en sus dos grandes siglos, hasta con perjuicio del propio
perfeccionamiento. Este descuido quizá fue nocivo; acaso hubiera convenido
dedicar una parte de la energía misionera a armarnos espiritualmente, d tal
suerte que pudiéramos resistir, en siglos sucesivos, la fascinación que
ejercieron sobre nosotros las civilizaciones extranjeras. Pero cada día tiene
su afán. Era la época en que se había comprobado la unidad física del mundo, al
descubrirse las rutas marítimas de Oriente y Occidente; en Trento se había
confirmado nuestra creencia en la unidad moral del género humano; todos los
hombres podían salvarse, ésta era la íntima convicción que nos llenaba el alma.
No era la hora de pensar en nuestro propio perfeccionamiento ni en nosotros
mismo; había que llevar la buena nueva a todos los rincones.
Ramiro de
Maetzu – En defensa de la Hispanidad – Editorial Poblet – Bs.As. 1952 – Págs. 117-120.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista